"CUATRO EN UNA PIEZA" - portal educativo

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"CUATRO EN UNA PIEZA"
Uno de los aspectos aludidos con mayor insistencia por los observadores de
la época, es el hacinamiento y la promiscuidad en que se convive (ó
sobrevive) en el conventillo. Ya lo advierten en su momento Eduardo
Wilde, Rawson, Gaché y Patroni, y es un tema inevitable en la pujante
literatura de denuncia que cultivan los anarquistas. El número 21 del
Boletín que edita el Departamento Nacional del Trabajo —creado por Ley N?
8.899 del año 1912— nos ofrece una interesante radiografía del conventillotipo en 1912. Habitan en la casa 22 familias, que totalizan, contando 20
niños en edad escolar, la no desdeñable cifra de 118 personas. El
conventillo tiene 35 piezas, lo que arroja un promedio de 3,3 personas por
cuarto. Los alquileres oscilan entre los $ 20 y $ 40, según el rango y
amplitud de las piezas, dentro de la jerarquía que imponen en el
conventillo los dos o tres patios que se enfilan desde la cancel hasta el
fondo. Entre los jefes de familia hay 11 italianos, 9 españoles, 1
suizo, 1 portugués, 1 montenegrino y 6 argentinos, y los oficios
predominantes son: zapateros, pintores, albañiles, electricistas,
carpinteros,
herreros,
yeseros,
mecánicos,
cocheros,
carboneros,
foguistas, mosaístas y peones no especializados.
En 1913 el Anuario Estadístico del Trabajo señala un índice de ocupación
ligeramente superior: 3,7 personas por habitación sobre 1.000 familias
investigadas, y hay que suponer que estas cifras oficiales tratan de encubrir decorosamente las evidencias de la realidad. Cuatro años más tarde
el Departamento del Trabajo encuentra al 88,4 % de las familias obreras
viviendo en una pieza, al 11,5 % en dos piezas y al 0,1 % en tres piezas.
En su Crónica mensual de 1920 el citado Departamento se expide de la
siguiente manera al analizar una serie de 80 familias investigadas:
"Tenemos 13 casas en que los ocupantes de una pieza son el matrimonio y un
hijo; 10 casas en que aparece la pareja y dos hijos; pero también tenemos
dos casas en que los habitantes de una sola pieza son el matrimonio y 8
hijos. Una en que resulta con 9 hijos y dos familias que aparecen cada una
con 10 hijos, respectivamente... La promiscuidad de sexos establece la
siguiente relación: 264 varones y 215 mujeres que ocupan 80 piezas, lo
que da un promedio de casi 6 personas por pieza. De más está decir que en
el componente de todas estas familias aparecen todas las edades, no
siendo taro el caso en que figuran mujeres y varones de 16, 18 y 20 años
de edad... A esto debe agregarse que de las 80 piezas, 19 tienen puertas
y ventanas, 14 puertas y banderolas y 47 solamente puertas, lo que
Implica que el 59 % de esas habitaciones carece en absoluto de
ventilación".
En 1926 Alejandro E. Bunge escribía en el Almanaque Social editado por
la Unión Popular Católica Argentina:
"En la Argentina, la alimentación es de mejor calidad y más abundante
que en cualquier país europeo; basta recordar que el consumo de pan
(todo de primera calidad) alcanza a 167 kilos por habitante a¡ año, el de
carne a 90 kilos, el de azúcar a 27, el de leche a 83 litros, etc. El
vestido y el calzado, tanto del hombre como de la mujer, son también
superiores a los que pueden costearse en muchos otros países. Las escuelas, las lecturas, la música, el deporte, el teatro y demás factores
culturales, van en constante desarrollo. Solamente en un aspecto hay
deficiencia en la forma de vida modesta en la Argentina: la vivienda.
Pero esta deficiencia no consiste en la mayor o menor escasez en
ciertas partes de la República y en ciertos momentos, o en la mayor
carestía. Consiste en una carestía permanente, de causas arraigadas,
que supera los límites de toda contingencia; y de ahí resulta esa
vivienda, tan reducida en espacio, que representa una constante amenaza
para la salud de las familias modestas, un enemigo de los delicados
sentimientos de pudor y de decencia, un elemento anulador de las
bendiciones de la vida de hogar. Y para no alargarnos en consideraciones que están en el corazón de todo argentino que ha estudiado
el problema, diré en síntesis que la vida modesta sigue siendo en la
Argentina una calamidad' nacional."
LA PROFESIÓN DEL SEÑOR SARTORIUS
¿Quiénes eran, entretanto, los propietarios de los conventillos?
¿Quiénes eran estos seres omnipotentes que para la imaginación popular
habían llegado a constituir, por excelencia, la suma más acabada y perfecta de la insensibilidad social? Si pudiéramos agruparlos en una
Corporación ideal nos encontraríamos con caballeros que especulan con
tierras, latifundistas, jugadores de bolsa, políticos, miembros de
la Sociedad Rural, acaparadores, industriales incipientes, rentistas
puros, tenderos: la espuma del sistema. Inclusive nos encontraríamos
con algún procer, o semiprócer, como Juan Pablo Española, el autor del
arreglo del Himno Nacional que hoy conocemos, muy popular en su época
como banquero, tacaño y propietario de inquilinatos. En su sintético
diario sobre la epidemia de fiebre amarilla de 1871, Mardoqueo Navarro
efectuó la siguiente anotación, en la que registró, de paso, el
terrible impacto de las peste en los conventillos precursores de
comienzos del 70: "25 de marzo. La mostaza a 60 pesos la libra. Los
conventillos de Esnaola... ¡Cuánto cristiano muerto sin confesión!";
y el 2 de abril: "La Comisión pide el incendio de los conventillos.
72 muertos en uno". Tropezaríamos también con los pequeños propietarios
de la clase media, como aquellos que dialogan en "Entre rentistas", de
Fray Mocho, y seguramente con los inmigrantes prósperos, como el
patrón descripto por Luis Pascarella en El conventillo:
"Don Pascuale trataba de igual modo a todos los inquilinos del
conventillo, sobre todo a sus paisanos. Mocetón, de 31 años, más bien
bajo de estatura, fornido, con grandes mandíbulas, nariz abultada y
ojos duros y saltones, hacía mucho tiempo que se dedicaba a la
explotación de conventillos en gran escala. Mal sastre en sus
comienzos, dejó el oficio improductivo para dedicarse a su nuevo
negocio, cosechando en pocos años una mediana fortuna. "Desde la buena
época del presidente Juárez, se le conocía por el rey de los
conventillos. Poseía el instinto topográfico de lo que él denominaba
progreso, y su empresa abarcaba todos los barrios. En Constitución y en
Palermo, al Este y al Oeste de la enorme ciudad, dondequiera que se
abría un mercado o un establecimiento industrial, aparecía su diestra
de conquistador, trazando planos en los terrenos baldíos circunvecinos.
"—Treinta cuartos, cuarenta cuartos —decía para sí, y desde ya hacinaba
la mayor cantidad de carne humana en el menor espacio posible. "Su
repetida aparición en un lugar determinado constituía un signo inequívoco del seguro y rápido progreso del barrio, pues las chatas
pocilgas, los inmundos palomares humanos, parecían multiplicarse por el
mágico poder de los juramentos que trituraban sus mandíbulas. Su
cabeza, apenas desgastada, al destacarse por sobre los destartalados
andamies, era el jalón inconfundible que anunciaba el monstruoso
crecimiento de la gran ciudad. Para llevar a cabo su fructífera empresa
no necesitaba grandes capitales, pues su futura clientela en materia
de habitación no era exigente. Un amacijo de barro en plena calle,
cuatro tablas viejas, una mano de cal y ce n'é troppo per questa
gentaglia. En la vecindad de Palermo poseía un corralón atestado de
puertas viejas, ventanas retorcidas, pilas de tachos, baldosas,
maderamen y cuanto trasto aparentemente inútil pescaba en los
incendios o demoliciones de edificios. Sin embargo, él conocía sus
virtudes; ese montón de cosas viejas y mal olientes, como el purrit
resurexit de los escolásticos, contenía el germen del futuro organismo
ciudadano.
"Sus repetidos triunfos habíanle in-fundido el orgullo del vencedor, y
de ahí que cada vez que sus maderas y tachos, transformados en parodias
de casas, avanzaban hacia la Pampa desierta, don Pascuale envolvía el
barrio entero en un ademán de conquistador y lo bautizaba con su
fórmula consagrada por diez éxitos. "—Ouesto? ... da cinque a cinquanta
pesos la vara...
"Su trato cotidiano por motivos del oficio con gente de la
municipalidad y juzgados de paz, facilitábanle sus conquistas y lo
abocaban a nuevas empresas. Por poco de nada estaba al tanto de todas las
menudencias
administrativas.
La
sanción
de
una
ordenanza,
la
presentación de un nuevo proyecto, todo lo sabía con anterioridad al
mismo intendente. Jamás desembolsó una multa, jamás había perdido un
centavo, jamás había estado una hora preso. La baja burocracia, los
modestos empleados que siempre gastan el doble de lo que ganan y viven
en perpetuo déficit, tenían en don Pascuale un «suple pater familia»,
amable y hasta dadivoso. "Adelantar el importe de un mes a uno, cinco
o diez pesos a otro, hacerse el olvidado de un préstamo anterior,
perdonar el interés usuario, eran pequeños capitales que le redituaban
beneficios enormes. Y el beneficio más grande, la ganga gorda consistía
especialmente en el régimen cuartelero implantado en sus conventillos.
Nadie más que él demostraba prácticamente que las costumbres
constituyen las verdaderas leyes. En 24 horas plantificaba al más
pintado de sus inquilinos en la calle, con el agregado de una paliza
policial si se atrevía a lanzar un quejido. "—Con don Pascuale non si
giuoca —repetía haciendo crujir las quijadas. Y, en realidad, no se
jugaba. "Todo rasgo humanitario, todo lo que implicaba sentimientos,
simpatía, cooperación, todo lo que no tuviera atingencia con su
negocio, desaparecía de su mente al pisar el conventillo. Los cuartos,
los trastos y las personas se confundían en un solo montón, en una sola
entidad productora de un determinado número de pesos mensuales. El mes
que alguna máquina fallaba, a la calle, sin lástima, sin sensiblerías
impropias del negocio, y venga otra a ocupar su puesto."
EL NOMBRE DE LA MUGRE
Un indudable hallazgo lingüístico fue la traslación de significado de
la voz "conventillo" y su paronomasia "convento", que en el español
popular mentaban al prostíbulo. La imaginación popular, rica en la
captación de matices y notablemente aguda por su capacidad de síntesis,
pronto encontró nombres para estos pudrideros de la miseria inmigrante.
Hubo un conventillo famoso al que se apellidó "Las 14 Provincias", y
cuatro no menos populares —recordados por Armando Discépolo— a los que
se nombró, con la consabida puntualización irónica de hacinamiento y
suciedad, como "Los Dos Mundos", "El Palomar", "Babilonia" y "El Gallinero".
Un sainetero, Alberto Vacarezza, aseguró la posteridad entre mítica y
chacotona de un conventillo villacrespense, el notorio "Conventillo
de la Paloma". A propósito de este inquilinato y de su nombre, dice
Manuel Castro en su Buenos Aires de antes: "Villa Crespo dejó de ser
un lugar de tránsito, una travesía desierta. La gente, aquerenciada,
fundó al barrio propiamente dicho... un barrio de pobres que necesitó
de ese albergue porteño de la miseria colectiva: el conventillo.
Nació envejecido y sucio, chato y profundo, huraño y chismoso, con
habitaciones
numeradas
como
celdas
de
presidio,
con
tabiques
apartadores que enbretaron el rebaño humano.. . Lo bautizaron Conventillo Nacional, en homenaje a la fábrica (el autor se refiere a la
Fábrica Nacional de Calzado) que determinó su nacimiento". Poco después,
anota Castro, un verdadero acontecimiento le cambió el nombre: "una
mañana se mudó a una de sus piezas la Paloma, joven, linda, coqueta. ..
Se diferenció de las otras fabriqueras por el constante buen humor y
la eterna actividad. Nunca demostró cansancio, desaliento, disgusto;
siempre tuvo una sonrisa o una canción a flor de labios".
TIEMPOS VIEJOS
Muchas casas de inquilinato, por cierto, conocieron tiempos mejores, e
inclusive cierta fastuosidad patricia, hasta el punto de que no
faltaron memorialistas, como Manuel Bilbao, que insinuaran una recatada
y melancólica evocación, palinodia cenicienta que apelaba, en horas de
profunda transformación, a hipotéticos ayeres más venturosos. Una
casona que terminó en conventillo fue la famosa "de la Virreina
Vieja", construida a fines de! siglo XVIII en la esquina Noroeste de
Perú y Belgrano, y habitada entre 1801 y 1804 por el Virrey don Joaquín
del Pino y luego por su viuda. Esta casa, a la que se consideraba una de
las más lujosas de Buenos Aires, fue luego propiedad de la familia
Medra-no, y más tarde, por disposición testamentaria, de la Cofradía
del Santísimo Rosario. En 1878 funcionó allí el Monte de Piedad de la
Provincia de Buenos Aires, y años después —hasta aproximadamente 1909—
el Banco Municipal de Préstamos. "Desde entonces —cuenta Luis Cánepa en
su libro El Buenos Aires de antaño— la vieja casa se convirtió en
conventillo; la habitación donde estuviera instalado el regio
dormitorio de la Virreina terminó siendo taller de planchado... Ya
antes, el amplio patio en el que el Virrey se sentara durante el verano
para jugar con sus amigos al tresillo o departir con ellos, había
servido para subastar las prendas pignoradas que no se renovaban o
rescataban dentro de los plazos establecidos.. .".
Otra casa que derivó en conventillo fue la de Ramos Mejía, en Bolívar
553, asiento de la legación inglesa y último refugio de Rosas después
de Caseros, e igual suerte le tocó al caserón de Bolívar 531, propiedad
de Mercedes Rosas, hermana de don Juan Manuel.
También recalaron en inquilinatos las casas de mediados del siglo XVIII
que ocupaban la esquina de Balcarce y Venezuela, en una de las cuales
vivió Manuel de Lavardén, refinado poeta (Oda al Paraná), dramaturgo
(Siripo), furtivo introductor de los primeros carneros merinos en el
Plata (1794) y administrador, por cuenta del comerciante e introductor
de esclavos don Tomás Antonio Romero, de la precursora estancia del
Colla La indiferencia mercantilista de los propietarios y el ritmo
irreversible del "Progreso", como se llamaba por entonces al pleno
ingreso de nuestro país en la órbita capitalista inglesa, no perdonaron
siquiera a los monumentos de la "pequeña historia" argentina. La casa
de \os López, construida por Manuel Planes en la calle Perú 535, cumplió
a su turno la poco gloriosa suerte de muchas de sus contemporáneas, a
pesar de que en este lugar —"en la segunda pieza de la entrada
principal", según Manuel Bilbao en Tradiciones y recuerdos de Buenos
Aires— Vicente López y Planes escribió su poema épico Triunfo
Argentino, sobre las invasiones inglesas, y en la noche del 8 de mayo de
1811 la letra del Himno Nacional.
Roberto Mariani dejó constancia de esta decadencia y caída de las casonas patricias en un pasaje de su relato "Santana", incluido en Cuentos
de la oficina (1924):
"Calle silenciosa y de escaso movimiento; apenas la atraviesan durante
las horas del día unos cuantos carros —chatas y camiones— pesadísimos con
sus enormes cargas. La calle Balcarce corre desde la Plaza de Mayo hasta
el Parque Lezama en una línea irregular interrumpida cinco o seis veces
por manzanas de edificios que la tuercen y la llevan cincuenta, cien
metros hacia e! Este. Alguna vez —en Venezuela— se cor ta, desaparece,
como absorbida por el Paseo Colón, pero reaparece dos cuadras más al
Sud. Tiene su arquitectura peculiar esta calla Balcarce. A lo mejor, al
lado de un galpón moderno de fachadas desnudas de ornamento, o al
costado de una casa de renta de cinco o seis pisos encimados como hojas
de libro, está depositada, como cosa olvidada, alguna vieja casona
colonial, de humilde y sarmentosa fachada, de muros descascarados, con
ventanas enrejadas, portales de madera tallada, pero incompletos, y
un techo de tejas, tan bajo, que parece caérsele encima a uno. Estas
casonas son, para el espíritu curioso, las más interesantes; dan la
grotesca impresión de un apuesto y orgulloso hidalgo tronado y con
hambre; mucho abolengo, limpio apellido, auténtico escudo de armas,
traje de irreprochable corte, pero todo sucio, viejo y pobre. "Una
"de estas antiquísimas mansiones, actualmente agoniza en conventillo. En
sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún general de la
Independencia abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed
patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven apretujadas
seis u ocho familias de las más diversas nacionalidades, y costumbres
contradictorias hasta la beligerancia. Italianos, franceses, turcos,
criollos. La última habitación la ocupa un griego relojero. "La casa
consta de tres cuerpos en una sola ala; y suma en total doce habitaciones.
Hay tres patios. Franqueado el zaguán, levanta su agravio la chapa
metálica que según ordenanzas municipales debe existir en las casas de
inquilinato. El primer patio está siempre sucio y lleno de chiquillos; en
cambio, el segundo, también; pero el tercero, igualmente. "Adosadas al
muro que separa de la casa vecina, están las cocinas, ocho en total;
precarias construcciones de madera y zinc, que más parecen frágiles
garitas. Cuando llueve, ameniza el ruido ametrallante del agua las
blasfemias de las vecinas' que deben cruzar el destechado patio para llegar
a las cocinas. Después de aquel temporal en que un aletazo de viento!;
tumbó al suelo a la lombarda del segundo patio destrozándole la sopera y
derramándole el humeante caldo, las vecinas todas, en un acuerdo defensivo,
decidieron cocinar en sus respectivas habitaciones durante los días de
recio viento o dura lluvia, rebeldes- a la obstinada reclamación del negro
Apolinario, encargado del conventillo donde naciera y representante, allí,
del dueño, su antiguo amo. Unas reparaciones sumarias pero sólidas,
últimamente efectuadas, prolongaron el servicio del edificio; se reforzaron
las maderas del piso, se enmendaron algunas puertas, se compuso el
techo..."
También Leopoldo Marechal ironizó sobre el destino conventilleril de las
mansiones, destino que parece revelar, con su vuelta de tuerca grotesca la
falacia de cierta prosperidad argentina. En Megafón (1970) —entre los
ajetreos de las batallas "celestes" y "terrenas" que sostiene el Oscuro de
Flores— leemos la descripción del conventillo de la calle Serrano, en el
que vivió José Luna, el vendedor de Biblias: 'El conventillo del Tuerto
Morales, donde la vocación de José Luna tuvo escenario y coro, erguía su
mole de falso castillo medieval en la calle Warnes, y su origen
arquitectónico era un misterio para las gentes de aquel suburbio. Las
más antiguas lo daban como el viejo casco residencial de la quinta de
los Balcarce, que asaltado por las corrientes inmigratorias de
comienzos de siglo no tardó en adquirir la figura de un inquilinato
inmenso, gracias a una serie de arrendadores y subarrendadores en forma
de sanguijuela, de la cual el Tuerto había sido el último y el que legó
su nombre a la coloreada institución. Con una familia entera en cada
reducto, salón y torre almenada, el castillo era teatro de una
humanidad que decía sus conflictos a pleno sol o a plena lluvia. Y los
conocí a todos, en cada uno de sus gestos, y los amé porque los conocía.
José Luna ocupaba con su mujer Filomena lo que había sido antes la "sala
de música" del castillo, y que aún conservaba, ya borrosos en sus
paredes, ángeles mofletudos que soplaban trompetas y ángeles entecados
que tañían sus arpas, obra quizá de algún decorador italiano, que había
transferido a Buenos Aires anacrónicas grandezas del Renacimiento. En
la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el
dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial
de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a
sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las
metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado
"el gaita"; Vicente Leone, o "el taño", y Antenor Funes, conocido por
"el salteño". En cuanto a Filomena, la mujer del boxeador, se dice que
fue un alma en blanco, pese a su gordura esferoidal y su inclinación al
chismorreo, por lo cual José Luna decidió meterla en el Paraíso, aunque
fuese a patadas, y hacerle adquirir una buena clasificación en el
ranking de la Jerusalén Celeste."
INTEGRACIÓN Y QUERELLA
Los nutridos contingentes inmigratorios que llegaron al Río de la
Plata a lo largo de los años 1880, provocaron la reacción despavorida
de la oligarquía criolla. Uno de sus representantes más conspicuos,
Miguel Cañé, pone en boca de cierto personaje de su boceto novelesco
De cepa criolla esta irritada admonición, que expresa elocuentemente
los recelos de la clase: "Mira, nuestro deber sagrado, primero, arriba
de todos, es defender nuestras mujeres contra la invasión tosca del
mundo heterogéneo, cosmopolita, híbrido, que hoy es la base de nuestro
país. ¿Quieren placeres fáciles, cómodos o peligrosos? Nuestra
sociedad múltiple, confusa, ofrece campo vasto e inagotable. Pero
honor y respeto a los restos puros de nuestro grupo patrio; cada día
los argentinos disminuímos. Salvemos nuestro predominio legítimo, no
sólo desenvolviendo y nutriendo nuestro espíritu cuanto es posible,
sino colocando a nuestras mujeres, por la veneración, a una altura a
que no llegan las bajas aspiraciones de la turba. Entre ellas
encontraremos nuestras compañeras,
entre ellas las encontrarán
nuestros hijos. Cerremos el círculo y velemos sobre él".
Estos argumentos, o la ideología que explicitan, son frecuentes en la
literatura de la época, aunque no lo son menos los que apelan a la
integración y a la convivencia pacífica de los dos grandes grupos. Se
inscriben en esta línea autores como Podestá, Grandmontagne, Ocantos,
Gerchunoff, Lugones, que articulan diversas variantes y vertientes de
la ideología conciliadora. El naciente socialismo, por su parte, trató
de persuadir al "régimen" sobre el carácter benéfico, modernizador y
necesario de esta nueva presencia. En uno de los primeros editoriales
de La Vanguardia, por ejemplo, se expresaba que: "... junto con la
transformación económica del país se han producido otros cambios de la
mayor trascendencia para la sociedad argentina. Han llegado un millón
y medio de europeos, que unidos al elemento de origen europeo ya
existente, forman hoy la parte activa de la población, la que
absorberá poco a poco al viejo elemento criollo, incapaz de marchar
por sí solo hacia un tipo social superior".
Pero cuál podía ser el instrumento para la asimilación "de este nuevo
aporte humano, dentro de los planes de integración que esboza, de
algún modo, la línea "modernista" del "régimen"? En 1910 Juan B, Justo
lo describe así: "La organización obrera, al desarrollarse, se ha
argentinizado, y ejerce cada día más sobre el inmigrante esa función
de asimilación que ya se le ha reconocido en Norteamérica. Los
periódicos revolucionarios de lengua extranjera han
[desaparecido, y apenas quedan grúas políticos
segregados por
la
nacionalidad
de origen y por el idioma. Desde su arribo, el
inmigrante suele ser invitado a entrar en su gremio, y allí lo que se
habla, lo que se escribe, lo que se imprime, es bien o mal dicho y
redactado en nuestra lengua. No izan en sus fiestas las nuevas
sociedades obreras de socorros mutuos banderas extranjeras".
Aclaremos que en este proceso de asimilación y tamizamiento algunos
escritores también le reservan su papel al vilipendiado conventillo,
el que por tales artes se transforma también en factor de control
social. En 1918 las prensas de "La Lectura" publican un agobiante
testimonio lterario-sociológico, al que ya nos hemos referido. Se
trata de El conventillo, "novela de costumbres bonaerenses" de Luis
Pascarella, en las que encontramos una descripción minuciosa,
documental y hasta cierto punto didáctica de las zarandeadas casas de
inquilinato. Por las páginas de este curioso testimonio desfilan casi
todos los tipos característicos, conductas y pautas imaginables: los
gringos desarraigados del medio rural y del tiempo naturalista de las
faenas agrarias, los compadritos, los criollos desplazados por el
"aluvión inmigratorio", los anarquistas de los tiempos heroicos, los
patrones
inescrupulosos,
los
puetas
barriales,
los
políticos
vividores, los rufianes, los obreros, etc. Pero esta catalogación
estratificadora no está exclusivamente al servicio de un mero
pintoresquismo al uso. Las criaturas, los ambientes y las peripecias
descriptas
por
Pascarella
abonan
una
tesis
—científicamente
prestigiosa en su momento— que tiene mucho que ver con el darwinismo
social: el conventillo es, ante todo, "una estación de tránsito", un
"gran cedazo que retenía la parte más gruesa". Frente a las imágenes
espectrales del conventillo que convoca Pascarella, se levanta el
espejismo de la movilidad social. Toda la escoria del inquilinato,
descripta con los trazos más gruesos del arsenal naturalista,
encuentra su legitimación en el previsible y equilibrado desarrollo de
la comunidad: el calandrajo, la mugre, el trato promiscuo y la
enfermedad; el conventillo —en suma— y sus secuelas malsanas son
apenas los "extremos de un sistema perfectible". En este sentido
aventura Pas carella:
"A este sentimiento colectivo obedecía la actividad del conventillo. A
él se subordinaba la existencia. La salud, la estrechez, las
privaciones, las satisfacciones de otras necesidades que no fueran las
más indispensables, desaparecían ante la idea obsesionante de ganar y
ganar plata y más plata.
"Por eso todo lo que no tuviera atingencia con el dinero era
incidental y secundario. De ahí que el conventi¬llo viviese en
perpetua movilidad. Era una estación de tránsito. La gran ma¬yoría de
sus moradores permanecían allí el tiempo necesario para ahorrar la
cantidad de dinero que bastase para regresar a la tierra, comprar una
casucha, emprender un negocio o cambiar de profesión. Durante ese
tiempo los carniceros, los zapateros, los albañiles, la muchedumbre de
todas las nacionalidades y oficios se imponían una miseria forzosa,
ignorando
la
existencia
de
otras
necesidades
que
no
fueran
indispensables para la vida corporal. Se sufría esa miseria impuesta,
con la resignación y hasta con el placer del que se flagela seguro de
ser largamente compensado en la vida futura. Pero aquí la compensación
era inmediata, los ejemplos se palpaban en los cuatro costados de la
ciudad. Miles de conventilleros, empujados por la ley de capilaridad,
se elevaban del fondo inmundo del conventillo y desbordaban. En medio
de aquel ambiente caldeado, los órganos adquirían una nueva
plasticidad. El choque de aquellos seres, aparentemente extinguidos e
inertes, engendraba un raudal de nuevas energías, que los animaba y
transformaba, orientándolos hacia un camino imprevisto, inesperado.
Pero al mismo tiempo el conventillo obraba a la manera de gran cedazo
que retenía la parte más gruesa. "Lentamente se producía la
estratificación de los impotentes, de los degenerados, de los
imprevisores, de los ingenuos, de los que no tienen fuerza necesaria
para romper el alveolo y elevarse, de los que solo se mueven empujados
por la gran palanca social. Esas capas estacionarias que obran a
manera de impedimenta civilizadora, también constituían una fuerza que
al obrar se transformaba en instituciones complementarias que, lejos
de exteriorizar un progreso, evidencian el gran desconocimiento de las
leyes naturales y constituyen la prueba del largo trayecto que aún
tiene que recorrer la humanidad para llegar a una verdadera
civilización.
Los
hospitales,
las
casas
de
sanidad,
los
establecimientos llamados de beneficencia son otras tantas pústulas
hereditarias que acusan la infancia del cerebro incapaz de disciplinar
las necesidades, dentro del marco trazado por las leyes férreas de la
naturaleza. Allí quedaban los torturados por su propia organización,
cuyo medio defensivo era la constante imprecación contra la suerte, el
destino y la maldad de los demás, sin la menor sospecha de que el mal
heredado o adquirido radicaba en sus propias entrañas difundido en
cada una de las células de su propio tejido. Sea cual fuere su
procedencia, el rasgo originario de los que vencían y de los vencidos
tendía a borrarse, quedando en el fondo un principio idéntico: la
aspirabilidad económica; los unos por impulso propio, los otros a la
perpetua espera del impulso ajeno."
Más irónica —también más críticamente escéptica— es la versión que
propone Don Gaetano en el sainete Mustafá, de Armando Discépolo y
Rafael De Rosa:
"DON
GAETANO. —De
nada...
(A Mustafá.)
Desemula.
(Al hi¡o.)
Estamos
hablando
custamente...
(a Mustafá)
desemula
(alto)
de
to casamiento. L'estaba diciendo a do Mustafá que
il mundo se istrañará que se acáseno no hijo de italiano e na hija
de turco. "SARA. — ¿Por qué? "D. GAETANO. —Esa e la pregunta que yo
hago. ¿Per qué s'extrañará il mondo? ¿La razza forte no sale de la
mezcolanza? ¿E dónde se produce la mezcolanza? Al conventillo.
Antonce: la cuna de la razza forte es el conventillo. Per esto que
cuando se ve un hombre robusto, luchadore, atéleta, se le pregunta
siempre: ¿a qué conventillo ha nacido osté? «Lo do mundo», «La catorce
provincia», «El palo-mare», «Babilonia», «Lo gallinero». Es así, no
hay voelta. ¿Per qué a Bonasaria está saliendo esta razza forte?
Perqué éste ese no paíse hospitalario que te agarra toda la
migracione, te la encaja a lo conventillo, viene la mezcolanza e te
sáleno a la calle todo esto lindo mochacho pateadore, boxeadore,
cachiporrero, e asaltante de la madonna.
"PEPPINO.— ¡Cómo habla este viejo! "D. GAETANO. —E lo lindo ese que en
medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; tráncese co tedesco; taliano co africano;
gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá:
catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese,
romanólo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese na
Jauja. ¡Ne queremo todo! (Abrazándolo.) ¿Verdá, otomano? ... Eso que
dicen que turco e taliano so como perro e gato, maccanéano.
(Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco (El turco sigue triste, frío,
no se levanta de su silla.) Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero
amo-re, (Parece que se va a fotografiar.) "PEPPINO. — (A Sara.) ¡Qué
labia tiene mi viejo! ... Si se queda en Italia se lo traga a Orlando.
(Siguen en voz baja sus arrumacos.) "
Difícil, precaria, inestable armonía, sin embargo, que habitualmente
perturbaban los prejuicios étnicos y nacionales en el hervidero
cosmopolita de los patios conventilleros. Félix Lima ha captado uno de
estos momentos de quiebra en "Lo ha dicho l'Aquensia Stefani",
cuadrito incluido en su libro Pedrín (1923), que retrata con
previsible fidelidad las peloteras entre italianos y "turcos" durante
la guerra de Tripolitania.
"En el hall de un conventillo empotrado en la zona ítalo-turca de la
calle Reconquista. A la hora vespertina en que los inquilinos hacen
«un puquito di pulítica ternacional».
"—Siga liyendo l'otros tilegramitas dil diarios, osté que sabe de ler.
"—¡Deseguido, Scopetta! «Roma, due.
—L'aquensia Stefani dis... dismiente il..: il romor dil vara...
varamiento dil incrociatore 'Pisa' in la costa tripolitanias».
"—¡Craro! ¡Macanita di lo turco qui li mandan a Tingles di lo diario
d'lnglatera! ¡Ya verán come ¡I ducca degli Abruzzi foguétea cun
l'iscoadra toma-nas! ¡Ne para impisar cun lo bastimento dil nostro
«Vittorio Emanuele»! ¿Vamo a l'armacín a fistecar il trionfos,
cumpatriotas? ... "—E... vamo.
"Scopetta Duilio, «artillero» de la municipalidad —maniobra de noche—
y Benincasa Ercole, infante de la misma
—«primo
regimentó
di
barendieri»—
se
dirigieron
en
tren
de
demostración aguardentosa a la copistería de la esquina. Pero antes de
anclar avistaron el cajoncito de Abraham Miguel, vecino de cotorro. Y
Scopetta se le fue al abordaje.
"—¡Trionfo in toda la líneas! Tre turpidiero di ostedes a piques... lo
gran-do piróscafo di ostede ogualmente a piques... la bandiera
tricolore incima di Trípoli... coatro patachún cun mélicos di ostede
también a piques...
¡Se acabó la Turquías! "—Tudo eso istá ¡a vinte, a vinte! "—¡Altro qui
a venti! ... ¡A coaranta curpe di cañunata per minutos!
¡Fogueteamo
cun ostede! "—Atienda qui voy disir yo: Turquía tiene tanto soldado
como Alamania qui también Alamania inseñó pilear soldado turco a la
última moda. ¡Quí vaya la gracia! Italia tira pique barco nosotro istá
barco chico, piro Turquía más una dolor cabesa Italia pir la tierra.
Si quieres más noticia soldado turco prigunta cómo fue la pilea con
la Rusia. ¿Y la barco grande italiano qui fue pique la costa Trípoli?
.
. ¿Ouí desir osté, sañur, a eso? ... "—¡Macanita qui
ostede li
mandan a Cingles de lo diario inglés! "—¡Diario «Assalán» dise cierto
eso pique barco grande italiano, señor! "—¡Ma cayese
in poco,
torquito
di pacotiyas! ... L'aquensia Stefani no va disir ina cosa
per otras, ¿sabe? ... "—«Assalán» dise cierto. "—¡Gropitos, dun
Mequele,
gropitos...
¿E
la
so
hica...
agora...
cun
cuesto
dirotamiento... sará mía ante di due cuindichena? ... So foturo yernos
istá taliano, ma... ¡di almas turquitas per eyas! "—¡Hija mía no casa
italiano! ¡Antes va calle vindiendo baine, baineta, y curasen santa
Jisocristo! "—¡Sara mía como Trípoli sará d'ltalia! —rugió Scopetta
«vencitore». "—¡No tiene miedo esa paradas! ¡Si quieres algo viene
fuera! "Ruptura
de
narices
e
intervención de las potencias
extranjeras
(representadas por un chafe).
"En la comisaría 1?. "—¿Y éstos, agente, por qué me los pasa? —
averiguó el auxiliar de guardia.
"—Cosas de atualidá. señor. Resulta qu'este italiano se quiso hacer
perdis con la Tripolitania... "—¿Del turco? "—No, señor, de la hija
del turco.
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