formap7: © Equipo Provincial de Pastoral Escuelas Pías de España, Tercera Demarcación JESÚS DE NAZARET Introducción Israel en tiempos de Jesús situación política situación socioeconómica situación religioso-cultural grupos religiosos Jesús: testimonios extrabíblicos Jesús: testimonios bíblicos los testimonios bíblicos historicidad de los evangelios de los evangelios a Jesús Notas Bibliografía Introducción Con el presente cuadernillo intentaremos adentrarnos en la persona y mensaje de Jesucristo. No es fácil resumir lo esencial del tema en tres breves folletos. Por ello forzosamente el intento se quedará corto (aconsejamos, por tanto, el uso de alguna sencilla Cristología, que ofrecerá sin duda una visión más completa ).1 Este primer cuadernillo, Jesús de Nazaret, nos introducirá en la cuestión del acceso al Jesús histórico; el segundo, la buena nueva del Reino, es una apretada síntesis del núcleo del mensaje de Jesús; el tercero, Jesús el Cristo, se centrará en Cristo como realidad de fe creída y anunciada en la primera comunidad cristiana a partir sobre todo del hecho de la Resurrección. El presente tema pretende acercarnos al personaje de Jesús de Nazaret, intentando comprender la problemática histórica que lo rodea. Constará de tres partes: - la primera nos acercará a la realidad del Israel del s. I (todo personaje debe ser comprendido en su contexto histórico), - la segunda es un rápido rastreo por los testimonios extrabíblicos sobre Jesús, - la tercera es una aproximación al personaje desde los testimonios del Nuevo Testamento. 1. Israel en tiempos de Jesús 1.1.- La situación política. Palestina formaba parte del Imperio Romano, aun cuando mantenía respecto a éste una cierta autonomía. Al nacer Jesús, el rey de Palestina era Herodes el Grande. Cuando éste murió, en el año 4 a.C., el reino se dividió entre sus tres hijos, con el beneplácito del emperador Augusto: Herodes II Antipas heredaba Galilea y el sur de la Transjordania, Filipo asumía el mando de la Transjordania a la altura del lago de Galilea; Arquelao sería el etnarca de Judea y Samaria, pero por poco tiempo, ya que debido a su crueldad, Augusto lo desterró en el año 6 d.C. A partir de entonces Judea y Samaria estarían bajo la supervisión de un gobernador romano que solía vivir en Cesarea marítima y que, ocasionalmente y en las fiestas de la Pascua, bajaba a Jerusalén. Este gobernador o procurador dependía del legado imperial de Siria, representante del emperador que disponía, asimismo del mando militar de la zona. El procurador debía mantener el orden en su territorio, cobrar los impuestos y administrar justicia en los casos en que los tribunales locales judíos no eran competentes, como era el caso de la pena de muerte (ius gladii). El sistema tributario era opresivo. Existía un impuesto por los productos del campo (tributo soli) y otro sobre las personas (tributo capiti) que debían pagar todos los habitantes del Imperio. Estos impuestos iban a parar al tesoro público de Roma. Además, los diversos reyezuelos locales, vasallos de Roma, exigían un tributo por el transporte de mercancías de una provincia a otra. La labor recaudatoria la realizaban los publicanos. Su rapacidad, unida a su colaboración con el Imperio les granjearon el odio de la población. En Judea el gobierno auténtico de la región estaba ejercido por el Sanedrín, presidido por el Sumo Sacerdote, que era nombrado, no sin ciertas limitaciones, por el gobernador romano. En los años que van del 26 al 36 d.C. el puesto de gobernador lo ocupó Poncio Pilato. Según una carta enviada por Herodes Agripa I, reproducida por Filón, era un individuo intransigente, duro, cruel y avaricioso. La crueldad de este procurador será la causa de que fuera depuesto en el año 36, al reprimir violentamente una insurrección en suelo samaritano. 1.2.- Situación socio-económica. En la Palestina del siglo I la riqueza provenía de la agricultura, la industria y el comercio. El trigo era fundamental en el cultivo agrícola judío, así como la cebada con la que se hace el pienso para los animales y el pan de los más pobres. Se cultivaban los olivos, la vid, los higos...Por los campos también se podían encontrar rebaños de ovejas y vacas, que servían de alimento para los más pudientes, además de ser utilizados en los sacrificios rituales del Templo. En Samaria y Judea las explotaciones eran pequeñas, de tipo familiar; por el contrario, en Galilea la tierra estaba repartida entre unos pocos latifundistas emparentados con el rey o con comerciantes ricos que compraron la tierra. La única gran industria existente en Palestina era la de la construcción, bajo los auspicios del Estado. El Templo empleaba unos 18.000 albañiles que lo estuvieron construyendo desde el año 20 a.C. al 64 d.C. Según avanzaban las obras los que quedaban desocupados se empleaban en la pavimentación de las calles de Jerusalén y en la construcción de sus murallas. Hacia el año 20 d.C., Herodes construye la ciudad de Tiberiades en Galilea y fortifica Séforis. Existían también talleres artesanales de lanas, sedas, alfarería; había familias que se dedicaban a la pesca en el lago de Galilea. En Jerusalén tenía lugar una gran actividad comercial, siendo punto de encuentro de grandes vías comerciales. Debido al impuesto que todo judío debía pagar al Templo, éste se constituyó en el centro de la vida económica de Israel; es ahí donde se articulaba la gran industria de la construcción y los principales pactos comerciales, por lo que la nobleza sacerdotal y laica vivía en el lujo y el derroche. El Templo se convirtió en la institución financiera que polarizaba y dinamizaba toda la vida del país. Esta situación económica marca una situación social en la que encontramos estos estratos: los que tenían en sus manos la riqueza del país, los que vivían de su trabajo artesanal y los que se mantenían con su pequeña porción de tierra o vendiendo su trabajo como jornaleros. Por debajo de estos estratos se encuentran los esclavos paganos y extranjeros, y todos los marginados debido a su enfermedad o defectos físicos (leprosos, ciegos, lisiados...) Éstos, junto a los marginados sociales, son mendigos y vagabundean buscando quien les dé una limosna o roban para poder comer. 1.3.- Situación religioso-cultural. El judaísmo es una religión y una cultura. En sus libros se encuentro no sólo la revelación de Dios al pueblo, sino también una cosmovisión, es decir, una forma de ver al hombre, la sociedad, el universo, la historia y a Dios. El Templo era esplendoroso, el oro hacía allí su presencia abundantemente. En él se celebraba un culto diario, consistente en dos sacrificios, uno por la mañana y otro por la tarde. El Templo se sostenía con las aportaciones de los judíos de todo el mundo, que pagaban anualmente un impuesto equivalente a dos días de jornal. Los sacerdotes constituían un círculo cerrado que poseía el derecho a ofrecer los sacrificios. Según la Ley sólo los descendientes de Aarón podían oficiar en el culto sacrificial del Templo. El sacerdocio formaba una clase sacra, que debía mantener determinadas normas de pureza ritual. El número de sacerdotes era tremendamente elevado, por lo que se estableció un sistema de rotación para oficiar en el Templo. El Sumo Sacerdote, elegido de entre los miembros de unas familias muy concretas, era (bajo la supervisión del gobernador romano) el jefe político y religioso de la nación. A su alrededor se agrupaba la aristocracia sacerdotal. Los escribas o letrados educan al pueblo en las sinagogas. Ellos interpretan la Ley a partir de las tradiciones y proponen una forma de vivir. Tienen una enorme influencia sobre la gente, que les trata con mucho respeto llamándoles “rabí” (maestro, señor). 1.4.- Los grupos religiosos. En la Palestina de este tiempo existían diferentes modos de interpretar y vivir la Ley. a) Los saduceos se consideraban descendientes de Sadoc, Sumo Sacerdote en tiempos de Salomón. Es el grupo al que pertenecían las grandes familias sacerdotales y nobles de Jerusalén. Muy conservadores en lo religioso, sólo admitían como Escritura Sagrada los libros del Pentateuco. Sus intereses y su ideología estaban vinculados al Templo. Representaban a la clase dominante y eran colaboracionistas con el Imperio romano. Convencidos de la retribución temporal, pensaban que sus riquezas eran un premio de Dios, que les permitía disfrutar en vida por sus buenas obras. No admitían la resurrección, ni participaban de las expectativas apocalípticas. b)Los fariseos originalmente formaban parte de los “piadosos” (“hasidim”) que se oponían a la nobleza y aristocracia israelita que comenzaba a helenizarse en cuanto a las costumbres. De este grupo originario surgirán también los zelotes y los esenios. Los fariseos fueron perseguidos en diversos momentos por su oposición al poder, pero en tiempos de Jesús habían recuperado su prestigio y la mayoría de los letrados que pertenecían al sanedrín procedían de este grupo. Socialmente estaba formado por miembros de la clase media, es decir, fundamentalmente artesanos y comerciantes. Para el fariseo la ley es el eje de la historia santa, la que da identidad al pueblo. Una ley interpretada a la luz de numerosos preceptos y mandatos que provienen de la tradición y que la convierten en una normativa a observar escrupulosamente. Así se preocupaban de pagar el diezmo (el diez por ciento) de los frutos de la tierra y de mantenerse puros, evitando el contacto con cosas o personas impuras, ya fuese por su mala conducta o por padecer alguna enfermedad (por ejemplo la lepra). A pesar de que representaban un 10% de la población (eran unos 6.000) su influencia era inmensa. Estaban organizados en comunidades, con sus propias sinagogas y con reglas precisas de admisión. Estaban en oposición a los saduceos. c) Los esenios no vienen mencionados en el Nuevo Testamento. Se agrupaban en comunidades separadas del resto de la población. El centro más importante se situaba en torno al Mar Muerto, en Qumram. La comunidad estaba formada por gente sencilla, sin embargo, también la integraban algunos letrados y sacerdotes que dirigían la comunidad. Los esenios del Qumram eran un grupo de sacerdotes descontentos con la relajación en la que había caído el sacerdocio y el Templo. Habían roto con el judaísmo oficial, se habían retirado al desierto y se consideraban el verdadero Israel. Su fundador había sido una grande y enigmática personalidad llamada “Maestro de Justicia”. Estaban influenciados por las ideas apocalípticas y por la visión dualista del mundo y de la historia. Seguían una serie de normas de purificación, practicaban la comunión de bienes, había miembros célibes, tenían reglas de ingreso y una especie de noviciado. Aguardaban la manifestación del Mesías y preparaban el futuro a través de una vida separada y santa. Al final, cuando Roma imponga su fuerza, lucharán junto con los zelotes hasta el final. d) Los zelotes , fervorosos defensores de la Ley y de la santidad del Templo. Promovían la lucha armada contra los romanos. Su presencia se dejó sentir sobre todo cuando Roma intensificaba su opresión. Su tesis era tajante: ¡libertad por las armas! Los romanos les perseguían como terroristas, mientras el pueblo les aclamaba como héroes. 2.Jesús de Nazaret Para afrontar la figura de Jesús de Nazaret, lo primero que hemos de hacer es confiarnos a los testimonios históricos de su vida y su mensaje. Tenemos a nuestra disposición dos grupos de testimonios escritos: el primero es de los testimonios extra-bíblicos el segundo es el de los testimonios bíblicos o cristianos, es decir, el Nuevo Testamento. 2.1.Algunos testimonios extra-bíblicos En lo que respecta a los testimonios extra-bíblicos no es difícil comprobar enseguida cómo el “hecho” Jesús ha sido testimoniado desde el inicio por la historiografía del tiempo. Igualmente es necesario notar que en los testimonios extra-bíblicos la referencia a Jesús de Nazaret está siempre mediada por la referencia al movimiento nacido de Él. Lo que la historiografía oficial del mundo romano -la “historiografía oficial”- conoce y testifica es el hecho de que, ya al final del siglo I y después en el II, de modo creciente, se manifiesta una identidad religiosa distinta de la hebrea: un movimiento que se remite a este personaje, en conjunto bastante misterioso, que no ha tenido una gran incidencia en la historia oficial, pero que ha dado vida a una “religión” que ha tenido una difusión rápida. “Cristianos”, derivado de su nombre, Jesucristo, son llamados los fieles de esta nueva religión.2 Entre estos testimonios se pueden citar algunos más significativos. El primero es del año 112, y es la famosísima carta de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, en la actual Asia Menor, al emperador Trajano. El gobernador Plinio, en su región, entra en contacto con un grupo de cristianos, y no sabe cómo comportarse con este nuevo movimiento. Escribe, entonces, al emperador Trajano, diciéndole que los partidarios de esta religión están “habituados a reunirse en un día establecido, antes del alba, para alabar a Cristo como un dios”. El segundo es del 116, y es de un historiador de confianza del mundo romano, Tácito, que en sus Annales cuenta el famoso incendio de Roma, provocado por Nerón. Él mismo nos dice que Nerón, que probablemente está en el origen de este incendio, para desviar las acusaciones sobre él, las habría hecho recaer sobre aquellos que Tácito llama los “crestianos” (mostrando su conocimiento poco profundo de la tradición hebrea, porque confunde el término mesiánico “Cristo” con el nombre propio, conocido en Roma, de “Cresto”). Refiriéndose a este movimiento, precisa: «Ellos tomaban su nombre de Cristo, que había sido ajusticiado por el procurador Poncio Pilato bajo el imperio de Tiberio. Frenada de momento, esta dañina superstición volvía a difundirse no sólo a través de Judea, en donde tuvo su origen, sino también en la Urbe, donde confluyen y son aplaudidas todas las cosas más vulgares e ignominiosas». Lo importante de este testimonio es que poseemos una referencia precisa sobre aquello que, también desde el punto de vista de la fe cristiana, es un dato fundamental del Nuevo Testamento: la muerte en cruz de Jesús, bajo Poncio Pilato. El tercero se remonta al 120: Suetonio, otro gran historiador romano, habla de un episodio acaecido a los cristianos bajo el emperador Claudio. En Roma los cristianos y algunos judíos habían sido expulsados porque mantenían un continuo y áspero litigio entre ellos. La comunidad hebrea, que en la Urbe era una comunidad muy consistente, a partir de un momento dado se había visto dividida en facciones contrapuestas, los judíos y los cristianos, hasta el punto de que el emperador había decidido expulsar a los más perversos. Tenemos así conocimiento de las dificultades que encontró el movimiento cristiano en relación con la tradición hebrea. También Suetonio, llama a Jesús “Cresto”: mostrando una vez más no sólo la ignorancia acerca de la tradición hebrea, sino también la poca importancia que se le daba a este personaje histórico. Un último documento, de origen judío, es de aquel famoso historiador hebreo que es Flavio Josefo, hombre de gran cultura, que llegó a ser secretario del emperador Tito, y que contando con una gran conocimiento de la historia hebrea, había sido llevado a Roma por este último, como consejero en cuanto se refería a las cuestiones de Palestina. En la “Antiquitates judaicae”, Flavio Josefo habla de Juan Bautista (que presenta como “hombre bueno, que exhortaba a los judíos a llevar una vida virtuosa y a practicar la justicia recíproca y la piedad hacia Dios, invitándoles a acercarse juntos al bautismo”), y también se refiere a Jesucristo: «En este tiempo vivió Jesús, hombre sabio. Era autor de obras maravillosas y maestro de aquellos hombres que acogen con alegría la verdad y se atrajo a muchos judíos y también a muchos griegos. Siguiendo las acusaciones de nuestros notables fue condenado al suplicio de la cruz por Pilato, pero aquellos que antes le habían amado no cesaron de amarlo. Los divinos profetas habían predicho esto sobre Él y muchísimas otras cosas maravillosas. También hoy existen aquellos que, siguiendo su nombre, se llaman cristianos». Del conjunto de estos testimonios extra-bíblicos no es que averigüemos mucho, puesto que Jesús no fue un personaje relevante para el mundo de entonces. Comenzó a serlo sólo a través del movimiento iniciado por Él, y a través de las progresivas consecuencias que este movimiento generó en la cultura y en la configuración social de la época. 2.2.- Los testimonios bíblicos. Los evangelios. Junto a estos testimonios extra-bíblicos, tenemos el Nuevo Testamento. Una vez comprobado que los primeros nos dicen tan poco sobre el personaje histórico de Jesús, obviamente la única puerta de acceso a Él que nos queda es el Nuevo Testamento y, de modo particular, aquellos que conocemos en la tradición cristiana como los cuatro evangelios. El Nuevo Testamento está formado por otros escritos, pero éstos no consideran directamente el personaje histórico de Jesús, sino más bien el movimiento que nació de Él, y de formas diversas testimonian la vida, los problemas, la doctrina, las convicciones de este movimiento (la Iglesia). Pero se plantea un problema fundamental: el del acceso a la historia de Jesús de Nazaret a través de los evangelios. ¿Por qué es un problema? Porque está claro que los testimonios de los cuatro evangelios son testimonios históricos mediatizados por la fe de los cristianos, y está escritos por creyentes que reconocen en este personaje al Mesías, más aún, al Hijo de Dios. a . La crítica a la historicidad de los evangelios Hasta 1700, en la tradición occidental europea que, por su conocida historia ha sido una tradición completamente impregnada por la tradición cristiana, se ha creído en la historicidad fundamental de los textos evangélicos, tal como se presentan. Por tanto, al leer cada evangelio, tanto el simple cristiano como el hombre de cultura ha creído durante siglos y siglos estar frente a la crónica rigurosa de los acontecimientos de la historia de Jesús, de forma más o menos ordenada.. Pero a finales del XVIII se han comenzado a plantear interrogantes serios sobre la historicidad de los evangelios. Una primera serie de interrogantes nacía de que, al comparar entre sí las narraciones de los cuatro evangelistas, se podía notar que había discrepancias desde el punto de vista histórico y narrativo: tanto es así que algunos datos no sólo no coincidían, sino que estaban además en conflicto unos con otros. Esta ha mostrado cuán difícil era entender los evangelios como una obra de carácter histórico-cronístico, en el sentido clásico del término. Una segunda, más profunda y radical, ha nacido de algunos autores que, a partir del Iluminismo, se sitúan fuera del horizonte de la fe: entre los más famosos recordamos, por ejemplo, a Reimarus, Renan, Strauss... La pregunta fundamental era ésta: la reconstrucción de la figura y de la actividad de Jesús de Nazaret, que se nos presenta en los evangelios, ¿no parte del “prejuicio” de su mesianidad y de su divinidad? Por tanto, dado que estos evangelios han sido escritos por creyentes, ¿no supone quizá esta visión un condicionamiento para una exacta y objetiva reconstrucción histórica de la actividad de Jesús de Nazaret? Más aún: ¿no puede haber sido la creencia en la divinidad de Jesús de Nazaret una invención de los primeros creyentes? De este modo algunos han concluido que se ha asumido a este personaje histórico, que ciertamente existió (si bien no ha faltado quien sostuvo que se trata de un personaje absolutamente fantástico, o a lo sumo, mitológico), pero que tenía otros propósitos muy distintos a los de mostrarse como Hijo de Dios, y se le ha aplicado, reconstruyendo su historia, esta presunción o este ideal que se tenía precedentemente, fruto de la eterna ansia humana de salvación, más aún, de participación en una vida divina e inmortal. Se comprende cómo esta doble serie de interrogantes, tan palpitantes, haya afectado un a toda la cultura occidental desde finales del XVIII: primero el Iluminismo, sobre todo francés, después, en el XIX, la escuela idealista alemana (derecha e izquierda hegeliana), después la escuela positivista y al final la escuela marxista. Desde esta perspectiva, estos autores han intentado reconstruir, partiendo de sus posiciones, una vida de Jesús históricamente objetiva, científica, rechazando como condicionada por un prejuicio la visión dada por los autores evangélicos. Todo esto ha traído consigo una verdadera y propia “revolución historiográfica” en lo referente al problema del llamado Jesús histórico. Y desde el punto de vista de los teólogos y los exégetas cristianos, ¿cómo se ha respondido a este desafío tan importante y decisivo? Porque, si los evangelios están viciados por este prejuicio, como dicen estos autores, no se puede concluir más que la fe cristiana está construida sobre fundamentos que vacilan, más aún, que son del todo inexistentes. b.- Las fases de la redacción de los evangelios. En realidad, el desafío lanzado a la fe cristiana se ha mostrado provechoso y enriquecedor. Dejando a un lado las fases y los protagonistas del rico y encendido debate que ha caracterizado nuestro siglo (desde la contraposición de R. Bultmann entre Jesús histórico y Cristo pascual, al redescubrimiento del Jesús histórico por los llamados postbultmanianos, hasta la fundamentales investigaciones exegéticas de H. Schürmann y de toda una serie de biblistas contemporáneos), podemos decir que hemos advertido que efectivamente, para acercarse a Jesús de Nazaret, era necesario tener, junto a la aproximación de la fe, también una aproximación historiográficamente seria y metodológicamente fundada; y que de hecho era posible reconstruir las fases históricas al hilo de las cuales habían sido escritos los mismos evangelios. En particular, los estudiosos han puesto de relieve que, desde el punto de vista historiográfico y exegético, en la formación de los evangelios era necesario distinguir al menos tres fases: Una primera fase se remonta a la misma existencia histórica de Jesús. Él, como otros muchos personajes históricos de gran altura (pensemos por ejemplo en Sócrates), no escribió, sino que usó para su enseñanza el método que era conocido normalmente en las escuelas rabínicas de su tiempo: trasmitir oralmente, a través de la enseñanza, las doctrinas fundamentales de la fe hebrea o -como en el caso de Jesús- los puntos centrales de su mensaje. En esta primera fase contemporánea a Jesús, el grupo de discípulos que se formó en torno a Él, por decirlo de algún modo, registró mnemotécnicamente los rasgos fundamentales de su existencia. Aquel grupo de personas que estuvieron con Jesús durante el período de su predicación, tuvieron una relevancia particular para el movimiento histórico que se ha referido a Él, porque fueron testigos oculares, y si queremos, auriculares, de su predicación. Tenían impreso en la memoria (y en la vida) el testimonio de su enseñanza y de sus gestos, que después pondrán por escrito. La segunda fase, en cambio, debe remontarse al período posterior a la muerte de Jesús. Tras ésta, tenemos el fenómeno del nacimiento del movimiento que a Él se remite: nace la que conocemos como la primitiva comunidad cristiana. El acto fundante de esta comunidad es la fe en la resurrección de Jesús. En esta primitiva comunidad cristiana los testigos históricos de la actividad de Jesús, los apóstoles, trasmiten a la comunidad la enseñanza de Jesús. En este segundo momento histórico, se forman, naturalmente, esquemas que recogen la predicación de Jesús y los puntos fundamentales de su existencia, casi una síntesis de su mensaje y de su vida. Estos esquemas eran utilizados por el movimiento cristiano en tres contextos principales: el culto (y en particular la eucaristía), la predicación y la catequesis. En estos tres contextos encontramos el nacimiento y la difusión de algunos esquemas y colecciones de predicación, de oración, de catequesis, cada vez más ricos y completos. El tercer momento, que cuaja todo lo sucedido hasta ahora, consiste en la redacción verdadera y propia de los evangelios. Nace de la exigencia de presentar orgánicamente la actividad de Jesús de Nazaret y su mensaje, mucho más en cuanto que poco a poco van faltando los testigos oculares directos, mientras que el movimiento cristiano se está ya difundiendo en áreas cada vez más alejadas de la Palestina originaria, y alcanza a personas que nada conocen no sólo de Jesús de Nazaret, sino ni siquiera de la tradición de Israel.3 Nace entonces la redacción de los evangelios que poseen una finalidad primera de anuncio de la “buena noticia” cristiana, si bien, por esto mismo, representan el espesor histórico del “hecho” Jesús además de su definitivo significado a partir de la resurrección. Precisamente porque los evangelios han pasado por estas tres fases, podemos decir con fundamento que, teniendo en cuenta los elementos atribuibles (en lo posible) a cada una de ellas, es posible acceder a la historia de Jesús de modo seguro. c. De los evangelios a la historia de Jesús. Ahora teniendo en cuenta que, más allá de las críticas hechas en la época moderna, los evangelios son testimonios históricos dignos de consideración y que podemos recorrer, a grandes líneas, su formación, cuando nos acercamos a la lectura de los evangelios para reconstruir históricamente la actividad de Jesús, debemos tener presentes dos cosas fundamentales: 1.- Es evidente que en la redacción final de cada evangelio se encuentran mezclados los tres estratos que hemos recordado. El texto que poseemos es un texto que hemos de leer en profundidad, teniendo en cuenta sus distintos niveles. Y, efectivamente, podemos encontrar, a través de determinadas técnicas literarias, lingüísticas e históricas, los elementos que se remontan al primero, al segundo o al tercer estrato4. Para poner un ejemplo solamente, tomemos el término con el que Jesús se dirige al Padre, el término arameo “Abbá”. En el Nuevo Testamento se encuentra sólo tres veces de esta forma (Mc 14,36; Rm 8, 15; Ga 4, 6). Pero, sin embargo, podemos decir que se remonta a Jesús (por tanto al primer estrato) porque: - es típico de Jesús para expresar su relación singular y particularmente íntima con Dios, incluso porque -probablemente- este apelativo era propio del lenguaje común y familiar; - en la comunidad cristiana después de la resurrección de Jesús, no se utiliza, porque el mensaje de los apóstoles no se concentra tanto (de modo inmediato) sobre el Padre y sobre la llegada de su Reino, sino sobre Jesús que ha resucitado. Y más tarde se mueve en un ambiente cultural progresivamente helenista, que no conoce el hebreo, y mucho menos el arameo. Sólo Pablo retoma este término para decir que los creyentes tienen una relación con Dios que es similar, más aún, que es igual a la que Jesús tiene con el Padre: por esto “recupera” intencionadamente aquel modo único e inusual de dirigirse a Dios. Por tanto, podemos concluir que el término “Abbá” fue usado típicamente por Jesús. Un discurso análogo se puede hacer a propósito del anuncio central hecho por Jesús -el del “Reino de Dios”-, y de otros temas y acentos típicos de su predicación. 2.- El segundo punto fundamental a destacar es que leyendo los evangelios tal como los poseemos, nos situamos en el punto de vista de la comunidad que cree en la resurrección de Jesús. Entonces, ¿qué debemos hacer para reconstruir históricamente la figura de Jesús? Debemos tener presente, por una parte la perspectiva en la que se sitúa la comunidad cristiana (por consiguiente la resurrección), por otra, debemos -por así decir- poner metodológicamente y provisionalmente este punto entre paréntesis, para acceder a la historia de Jesús. Porque lo que a nosotros primariamente nos interesa es intentar acceder al “primer estrato” del testimonio de los evangelios. La conclusión es que, teniendo en cuenta la historia del texto evangélico y por consiguiente también la estratificación presente en la actual redacción, podemos reconstruir precisamente, remitiéndonos de modo diversificado a los diferentes estratos de la formación de los evangelios: - las líneas fundamentales del mensaje de Jesús; - de su praxis, o sea, de su modo de actuar; - de su itinerario histórico; - de su misma autoconciencia. Esto lo podemos hacer prescindiendo en cierto modo de la lectura de fe post-pascual, la lectura que la comunidad cristiana hizo a partir de la clave de comprensión definitiva del significado de la existencia de Jesús, constituida por la Pascua. De esta forma nos es posible seguir en vivo la génesis y el camino de la fe de los discípulos: cómo descubrieron progresivamente la identidad y el significado del mensaje de Jesús, según el itinerario y la pedagogía que Él mismo les propuso. ----------------------------------NOTAS 1 Recomendamos, por ejemplo las Cristologías de W.Kasper, B.Forte o P.Coda. 2 Según los Hechos de los Apóstoles fue «en Antioquía donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos» (11,26) 3 A propósito de la sucesión cronológica de la redacción de los evangelios, la crítica -con alguna oscilación- está de acuerdo en estos datos: el primero en ser redactado es el evangelio de Marcos, antes del año 70; siguen, tras el 70, respectivamente Mateo y Lucas; por último, para algunos en los 90 y para otros alrededor del año 100, el evangelio de Juan. Los tres primeros evangelios (los “sinópticos”= cuya estructura puede ser comparada en paralelo en una única “ojeada”) muestran evidentes afinidades: la teoría más defendida hoy (de las “dos fuentes”), mantiene la hipótesis de que Mateo y Lucas siguen por un ladoa Marcos, y por otro, otra fuente (“Q”, del alemán “Quelle”= fuente), además, obviamente, del material propio de cada uno. Juan representa una lectura teológica más profunda y unitaria, pero sólidamente enraizada en la historia de Jesús: no sólo en el sentido de que relata con precisión detalles y referencias históricas de forma a menudo más precisa que los sinópticos, sino también porque lee siempre en profundidad (se diría “con transparencia·”) el testimonio originario del anuncio y de la historia de Jesús. 4 En particular, los estudiosos han precisado algunos criterios fundamentales que permiten remontarse al primer estrato, a la predicación y a la praxis del Jesús histórico. Recordemos cuatro de ellos, retomando la formulación que ha ofrecido R.Latourelle (A Jesús el Cristo por los evangelios, Sígueme, Salamanca 1986): -Criterio de testimonio múltiple:”Se puede considerar como auténtico un dato evangélico sólidamente atestiguado en todas la fuentes de los evangelios y en los otros escritos del Nuevo Testamento”. -Criterio de discontinuidad:”Se puede considerar como auténtico un dato evangélico que no puede reconducirse a las concepciones del judaísmo o a las concepciones de la iglesia primitiva”. -Criterio de conformidad:”Se puede considerar como auténtico un dicho o un gesto de Jesús que esté en estrecha conformidad, no sólo con la época y el ambiente de Jesús, sino además y sobre todo que sea íntimamente coherente con la enseñanza fundamental, con la esencia del mensaje de Jesús, es decir, la instauración del reino mesiánico”. -Criterio de explicación necesaria:”Si, ante un conjunto considerable de datos que exigen una explicación coherente y suficiente, se ofrece una explicación que ilumina y agrupa armónicamente todos esos elementos, podemos concluir que estamos en presencia de un dato auténtico”. Conviene, en cualquier caso, tener en cuenta que estos criterios no se deben absolutizar, ni usar uno contra otro, sino de forma convergente y, sobre todo, sobre la base de la coherencia y unidad de fondo -según los casos- de la historia y la ensñanza de Jesús. Bibliografía CODA, P., Dios entre los hombres (breve cristología), Ciudad Nueva, Madrid, 1993 (Al que hemos seguido en este cuadernillo) LATOURELLE, R., A Jesús, el Cristo, por los evangelios, Sígueme, Salamanca, 1986 LÉON-DUFOUR, Los Evangelios y la historia de Jesús, Estela, Barcelona, 1966 Para la reflexión y el diálogo 1.- Comentar los aspectos que más os hayan llamado la atención (novedades, aclaraciones...) 2.- ¿Cómo crees que se situaría Jesús respecto a los distintos grupos religiosos de su época? 3.- Tras recorrer el contexto histórico de Jesús ¿qué aspectos de su vida y su mensaje se comprenden ahora mejor? 4.- ¿Cómo responderíais a alguien que opinara que Jesús no existió, sino que ha sido una invención de la Iglesia? 5.- ¿En qué creéis que os puede ayudar el conocer la investigación histórica acerca de Jesús? 6.- ¿Cómo explicaríais a los chavales de vuestro grupo el nacimiento de los evangelios?