Gobernar la "máquina" y gobernar las expectativas 1 Giorgio Lunghini. Pierluigi Ciocca, razonando sobre el futuro, distingue la "máquina" de los problemas y con prudente letra cursiva escribe que "la economía de mercado puede resolver tres de los problemas con los que termina el siglo": el de la superpoblación y de las migraciones, el de la degradación ambiental y los, interrelacionados, de la estabilidad monetaria, de un crecimiento más regular, y del trabajo. También Keynes, en 1930, escribía que el problema económico, el problema de la pobreza en la abundancia, podría resolverse, y que ambos pesimismos contrapuestos pondrían de manifiesto que estaban equivocados en el curso de aquella misma generación: el pesimismo de los revolucionarios, los cuales piensan que las cosas van tan mal que nada puede salvarnos más que le cambio violento, y el pesimismo de los reaccionarios, los cuales consideran que el equilibrio de nuestra vida económica y social es demasiado precario para permitirnos correr el riesgo de nuevos experimentos. Keynes sostenía que la enfermedad del paro tecnológico (el hecho de que la desocupación debida al descubrimiento de instrumentos economizadores de mano de obra se produce a un ritmo más rápido que el ritmo al que conseguimos encontrar nuevos empleos para la misma mano de obra) habría sido solamente una fase de desequilibrio transitorio y que en el plazo de cien años la humanidad resolvería su problema económico. Según aquella profecía, dentro de poco más de treinta años y por primera vez en la historia, el hombre debería encontrarse frente a su verdadero y constante problema: cómo emplear la liberación de los cuidados económicos más urgentes, cómo emplear el tiempo libre que la ciencia y el interés compuesto le permitirían conseguir, para vivir bien, agradablemente y con sabiduría. Lord Keynes no era un loco que oye voces. El paraíso que prefiguraba puede realizarse en la tierra, pero no tan pronto ni tan fácilmente. En los dos tercios de siglo transcurridos desde entonces, la humanidad no se ha movido en la dirección de la libertad respecto de las necesidades, de la liberación de la necesidad de venderse a cambio de los medios de vida. De la edad de la congoja de la que Keynes ha tratado de desprenderse hemos pasado a la edad del derroche, no a la de la libertad y de la sobriedad. A pesar de los sucesivos desarrollos de los conocimientos científicos y técnicos, y de la acumulación de capital, pero tal vez justamente a causa de estos desarrollos, la atroz anomalía del paro en un mundo 1 En Pierluigi Ciocca. La economía mundial en el siglo XX. Una síntesis y un debate. Crítica, Barcelona, 2000 (103-107 pp.) plagado de necesidades es hoy todavía más grave que entonces. A la enorme proliferación de mercancías y al crecimiento del paro los acompañan nuevas formas de pobreza, guerras entre pobres y la barbarización general de las relaciones materiales de la existencia. La teoría económica y el arte de gobernar no saben explicar ni quieren resolver el problema económico-político más grave: demasiadas mercancías, poco trabajo. El propio Keynes indica las condiciones necesarias para que pueda alcanzarse la bienaventuranza económica. Tendrá que producirse una tasa elevada de acumulación de capital. No tendrá que haber conflictos civiles, ni guerras ni incrementos demográficos excepcionales. No deben crecer de forma desmesurada las necesidades relativas. aquellas necesidades que existen solo en cuanto que a su satisfacción nos hace sentirnos superiores a nuestros semejantes. Es preciso saber cantar y querer participar en el canto, desear hacer cosas diferentes de las que acostumbran a hacer los ricos de hoy, estar dispuestos a compartir el "pan", considerar despreciable el amor al dinero. ¿Es tal vez capaz la máquina de producir endógenamente estas condiciones, de las que depende su eficiencia? Según Ciocca, la economía de mercado "con el desarrollo del que es capaz, crea los presupuestos en términos de bienestar material de la transición de la necesidad a la libertad, del doing good al being good"; sin embargo, "ella misma es después incompatible con esta transición". En efecto, lo sería sólo si el sistema económico estuviera en condiciones de autorregularse. Después de Keynes sabemos, en cambio, que sin una "acción deliberada" es incapaz de llevarnos de nuestra actual pobreza a nuestra potencial abundancia. El problema es, pues, político, del gobierno: ¿quién gobierna la "máquina"? ¿Quién gobierna las expectativas? (Según Ciocca, gobernar las expectativas equivale a gobernar la economía, una economía monetaria de producción.) Por lo que se refiere al empleo Ciocca sostiene que no habrá empleo si las expectativas de los empresarios no se orientan en sentido positivo, beneficioso, y si no se cambian las perspectivas pesimistas, a la baja, de las finanzas. Yo creo que éstas son condiciones necesarias, pero no suficientes, para resolver la gran contradicción de finales de siglo: la contradicción entre desocupación de masa y masa de necesidades sociales insatisfechas. Éstas son las dos grandes quiebras del mercado, quiebras de las que el mercado no puede ser el síndico. En el mercado se satisfacen demandas, no necesidades, escribe Luigi Eunaudi: Considérese bien que, afirmando que el mercado es el instrumento adecuado para orientar la producción en el sentido de producir bienes y servicios, precisamente en la cantidad y de la calidad correspondientes a la demanda de los hombres, no se afirma que el mercado oriente del mismo modo la producción a producir bienes y servicios en la cantidad y en la calidad que desearían los mismos hombres. Éstos efectúan la demanda que puede, con los medios, con el dinero del que disponen. Si tuviesen otros y mayores medios, efectuarían otra demanda: de los mismos bienes en mayor cantidad o de otros bienes de diferente calidad. En el mercado se satisfacen demandas, no necesidades. Así pues, la solución del problema debe buscarse también fuera del mercado, y es preciso inventar nuevas formas de gobierno de las relaciones entre economía y sociedad, entre producción de mercancías y reproducción de la sociedad.2 Este es un problema económico-político, el problema de combinar apropiadamente teoría económica y arte del gobierno: una teoría económica que no existe y una filosofía política que se mueve en dirección contraria. En el origen de nuestra incapacidad, en cuento economistas, de asumir los riesgos de las nuevas formas del paro, y las consecuencias de éste en términos de exclusión que tiende a ser irreversible de masas crecientes de hombres y mujeres de la "sociedad civil" (que es el conjunto de las relaciones materiales de la existencia), se encuentra precisamente la ausencia de percepción del nexo indivisible entre proceso de producción y proceso de reproducción. Quesnay, Smith, Ricardo y Marx tenían muy claro el tema: el proceso capitalista de producción es un proceso circular, un proceso de reproducción. Eran tan conscientes de ello que las modalidades de la reproducción social eran consideradas por ellos como determinantes de las propias condiciones del capitalismo. Esta idea fue abandonada por la moderna economics, que ve el fin del proceso económico en el consumo más que en la reproducción del proceso social. El proceso productivo se percibe como un proceso de producción de mercancías cuyo valor viene establecido por el mercado, olvidando que también para producir mercancías es previamente necesaria la reproducción de las personas y de la naturaleza. Olvidando que los valores de usos sociales son bien básicos. La reducción del proceso de producción-reproducción al único momento de la producción directa tiene consecuencias gravísimas cuando el trabajo socialmente necesario para la producción directa tiende irreversiblemente a disminuir y no se emplea de otro modo; cuando el trabajo se despilfarra. ¿Cómo gobernar la "máquina"? Hobsbawm abre el último capítulo de su siglo corto con la desesperante observación de que por primera vez en dos siglos el mundo carece por completo de todo sistema o estructura internacional. Al acercarse al tercer milenio, escribe Hobsbawm, está cada vez más claro que la tarea central de nuestro tiempo no consiste en regocijarse ante el cadáver del comunismo soviético, sino de considerar los defectos intrínsecos del capitalismo. ¿Qué cambios del sistema, se 2 Me permito remitir a mi L' età dello spreco. Discoccupazione e bisogni sociali, Turin, Bollati Boringhieri, 1995. pregunta Hobsbawm, exigiría su eliminación? Después de dicha eliminación, ¿sería el capitalismo todavía lo mismo? En efecto, como ha observado Schumpeter, a propósito de las fluctuaciones cíclicas de la economía capitalista, "no son, como las amígdalas, algo que puede cuidar separadamente del resto, sino que son, como el latido del corazón, la esencia del organismo que las manifiesta". Hobsbawm termina así: "Si la humanidad ha de tener un futuro en el que reconocerse, no lo podrá tener prolongando el pasado o el presente. Si tratamos de construir el tercer milenio sobre esta base no lo lograremos. Y el precio del fracaso, es decir, la alternativa a una sociedad distinta, es la oscuridad".