Los populistas a veces tienen la razón Álvaro Bracamonte Sierra* (Segunda parte) Comentábamos en la primera parte sobre el cúmulo de irregularidades detectadas en el rescate bancario mexicano. De estos desaciertos da cuenta Bernardo González Aréchiga en un artículo publicado recientemente en la revista Nexos. González Aréchiga no es, ni de lejos, un populista, ni menos de los últimos comunistas del mundo. Fue, hasta el año pasado, vocal del Instituto de Protección al Ahorro Bancario y actualmente trabaja como director del posgrado en Políticas Públicas del Tecnológico de Monterrey. Con los argumentos esgrimidos por el ex vocal del IPAB, uno no tiene más que aceptar que al populista de López Obrador le asiste la razón cuando habla del Fobaproa. Pero también está en lo correcto cuando rechaza que el IVA deba aplicarse universalmente, sin excepciones, como es el caso del intento de ajustar la tasa cero que actualmente tienen los alimentos y medicinas al mismo porcentaje que se aplica al resto de las mercancías. Joseph E. Stglitz ha escrito en varios artículos que a los países en desarrollo con frecuencia se les sugiere (o se les ordena) llevar a cabo reformas confeccionadas por tecnócratas del FMI. Éste es el caso de una reforma fiscal en donde la homologación del IVA es parte central. A quienes rechazan esa sugerencia se les tilda de populistas y a los países que no adoptan esas reformas, se les acusa de pusilánimes o carentes de voluntad política. Si revisamos esas políticas, advertiremos con frecuencia que se basan más en la ideología que en la ciencia económica. Los economistas llaman “Pareto eficientes” a las políticas donde nadie puede mejorar sin que alguien empeore. Si las opciones entre las políticas fueran exclusivamente paretianas, esto es, si nadie empeora al elegir una política en lugar de otra, entonces serían decisiones puramente técnicas. Pero en la realidad, son pocas las opciones de política del tipo paretianas. Más bien, sucede que algunas decisiones son mejores para ciertos grupos pero peores para otros. Políticas distintas benefician y perjudican a grupos distintos. Este es el caso de la reforma fiscal que pretende homologar los impuestos indirectos porque son más eficientes económicamente hablando: Es una solución paretiana. Esta iniciativa ha sido rechazada por los legisladores en distintas ocasiones y ha sido motivo de tensiones entre el Gobierno del DF y el Ejecutivo federal. Rechazar la propuesta no es un caso de populismo claro. Como dice el mismo Stglitz, el problema estriba en la propuesta misma. Quienes han defendido la propuesta sostienen que los países avanzados de Europa utilizan esa estrategia con resultados positivos. Entonces los subdesarrollados deberían de aplicarla. La sinrazón de este argumento, la presenta el premio Nobel de Economía de la siguiente manera: Hay una diferencia fundamental entre los europeos y los países como México, y es el tamaño del sector informal, del cual no se recauda IVA. Esta enorme “economía negra” hace que el IVA sea, en general, ineficiente en la mayoría de los países en desarrollo. La lógica es simple: Los países que imponen un IVA desmedido impulsan a la producción a permanecer en el sector informal, que frecuentemente es el que genera los bienes que se consumen en el País o que se utilizan como insumos en el mundo desarrollado. Pero es el sector formal el que produce los bienes manufacturados con mayor valor agregado y que compiten con los países desarrollados. Existen otras fuentes de ingresos vía impuestos que son más equitativas y que distorsionan los incentivos económicos mucho menos que el IVA. En ese caso están, por ejemplo, el impuesto al ingreso corporativo: Las enormes utilidades de las telecomunicaciones (Carlos Slim), el cemento (Lorenzo Zambrano) y otros sectores monopólicos quedan libres de impuestos. En fin, aceptar un esquema de políticas económicas bajo el supuesto de que son “Pareto eficientes” no es viable. Tampoco es aceptable etiquetar al que las rechaza como populista; en la economía real no existe un escenario en el que nadie sea afectado por una política supuestamente eficiente. Todas, sin excepción, favorecen a un segmento de la población y afectan a otro. Decidir cuál se practica es un asunto de correlación política. La definición del tipo de política a ejecutar dependerá sin duda de los intereses que prevalecen al momento de fijar el universo poblacional para el que va dirigida. En ese contexto, no se puede desacreditar a un político que busca opciones diferentes a las que ofrecen los economistas formados en una tradición ortodoxa. Así pues, cuando escuchemos arengas contra los políticos que se oponen a las propuestas tecnócratas, hay que pensar con cuidado antes de calificarlos de populistas. Tal vez lo que sucede es que los populistas son populares porque saben algo que probablemente los funcionarios y los políticos conservadores ignoran. Por lo pronto, que tengan unas bonitas vacaciones de Semana Santa.