España, siglo XVII. Desde 1621 hasta 1665 reina Felipe IV,... representa el inicio claro de la decadencia en España.

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España, siglo XVII. Desde 1621 hasta 1665 reina Felipe IV, un rey sin empuje, sin personalidad y que
representa el inicio claro de la decadencia en España.
En la Europa del siglo XVII se encadenan diferentes hechos históricos de suma importancia para la historia
de España, de Madrid y del propio Capitán Alatriste.
Lo más importante que aconteció en el siglo XVII fue la Guerra de los Treinta Años. Su precedente es que la
hija del rey de Inglaterra, Jacobo I, se casó con Federico, príncipe alemán del territorio cuya capital era
Heidelberg, que aceptó la corona de Bohemia enfrentándose con el emperador austriaco y envolviendo a
Inglaterra en la Guerra de los Treinta años. El rey de Inglaterra quería evitar entrar en guerra y pensó que lo
mejor era aliarse con España casando a su hijo Carlos con la infanta María, hermana de Felipe IV. Para ello
mandó a España al príncipe de Gales con el propósito de concertar la boda, lo cual fracasó. (Este hecho se
puede ver en la novela, es el hecho en torno al cual gira todo el destino del Capitán Alatriste). Tras ello
concertó alianzas con los holandeses y con Francia con el fin de entrar en la Guerra de los Treinta Años
aunque al final no participó directamente. Esta guerra, para el Imperio germánico representa el definitivo
asalto contra el poder centralista de Europa que defendían los Habsburgo. Al empezar los conflictos en
Alemania, España intervino en la guerra en ayuda de la casa de Austria o Habsburgo. En el comienzo de la
guerra, ésta fue favorable a España hasta la batalla de Nördlingen (1634) y a partir de este momento Francia
entra en guerra contra España y las tropas españolas sufren la derrota en la importante batalla de Rocroi que
fue la primera derrota en la historia de los tercios españoles y la última batalla en una guerra internacional en
que ha participado España. Tras los desastres de las tropas españolas, la casa de Austria buscó el final de la
guerra que fue la Paz de Westfalia (1648) que supuso el final de la hegemonía de los Habsburgo y de España,
reconociendo la independencia de Holanda. La guerra entre Francia y España se mantuvo durante once años y
terminó con la Paz de los Pirineos (1659) en que España perdió territorio en los Países bajos, el Rosellón, y
parte de la Cerdaña. A partir de entonces, España deja de ser una potencia mundial y lo pasa a ser Francia
(siglos después lo será Inglaterra y un siglo más tarde Estados Unidos de América).
En este contexto −el principio del fin− se desarrolla la historia del Capitán Alatriste. España era la potencia de
Europa, es decir del mundo civilizado, en España se vivía miserablemente, en Madrid abundaba la miseria con
los grandes contrastes sociales y el Capitán, que había sido un héroe, era un simple espadachín a sueldo.
El tiempo de la novela es el siglo XVII y el espacio es Madrid.
España en el siglo XVII era un inmenso imperio que empezaba a desintegrarse. Históricamente se ha dicho
que el declive comienza con el fracaso de la armada invencible. El país está empobrecido, la monarquía está
deteriorada y el prestigio internacional se tambalea. En el país se produce las importantes rebeliones de
Cataluña y Portugal en 1640; se evidencia la desmoralización y el desaliento y se difunde el espíritu de la
derrota. El reinado de Felipe IV es uno de los más largos de la historia de España pero carecía del genio de sus
antecesores, se ejercía el poder burocráticamente y al mismo tiempo que aparece la decadencia se muestran
unas frivolidades en la corte que causan espanto en los historiadores de hoy.
La misma institución del abandono del poder por el rey y su delegación en una persona de confianza llamado
privado o valido, demuestran la poca categoría de los monarcas, aunque en aquel tiempo era impensable un
gobierno que no fuera monárquico. Si se comparan los validos españoles con la categoría del cardenal
Richelieu o Mazzarino, se comprende la sustitución de la hegemonía española por la francesa. Son pintorescas
las relaciones escritas de etiquetas y protocolos como etiquetas de la casa de Austria o las ordenanzas de
Rodríguez Villa de 1651.
El período entre el Renacimiento y el Barroco, la "Edad Dorada" de España, realmente se extendió durante
dos siglos, el XVI y el XVII, y es la etapa gloriosa de las Artes y las Letras españolas. La novela alcanzaría su
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nivel más alto de expresión con Don Quijote de Miguel de Cervantes y otros géneros españoles como la
novela picaresca con el Lazarillo de Tormes. Fue también una época dorada para la poesía. Dos grandes
figuras de los siglos XVI y XVII fueron Luis de Góngora, cuyo estilo difícil y complejo derivaba
originalmente de un movimiento latinizante, el "culteranismo", y Francisco de Quevedo, maestro del
"conceptismo".
El teatro es otro género que también alcanzó un gran nivel, se creó un teatro moderno que daba gran
importancia a los personajes, su personalidad y el texto. La obras dramáticas ya no se pusieron en escena en
los alrededores de las iglesias después de la creación de los "corrales de comedias", algunos de los cuales
todavía existen, como el de Almagro (Ciudad Real). Durante el Siglo de Oro toda manifestación teatral era
conocida como "comedia", salvo los autos sacramentales. El público acudía a la comedia, aunque lo que se
representaba fuera un drama o una tragedia. Las representaciones se organizaban en función de determinadas
normas; la temporada comenzaba el domingo de resurrección y terminaba el miércoles de ceniza. Estaba
prohibido fumar, por el riesgo de incendio. Su duración estaba entre cuatro y seis horas. La estructura de una
función era: loa, primera jornada (acto), entremés, segunda jornada, jácaras o mojigangas, tercera jornada y
baile final. Los hombres y mujeres no podían sentarse juntos. Los hombres ocupaban el patio (en gradas
laterales, bancos en el patio y de pie) y las mujeres en la grada de las cazuelas. El único sitio donde se les
permitía estar juntos era en los aposentos de los corredores, además, la entrada a los niños estaba prohibida. El
precio era de diferentes entradas: una a la entrada, otra para la hermandad o beneficiario y otra para sentarse.
Dos de las figuras más características de los corrales eran: el mantenedor del orden, un mozo del lugar que
templaba los ánimos de todos aquellos que se exaltaban; el apretador que, al no existir un aforo determinado,
todo el que pasaba tenía derecho a sentarse y él ordenaba los asientos. A los corrales de comedias podían
asistir los habitantes del pueblo, como los nobles o incluso el rey.
Felipe IV, hijo de Felipe III y Margarita de Austria alcanzó el trono en 1621, tras la muerte de su padre. Se
casó dos veces, una con Isabel de Borbón en 1615 y la segunda con Mariana de Austria en 1648. De estos
matrimonios nacieron doce hijos, sólo tres de los cuales sobrevivieron: María Teresa, Margarita y Carlos II.
Tuvo además un hijo ilegítimo, don Juan José de Austria (1629), con la actriz María Calderón, alias "La
Calderona", aunque no fue oficialmente reconocido hasta 1642. El objetivo prioritario de su mandato fue
restaurar el poder del trono, el cual había sufrido un perjuicio considerable en el reinado anterior. Delegó su
poder en el primer ministro o valido conde−duque de Olivares (1621−1643). Uno de los grandes problemas de
su reinado fue la guerra con Francia que se inició en 1635. Fue un carísimo conflicto que aumentó la crisis de
la monarquía, obligada a recurrir a la venta de privilegios, parte del patrimonio de la Corona y a donativos. La
gran necesidad de fondos aumentó, además, la presión sobre una nobleza ya endeudada, sobre la que recayó la
leva de tropas y la defensa del reino, mientras que era alejada de la Corte por Olivares. Si bien el desarrollo de
la guerra fue en principio exitoso (Nordlingen, 1634; Fuenterrabía, 1638), las medidas tomadas para
sufragarla provocaron las revueltas de catalanes y portugueses (1640) y costaron el puesto a Olivares (1643).
En su lugar, se formó un gobierno de emergencia, tutelado por Felipe IV, quien ya no dio el mismo poder a
ningún valido. A pesar del cambio de gobierno, los problemas continuaron. La guerra seguía y con ella la gran
presión fiscal, que desembocó en una nueva quiebra en 1647. Las malas cosechas, además, provocaron
revueltas en Castilla (1647−52 y 1655−57) y Nápoles (1647). La guerra con Francia se había vuelto
insostenible, por lo que se hizo un cambio de política (paz de Munster, 1648; paz de los Pirineos, 1659). Más
tarde el rey pudo recuperar parte del prestigio y confianza perdidos e intentar en los últimos años de su
reinado la recuperación de Portugal (Elvas, 1658; Vila Viçosa, 1665). Falleció el 17 de septiembre de 1665,
dejando tras de sí una monarquía en crisis y con su autoridad fuertemente discutida por nobles, ciudades y
regiones.
El conde−duque de Olivares nació en Roma en 1587. Sus padres eran Enrique de Guzmán y María de
Pimentel y Fonseca, condes de Olivares, pertenecientes a una rama menor del linaje Medinasidonia y
dedicados a la atención del rey. La previa muerte de sus hermanos y la de su padre, en 1607, le dejó al frente
del mayorazgo y el título nobiliario, por lo que fijó su residencia en Sevilla. Se casó con Isabel de Velasco y
ello le permitió entrar en el círculo cortesano, al ser su esposa dama de honor de la reina Margarita. En Sevilla
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se dedicó al mecenazgo de artistas y literatos, pero en 1615 ingresó en la corte al servicio del príncipe, futuro
Felipe IV. Desde su posición se ganó el favor del mismo. En 1621, ya con Felipe IV como rey, fue nombrado
sumiller de corps, y un año después alcanzó el cargo de caballerizo mayor, desde donde tenía un poderoso
control sobre la corte. Ya en 1623, en la visita del príncipe de Gales (capítulo sobre el cual gira la novela),
Olivares es el valido del rey. Desde su cargo de valido obtuvo una gran fortuna; su predecesor Lerma había
hecho lo mismo. Agregó extensos territorios a sus posesiones, rentas y títulos. Era personalista y ambicioso y
en muchas ocasiones organizó juntas para sustituir a los consejos de gobierno y fijó su posición jerárquica
entre éstos y el rey. Para asegurar su poder y control político, se apoyó en las grandes casas aristocráticas. En
plena crisis institucional, con una monarquía desacreditada y unos reinos de España que habían perdido la
hegemonía en Europa, Olivares estableció un programa − Gran Memorial− para recuperar el poder del rey,
fuertemente cuestionado, y el prestigio de la monarquía como institución. Pero el desprestigio de su gobierno
le hizo ser contestado, hasta el punto que, en varias ocasiones, casi fue depuesto, especialmente durante la
enfermedad Felipe IV en 1627. Sólo su habilidad para desenvolverse en el ambiente cortesano le hizo
aguantar en su posición. Previa a su caída, la victoria de Fuenterrabía le proporcionó un último momento de
gloria, si bien se realizó mediante recursos extraordinarios que ahondaron más si cabe en la crisis de la
Hacienda real. En 1643 fue destituido por Felipe IV, y se retiró a Loeches y posteriormente a Toro,
falleciendo en 1645.
El pueblo de España y, en especial, el de Madrid vivía bajo el reinado de Felipe IV. Era una época de
desesperación, pobreza, desastres y desgracias. La nobleza pasaba sus días sin preocupaciones, acatando la
apariencia como un aspecto más de la vida social. El trabajo era algo despreciable para ellos y, por lo tanto,
nunca trabajaban. En aquella sociedad, la picaresca y vida ilegal era lo más corriente. El contraste es que,
externamente, España era una gran potencia que poco a poco se iba desintegrando.
La sociedad del siglo XVII estaba basada en el régimen estamental en la que todos los ciudadanos no eran
iguales ante la ley. En la cúspide de los estamentos estaba el Rey y después los privilegiados, que eran la
nobleza y el clero. Los que no gozaban de los privilegios de éstos formaban el pueblo llano, muchos de ellos
eran pícaros, delincuentes, trotamundos de la vagancia... Los nobles estaban exentos de pagar impuestos, no
acababan en la prisión por no pagar sus deudas y en el caso que fueran a la prisión, no iban a la misma que el
pueblo llano o, en numerosas ocasiones, cumplían su pena en sus propias casas. Este estamento también
estaba jerarquizado. En primer lugar estaban "Los Grandes de España", generalmente de sangre real, grandes
propietarios terratenientes que gozaban de enormes fortunas que contrastaban, drásticamente, con la mala
situación de amplios sectores de la sociedad. Los marqueses, duques, condes, también solían poseer tierras y
gozaban de rentas importantes. Tanto éstos como los Grandes vivían en la corte. Los caballeros formaban una
clase media. Aunque generalmente poseían rentas suficientes para poder vivir sin trabajar, en muchas
ocasiones ejercían oficios municipales. Y en último lugar los hidalgos, nombre que en un principio recibían
todos los nobles pero que después se reservó a aquellos que carecían de fortuna, ocupaban el escalón bajo de
esta pirámide. Estos hidalgos que, aunque pobres, se negaban a trabajar porque el trabajo manual no era
digno de su rango, fueron a menudo ridiculizados por los escritores de la época.
Aunque en principio la pertenencia a la nobleza era una cuestión de sangre, muchos burgueses o campesinos
con fortuna suficiente consiguieron comprar títulos nobiliarios a una corona siempre necesitada de dinero.
En los ideales de convivencia en la España del XVII, el honor, como queda dicho, y la religión católica, con
no pocas contradicciones y poder de control e imposición, ocupan un lugar importante. La religión es un
sistema articulado que organiza la vida y está siempre presente Hay una religiosidad popular que se manifiesta
en multitud de formas y costumbres arraigadas de fiestas y ritos, de prácticas de la vida diaria y especialmente
en la devoción a santos y vírgenes, que llenan España de fiestas, ermitas y romerías
.
La iglesia postridentina se esfuerza, por su parte, en organizar la piedad popular por los cauces de ceremonias,
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sacramentos, catequesis...
El clero también gozaba de privilegios económicos y como la nobleza, se podía dividir en alto clero y bajo
clero. Los miembros del primero solían provenir de la nobleza y tenían riquezas personales además de
administrar la fortuna de la Iglesia. El bajo clero casi siempre vivía en la pobreza.
La Iglesia no era más que una abstracción, ya que estaba constituida por multitud de unidades de muy distinto
significado, desde el más opulento monasterio o arzobispo al cura de aldea que en numerosas ocasiones
experimentaba dificultades similares a las de sus feligreses para subsistir. El número de clérigos era mayor del
que se precisaba para una adecuada asistencia religiosa de los fieles, debido a la existencia del clero regular.
El Clero Regular estaba compuesto por monjas y frailes católicos que vivían en conventos o monasterios bajo
la disciplina de la orden a la que pertenecían, por el contrario, el Clero Secular estaba constituido por
sacerdotes católicos no sujetos a votos religiosos ni a reglas de instituto religioso o monacal y fueron los
encargados de administrar las parroquias adscritas a los obispados o diócesis, cuyo titular era el obispo. Los
efectivos del clero secular se mantuvieron estancados o descendieron a lo largo del siglo, pero en casi todos
los países disminuyeron los del clero regular, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVII, ya que fue este
sector el que concitó los principales ataques de los ilustrados.
Los personajes de la novela son realmente pintorescos, no obstante reflejan claramente la sociedad de la
época. En primer lugar el Capitán Alatriste.
Diego Alatriste y Tenorio, bautizado Capitán Alatriste al sobrevivir a una misión suicida en el cerco de
Jülich, durante la guerra de Flandes, de la que sólo salieron vivos dos hombres, es el reflejo del espadachín a
sueldo de la sociedad del siglo XVII. Según cuenta el narrador, Iñigo de Balboa, el Capitán fue un soldado
veterano de los tercios de Flandes, pero terminó como delincuente con capa, sombrero de ancha pluma y
espada. Es un hombre característico, luce un ancho bigote, es delgado, tiene los ojos claros y una mirada clara
y fría. Es muy inteligente e irónico. La ironía le lleva a bromear sobre cualquier asunto, aunque sea «feo, muy
feo». Es soltero aunque en ocasiones coquetea con Caridad la Lebrijana dueña de la taberna del Tuerto, donde
el Capitán se reúne con sus amigos, entre ellos Francisco de Quevedo. Tiene enemigos poderosos, sobre todo
después de la aventura narrada en la novela, y amigos también poderosos como el conde de Guadalmedina, al
que salvó la vida en el desastre de los Querquenes (1614). Tiene como tutelado a Iñigo de Balboa y Aguirre.
Iñigo de Balboa es el narrador de la historia del Capitán. Su padre fue Lope Balboa, el otro hombre que
sobrevivió a la misión suicida en el cerco de Jülich. El Capitán juró a su compañero hacerse cargo de su hijo y
cumple su promesa sobre 1622. Iñigo se va a vivir con el Capitán a Madrid. En ese momento tiene doce años
y se convierte en el chivo expiatorio del Capitán, al que salva la vida en varias ocasiones. Es un joven muy
inteligente pero se enamora de su más «dulce, peligrosa y mortal enemiga», Angélica de Alquézar. Mientras
tanto sirve al Capitán como súbdito y casi como hijo.
Otros personajes característicos de la novela son tan importantes en la historia de España como lo fue Felipe
IV. Entre ellos destacan Francisco de Quevedo, Lope de Vega y Diego Velázquez, que conoce al Capitán
cuando aún es un joven muchacho, pintor de poca monta.
Los amigos del Capitán son: el Licenciado de Calzas, abogado y contertulio de la taberna del Turco y
consejero de Alatriste y sus amigos en cuestiones de justicia. Caridad la Lebrijana, amante ocasional del
Capitán. Dueña de la taberna del Turco donde sirve bebida y comida a sus clientes además de alquilar
habitaciones, una de las cuales arrenda el Capitán junto con Iñigo de Balboa. Mendo el Toscano, Dómine
Pérez, que enseña latín a Iñigo de Balboa, Juan Vicuña, el tuerto Fadrique y Sebastián Copons son también
asiduos a la taberna del Turco y así, amigos del Capitán.
Al igual que el Capitán Alatriste tiene muchos amigos, enemigos no le faltan, especialmente después de el
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conflicto con los dos ingleses que se narra en esta novela. Luis de Alquézar, es uno de ellos y el tío de
Angélica de Alquézar. Se inclinó por la muerte de los dos ingleses, contraviniendo las órdenes del
conde−duque de Olivares y poniéndose de acuerdo con Fray Emilio Bocanegra, presidente del Tribunal de la
Inquisición, que contrató a Alatriste para asesinar a los dos ingleses y, al desobedecer éste sus órdenes, planeó
en diferentes ocasiones su eliminación. Gualterio Malatesta es uno de los más peligrosos enemigos del
Capitán, es un excelente espadachín a sueldo al servicio de Luis de Alquézar. A consecuencia de la manera de
actuar de Alatriste sobre el modo de realizar el asalto contra el príncipe de Gales y el duque de Buckingham,
se convierte en su enemigo mortal.
¿Cómo opinar sobre El Capitán Alatriste? Es una novela muy recomendable, aquella persona que tiene el
honor de leerla, cae en las redes del autor y termina la saga completa sin decir ni una sola palabra
desagradable de ella. La realidad, las aventuras, el suspense, el amor y la imaginación se unen en un sólo libro
(en toda la colección) mezclándose como colores. Además de una historia de aventuras, se ve una clara
descripción de la sociedad del siglo XVII, teniendo pequeñas, pero indiscutibles, preferencias por la clase
humilde. La clase adinerada también forma parte esencial de la obra, la nobleza y el clero, que muestran su
parte más generosa y la más ruin al mismo tiempo. ¿Cómo escribir la opinión personal? Es algo complicado,
no se puede expresar en palabras la sensación que produce esta obra en el interior de cada persona y mucho
menos en uno mismo.
El Capitán Alatriste transmite en cada palabra lo que quiere mostrar el autor, la cuestión es saber captarlo o
no. El lenguaje, a pesar de que el autor intenta hacer hablar a los personajes como se hablaba en el siglo XVII,
es sencillo, puesto que el lector es de la época actual. Además, ambientar la obra es algo muy difícil y el autor
consigue recrear el pasado de una manera impensable. Describe cada rincón, cada metro, cada palmo del
suelo, de las esquinas... con cuidado y de manera organizada, para esto, Pérez−Reverte acude a su hija Carlota
que según él «corrió una parte nada desdeñable de las tareas de apoyo logístico». Según el propio
Pérez−Reverte: «Recrear semejante escenario suponía un desafío y una tarea muy divertida». Cuando
alguien lee El Capitán Alatriste, la sensación de intervenir es imparable, es decir, cada personaje, cada
situación parece real. El hecho de cerrar el libro y salir a la calle es ya emocionante pues da la sensación de
encontrarse al Capitán en cualquier rincón del casco antiguo de Madrid. Según avanzan los capítulos de la
novela, parece que el lector es uno más de los amigos del Capitán. Es también muy importante, igualmente
que la excelente redacción del autor, la importante labor de las aventuras; la novela avanza y es imposible
dejarla apartada para hacer cualquier otra cosa. Ella está ahí, llamándote y reclamando su derecho a
conquistarte. Lo consigue. Realmente, lo consigue.
Bibliografía:
• Historia de España, editorial Salvat, tomo cuarto
• Historia universal, editorial Noguer · Rizzoli · Larousse
• Geografía e historia de España, grupo Edetania
• Geografía e historia de España, Vicens−Vives
• www.artehistoria.com
• www.CapitánAlatriste.inicia.es
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