Larra llega a un café y se sienta a escuchar las conversaciones de la gente. Empieza a escuchar hablar sobre la derrota naval turco egipcia. Todos creían que todo consistía en desalojar a los turcos del territorio. Un ex militar de por allí aseguró que todo era cosas de los ingleses que pretendían hacer del Serrallo una Bolsa de Comercio. Otro de los hombres se acercó a Larra asegurándole que todos se equivocaban y los españoles debían desengañarse. En otra mesa hablaban sobre los diarios. Un hombre comentaba que los españoles eran unos brutos escribiendo. Un compañero le animaba a escribir una carta de reclamación pero, éste le contestó que el diarista ni siquiera se merecía una carta de ese tipo ya que había nacido sin cabeza. Empezó a contar una anécdota sobre un cartel que encontró donde se leía El té de las damas y pensó que se trataba de una nueva infusión medicinal para mujeres y buscó por cafés, farmacias, lonjas, etc., sin encontrar respuesta, sólo burlas de los comerciantes hacía él. Decidió volver a leer el cartel y se dio cuenta de que realmente se trataba de una novela, lo cual le pareció disparatado ya que las mujeres españolas no bebían té y ni si quiera hablaban al tomar cualquier infusión. Se despidió pronunciando pobre España y mirando su reloj. El mozo del café se acercó a hablar con Larra y empezó a hablarle sobre un hombre que había por allí y le contó que siempre invitaba a sus compañeros para alargar un supuesta amistad pero que cuando se le acabara el dinero serían los primeros en reírse de él. Comentó también que siempre le daba propinas pero que al acercarse una pobre anciana a pedirle unos reales empezaba a decir que allá donde fuera siempre se encontraba pobres pedigüeños. Además era un gran deudor que siempre prometía al mozo pagarle las cuentas al día siguiente y nunca lo hacía. Al observar otros panoramas del café Larra decidió marcharse sin ganas de reír siquiera ya que todo aquello le parecía que el hombre vivía de sus ilusiones y según las circunstancias. 1