Subjetividad del objeto

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Subjetividad del objeto
Luis Gruss
Instructivo
Ejercicio: El objeto
Trabajo: Historia de un objeto en primera persona
Elijan un objeto personal y cuenten su historia en primera persona. No olviden describir al objeto elegido. El
tiempo verbal más conveniente, creo, es el pretérito perfecto simple. Pero también podría estar escrito el texto en
presente del indicativo.
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Hablar de objeto en periodismo y literatura remite directamente a la noción, tan debatida, de
objetividad. A esta última se la entiende como sinónimo de imparcialidad realista, algo que, como
ya hemos visto en lo que va del curso, resulta prácticamente imposible. La mente humana pone un
cierto tinte de subjetividad al reflejar lo objetivo, el verdadero, complejo y muchas veces
ambiguos ser de las cosas. Podríamos incluso aceptar que al observar algo lo deformamos o
transformamos. La imagen objetiva, químicamente pura, no existe. Eso no debería impedir al
periodista o al escritor un respeto básico por los datos que ofrecen los acontecimientos, cuidando
de no deformar intencionadamente los hechos que se narran, por ejemplo, en una crónica.
Al margen de estas consideraciones admitamos que los objetos que nos acompañan “hablan” de
nosotros, de nuestros gustos, nuestras costumbres, recursos y carencias. Suelen traernos la
memoria de los antepasados (pienso en un mueble, un traje, un viejo tintero) y pueden contar,
también, nuestra propia historia. Muchos objetos parecen vivos. Y cuando se incorporan a una
narración, se resignifican, adquieren un sentido que ellos mismos no poseen. Un objeto, como ya
vimos cuando hablamos de la imagen fotográfica, no cuenta nada por sí mismo. Está en nosotros
darle una luz particular, ubicarlo en un contexto y una función. El cuento La pelota de Felisberto
Hernández es un ejemplo de lo que estoy diciendo. Pero pensemos en otros casos, no sé, los
molinos de Viento en el Quijote, la carta robada en el famoso cuento de Edgar Allan Poe, en todos
los relatos que hacen latir al objeto, lo sacan del olvido, lo ponen a circular en el tiempo de la
narración. Toda crónica periodística está poblada de objetos (pueden comprobarlo en las que
estuvimos leyendo hasta ahora) y verán que en ellas dichos objetos cumplen siempre una función
que va más allá de ellos mismos.
Por algo observó Italo Calvino que “desde el momento en que un objeto aparece en una narración
se carga de una fuerza especial, se convierte en algo como el polo de un campo magnético, un
nudo en una red de relaciones invisibles. Podríamos decir que en una narración un objeto es
siempre un objeto mágico”. Es posible. Tanto en una nota periodística como en un cuento o un
poema, escribir sobre cosas y objetos comunes usando un lenguaje común y corriente pero
preciso, le impone a esas cosas –una silla, una cortina, un tenedor, una piedra, un aro de mujer—
un poder inmenso, incluso perturbador.
Existe también el cansancio que nos produce la rutina de las cosas. Veamos este fragmento de
“Las armas secretas”, un famoso cuento de Julio Cortázar:
Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama,
que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata de sardinas es abrir al
infinito la misma lata de sardinas. “Pero si todo es excepcional”, piensa Pierre alisando el
gastado cobertor azul.
En similar sentido puede leerse el comienzo de otro texto clásico del mismo autor argentino.
La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se
proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la
satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el
mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente, el sucio
tablero de ventanas de tiempo con su letrero “Hotel de Belgique”.
A la hora de escribir el problema se plantea, como siempre, entre lo puramente representativo (la
copia) y lo que escapa un poco al realismo neutro para buscar la puesta en escena de lo real, la
mirada, la construcción del acontecimiento a que ya hice referencia anteriormente. No debemos
confundir realidad con representación. El lenguaje muchas veces es unidimensional. Pero lo real
(el objeto) suele ser pluridimensional. Por eso, inevitablemente, debemos recurrir a elementos
ficcionales para captar toda la riqueza y complejidad que lo real encierra. Es decir, no
ficcionalizamos para mentir o distorsionar sino para tornar más patente la existencia y dar cuenta
de su extrañeza, de su ambigüedad más o menos manifiesta, de la trama compleja que se oculta en
una apariencia de sencillez.
Elegimos un objeto por algo. Algo nos mueve a fijar la vista en él. Y lo ideal sería seguir ese
impulso y ver qué pasa en el transcurso del texto. Todo consiste, como he dicho, en colocar al
objeto en función del relato. El objeto mismo, insisto como cuando hablé de fotografía, no narra
nada por sí mismo. Está en nosotros encontrar esa arquitectura secreta de las cosas, escuchar lo
que las cosas nos dicen y darles un sentido propio. No podemos evitar incursionar en la
descripción (ver el apunte respectivo) pero siempre teniendo en cuenta el conjunto. Un simple
revolver, en una crónica policial, puede adoptar una fuerza inusitada. Lo mismo una ropa
encontrada cerca del cuerpo sin vida de una víctima de asalto, o un cigarrillo fumado a medias. El
objeto estructura y da fuerza a todo relato, ya sea periodístico o de ficción. Pero la manera en que
lo situamos en un relato será siempre subjetiva, simplemente porque resulta imposible de evitar
que sea así.
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