Los cerritos de indios: un paisaje monumental de los ecosistemas húmedos de Uruguay. Camila Gianotti (arqueóloga del CURE-LAPPU – UdelaR)1 En los Departamentos de Rocha, Treinta y Tres, Cerro Largo, Rivera y Tacuarembó, se extienden importantes humedales donde se desarrollaron una de las manifestaciones arqueológicas más importantes de nuestro país: los cerritos de indios. También se distribuyen en las planicies de Rio Grande do Sul en estrecha relación con humedales salinos y dulceacuícolas. Precisamente, la gran riqueza y biodiversidad de estos ecosistemas húmedos propiciaron desde épocas muy remotas que diferentes grupos humanos poblaran y 1 Centro Universitario de la Región Este (CURE), Laboratorio de Arqueología del Paisaje y Patrimonio (LAPPU). Universidad de la República. transformaran activamente los ambientes de la región, creando un auténtico paisaje monumental que se ha conservado hasta nuestros días. Los cerritos son construcciones humanas en tierra que llegan a alcanzar los 7 metros de altura y 1 metro los más chicos. En Rocha, los montículos tienen plantas circulares con diámetros que rondan entre los 40 y los 60 metros. Están construidos con diferentes tipos de materiales: tierra, fragmentos de rocas, tierra quemada, desechos de alimentación, restos orgánicos, instrumentos y objetos de la vida cotidiana de sus constructores. En muchos de ellos aparecen también enterramientos humanos y de algunos animales como el perro. Gracias a sus dimensiones, volumen y visibilidad, se puede afirmar que los cerritos son las primeras formas arquitectónicas que han permanecido hasta nuestros días. Materializan la forma de vida y las creencias de sus constructores, y por ello podemos definirlos como auténticos monumentos en tierra. Los primeros surgen hace casi cinco mil años y llegan a estar en uso hasta la época de la conquista europea (siglos XVI-XVII). Durante ese dilatado período, los cerritos se construyeron y remodelaron continuamente, creciendo en altura por la ocupación humana y el uso reiterado de los mismos lugares. En ocasiones, algunas actividades especiales, como el enterramiento de individuos, desencadenó episodios constructivos más importantes para darle mayor altura y monumentalidad a la construcción. Algunos cerritos se localizan de forma aislada en las cimas de colinas y serranías. Otros forman grandes conjuntos a orillas de los bañados y ríos. Sus constructores eligieron lugares estratégicos asociados a áreas de gran concentración de recursos, a vías de desplazamiento naturales, a zonas con gran control visual del entorno circundante, o lugares para cruzar ríos, poder vivir y desplazarse dentro del bañado. Figura – Cerrito en el bañado de India Muerta Figura – Cerrito en el borde de la Sierra de Potrero Grande, al fondo se ve la Sierra de San Miguel. Una de las características más importantes es que son muy visibles; se reconocen como pequeños montículos de tierra que destacan sobre su entorno inmediato, frecuentemente muy llano. En general, los cerritos situados en las sierras y colinas suelen tener menor altura y casi no tienen vegetación arbórea, mientras que los que se localizan en los bañados tienen mayores dimensiones y muchos de ellos están cubiertos por árboles nativos. En el bañado de India Muerta y el bañado de San Miguel se pueden reconocer a distancia precisamente por la vegetación arbórea que los cubre y los hace destacar en medio del pajonal. Allí los montículos aparecen como pequeños montecitos nativos (Figura 5). A estos cerritos, en ocasiones se los conoce como “islas” porque constituyen auténticos refugios de terreno seco dentro de ambientes tan húmedos. En algunas zonas, como a orillas del río San Luis, la historia de vida de los cerritos no ha cesado aún y los pobladores actuales los siguen utilizando para situar sus casas, corrales y huertas encima. Figura – Conjunto de cerritos en el Bañado de India Muerta A lo largo de los casi cinco milenios de existencia los cerritos fueron utilizados como lugares para vivir, como cementerios, espacios de reunión y celebración y como áreas para el cultivo. También se les atribuye haber funcionado como marcadores del territorio y de los caminos indígenas en el pasado. Testimonios de algunos de estos usos perviven actualmente casi sin darnos cuenta; por ejemplo, la ruta 14 que circunvala la Laguna Negra conectando Castillos con La Coronilla, se conoce como “Camino del Indio”. A lo largo de ella se encuentran decenas de cerritos que van acompañando esta importante vía de desplazamiento que conecta la costa, la laguna y la zona de tierra adentro. Las excavaciones arqueológicas realizadas en distintos conjuntos de cerritos en Rocha (en Sierra de San Miguel, Arroyo San Luis, Sierra de los Ajos, Bañado de Los Indios, La Pedrera, Laguna de Castillos) han permitido avanzar en el conocimiento de las formas de vida de nuestros pobladores indígenas. Si bien queda mucho por conocer, a través de los restos materiales localizados podemos conocer aspectos de la vida cotidiana, de la economía, la tecnología, las prácticas funerarias y la territorialidad de las sociedades que los construyeron. Los pueblos constructores de cerritos tenían una economía compleja basada en la articulación de diferentes actividades productivas a lo largo del año: la caza de diversos animales que habitan los bañados y praderas, la recolección de frutos y raíces del monte nativo, el aprovechamiento del palmar de Butiá, la pesca y la horticultura a pequeña escala. El análisis pormenorizado de los restos óseos que conforman los desechos de alimentación muestra que los ciervos constituían una base fundamental en la dieta junto a otros mamíferos y aves (mulita, zorros, ñandú, apereá). La pesca, tanto de río como en el mar, complementó la dieta de estas poblaciones. El estudio de partículas microscópicas de las plantas (fitolitos) que se conservan en la tierra una vez que la planta se degrada, ha permitido comprobar que la recolección de frutos y raíces silvestres (achira, mburucuyá, butiá) se articuló con el cultivo de algunos vegetales como el zapallo, el maíz y los porotos. Al final del verano, la recolección y aprovechamiento del butiá representó una importante fuente de alimentos. En varios de los cerritos excavados aparecen muchos coquitos carbonizados y varias herramientas conocidas como “rompecocos” utilizadas para quebrar la semilla del butiá y extraer la almendra interior. El aprovechamiento de las rocas disponibles en la región les permitió a estos antiguos pobladores confeccionar distintos tipos de herramientas indispensables para el trabajo cotidiano (instrumentos cortantes, raspadores, puntas de proyectil, morteros, percutores, boleadoras, estecas, alisadores, pesas de red, entre otros). Con los huesos de animales también se fabricaron punzones, agujas y adornos. Hace 3000 años se produjo una innovación tecnológica, aparece la cerámica. Hasta ese entonces, los alimentos y otros elementos de la vida cotidiana eran almacenados y transportados en vasijas o cestos de fibras vegetales. Con la cerámica se abrieron nuevas posibilidades, no solo para guardar y transportar cosas, sino sobre todo para cocinar. Esta tecnología supuso un cambio importante en el procesamiento de los alimentos, permitiendo cocinarlos en pequeñas porciones dentro de las vasijas. A lo largo del tiempo, los cerritos fueron cambiando en su forma y función, crecieron en planta y altura, y aparecieron nuevas construcciones. Este proceso de ocupación recurrente de los mismos lugares derivó en la conformación de importantes conjuntos, con una alta densidad de cerritos y una organización del espacio compleja que incluyó la creación de espacios de reunión (plazas). La larga permanencia de estas comunidades en la región trajo consigo el aumento poblacional y la territorialidad. Comunidades organizadas en torno a familias emparentadas vivían en los cerritos. Construyeron de forma reiterada sus asentamientos donde ya lo habían hecho sus antepasados, estableciendo así una continuidad entre el pasado y el presente; acudiendo a la memoria de los ancestros, como forma de reclamar la pertenencia a esos lugares.