ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD Hernán Mira Fernández Profesor Universidad de Antioquia Espero contribuir con estas reflexiones a una deliberación y debate permanente sobre la ética, en este caso con un privilegiado auditorio de educadores que somos responsables ante la sociedad de analizar y difundir estos temas para que los ciudadanos se apropien de ellos como corresponde al compromiso, tantas veces relegado en la educación, de iluminar y orientar a la sociedad en temas esenciales en la vida pública. Decía, a propósito, Tzvetan Todorov, al recibir el premio Príncipe de Asturias y reivindicando el papel y responsabilidad del académico o intelectual público que: sería quien, equidistante del político y del investigador, “se siente comprometido con la noción de bienestar público, con los valores de la sociedad en la que vive, y que participa en el debate de esos mismos valores” A los educadores nos corresponde, como un deber primario, el compromiso de contribuir desde cualquier ángulo al análisis, reflexión y diálogo, para la creación de un clima ético, de ciudadanía, en lo público, que considero primer mandamiento y responsabilidad que tiene que asumir sin limitaciones la educación, mucho más la pública, a la que la ética civil en la dialógica y la civilidad misma, le corresponde asumirla y desarrollarla constantemente en su vida como comunidad académica. La responsabilidad en su sentido más general es la facultad de responder sobre algo que se ha hecho. Responsabilidad deriva del verbo responder. Ser responsable es ser capaz de responder, tener la capacidad de responder que, en principio, no es una característica específicamente humana porque los animales también responden positiva o negativamente según el estímulo que reciban. Sin embargo, sería absurdo considerar responsables o reclamarles responsabilidad a los animales, ellos responden pero no tiene responsabilidad, porque sus respuestas están determinadas naturalmente. Las respuestas del animal son ‘adaptadas’ a su ‘medio’ pero no son ‘correctas’ o ‘responsables’. Para Max Scheler el hombre no vive en un medio pura y estrictamente natural, sino en algo distinto que es un “mundo” de sentido. El medio es el ámbito de las respuestas naturales; el mundo, en contraste, es el ámbito de la responsabilidad moral. El hombre tiene que adaptarse al mundo y por eso sus respuestas no son meramente naturales, sino que necesitan ser responsables y morales. Esto podría resumirse en lo que dijo Aranguren en la conferencia “Ética sociológica para el siglo XXI” : “De la misma manera que se dice que el hombre es el animal racional, podría decirse que es el animal moral, porque tiene que conducirse a si mismo, mientras los animales se conducen en el estímulorespuesta” La responsabilidad moral, entonces, está siempre relacionada con la libertad y la voluntad. Debe existir la capacidad y la voluntad para discernir y escoger entre las posibles acciones que libremente pudieran llevarse a cabo, para que se pueda hablar de actuar responsable o irresponsable. Se pude hablar de estos tipos de responsabilidad general señalados por José Lezama (Apuntes Filosóficos v.16 n.30 Caracas jun. 2007) Responsabilidad jurídica y moral: La responsabilidad jurídica está referida principalmente a las consecuencias del acto de un agente. El poder causal es la condición básica de la responsabilidad y la imputación es externa al individuo que comete el acto jurídica y legalmente cuestionable. La imputación la ejercen otros que piden rendir cuentas al sujeto de la acción, y se rinde cuentas ante tribunales de justicia; mientras en la responsabilidad moral es la propia conciencia la que califica. La acción humana exige que sometamos nuestros actos al juicio de nuestra propia conciencia, al tribunal de nuestro saber y entender, de nuestra scientia; de tal manera que la que examina es la cumscientia en latin, conciencia en nuestra lengua. Responsabilidad por el poder: Esta no está referida estrictamente al acto cometido y sus consecuencias, sino a la determinación de lo que se ha de hacer. En tal sentido alguien se siente responsable de algo no por la acción realizada o las consecuencias de esta, sino por el objeto que exige esa acción. Aquello ‘por’ lo que soy responsable está fuera de mi, pero se halla en el campo de acción de mi poder, remitido a el o amenazado por el. Esta es una responsabilidad que se refiere al poder de ejecutar determinada acción y no a los actos o a las consecuencias de los ya ejecutados. En este sentido, la responsabilidad es para con el hecho que se está produciendo o va a producirse y no con el que ya ha sido realizado. Formas como aparece la responsabilidad según Romani Ingarden: 1º Alguien tiene la responsabilidad de algo, es responsable de algo 2º Asume la responsabilidad de algo 3º Es hecho responsable de algo 4º Obra responsablemente Se pude decir que la responsabilidad por el poder destaca los puntos 2 y 4, y que los 1 y 3 estarían más del lado de la jurídica y moral. La responsabilidad por el poder hacer algo, obviamente, es también moral pero en un paso más de la considerada tradicionalmente. De la convicción a la responsabilidad Hans Jonas señala unas características de lo que llama “ética habida hasta ahora” que vale la pena revisar para ver esta evolución: 1. Todo trato con el mundo extrahumano –dominio de la techne (capacidad productiva)- era, excepción de la medicina, éticamente neutro con relación al sujeto y objeto de la acción. La actuación sobre los objetos no humanaos no constituía un ámbito de relevancia ética. 2. Lo que tenía relevancia era el trato directo del hombre con el hombre, incluido el trato consigo mismo. Toda ética tradicional es antropocéntrica. 3. Para estas acciones, la entidad ‘hombre’ y su condición eran vistas como constantes en su esencia y no como objeto de una techne (arte) transformadora. 4. El bien y el mal estaban en las cercanías del acto, en la parxis misma o en su alcance inmediato; no eran parte de una planificación lejana. La conducta recta tenía criterios inmediatos y casi inmediato cumplimiento, las consecuencias quedaban a merced de la casualidad, el destino o la Providencia. La ética tenía que ver con el aquí y el ahora. El hombre bueno era el que enfrentaba estos episodios con virtud y sabiduría, se cultivaba para ello y se acomodaba en lo demás a lo desconocido. Todas las máximas y mandamientos de la ética heredada, según Jonas, muestran su limitación al entorno inmediato del acto: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” “No hagas a los demás lo que no desees que te hagan” “Antepón el bien común a tu bien particular” “No trates a los hombres como medios, sino como fines en sí mismos” En todas el agente y “el otro” de la acción participan de un presente común. De esto se deduce, entonces, que el ‘saber que’, aparte del ‘querer ético’ que se requieren para garantizar la moralidad de la acción quedan en los límites presentes. El conocimiento peculiar de la virtud –dónde, cuándo, a quién y cómo hay que hacer algo- no va más allá de la ocasión inmediata. Lo bueno o lo malo de la acción se decide completamente en lo inmediato. A nadie se le hacía responsable de los efectos posteriores no previstos de sus actos bienintencionados, bien-meditados y bien-ejecutados. Esta visión recoge en todos los casos y con las particularidades que le caben, tres premisas básicas: A) La condición humana es inmutable y no es objeto de remodelación técnica B) El bien del hombre es posible de ser identificado con claridad y precisión C) El alcance de las acciones de los hombres y sus consecuencias está perfectamente delimitado y restringido a los límites humanos Desde esta perspectiva Jonas cuestiona abiertamente la ética de convicciones en Kant porque reduce el aspecto cognoscitivo de la acción moral y cita sus aseveraciones: “No necesito una gran agudeza para conocer lo que tengo que hacer para que mi voluntad sea moralmente buena. Inexperto en el curso del mundo, incapaz de tomar en cuenta todo lo que pueda acontecer en él”. Todo esto ha cambiado de un modo decisivo, dice. La técnica moderna ha introducido acciones de magnitud tan diferente, con objetos y consecuencias tan novedosos, que el marco de la ética anterior no puede abarcar. Los preceptos de esa ética “próxima” –justicia, caridad, honradez, etc- tiene que seguir vigentes para la esfera diaria inmediata de los efectos humanos recíprocos. Pero esta esfera queda englobada por un creciente alcance del obrar colectivo, en el cual el agente, la acción y el efecto no son los mismos y que, por su enormidad, impone a la ética una “dimensión nueva, nunca antes soñada, de responsabilidad”. El principio de responsabilidad de Hans Jonas El mayor cambio ocurrido en ese panorama tradicional es la tremenda vulnerabilidad de la naturaleza sometida a la intervención técnica del hombre, no reconocida antes de que se conocieran los daños causados. Esto modifica el concepto de nosotros mismos como factores causales del amplio sistema de las cosas. El campo de la acción humana ha cambiado de facto y se le ha agregado un objeto nuevo: la entera biosfera del planeta, de la que hemos de responder pues tenemos poder sobre ella. La misma naturaleza en cuanto responsabilidad humana, sin duda es un novum sobre el cual a la teoría ética le obliga reflexionar. Si el destino del hombre esta ligado y depende de la naturaleza, el interés de su conservación es un interés moral que, además, conserva la orientación antropocéntrica de la ética clásica. Sin embargo, hay diferencias que subraya Jonas, pues la limitación a la proximidad espacial y a la contemporaneidad ha desparecido por el ensanchamiento espacial y la dilatación temporal de las series causales que la técnica pone en marcha aún para fines cercanos. La transformación tecnológica rebasa continuamente las condiciones de los actos y lleva a situaciones sin precedentes, y la acumulación de transformaciones, no contenta con cambiar su comienzo hasta volverlo irreconocible, pretende destruir la condición básica de toda la serie, su propia premisa. “Todo esto tendría que estar presente en la voluntad de cada acto singular que aspire a ser moralmente responsable” En estas circunstancias el saber se convierte en un deber urgente, que trasciende lo que antes se le exigió. Debería ser ahora de igual escala que la extensión causal de nuestra acción, pero no logra ser así ante el avance tecnológico que otorga gran poder a nuestra acción. La brecha que se abre entre el saber previo y la fuerza de las acciones, genera un problema ético nuevo. Reconocer la ignorancia será el reverso del deber saber y así será una parte de la ética que tiene que dar instrucciones a la cada vez más necesaria autovigilancia de nuestro desmesurado poder. Vale la pena aquí recordar el conocido aforismo a mayor poder, mayor responsabilidad, tan repetido para el olvido de quienes tienen más altos puestos en la escala social. Ninguna ética anterior, dice Jonas, hubo de tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana ni el futuro remoto, más aún, la existencia misma de la especie. Ya no es un sinsentido preguntar si el estado de la naturaleza extrahumana –la biosfera que está sometida a nuestro poder- se ha convertido por eso en un bien encomendado a nuestra tutela que puede plantearnos una exigencia moral, no solo en razón de nosotros, sino de ella por su derecho propio. Esto implica que se debería buscar no solo el bien humano, sino el bien de las cosas extrahumanas, ampliando el reconocimiento de “fines en sí mismos” más allá de la esfera humana e incorporar al concepto de bien humano el cuidado de ellos. El hombre no es ‘en sí’ ni bueno ni malo, tiene la capacidad de ser bueno o malo, más aún, de ser lo uno con lo otro y esto hace parte de su esencia. De los grandes malvados se dice que son inhumanos, pero solo los hombres pueden ser inhumanos; los malvados ponen de manifiesto la naturaleza del hombre no menos que los grandes santos. Solamente existe la dotación biológica-anímica de la naturaleza humana para la riqueza y pobreza del poderser. La pobreza en humanidad puede ser impuesta por circunstancias adversas o elegida, aún en circunstancias favorables, por la pereza y la sobornabilidad (impulsos naturales); mientras que la riqueza del yo, además de las circunstancias, exige esfuerzo. Esto no exime del deber de buscar unas condiciones favorables para todos, pero sin espera de ellas más que una mayor oportunidad para el bien humano. “Responsabilidad es el cuidado, reconocido como deber, por otro ser, cuidado que, dada la amenaza de su vulnerabilidad, se convierte en ‘preocupación’” Hans Jonas. El temor aparece como potencial en la pregunta originaria con la que se puede representar inicialmente la responsabilidad activa ¿qué le sucederá a esto si yo no me ocupo de ello? La teoría de la ética necesita de la representación del mal tanto como de la del bien, aún más cuando el mal se ha vuelto poco claro a nuestra mirada y solo puede volver a hacerse patente por la amenaza de un mal anticipado. Así, el esfuerzo consciente se convierte en un temor no egoísta, en el que junto al mal se hace visible el bien que debe ser salvado, y junto a la desgracia se hace visible una salvación no ilusoria ni exagerada. El temor es un deber que solo puede serlo acompañado de la esperanza de soslayarlo; temor fundado, no amilanamiento; miedo, pero no angustia; en ningún caso temor o miedo por sí mismos. “El temor se convertirá, pues, en el deber preliminar de una ética de responsabilidad histórica” Esta manera de ser indica, al mismo tiempo, un deber de conservación, lo que quiere decir que de la naturaleza se desprende una moral. Es preferible que haya algo antes que nada, afirmación a la vez ética y metafísica que no cae en la falacia naturalista del deber ser del ser, porque, para Jonas, en la existencia hay un valor intrínseco y el hombre está conminado a preservarla en la medida que depende directamente de él. La vida debe ser comprendida como realidad que contiene un fin dentro de sí: la continuidad, eso implica vislumbrar un deber irrecusable para el ser racional: atender el imperativo moral que reclama su pleno cumplimiento. Esa exigencia moral que toma la forma de imperativo, tan grato a Kant, la formula Jonas de varias maneras, positivas y negativas, pero todas exhortan a la humanidad a ala conservación del ser: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra” “Incluye en tu actual elección la futura integridad de los hombres como objetivo de tu voluntad” “Actúa de tal manera que las consecuencias de tu acción no sean destructivas para posibles vidas futuras” “No pongas en peligro las condiciones que garantizan la preservación de la humanidad sobre la tierra” Para el filosofo y bioeticista argentino Sergio Cecchetto (www.chasque.net/frontpage/relacion/0311/hans_jonas.htm), se trata de una apelación casi religiosa, una convocatoria a la preservación de la sustancia vital, un llamamiento al cuidado y a la custodia de las formas de vida, y no de una advertencia. Por tanto, la noción de responsabilidad se formula, inicialmente, desde una dimensión teológica y suprahistórica, solicitando al hombre calma, prudencia y equilibrio, lo cual lleva implícito un horizonte temporal indeterminado y una preocupación sincera por las consecuencias remotas de nuestras acciones, por las generaciones venideras de la humanidad y de la naturaleza. Ética política en Weber Para algunos autores, el concepto de responsabilidad como objeto central de la ética entra muy recientemente en la historia del pensamiento occidental, de la mano de Max Weber, atendiendo a las cualidades que según este debía poseer el hombre político: pasión, mesura y responsabilidad. Esperaba del político acciones acordes con esta exigencia: que atendiera a las consecuencias previsibles y aun imprevisibles de su obrar (ética de la responsabilidad), más que decisiones consistentes con la observancia de una máxima privada, de una convicción interior, o de una pureza de intenciones que pudiera acabar por desligar al sujeto de la acción y de las consecuencias derivadas de su acto (ética de la convicción, del tipo kantiano). Weber identificaba distintas esferas de la vida humana que escapaban a esta moralidad como tal, entre ellas las derivadas de las irresueltas tensiones entre moral y política, entre deontologismo y teleología, o entre moral y religión, las cuales hacían que los individuos trataran de ser consecuentes con su visión íntima del buen obrar y desconocieran los valores consagrados socialmente. Al mismo tiempo estas convicciones personales eran, por definición, imposibles de ser refutadas. De aquí derivó, entonces, su propuesta de una ética de la responsabilidad, que atendiera a las consecuencias previsibles de todos nuestros actos, buscando una adecuación satisfactoria de los medios a los fines, así es como lo plantea el mismo Cecchetto. Weber en su famosa conferencia “La política como vocación”, donde hace la distinción entre quien vive de la política y aquel que vive para la política, deriva un criterio básico para medir la tendencia a comportamientos morales o inmorales, que se ha denominado criterio de la ‘servicialidad’ que señala una concepción del poder político según la cual el sujeto que desempeña altos cargos, debe ser consciente de que su ejercicio se justifica si está al servicio de una causa que beneficia a la sociedad, y que asume la responsabilidad de lo ejecutado por sus decisiones sin delegarla en los subordinados. Toda acción éticamente dirigida puede orientarse, según Weber, conforme a la ética de la convicción o a la de la responsabilidad. No son excluyentes en absoluto. Pero si hay una diferencia abismal entre quien obra según la máxima de la convicción (“el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios”) o según la de la responsabilidad que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la acción. Enrique Bonete Perales en “La política desde la ética” (Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1998) analiza dos sentidos en el criterio de responsabilidad de Weber: 1º. La moralidad del político debe medirse en función de su disponibilidad para asumir los resultados de su gestión, sean beneficiosos o perjudiciales para mantenerse en el poder. El criterio de responsabilidad implica que el líder político, además de la servicialidad en el cargo, esté dispuesto a dejarlo cuando sus colaboradores inmediatos no cumplan con las funciones y expectativas. Un presidente que se mantiene a pesar de la imputación de delitos a sus ministros, por ejemplo, muestra una carencia de la sensibilidad moral que pide Weber para acatar el principio de responsabilidad. No reconocer errores y asumir sus consecuencias para perdurar en el poder, va en detrimento de la legitimidad moral que requieren los gobiernos democráticos. 2º. La moralidad del que hacer político se mide también en función de si se calculan o no las consecuencias de las decisiones. Decidir en política, si no se es un ‘irresponsable’, equivale a calcular los resultados. Weber cuestiona la política idealista de posiciones extremas que puede generar grandes males para una nación, al seguir ciegamente convicciones absolutas. La pregunta es ¿qué tipo de consecuencias son las que convierten en morales las decisiones políticas? ¿ las inmediatas o las que repercuten al futuro? Las consecuencias que convierten en morales las decisiones políticas habrán de ser aquellas que recojan resultados inmediatos y principalmente los más lejanos, aquellos que repercuten en las próximas generaciones de ciudadanos. Son morales las consecuencias que benefician principalmente a todo un país, y aquellas que se alcancen sin violar los derechos humanos de acuerdo con el criterio hegeliano de derechos sagrados y el kantiano de dignidad. El criterio de responsabilidad, entonces, en este segundo sentido se aplica teniendo en cuenta otros criterios éticos, sin los cuales carece de calidad moral. Si no fueran exigibles responsabilidades a los políticos –como sucede en las dictaduras- no tendría sentido que calcularan las consecuencias de sus decisiones. Estas constituyen un criterio ético-moral porque muestran el grado de responsabilidad que está dispuesto a aceptar el político cuando actúa en determinada dirección. En resumen, todo político antes de decidir tendrá que calcular las consecuencias de sus actos (segundo sentido) de lo contrario es un irresponsable, además, después de actuar tendrá que asumir las consecuencias que se derivan, es decir se hará responsable de lo que suceda sin delegar en subordinados (primer sentido), si no también es irresponsable. Uniendo estas dos dimensiones se comprende la fuerza moral del criterio de responsabilidad y se reconoce el perverso uso político del concepto. Desde los planteamientos de Weber, es importante evitar tanto la Escila de una política irresponsable que puede conducir a fijación unilateral de intenciones, como la Caribdis de una política de mera responsabilidad que suele degenerar en oportunismo o la búsqueda del poder por el poder. Es la unión de convicciones arraigadas y responsabilidad por las consecuencias (queridas, no queridas, directas y laterales) de la acción, la que sirve para formar el auténtico político. No es correcto afirmar que el hombre con poder ha de estar encerrado en sus cálculos y estrategias para obtener resultados, que solo debe atenerse auna ética de la responsabilidad. Tendrá que abrirse, ante un problema político, en su mente y corazón a una ética de la convicción para tomar resoluciones. El hombre público con verdadera vocación y entrega debe mantener presente que las responsabilidades y las convicciones son elementos complementarios de una misma ética política. Weber también recurre a Tolstoi y Dostoievski para explicar sus tesis. Tolstoi es visto como representante de la ética de las convicciones, virtuoso del amor al prójimo, del bien, heredero del ‘sermón de la montaña’ y alguien que expresa profundamente la máxima de “no responder al mal con violencia”. Y además señala el conflicto de los dos principios expuesto con gran profundidad por Dostoievski, más concreto en la escena del Gran Inquisidor de Los hermanos Karamazov Aporte de Apel La intelección filosófica de la responsabilidad es condición necesaria pero no suficiente para ponerla en práctica de forma concreta y efectiva. Hay que contar, además, con las motivaciones y, sobre todo, con la libertad humana. En otros términos, el entender los fundamentos de la responsabilidad no conduce necesariamente a la realización de acciones responsables ni puede ser garantía de éstas: "no se honraría nuestra libertad si se creyera, como presumiblemente creyó Sócrates, que de la intelección correcta resulta automáticamente la acción correcta", dice Apel La filosofía trabaja irremediablemente con conceptos y abstracciones. Su cometido es siempre, sin embargo, práctico, en el sentido de que lo que el discurso filosófico busca es resolver algún problema de la praxis. Por ello, cuando discutimos en serio, es porque queremos resolver algún problema del mundo de la vida. No se trata, por lo tanto, de contraponer artificialmente la vida a la argumentación, el vivir al argüir: por el contrario, el ser humano, al estar constituido lingüísticamente y equipado comunicativamente no puede vivir ni sobrevivir, mucho menos vivir bien, sin argumentar. Quien desconoce o ignora la argumentación se comporta como un dios o una planta: argüir es una cuestión vital para el ser humano. Quien afirma en serio, desde un punto de vista filosófico, que argumentar no es lo mismo que vivir; que vivir no es lo mismo que argüir o, incluso, que la vida no se agota en la argumentación, o bien expresa una banalidad o bien muestra una incomprensión radical de la pretensión de validez de su propio discurso. Tanto para la tematización y el esclarecimiento, como para la solución de sus problemas bio-psico-materiales y para todas las cuestiones políticas, culturales, religiosas, etc., el ser humano necesita plantear situaciones, aceptar o rechazar propuestas con (buenas) razones, etc. La argumentación constituye así una alternativa frente a la violencia o los planteos meramente estratégicos para la exposición y la solución de los problemas y conflictos del mundo de la vida, así lo plantea el filósofo Dorando Michelini (Lit. lingüíst. n.14 Santiago 2003) con una visión bien válida y aplicable en la vida universitaria La ética del discurso sostiene que los seres humanos, en cuanto seres racionales y razonables, no podemos renunciar a la competencia lingüísticodialógica sin lesionar nuestra propia dignidad. En el marco de la teoría de la responsabilidad solidaria de la ética del discurso, la "responsabilidad" es entendida como "capacidad de" y "disposición para" aportar razones con el fin de fundamentar mis acciones y decisiones frente a todos los demás, y también como "derecho a cuestionar las razones de otros". En definitiva, se trata de una comprensión radical: todo ser humano posee no sólo responsabilidad para con los miembros de su propia comunidad sino también para con todos los seres humanos. El principio ético-discursivo de responsabilidad solidaria sostiene que una ética de la intención o convicción no puede respaldarse meramente en la conciencia, puesto que para la determinación de una acción o decisión moralmente correcta no se puede renunciar al examen comunicativo-intersubjetivo de la validez universal del principio moral, o dejar de evaluar las consecuencias directas e indirectas de la acción, u obviar el cuestionamiento sobre las condiciones concretas de exigibilidad del principio moral en una determinada situación histórica concreta. Frente a la visión realista, el principio éticodiscursivo de responsabilidad solidaria sostiene que no sólo la solución de los problemas y conflictos sino ya también la determinación adecuada de los intereses y de las aspiraciones individuales y colectivas que estén en juego tienen que ser intersubjetivamente exploradas, examinadas y validadas en un procedimiento discursivo-argumentativo orientado al consenso. Es importante destacar que no se trata aquí de una solidaridad teñida de un compromiso meramente ideológico, lo que la haría estrecha y excluyente, sino de una solidaridad comunicativa o dialógica , por lo tanto, abierta e inclusiva. Estos son los motivos por los cuales debe haber una articulación entre responsabilidad y solidaridad. Que sea posible poner en práctica la exigencia de reconocimiento igualitario de la dignidad de todos como interlocutores válidos, expresada en el principio fundamental de la ética del discurso, depende, en última instancia, del compromiso humano en la acción con los derechos humanos de todos, los de uno mismo, los del nosotros, y, los de los otros que, estando más allá del nosotros inmediato, no pueden quedar excluidos. Culpabilidad y responsabilidad colectiva en Hanna Arendt En el artículo Responsabilidad colectiva (Claves de Razón Práctica Nº 95, septiembre 1999) Arendt plantea diferencias entre responsabilidad y culpabilidad en distintos campos del accionar humano, pero especialmente en el político “responsabilidad vicaria por cosas que no hemos hecho” Existe, dice, algo que es la responsabilidad por cosas que uno mismo no ha hecho, ellas se me pueden imputar. Pero no existe una cosa tal como ser o sentirse culpable de cosas que ocurrieron sin la participación activa de uno. En la Alemania de la posguerra aparecieron estos problemas a propósito de lo que el régimen hitleriano hizo a los judíos, el lamento “todos somos culpables” que sonaba tan noble y atractivo, solo sirvió para exculpar en buena medida a quienes si eran realmente culpables. Donde todos son culpables, nadie lo es. “La culpabilidad, a diferencia de la responsabilidad, siempre singulariza; es estrictamente personal; hace referencia a un acto, no a intenciones o posibilidades”. Llamamos compasión a lo que alguien siente ante el sufrimiento de otro, y el sentimiento es auténtico percatándome de que no soy yo, sino otro quien sufre. La solidaridad es una condición necesaria en esas emociones, pero en los casos de los sentimientos de culpa colectiva significa que el lamento “todos somos culpables” es en realidad una declaración de solidaridad con los malhechores. En el caso de la culpabilidad, los criterios legales y morales comparte un rasgo relevante, pues hacen siempre referencia a la persona y lo que ella a hecho. Si una persona está implicada en una empresa común, como es el crimen organizado, lo que viene a juzgarse es a ella en concreto, el grado de participación, su papel específico, etc; no al grupo como tal. Su pertenencia al grupo desempeña un papel en la medida en que hace más probable que esa persona haya cometido delito, lo cual no es distinto, en principio, de la mala reputación o de contar con un historial colectivo. Por más que asegure ser un eslabón de una cadena, actuar por ordenes superiores y hacer lo que otro hubiera hecho, en el momento en que aparece ante la justicia es juzgado por lo que él como persona hizo. Lo mismo ocurre con el juicio moral, en este ni quiera la disculpa “mi única alternativa era el suicidio” es tan vinculante como en los procedimientos legales. Aquí no se trata de responsabilidad sino de culpabilidad, dice Arendt. Para la filosofa, tienen que darse dos condiciones para la responsabilidad colectiva: Primero, a alguien se le toma por responsable por algo que no ha hecho, y la razón de su responsabilidad ha de ser, en segundo lugar, su pertenencia a un grupo o colectivo, pertenencia que un acto de voluntad no puede disolver; esto es distinto a la participación mercantil o contractual que sí se puede disolver a voluntad. Trae un ejemplo: No hay responsabilidad colectiva en el caso de cien bañistas experimentados que, descansando en una playa, dejan que alguien se ahogue sin ayudarlo; pues ahí no hay ninguna colectividad, lo que hay es distintos grados de culpabilidad. Esta responsabilidad colectiva es siempre política, tanto si aparece en la forma antigua, es decir, una comunidad que toma sobre sí la responsabilidad de lo que haya hecho uno de sus miembros; como si se toma a una comunidad por responsable de lo que en su nombre se ha hecho. Este último caso es de más interés, se aplica a lo bueno y lo malo de todas las comunidades políticas y no sólo al gobierno representativo. Todo gobierno asume una responsabilidad por los logros y desafueros de sus predecesores, y toda nación la responsabilidad por los logros y desafueros de su pasado. Cabe esto, incluso, en el caso de gobiernos revolucionarios que pueden declararse no vinculados a los acuerdos de sus predecesores. Cuando Napoleón se convirtió en dirigente en Francia, dijo: “Asumo la responsabilidad por todo lo que ha hecho Francia desde los tiempos de Carlomagno hasta el terror de Robespierre”, lo que significa que todo ello se hizo en su nombre en la medida en que era miembro de esa nación y representante de ese cuerpo político. A esta responsabilidad política y estrictamente colectiva solo podemos escapar mediante el abandono de la comunidad. Pero dado que ningún hombre puede vivir sin pertenecer a alguna comunidad, ello significaría sencillamente el cambio de una comunidad por otra y, en consecuencia, de un tipo de responsabilidad por otro. La afirmación socrática que dice que es mejor sufrir el mal que causarlo, la discute Arendt y explica que en el centro de las consideraciones morales sobre la conducta humana esta el yo, y en el de las consideraciones políticas sobre la conducta está el mundo. Una cosa es clara, dice, el presupuesto es que yo vivo no solo en compañía de los otros, sino también en compañía de mí mismo, y que esta segunda tendría una prioridad sobre todas las demás. La respuesta política al postulado socrático, entonces sería: “En el mundo lo que importa es que no haya mal; sufrir el mal y causarlo es igualmente malo; poco te importe quien lo sufra, tu deber es evitarlo” La responsabilidad por cosas que no hemos hecho, el tomar sobre nosotros mismos las consecuencias de cosas de las que somos inocentes, es el precio que pagamos por el hecho de vivir nuestras vidas no desde nosotros mismos sino entre nuestros semejantes, y por que la facultad de actuar, que es la facultad política por excelencia, solo puede actualizarse en alguna de las múltiples formas de comunidad humana. Responsabilidad histórica Una consideración breve, por último, sobre esta responsabilidad desde la perspectiva de Reyes Mate en reportaje (“Frivolizamos la paz cuando solo pensamos en los vivos” Análisis Político Nº 40 may/ago 2000) La razón moderna puntualiza que cada quien es responsable de sus actos, pero hay que agregar que también somos responsables de los actos que no hemos cometido. Decía Walter Benjamín: No nacemos inocentes. No es que nazcamos culpables, la culpabilidad es intransferible, pero la responsabilidad puede heredarse. Si mi abuelo ha sido un ladrón y heredo su riqueza, no heredo la culpabilidad de mi abuelo, pero sí su responsabilidad. Los hijos de los nazis no heredaron culpabilidad de los padres, pero si son responsables de lo que ellos hicieron y lo serán por generaciones. La responsabilidad significa tener que responder las preguntas del otro. Vista desde esta perspectiva política, la justicia consiste en responder a la injusticia del mundo. ¿Por qué tenemos que hacernos cargo de los problemas del mundo y no solo de los que causamos? se pregunta, Porque el mal en el mundo lo ha causado el hombre, nosotros o nuestros abuelos, responde. Las desigualdades que encontramos al nacer no está ahí como las montañas o los ríos. Son cosa del hombre, por eso hay que hablar de injusticias y no sólo de desigualdades. No hay que olvidar que las teorías de la justicia son cosa de vencedores quienes lo primero que hacen, es olvidar el pasado, para no tener que responsabilizarse de él. El vencido no se deja engañar y sabe, gracias a la memoria, que las desigualdades del presente responden a injusticias pasadas. Los problemas de la vida no son de generación espontánea, son cosa del hombre. Por eso la realidad interpela y nos exige responsabilidades, y para construir el camino hay que contar con la memoria que es la posibilidad de llegar a ese lado oculto de la realidad. Responsabilidad y educación “El fin de la educación es impedir que Auschwitz se repita” decía Adorno al finalizar la guerra. Luchar contra la barbarie que siempre está al acecho, debería ser la finalidad de la educación. Teniendo esto en la cabeza, tenemos que aceptar que el objetivo de la educación, como tanto se ha insistido, no es solo la transmisión de conocimientos, sino más bien “la consecución de una conciencia cabal”. Bien lo dice Kant en ¿Qué es la ilustración?: “La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía del otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse por si mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración”. Es grande el énfasis que se hace de la educación en la libertad y la diversidad, como el ideal a conseguir. Pero no siempre se acierta en materializar esa educación en la libertad. Porque educar es educar, no es dejar que el niño vaya solo y haga lo que quiera. Educar es trabajar para que lo mejor de cada uno salga a la superficie, como lo plantea Victoria Camps (La cultura de la democracia: el futuro, Ariel, 2000). No matar las individualidades y las diferencias y permitir que ellas no solo convivan en paz, sin barbarie, sino que esté dispuestas a aceptar los principios sociales que permiten que las individualidades puedan expresarse. Esa es la idea de persona emancipada y autónoma que la democracia necesita, el ideal de ciudadano. El objetivo de la educación es que los individuos lleguen a tener criterio – “conciencia cabal” de Adorno- manteniendo la individualidad. Esto no es fácil en la tarea educativa, porque tendemos al adoctrinamiento o amaestramiento del educando. Hay que asumir el riesgo y las responsabilidades de tomar las propias decisiones y educar, orientar y estimular para que los estudiantes así las tomen. Se debe educar para que la persona entienda que la madurez consiste en la autonomía y, por lo tanto, en responsabilizarse de la decisiones que cada uno toma. Educar para la emancipación es inseparable de educar para la responsabilidad. La educación transmite conocimientos e información. La información es condición indispensable de la libertad individual. El que no está informado no elige libremente. Pero la información no es neutral, hay que analizarla, contextualizarla, asimilarla y esa es labor fundamental de la educación en general que incluye, además de la escolarización y la familia, los medios de comunicación tan influyentes en la sociedad y que deben ser permanentemente objeto de reflexión y debate en la misma educación formal. La educación deben tener como un gran fin el discernimiento, la deliberación, la “conciencia cabal”, respecto a los grandes retos sociales y políticos. Y, por encima de todo, educar para hacer valer y respetar los Derechos Humanos, pilar fundamental de toda ética y referente obligado de lo ético-moral desde lo religioso y lo civil. Tenemos que formar ciudadanos que no dejen los problemas sociales y políticos solamente a los estados e instituciones. Los estados e instituciones , muchas veces, solo toman medidas si los ciudadanos las exigen y participan en lo social y político. Uno de los más grandes retos y responsabilidades de la educación, ahora y siempre, es formar ciudadanos Termino con esta reflexión poética de Carmen Velayos: "La ética medioambiental nos sitúa ante la Balsa de la Medusa. Allí estamos los hombres, solos ante la tormenta. No hay ninguna instancia fuerte que pueda decidir por nosotros. Estamos solos y somos responsables. Algunos quieren dejar espacio a otras criaturas en la misma, que no es sólo recipiente sino posibilidad de vida. Nadie puede decidir más que nosotros."