HISTORIA DEL EDIFICIO. Fue mandado construir como residencia familiar por García de Barrantes-Cervantes, miembro del Consejo Real de Felipe III y sobrino de Gaspar Cervantes de Gaete, cardenal y gran coleccionista de arte del Renacimiento. Las obras estuvieron a cargo del maestro cantero García Carrasco, autor de trabajos tan destacados como el Palacio de Santa Marta en el propio Trujillo o la iglesia de Santa Clara en Mérida. Su realización marcó el final del esplendor de la arquitectura trujillana del siglo XVI, época en que la ciudad se enriqueció con extraordinarios edificios nobiliarios y religiosos. Así, en 1618 las obras se daban por concluidas. No obstante, el ambicioso proyecto que las animó no llegó a culminarse, lo que le confirió su peculiar aspecto inacabado. En 1674 Gregorio Bejarano de Orellana y Cervantes, propietario del edificio y heredero de García BarrantesCervantes, contrajo matrimonio con Juana María Jirón y Núñez Vela, quinta marquesa de Sofraga, por lo que también es conocido como Palacio de los Marqueses de Sofraga. De esta época se conservan documentos que dan testimonio de la gran colección de muebles de taracea, vajillas, tapices y obras de arte que decoraban sus dependencias. Su vida de residencia nobiliaria alcanzó la primera mitad del siglo XX, época en la que sufrió alteraciones interiores que permitieron alojar una imprenta en su planta baja mientras el resto fue destinado a viviendas en alquiler. En esta disposición entró en el último cuarto del siglo para, después de dos décadas de abandono, ser adquirido por la Fundación “Obra Pía de los Pizarro” con ánimo de convertirlo en sede de su proyecto social y cultural para el siglo XXI. ARQUITECTURA Y REHABILITACIÓN. Ideado como casa nobiliaria situada en un entorno rural, respondía a un amplio programa que no llegó a completarse, lo que dio origen a su aire inconcluso y decadente. Su exterior, de estilo manierista, proyecta tres fachadas sencillas y asimétricas en las que se abren ventanas y balcones que proporcionan ritmo y belleza. Entre ellos destaca el balcón de esquina, pieza extraordinaria, considerada como la más importante de tales características, con su vano flanqueado por columnas corintias de fuste acanalado, pináculos piramidales rematados en bolas y el escudo de armas de la familia en su parte superior. La puerta de carruajes, con dintel y jambas de granito de una pieza, las tres mayores en la arquitectura de la ciudad, constituye el segundo de los importantes elementos arquitectónicos del edificio. Está coronada por elegantes motivos vegetales que enmarcan un gran escudo familiar. Otros motivos heráldicos se reparten por las fachadas dando a éstas un aspecto noble y refinado. El interior se distribuye en tres plantas en las que amplios espacios cerrados por potentes muros, bóvedas de arista y cañón, y forjados de madera se van sucediendo, enriqueciéndolo con múltiples soluciones. Aquí se halla otro de sus valiosos elementos arquitectónicos, la magnífica escalera de husillo, de granito, delicadamente tallada y rematada en cubierta con una cúpula hemiesférica propia de la arquitectura local de la época. De todo ello resulta un conjunto ambicioso, inacabado y personal, donde elementos de gran valor artístico y arquitectónico conviven con otros de modesta factura. El largo periplo vital, el abandono del último cuarto del siglo, y el cambio de uso motivado por su adquisición por la Fundación “Obra Pía de los Pizarro” plantearon la necesidad de actuar sobre él. Actuación que se trazó con dos objetivos fundamentales: la recuperación del edificio original y la adaptación de los espacios resultantes a los nuevos usos requeridos. Para llevarla a cabo se recurrió a la intervención de Francisco Jurado Jiménez, arquitecto responsable de actuaciones tan importantes como las del Acueducto de Segovia, de la Mezquita de la Luz en Toledo o del conjunto de San Jerónimo el Real de Madrid. La recuperación de la arquitectura del siglo XVII se ha logrado con la puesta en valor de sus valiosos elementos arquitectónicos y ornamentales, y la recuperación de los espacios originales. Consolidación de muros y bóvedas, restauración de canterías y forjados de madera, y recuperación del mecanismo de las carpinterías han sido las principales actuaciones realizadas. En el exterior se culminaron las fachadas con la cornisa ausente en la ejecución original, se pintaron de un elegante blanco roto, y se limpiaron y restauraron los elementos pétreos. La coherencia entre la racionalidad de sus espacios y la funcionalidad requerida se ha conseguido resolviendo los conflictos con arriesgadas propuestas que no han hecho sino acrecentar el valor arquitectónico. Entre ellas destaca el traslado del ingreso principal a la puerta de carruajes, desde la que se accede al patio. Éste se ha resuelto con una original estructura de vidrio que cierra el espacio permitiendo la entrada de luz natural y regalando unas espectaculares vistas del casco histórico. Tiene también gran importancia la sala de conferencias, espacio singular en el bajocubierta, cerrado por una estructura de madera que recrea la quilla invertida de un barco. El resultado es un conjunto de gran personalidad en el que se percibe la actualidad de la arquitectura nobiliaria local de finales del XVI y principios del XVII, y donde los nuevos elementos se integran como en un mosaico.