Portadoras del rumor de Jesús Dolores Aleixandre rscj Todo empezó por un rumor: hacía poco que yo había hecho los votos, vivía en una casa de mi congregación en Madrid (muy grande y con un enorme jardín), tenia veintitantos años, trabajaba dando clases en el colegio y estaba encantada de ser monja. Acababa de empezar el Concilio, pero aún estábamos lejos de los vientos de renovación de la vida religiosa y aún seguíamos en la onda de "lo que siempre se ha hecho". La verdad es que por aquel entonces no me producía ningún sobresalto escuchar frases de este tipo: "hay que salvaguardar la dignidad religiosa", "la clausura protege la vida de intimidad con Dios de los peligros exteriores", "comportarse de una manera demasiado humana puede perjudicar al espíritu religioso"... Un día, en el recreo de comunidad (éramos unas 60), la Superiora nos contó que había venido a verla una religiosa de una nueva congregación, las Hermanitas de Jesús, que acababan de llegar a Madrid y querían saber si podían venir a hacer sus días de retiro en nuestra casa. Se hicieron preguntas: "¿Tienen algún colegio o son sanitarias?" "¿Dónde han abierto su casa?" "¿Cuántas son? "¿Cómo es el hábito?"...Asombro general ante las respuestas: "Son sólo tres. Viven en una chabola en el suburbio de "La Bomba", no tienen ninguna obra apostólica, trabajan como la gente, en fábricas o haciendo limpiezas. Por su tipo de hábito y el pañuelo que llevan en la cabeza más parecen traperas que monjas...Cuando he visto marchar a la que ha venido a verme, ya de noche, sola, tan joven y envuelta en una capa que no parecía abrigarla mucho del frío, he sentido cierto Me quedé un poco perpleja pero me olvidé pronto del asunto. Sólo cuando llegó hasta nosotras el huracán de la renovación conciliar y la nueva teología de la vida religiosa, volvió a mi memoria aquel recuerdo. En mi vida y en !a de mi congregación cambiaron muchas cosas y los cambios iban en la línea de lo que las hermanitas habían iniciado. Comenzamos a descubrir que antes que religiosas teníamos que ser mujeres (y Hta. Madeleine recomendaba a las hermanitas de ser "humanas entre los humanos.") Nos dimos cuenta de que había que relativizar muchas de las "reglas de modestia" que nos habían inculcado y luego leí en el Boletín verde : "No se te pedirá en nombre de la modestia religiosa que vivas con los ojos bajos, sino que los abras bien para ver a tu lado todas las miserias y también todas las bellezas de la vida humana y del universo entero. Desterrarás las actitudes austeras y distantes, esforzándote en mostrarte siempre sonriente, amable, de buen humor y animada, para que tu alegría exterior dé testimonio de Aquel que es autor de toda alegría, manantial de toda felicidad". Estrenamos un nuevo modo de relación con la familia y descubrimos el tesoro de la amistad (algo a lo que también exhortaba Hta. Madeleine: "No se te pedirá, en nombre del amor a Cristo, dejar de querer a tu familia. Se te dirá también que hagas crecer la amistad humana y no se te pedirá destruir tu juicio, ahogar tu personalidad o negar ni disminuir tus talentos"), Perdimos el miedo a ser nosotras mismas, algo a lo que ya hacia mucho había animado ella: "La humildad es la verdad y un talento es, sobre todo, un don de Dios dado por él para que lo hagas fructificar. (...) Desarrolla al máximo tu personalidad para ponerla al servicio de Cristo, no trates de entrar en el mismo molde, trata de buscar y descubrir tu orientación persona! para realizarla en el marco de la vocación común de las Hermanitas de Jesús...". Dejamos atrás la clausura porque la misión recobró toda su fuerza, y era lo que también decía aquella mujer profética: "Deberás vivir tu vocación contemplativa en el corazón de las masas humanas". Con el tiempo me he dado cuenta de que aquel mínimo grupo de hermanitas llegadas a España en la década de los 50, eran sin saberlo portadoras de un rumor que más tarde fue creciendo y se dejó oír en las ventanas ahora abiertas de los conventos (o al menos en muchos de ellos...). No venía en forma de documentos normativos, ni de conferencias sabias, ni de directrices emanadas de arriba: llegaba a nosotros con la simplicidad de quien no da lecciones, pero ofrece una manera de estar en el mundo. No enseña ni se impone, pero lleva dentro tal fuerza evangélica que de pronto la masa fermenta y no sabes cómo. El rumor se fue abriendo camino mansamente, como ocurre con las cosas del Reino, se convirtió en una voz con autoridad y en un clamor que invitaba con urgencia al cambio y a la renovación en la dirección del Evangelio. Por eso me ha resonado tanto lo que dice J. Moingt sobre "el rumor de Jesús" en su precioso libro El hombre que venia de Dios y que resumo aquí, dejando al lector ir haciendo el paralelo con lo que supuso el "rumor" de la llegada de las hermanitas. Rumor, según el diccionario, es un ruido confuso de gente reunida repentinamente por algún acontecimiento imprevisto; noticia de fuente incontrolada que se difunde de boca en boca, a menudo cargada de sospechas ante la opinión pública. El origen de la fe en Cristo estuvo en el rumor que llevaba y transmitía el anuncio de la resurrección, Después de su muerte, sus antiguos fieles estaban escondidos y aparentemente todo había terminado, pero algunos habían captado con sorpresa ruidos extraños; unas mujeres, unos discípulos habían encontrado su tumba vacía, o visto un ángel que les había dicho que Jesús había resucitado, sin comprender muy bien lo que aquello significaba, algunos afirmaban incluso que lo habían encontrado y reconocido. Pero esos ruidos amortiguados no suscitaban, por lo general, sino incredulidad en los grupos de discípulos y no se hablan infiltrado entre el público. Una mañana en que los judíos piadosos venidos de todo el mundo celebraban la fiesta de Pentecostés, la noticia del retorno de Jesús a la vida estalla a plena luz, con la instantaneidad y el ruido aterrador de un huracán. Sus discípulos lo anuncian con una seguridad tranquila y triunfante, como un acontecimiento libre de toda sospecha y del que todos son testigos globalmente. La noticia se difunde con la rapidez de una llama y la ciudad se llena de mil ruidos confusos en todas las lenguas. El asunto de Jesús vuelve a comenzar, del mismo modo que lo había hecho algunos años antes a orillas del Jordán, donde Juan bautizaba. El rumor no tarda en ser experimentado como amenazante por aquellos que habían dirigido el proceso contra Jesús: detienen a los apóstoles, los encarcelan, les prohiben hablar en nombre de Jesús...La opinión pública se vuelve contra los nuevos predicadores a quienes acusan de no observar las antiguas leyes, comienza la persecución y las comunidades se dispersan. Pero el rumor de Jesús no se detiene a pesar de todo. Los discípulos, perseguidos en un lugar, se van a otro; de una familia al vecindario, de ciudad en ciudad, de la sinagoga a la plaza pública, de una comarca del Imperio a otra más alejada, el rumor no cesa de propagarse e inflarse. En todas partes produce las mismas conmociones, unas veces amenaza y otras es amenazado, pero encuentra materia para crecer hasta en los contra-rumores que enciende. La resurrección de Jesús no era sólo "contada", él mismo era sobre todo "anunciado" como el que tenía que venir y todo el mundo esperaba, llevado por el Reinado de Dios y llevándolo él, anunciado como el hombre futuro, que viene del futuro y es el futuro del hombre, iluminando el camino del futuro a todos porque él mismo está sumergido en la luz de los tiempos futuros . A medida que pasaban las generaciones, se esfumaban los recuerdos y testimonios directos sobre Jesús, pero había otra fuente que no dejaba de alimentar el rumor de Jesús en el interior de las comunidades cristianas y difundirlo en el exterior: la lectura de los evangelios. Leyéndolos se aprendía quién era Jesús, lo que había dicho y hecho y hacían que la gente continuara hablando y haciendo hablar de él: la intensidad de la relación que había anudado con todos los excluidos, seguía dando deseo y fuerza para romper cadenas. La claridad liberadora de su enseñanza removía las mentalidades y las viejas costumbres. El hacia posible un futuro diferente para todos los humanos, abierto a una comunicación libre y fraternal entre todos, porque defendía la causa de los oprimidos, se hacía compañero de los que no tenían interlocutor y daba la palabra a los que estaban desposeídos de ella. Ese rumor ha llegado hasta nosotros y gracias a él nos es posible presentir que nuestro propio destino también está representado en él y la palabra de Jesús es portadora de una fuerza de liberación destinada a nosotros. En el rumor que se difunde en torno a él, el mensaje de Jesús no es inseparable de su persona y constitutivo de su fama. Un mensaje no es un programa de enseñanza, es una contraseña; un rumor no refiere el detalle de todo un discurso. No moviliza a las muchedumbres en torno a una enseñanza, sino que transmite una llamada clara, breve e imperiosa; "Convertíos, está cerca el Reinado de Dios". Un reinado que está obrando invisiblemente en la historia y en los corazones, como una semilla que un hombre ha echado en tierra y que crece ya duerma, ya vigile, como la levadura que una mujer mezcla con la masa. El Dios de que habla Jesús es el Dios del perdón, a quien le gusta que se acuda a él como acuden los niños a su padre. Perdonar a los demás, dar a los que se encuentran en necesidad, acoger a los pequeños. Su mensaje levanta esperanza, hace posible e! acceso al Reino de los que se sentían indignos de él, pero es desconcertante porque destruye seguridades y es profundamente desestabilizador: los últimos serán primeros y los primeros, últimos (Me 10,31). Su novedad absoluta es atrayente para unos e inquietante para otros: es preciso reaprender completamente todo el "camino de Dios" en su escuela, como un niño pequeño (Me 10,5). En esa tarea de "reaprender el camino" estamos todos, y hoy es un deber de amistad reconocer y agradecer et impulso que muchos de nosotros seguimos recibiendo para ello de la Fraternidad. Y expresarle también la seguridad de que nuestra oración y cariño las siguen acompañando para que puedan seguir siendo entre nosotros "portadoras del rumor de Jesús".