La televisión, una máquina de reproducir acontecimientos IGNACIO RAMONET Después de Timisoara muchos periodistas se quedaron en guardia: no se les iba a volver a pillar en otra así. No obstante, con la guerra del golfo, hemos podido constatar que se producían los mismos errores. Al punto de tener derecho a preguntarnos si de verdad es posible salir de un sistema de información que nos ha conducido en el pasado a la mentira de Timisoara, y hoy a reproducir los mismos errores en torno a Kuwait. Dicho esto, es cierto que si se necesitó cerca de un mes para que los periodistas se formularan las primeras interrogantes en el día después de la revolución rumana, en el caso del golfo, ya con mayor rapidez, a la segunda semana del conflicto, el audiovisual en particular se decidió a dedicar programas enteros a los problemas que originaba la información. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Creo que hemos cobrado conciencia de que se ha modificado la jerarquía de los medios de comunicación. Hasta ahora, el papel principal recaía sobre la prensa escrita, principalmente debido a su seriedad. Hoy en día, ya resulta incontestable que es la televisión la que marca el tono. Mientras que hasta hace poco los periodistas encargados de elaborar el telediario de las ocho de la tarde se referían esencialmente a los periódicos de la tarde para diseñar la conformación de su propio programa, elegir el temario y dar prioridad a la información, ahora se ha producido exactamente lo contrario. Se puede decir que tras los diversos acontecimientos de 1989: Rumanía, la caída del Muro de Berlín, la plaza de Tienanmen, la televisión, al imponer un golpe emocional muy violento, ha obligado a la prensa escrita a escribir a la cola de esta emoción. De ahora en adelante la primera plana de los periódicos recogerá los grandes temas que haya podido imponer la televisión, y por consecuencia, no harán mención jamás, o casi nunca, de aquellos sobre los cuales la televisión no hable. Esta nueva jerarquía de los medios resulta muy importante para quienes deseen entender el caso de Timisoara. En efecto, ¿qué es lo que se pudo constatar en diciembre de 1989 en Rumanía? Que los jefes y los periodistas en la sala de redacción habían preferido creer las imágenes de los cadáveres apilados que nos presentaba la televisión, sobreponiéndolas a la opinión de sus propios corresponsales que, destacados en el lugar, dudaban de la existencia de esa carnicería. En pocas palabras, la televisión ha logrado imponer la idea de que se puede estar mejor informado aquí mismo, sin necesidad de salir de una sala de redacción, que estando destacado en el lugar donde ocurre la acción. Segunda lección que se desprende de estos acontecimientos de 1989, y de la guerra del golfo. Hemos podido obtener la medida de la actualización de la televisión. Es hoy por hoy el medio más rápido, más ágil, más universal. Hasta el presente era apenas lógico reconocer que la televisión, tal como la utilizamos en nuestros hogares, era un instrumento tecnológicamente rudimentario. Por ejemplo, totalmente incapaz de captar las cadenas periféricas de Francia como se puede hacer con un simple transistor. Excepto, claro está, que se pueda disponer de una antena parabólica o del cable, pero esto, en Francia al menos, sigue siendo aún privilegio de una minoría de la población. Ahora bien, dejando aparte este aspecto desventajoso de la televisión, la cobertura del golfo nos ha hecho cobrar conciencia de que puede ser un medio autónomo, ágil en su manejo, que puede llegar a 1 transmitir desde los sitios más diversos, más alejados, más insólitos del planeta. Para resumir, diría que por una parte la televisión se ha impuesto como el medio de comunicación más rápido y más eficaz, y que por la otra, le ha arrebatado el poder a los otros medios, obligándolos a someterse a una actitud de seguidores. Para volver al caso de Rumanía, diría entonces que si está claro que resultamos víctimas de una manipulación de orden político, no hemos reflexionado aún lo suficiente sobre la realidad de que el instrumento-televisión puede producir, por el mero hecho de su propio funcionamiento, este tipo de desviación, este tipo de dificultad. A1 ceñirse demasiado a la actualidad, la televisión termina por confundir actualidad con información. Fascinado por el directo, por la posibilidad de transmitir en tiempo real, el periodista de televisión no cuenta ya con el mínimo espacio, con la menor capacidad de cobrar perspectiva para analizar aquello mismo que está viendo. Sin embargo, la labor de un informador no consiste solamente en contemplar lo real, informar significa recibir un cierto número de datos, implica también analizarlos, recuperarlos, filtrarlos para seguidamente volver a darles forma. Los periodistas existen precisamente para eso. Jamás deben contentarse con ser simplemente el hilo conductor o rayo láser que transmite la información. Sin embargo, a partir del momento en que la máquina permite la captación y la transmisión simultánea de un hecho, ya no es información lo que se transmite en tiempo real, es simple y llanamente la reproducción de un acontecimiento. Esta ruptura tecnológica importante es la que permite el análisis del fenómeno de Timisoara. Ahora bien, hasta el momento actual, para comprender lo que pasó en Rumanía, es necesario utilizar criterios de tipo sociológico o político. REGLAS DE JUEGO PRECISAS Desde este punto de vista, el golfo viene a respaldar el mismo análisis. En particular, el triunfo de la CNN. Porque a pesar de los considerables esfuerzos realizados por todas las cadenas de televisión, no se puede dejar de constatar la supremacía de la CNN. La televisión de Atlanta logró imponer su propio ritmo, sus imágenes, su punto de vista. ¿Por qué? Porque precisamente la CNN cuenta con esa clase de estructura que ha sido organizada desde un principio para conducir la nueva tecnología de medios que acabamos de describir. No se trata ya de una máquina para reproducir información, sino de una máquina para reproducir acontecimientos. Recapacitemos un momento sobre la historia de la televisión. ¿Qué es lo que podemos comprobar? Que cada vez que ha realizado un salto cuantitativo, ese adelanto se halla directamente relacionado con la ocasión de un gran acontecimiento deportivo. Los juegos Olímpicos, el Torneo de las cinco Naciones, el Mundial de fútbol, la vuelta ciclista de Francia: la celebración de cada uno de estos espectáculos deportivos se ha traducido en el aumento del parque de televisores. ¿Cómo se puede explicar esto? Yo diría que la televisión funciona sobre una promesa, sobre un mito fundador: el de la ubicuidad. La televisión constituye la realización de esta antigua promesa, de poder estar aquí y en otro lugar al mismo tiempo. O sea, poder saber qué es lo que ocurre más allá sin salir de la propia casa. Cuando la televisión retransmite un partido de fútbol en directo, para que el espectador sea partícipe de lo esencial, no importa que se encuentre en el campo o en el salón de su casa. No 2 va a saber mucho más sobre el partido porque se encuentre presenciándolo en el propio estadio. Es este modelo del directo el que fundamenta la televisión. Pero atención, cada deporte tiene sus reglas de juego precisas. A1 comenzar un partido el espectador sabe cómo se va a desarrollar, cuánto tiempo va a durar, cuáles son las reglas que hay que cumplir, y cuáles son las sanciones. El deporte en general tiene una narrativa muy fuerte: el hilo de la historia se pude seguir sin dificultad alguna. En un partido de fútbol o de rugby es suficiente que la cámara no deje de seguir al balón. Allí donde esté el balón está la acción. Aquellos que puedan ver los desplazamientos de la pelota pueden ver el partido en su totalidad. Es esta lógica, este modelo, el que ahora la máquina televisiva ha llevado al terreno de la información. La información era ya un espectáculo. El programa informativo de la noche por televisión estaba organizado como una ficción con su dramaturgia, sus personajes, su suspense. Su modelo de representación era el de las películas hollywoodienses, la novelesca espectacular elaborada por la máquina Hollywood, con sus estrellas (los presentadores), sus temas fuertes y la mezcla de géneros (amor, humor, muerte). Desde hace poco, ese modelo ha pasado a ser el deporte; la vida, la política, constituyen toda una serie de confrontaciones; en ellas existen los ganadores y los perdedores. La información será describir un partido. Ahora bien, la CNN está organizada para dar cuenta de este tipo de partidos. Y si ha invertido tanto en la guerra del golfo, es porque según la concepción de la cadena, en el fondo, una guerra se presenta globalmente como un partido. Hay dos equipos, se marcan tantos, y hay un terreno dividido en dos campos. LOS PERIODISTAS RECONOCEN SU PROPIA INUTILIDAD En términos más generales, y según mi opinión, el año 1989 marca una ruptura en la historia de los medios de comunicación. Con la repercusión a nivel de todo el planeta de tres acontecimientos: la primavera de Pekín, el muro de Berlín y Rumanía, tres acontecimientos ligados al derrumbe del sistema comunista. Tres acontecimientos que han conmovido las sacrosantas rejillas de programación de nuestras televisiones. De repente, se ha considerado que la información puede resultar tan emocionante, tan apasionante, tan palpitante, como para poder desbordar lo que se consideraba su marco habitual. Sobre todo, esta conmoción en la conformación de la programación de la información, ha dado fuerza a la idea de que simplemente es suficiente ver un acontecimiento para comprenderlo. De la misma manera que basta seguir el balón para comprender el desarrollo del partido, resulta suficiente seguir a la televisión a través de los acontecimientos de Pekín, de Berlín o de Rumanía, para poder observar la revolución, para comprender la historia en marcha. En aquiescencia con esta idea, ha ocurrido que los mismos periodistas se han anulado. Han reconocido su propia inutilidad, ya que bastaba con hacer rodar una cámara para que la historia se desarrollara frente a los ojos de los telespectadores. Se han visto reducidos, o ellos mismos se han reducido, a ser tan sólo comentaristas a la manera de los periodistas deportivos, que cuando se retransmite un partido por televisión, se contentan con dar el nombre del jugador que juega el balón. Una información mínima que si, por ejemplo, se corta el sonido del televisor, no impide que se comprenda lo que ocurre en el partido. Entonces se produce la guerra del golfo. Nos vemos todos agrupados en las tribunas de este estadio en el desierto donde se va a celebrar una guerra en 3 directo, programada y con fechas. Se nos explican las reglas, y se reparten los papeles. Estamos finalmente todos preparados. Pero, de repente, nos damos cuenta de que todo esto no responde a las previsiones. No tenemos imágenes: los militares, interpretando a su manera las lecciones de Vietnam, consideran que las guerras son asuntos demasiado serios para que los puedan mostrar los periodistas. Como en Las Malvinas, en Granada, en el Sur del Líbano, en Panamá o en Chad, la prensa está bajo vigilancia, imágenes prudentes nos muestran un ejército correcto, una guerra sin violencia, sin que exista prácticamente destrucción alguna. Pero esta vez, a diferencia de conflictos precedentes, estas restricciones son explicitadas de los estados mayores. De golpe, el directo suena hueco, y los corresponsales privados de información deben conformarse con dar lectura a comunicaciones militares. Finalmente, se descubre que no es suficiente con estar para saber. ¿Entonces, qué hacer? La BBC comienza a preguntarse sobre la verdadera necesidad del directo. Los periodistas descubren que la CNN es una fuente de información para ellos, pero seguramente no directamente utilizable por el gran público. La televisión -hecho nuevo- se interroga, y hace teoría. Toma conciencia del exorbitante coste financiero que representa esta manifiesta voluntad del directo a toda costa. Y, para bien o para mal, comienza a preguntarse sobre qué es lo que permanecerá en última instancia en nuestra memoria sobre la cobertura por los medios de esta guerra del golfo: un periodista de la CNN, John Holliman que coloca su micrófono y nos hace llegar el ruido ambiental de los primeros bombarderos, pero sin estar en condicines de decirnos qué fuerza ataca, que objetivos se alcanzan o cuál es la naturaleza de la respuesta. En pocas palabras, se puede decir que el periodista que se hará célebre en esta guerra no ha hecho otra cosa que decir lo que podría haber expresado cualquier otro habitante de Bagdad, que hubiera sido interrogado por teléfono en ese momento. El papel del periodista ha quedado reducido al papel de un testigo ignorante e ingenuo. En lo que respecta a la prensa escrita, debe preguntarse a todo coste por su seguidismo en relación al audiovisual. Un seguidismo es mortal para ella, peligroso para la democracia. Creo que en esta carrera por la emoción, los periódicos están condenados a perder. La televisión promete ofrecer información al menor costo intelectual. Lo que nos aconseja, en el fondo, es «abandonaos a vuestra pereza, que podréis saber tanta información como haciendo el esfuerzo de leer». Pero nosotros debemos saber que no hay información sin un mínimo de esfuerzo, sin el trabajo de parte del periodista y del ciudadano que lo lee. La prensa escrita tiene una función esencial para la democracia: formar la conciencia cívica de los ciudadanos, sin la cual nuestra democracia está amenazada. Porque la amenaza que se cierne en la actualidad sobre nuestra sociedad no es un golpe de Estado reaccionario, sino un debilitamiento interior, un desinterés de los ciudadanos en lo que respecta a la cosa política. Publicado en Telos, nº 24. Madrid, 2000 4