http://www.apuruguay.org/apurevista/2000/1688724720009112.pdf

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REVISTA URUGUAYA DE
PSICOANÁLISIS
De adolescencia marginada:
una experiencia de trabajo
Eurídice de Mello de Gañón1
Mercedes Espínola2
“Comienza a hacerse evidente que poder decir algo y que otro escuche y
responda es una maravilla, la más grande maravilla del ser humano.”
Carlos Liscano
Resumen
Este trabajo presenta una experiencia de investigación-acción con adolescentes
marginados a partir de un instrumento de trabajo denominado “Grupo de Palabra”.
Expone los fundamentos psicoanalíticos en los que se sustenta y el posicionamiento
desde el cual se significan estas problemáticas. Plantea una modalidad de accionar y de
pensar e investigar, que se va redefiniendo y profundizando en la tarea misma.
El Grupo de Palabra condensa los pilares sobre los que se piensa la tarea: grupo
como matriz socializante, como espacio referencial ineludible al surgimiento del sujeto
singular, y palabra ociosa, en una instancia que elude tanto lo pedagógico como el
juicio y la sanción. La dinámica así convocada permite la circulación del conflicto allí
donde éste está silenciado, en la hipótesis de que el trámite a través de la palabra es
favorecedor de la subjetivación y amortiguador además, de los pasajes al acto.
1
. Psicología. Psicoanalista egresada del Instituto de Psicoanálisis de la APU. Lord Ponsonby 2490 A.
801, 11600 Montevideo.
E-mail: moti@quantum.com.uy
2
. Psicóloga.
ISSN 1688-7247 (2000) Revista uruguaya de psicoanálisis (En línea) (91)
Summary
This paper presents an experience of research-action with marginalized adolescents,
within a particular tool of work called, the “Word Group”. It stales the psychoanalytic
grounds in which it lays and from which these problems are giving meaning. It poses a
way of functioning and of thinking and of carrying out research as well, that is redefined
and deepened while working.
The “Word Group” condense the pillars upon which the task is thought: group as a
socializing matrix, as a referential and unavoidable space in the emergence of the
singular subject, and idle word, an instance that avoids not only pedagogy but
judgement and sanction as well. The dynamics thus convoked allows for the circulation
of conflict, where it is silenced, in the hypothesis that handling with words encourages
subjectivation and tends to inhibit acting out.
Descriptores: SOCIEDAD / ADOLESCENCIA / GRUPO / INFANCIA /
ESCUCHA
Este trabajo pretende dar cuenta de algunas reflexiones por las que hemos transitado en
el marco de nuestra experiencia en el grupo de trabajo que constituimos: es el Grupo de
Investigación-Acción sobre Infancia y Adolescencia Marginadas, que coordina el Dr.
Marcelo Viñar y que funciona en forma continua desde hace algo más de diez años en el
Hospital Pereira Rossell.3
Desde qué lugar pensar esta problemática
Un hilo que se ha subtendido de modo permanente a lo largo de este tiempo de trabajo,
hace a la pregunta inicial siempre abierta y siempre en cuestión, respecto al lugar en el
que nos posicionamos, con nuestros bagajes conceptuales e instrumentales, para pensar
en torno a la marginalidad. Desde qué lugar nos ubicamos y qué aportes podemos
ensayar en relación con este tema.
3
. Los grupos de jóvenes con los que trabajamos pertenecen a instituciones abiertas y cerradas del
INAME y de distintas ONGs.
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¿Hay algo que el psicoanálisis pueda decir respecto a estos problemas
tradicionalmente abordados desde políticas de Estado, con la participación asesora de
juristas, trabajadores sociales, pedagogos, psiquiatras? Entendemos y deseamos
argumentar por una respuesta afirmativa y sostener la posibilidad de preservar una
perspectiva psicoanalítica en tensión (de complementariedad y de contraste) con los
discursos tradicionales, no para reemplazar los enfoques habituales sino para situarse en
la contracara y tratar de escuchar lo no dicho, lo que los discursos vigentes silencian o
acallan.
Hablar de marginalidad o marginación, es hablar de una cuestión posicional: margen
es lo que se sale de un marco; quedar al margen es quedar “fuera de”. Fuera de un
marco, fuera de un centro, desde el cual se define el margen por lo que no es. Y ese
marco, centro, es la imagen que una situación histórico-social se da a sí misma, la cual
es esencialmente móvil, relacionada a un valor local, sustentada en un tiempo y en un
espacio específicos.
Dentro de ese centro se van definiendo pautas de convivencia legitimadas desde el
consenso; éste es el marco. Y es sobre esas pautas que van tomando forma las categorías
valorativas. Margen y consenso se van constituyendo recíprocamente; no pueden
concebirse como polos antitéticos sino como pares dialécticos: consenso y margen,
regla y trasgresión. Las comunidades humanas establecen códigos, pautas, normas,
estilos, que dan lugar a un consenso; toda cultura dominante, macro o micro, genera sus
contornos, sus límites, sus acuerdos, sus disidencias. La marginalidad constituye
siempre un cuestionamiento, una interrogación y una amenaza a lo establecido. Más que
una discusión de oposiciones de naturaleza esencial, importa definir el modo de
relacionamiento entre la cultura hegemónica y las culturas alternativas, y ver si se
comportan como separadas por fronteras rígidas o si lo hacen de un modo permeable y
dinámico. En las culturas minoritarias, no se trata, como puede pensarse desde el centro,
sólo de la negatividad o el vacío, sino de otras modalidades de cultura basadas en la
resistencia y la sobrevida, signadas muchas veces por la violencia, cuyos criterios de
bien y de mal no tienen por qué coincidir con los de la sociedad mayoritaria y su
consenso normativo. Se trata para nosotros de conocer y comprender estas otras lógicas
y estrategias. Es decir, encontrarles un sentido propio por la vía de conceder la palabra.
El descentramiento de esa lógica binaria de límites netamente definidos, se inscribe
en la línea inaugurada por Freud a comienzos de siglo, cuando en relación a la
psiquiatría tradicional, superó la antinomia normal-patológico y pensó el problema en
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términos de sujeto en conflicto. Asumimos que cada quehacer opera desde una postura
doctrinaria, más o menos explícita, más o menos tácita, y desde una estrategia de
acción. En algunos se vuelve hegemónica una postura de castigo; en otros predominan
actitudes heroicas o de apostolado y también altruistas, de solidaridad, frívolas,
filantrópicas… Existe una muy amplia gama de variantes legítimas y eventualmente
necesarias, por las que, de algún modo todos estamos atravesados y tantas veces sin que
ese atravesamiento se nos haga realmente claro.
Como grupo para pensar estos problemas, intentamos ubicarnos en una posición que
esté muy alerta a los riesgos, en primer lugar, de la necesidad universal de definir
nítidamente la figura del “otro”, del delincuente, del marginado, como esencias
diferentes. En segundo lugar, de la disposición, también universal, del temor a eso
diferente, por la atribución que sobre ello hace recaer el carácter de sórdido, peligroso y
enemigo. Para tranquilizar esos miedos, se echa mano a las categorías taxonómicas que
dejan supuestamente iluminado aquello oscuro y confuso. Tanto al dejar afuera,
diciendo que es algo otro, de esencia diversa, como al encerrar en los casilleros
clasifícatenos, lo que resulta desdibujado en la complejidad de su particularidad, es el
objeto de nuestro trabajo: el joven marginado. Estos riesgos son deslices fáciles sobre
todo si partimos de definiciones esencialistas y de categorizaciones binarias, a partir de
las que, lo bueno, puro y valorado (que es vivido como propio), versus lo malo, impío y
corrupto (que se adjudica a los otros), son pensados como polos excluyentes y no como
existentes dialécticos configuradores del territorio conflictivo de lo humano.
Definiciones oposicionistas que, al abrirse a la ilusión del trazado neto del perfil del
“marginal”, por ejemplo, dan lugar a un posicionamiento punitivo-correctivo (que
involucra los discursos jurídico, médico psiquiátrico, pedagógico), desde el cual el
castigo y el enderezar lo desviado, constituyen las estrategias de acción derivadas
naturalmente. En este caso de lo correctivo-punitivo, es elocuente el fracaso de las
cárceles como método de rehabilitación, como ya lo señalara extensamente Foucault y,
a pesar de que hoy en día se habla de ellas como “escuelas del crimen”, sin embargo la
sociedad insiste en el anhelo de ubicar lo abyecto afuera, detrás de las rejas, cada vez
más tempranamente.
Desde estas reflexiones y atravesados por todos estos modos de encarar el problema,
que han sido definidores de las distintas dinámicas sociales a lo largo de la historia, se
nos ha hecho imprescindible insistir en el intento siempre a renovar, que nos habilite el
cuestionamiento de aquello que escuchamos y de la escucha, es decir de quiénes
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escuchamos, cómo escuchamos, para qué escuchamos. Difícil postura que tiene sesgos
de imposible y que, entendida como meta utópica hacia la cual dirigirnos, nos posiciona
siempre en un lugar resbaladizo e incierto.
Y si tocamos el campo de lo utópico, debemos mencionar que en muchos momentos
nos hemos puesto a definir utopías. En un período nuestro grupo, a partir del análisis de
situaciones generadas por la propia dinámica institucional con sus penosas
consecuencias para los muchachos, trabajó con la pregunta “qué institución queremos”,
a sabiendas de que nos proponíamos jugar con los rasgos de un ideal que, como tal,
siempre resulta inalcanzable y por momentos hasta rozando con la ironía. Sin embargo
entendemos que el trazado de una meta, por inaccesible que pueda ser, resulta una tarea
ineludible para cualquier emprendimiento. En nuestro trabajo esto apunta a la definición
de unos objetivos éticos desde los cuales partir y hacia los que dirigirnos, y a su
discriminación clara frente a aquello que deseamos combatir. Valores siempre en
conflicto, siempre desdibujándose en la realidad y que, a pesar de estar en riesgo aún en
nosotros mismos, no dejan de constituirse en nortes orientadores del camino a recorrer.
Otro de los aspectos frente al que nos hemos interpelado, es la tendencia a
dogmatizar la postura doctrinaria adoptada, que de conjunto de teorías útiles y
explicativas de la realidad, aún en su inquietante provisoriedad, pasa a ser manejada
como valor absoluto e incuestionable, lo que se presenta como una tranquilizadora
tentación. La vieja ilusión de constituirse en el dueño de la verdad es otro de los grandes
riesgos en este trabajo.
Entonces nos preguntamos cuánto de ese riesgo de privilegiar de forma excluyente
nuestra escucha, nos imbuye y nos atraviesa más o menos concientemente, y por eso
qué necesario se nos ha hecho el entredós de la acción directa con los jóvenes, por un
lado, y la interlocución interpelante y reflexiva en nuestro Grupo, que abre a la
pregunta, que problematiza y que nos deja siempre en un punto de tensión y de debate.
Asimismo consideramos imprescindible el intercambio con otros discursos y
quehaceres, intercambio que deseamos ampliar y profundizar dado que, uno de los
grandes problemas que comprobamos es el de la fragmentación de los discursos de
saber involucrados, que desemboca en una fragmentación del accionar como
consecuencia de la cual lo que termina fragmentándose es el destinatario. Muchas veces
vemos cómo el sujeto singular queda desdibujado en la sumatoria de expedientes, de
informes técnicos (de psicólogo, de asistente social, de psiquiatra, de abogado), que
parten de una lectura ineludiblemente parcial. La necesidad de articular una mirada
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integradora está hoy sobre la mesa y existen numerosos ámbitos creados desde la
sociedad civil que buscan superar la fragmentación y operar desde esta nueva postura.
Nuestra experiencia
Nuestro Grupo de Investigación-Acción está constituido por psicólogos, psiquiatras y
psicoanalistas y en muchas ocasiones es interlocutor de profesionales de otras
disciplinas que también trabajan con esta población. Y hemos abordado en conjunto y
discutido algunos temas con juristas, trabajadores sociales y educadores.
Le llamamos de Investigación-Acción porque simultáneamente hemos instrumentado
un modo de contacto directo con los jóvenes a la par que hemos habilitado el espacio
para la discusión, profundización y elaboración teórica. Cada ‘sesión’ es, luego,
trabajada en una interlocución grupal, perfil de trabajo que nos habilita ir construyendo
una perspectiva compartida que nos permita pensar. Y decimos elaboración porque nos
impusimos la exigencia de no aplicar conceptos teóricos preconcebidos a situaciones
inéditas, y estar atentos a los fundamentos de las acciones que emprendemos, en una
teorización siempre en movimiento de retroalimentación con la práctica. Nos hemos
nutrido con los aportes que hemos integrado desde el psicoanálisis, desde las
conceptualizaciones sobre grupos, desde la filosofía y desde las corrientes de la llamada
psiquiatría comunitaria post asilaría, y hemos intentado profundizar en el contacto entre
la teoría y la práctica dentro de esta área. Si bien no contamos aún con una
sistematización de nuestra propuesta grupal, los trabajos de psicoanálisis de grupos
(Bion, Pichon-Rivière, Bleger, Kaës y de autores de nuestro medio que desde cuatro
décadas atrás han trabajado el tema), constituyen una referencia constante.
Tomamos de la práctica del psicoanálisis las reglas básicas de funcionamiento: la
suspensión de la acción y de la vertiente decisoria, la regularidad del encuadre, el
concepto de abstinencia (tal como lo conceptualiza Fanny Schkolnik), adaptando esas
reglas a la coyuntura del entorno institucional de modo de posibilitar nuestra inserción.
Que los modelos analíticos sean una brújula y un antídoto contra la improvisación,
no impiden mantener una cuota de ingenuidad y de sorpresa, partiendo del
reconocimiento de que este adolescente con quien trato, su organización o
estructuración subjetiva es para nosotros un enigma que hace vacilar lo que sabemos de
constelación edípica, de novela familiar, de función materna y paterna (funciones de
sostén y de corte). El riesgo de pensar con las teorías a priori puede perturbar y hasta
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impedir el descubrimiento de algo inédito. Porque no hay teoría analítica suficiente para
estas particulares formas de existencia.
El lugar desde el que intentamos ubicarnos es el lugar de la pregunta sobre la
subjetividad. Es el de interrogar cómo se construye un ser humano cuando las
condiciones que manejamos como básicas en nuestros consultorios, no se dan. Es una
postura que intenta colocarnos en el lugar del dejarse sorprender, del no-saber, que no
quiere decir renunciar a pensar con nuestros esquemas referenciales previos.
Nuestra interpelación surgió a partir del trabajo con jóvenes, institucionalizados
como consecuencia de dos parámetros rectores: el desamparo y el conflicto con la ley
penal. Los muchachos con quienes nos encontramos provienen de situaciones de
familias desintegradas (a veces desde varias generaciones) y carencias extremas en lo
material y afectivo. Sin embargo, no queremos caer en el riesgo de homologar margen
con estigma y minusvalía, desestimando los aspectos creativos y transformadores de la
marginalidad en la historia y en la evolución de la sociedad. Tampoco, por supuesto, en
el de homologar margen con tendencia antisocial y suponer que ésta es patrimonio
exclusivo o privilegiado de la pobreza, y que esta última, a su vez, es sinónimo de
degradación.
Es a tener en cuenta que cuando se habla de adolescentes marginados (niños de la
calle, menores, etc.) las expresiones condensan un aspecto estigmatizante y un aspecto
de exclusión. No son puntualizaciones descriptivas sino valorativas, porque más que
nombrar se significa un orden de exclusión. No son expresiones que muevan al
conocimiento, sino que llaman a una respuesta emocional, de aprensión y sospecha o de
solidaridad altruista. “Niño de la calle”, “menor marginal” alude a algo distinto a un
niño cualquiera y eso diferente, fuera de lo establecido como centro, es a desconfiar.
Frente a esta realidad esbozamos un instrumento de trabajo que a lo largo del tiempo,
desde la experiencia de confrontación en su ejercicio, lo vamos redefiniendo en una
tarea nunca acabable. Lo que marca nuestro perfil, no es sólo el objetivo de trabajar con
esta parte pequeña de la adolescencia marginada (tarea que compartimos con muchos
profesionales de ésta y otras áreas), sino un modo de accionar y de pensar e investigar
que se basa en exigencias teóricas y éticas que vamos tratando de precisar y profundizar
en la tarea misma.
Básicamente se trata de la conformación de grupos de diez o doce jóvenes y dos
adultos coordinadores, que se reúnen semanalmente, con un lugar y un tiempo
preestablecidos y estables, para hablar de lo que los jóvenes quieran.
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El instrumento que llamamos “grupo de palabra”, denominación que condensa los
dos pilares conceptuales sobre los que se asienta nuestra acción, el grupo y la palabra,
apunta, allí donde lo que encontramos es acción, respuesta impensada a lo inmediato,
estrategia de sobrevivencia que exige una génesis instantánea del acto, allí, a abrir un
espacio para que algo pueda ser hablado para poder ser pensado. Hacer texto donde hay
imperativo de acción. Formular interrogación donde prima la repetición. Nuestra
hipótesis es que un colchón de palabras puede amortiguar el pasaje al acto. Y sabemos
también que donde se obtura la palabra y la tramitación del sentido, puede generarse un
acto como expresión de lo no dicho.
Buscamos, en estos jóvenes en los que la pregunta “¿quién soy?” está silenciada,
abrir la posibilidad de que ella pueda emerger, condición del advenimiento a una
peripecia ineludible a la condición humana.
El grupo se ofrece como un tejido relacional donde los muchachos puedan
inscribirse. El nosotros como espacio referencial ineludible al surgimiento del sujeto
singular. El encuentro con un tú (singular y plural, concreto y simbólico), es el
fenómeno fundante de la condición humana. Por eso intentamos que el grupo se
constituya como matriz donde algo pueda historizarse, generar memoria y proyecto.
Históricamente superado el sujeto de la modernidad –capaz de pensarse a sí mismo
en la transparencia de sus intenciones y en la ilusión de su libre albedrío, un sujeto que
puede, con su sola razón, dar cuenta de sí y de sus proyectos de un modo nítido e
iluminado–, surge en este siglo un sujeto que se concibe con una conciencia limitada en
las opacidades de su propio desconocimiento. La pretensión de conocerse de un modo
transparente se desvanece. La cosa humana se acepta como equívoca, como un saber a
medias sobre un sí mismo que se va construyendo con la apropiación de un lugar en la
genealogía, con la construcción singular de un mito de origen que se amasa con datos y
fantasías, con la inscripción en una leyenda de pertenencia a un linaje y a una cultura. Y
quien dice origen abre al anudamiento entre pasado y futuro, entre memoria y proyecto,
elementos que son la materia prima de los procesos identitarios y que hacen a lo que
denominamos “espesor subjetivo”, para dar cuenta de un proceso siempre dinámico en
el que vamos dándonos esas definiciones y en el que podemos reconocernos como
sujetos singulares. Existe una relación de tensión entre la sumisión y la rebeldía frente a
lo que del micro grupo familiar y de lo cultural nos viene dado, y la respuesta singular
que cada uno puede ir encontrando a ello.
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¿Qué pasa cuando no hay inscripción en un linaje y en una cultura, cuando se está en
la inmediatez del acontecer? ¿Cómo me autoconstruyo en una situación de
perentoriedad? ¿Cómo, desde la urgencia, me apropio de qué leyenda fundadora?
¿Cómo haber después, proyecto, cuando no hay un antes? ¿Qué efecto puede tener una
historia desconocida?
Entonces, ¿qué nos proponemos hacer con los grupos de palabra? Construir relato,
construir leyenda, fragmentos de texto de los que cada uno pueda irse apropiando, que
en esa apropiación ocurra el movimiento de subjetivación, el aumento del espesor
subjetivo.
El grupo habilita el espacio a una palabra ociosa, un espacio que elude la vertiente
pedagógica (el señalamiento del “deber ser”) y la vertiente del juicio y la sanción. Se
constituye en un espacio diferente que posibilita el tránsito por el conflicto, que se abre
al despliegue de la interpelación mutua, a la dialectización de los polos bueno-malo,
acusado-acusador, víctima-victimario, atacante-atacado Este tratamiento del conflicto
por el que ellos mismos cambian de lugar y se sorprenden al hacerlo, y se confunden,
habilita a la pregunta “¿entonces yo quién soy?”. Buscamos que la pregunta “¿quién
soy?” circule, se dinamice, se abra el poder verse desde diferentes lugares y el ver
aspectos de sí mismos que de otro modo quedan obturados y desconocidos.
El grupo: un lugar donde los jóvenes puedan decirse y pensarse en un “yo soy” no
asignado, sino desde la peripecia de la autoconstrucción. Un espacio sin carpetas de
antecedentes, sin expedientes: cada uno se presenta sólo con su nombre, a veces con su
edad. Los coordinadores no sabemos por qué han ingresado en tal o cual institución. No
son seleccionados o estudiados previamente. Son acogidos y escuchados desde un lugar
virgen. Pensamos que esa mirada inaugural, por sí misma, se está abriendo a que otros
lugares son posibles. Está dando apertura al despliegue de la diversidad que todo
individuo tiene. Premisa freudiana con la que trabajamos, que problematiza las
adjudicaciones valorativas antitéticas y las piensa a nivel de conflicto ineludible. No se
trata de un problema de esencias diferentes: coordinadores y jóvenes no pertenecemos a
categorías opuestas. Somos gente con pasiones y odios, confusiones y desórdenes, y el
diálogo es posible, sin desconocer asimetrías, cuando se establecen puentes de contacto.
Las anécdotas surgen, los jóvenes cuentan los episodios que los han llevado a estar
en esas situaciones, y la apuesta es a que esas historias puedan ser recreadas, que en el
intercambio se construya un relato que habilite algo otro que no se circunscriba a lo
congelado y repetitivo.
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En definitiva, la experiencia nos confirma que la capacidad de sostener un tiempo de
suspenso sobre las conductas transgresoras en cuestión, de otorgarles el estatuto de algo
pasible de ser pensado y trabajado como conflicto psíquico, es una posibilidad que se
les ofrece como experiencia nueva. Se trata de una lógica que da un tiempo de
interrogación al sujeto, y no de una lógica de coherencia y de seguimiento de la norma.
A modo de conclusión
No tenemos modelos acabados para pensar situaciones tan complejas; tampoco
pretendemos ofrecer soluciones a realidades que exceden el abordaje que desde nuestra
disciplina podemos proponer. Sin embargo, entendemos que sí podemos coadyuvar a
que alguien pueda apropiarse de su vida y su destino, aunque otros determinantes sociopolíticos desborden nuestra acción y en parte la limiten, sin que ello la invalide ni le
quite legitimidad.
La apuesta que hacemos es habilitar una palabra genuina que favorezca el salir de la
urgencia de lo cotidiano dejando lugar a la subjetivación, en la emergencia de los
sueños y la apropiación de los deseos. Habilitación que, aunque otras carencias hayan
sido suplidas en las diferentes instituciones en las que nos insertamos, suele ser faltante.
Bibliografía
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