EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA Giorgio Colli Los origenes de la filosofía son un misterio. Según la tradición, la filosofía nació con Tales y Anaximandro. Platón llama filosofía a la expresión escrita del amor por la sabiduría, a su investigación y a su actividad educativa. Esta expresión escrita es para Platón un fenómeno de decadencia, ya que el amor a la sabiduría es inferior a la sabiduría. La tradición oral de la sabiduría aparece falsificada al ponerla por escrito. La extensión temporal se nos escapa. Hay que recurrir a la poesía y a la religión griegas para “adivinar” sus comienzos. Nietzsche propone partir de las imágenes de dos dioses griegos Apolo y Dionisos. Son los que encuentra al retroceder por los senderos de la sabiduría griega. El autor sin embargo opina que hay que conceder la preeminencia a Apolo. El dominio de la sabiduría hay que concedérsela al de Delfos. Para aquella civilización arcaica el conocimiento del futuro del hombre pertenecía a la sabiduría. El conocimiento fue para los griegos el valor máximo de la vida. En todo el territorio helénico hubo santuarios destinados a la adivinación. La adivinación entraña conocimiento del futuro y la comunicación de dicho conocimiento se produce a través de la palabra del dios. Platón nos aclara este culto délfico en el discurso sobra la manía, que Sócrates desarrolla en el Fedro donde contrapone la locura al control de sí, dando preeminencia a la primera como superior y divina. La locura es pues la matriz de la sabiduría. Hay algo que precede incluso a la locura. El mito nos remite a un origen mas remoto, al legendario mundo minoico-micénico donde hay que buscar el origen del culto a Dionisos. El Minotauro aparece representado como un hombre con la cabeza de toro, y es sabido que Dionisos tuvo una representación taurina. El Laberinto donde se encuentra retenido el fruto de los amores de Pasifae no puede prefigurar otra cosa que el “logos”, la razón. ¿Qué otra cosa sino el “logos” es un producto del hombre, en el que el hombre se pierde, se arruina? El redentor es Teseo, que no tiene nada de dionisíaco. Detrás de él está Apolo. Aquí aparece el personaje de Ariadna. El símbolo que salva al hombre es el hilo del “logos”, de la necesidad racional. De este desafío solo pueden salvarse, el sabio y el héroe. La locura es pues intrínseca a la sabiduría griega en el fenómeno de la adivinación y la palabra profética. En el Timeo, Platón establece una distinción esencial entre el adivino y el profeta, es decir, el intérprete, que da sentido a las visiones del adivino. La palabra al manifestarse como enigmática, revela su procedencia de un mundo desconocido. La esfera de la locura la fe total en la adivinación no entraña la esfera de la necesidad, el conocimiento de lo que va a ocurrir en el futuro, sino más bien la esfera de lo arbitrario ya que la interpretación de esa adivinación es ambigua en su manifestación. La pavorosa oscuridad de la respuesta indica la diferencia entre el mundo humano y el divino. La conexión entre adivinación y enigma es primigenia en la civilización arcaica de Grecia como parece indicarlo Platón en el Timeo y confirmarlo en el Banquete. Pero desde época antiquísima el enigma tiende a separarse de la adivinación. La Esfinge, monstruo híbrido, enviada por Apolo a Tebas, desafía a los mortales a resolver el enigma. El conocimiento, la sabiduría, es el arma decisiva en este certamen. Aristóteles en la Retórica y en la Poética, define el enigma de esta manera: “decir cosas reales juntando cosas imposibles”. Es la formulación de una imposibilidad racional que aun así, expresa un objeto real. Para el sabio el enigma es un desafío mortal. El sabio derrotado deja de ser sabio, pues no ha sabido resolver el enigma. En este marco el enigma sigue siendo un peligro extremo, pero su terreno es exclusivamente un agonismo humano. Heráclito pone en relación el enigma con el engaño al que lleva el dejarse llevar por las apariencias que muestra el enigma. Homero fue engañado con respecto a las cosas vistas y cogidas, en el relato de los jovenes pescadores que lo que habían cogido lo habían tirado y lo que no habían cogido lo llevaban puesto. Para Heráclito, cualquier elaboración de las impresiones sensoriales en un mundo de objetos permanentes es ilusorio. “No es posible entrar dos veces en el mismo río”. El fundamento último del mundo es algo escondido. Toda la sabiduría de Heráclito es un tejido de enigmas que alude a una naturaleza divina insondable. El enigma es la expresión de lo oculto, del dios. Heráclito sostiene que el propio mundo que nos rodea no es sino un tejido ilusorio de contrarios. Se trata del tema de la unidad de los contrarios. Todo par de contrarios es un enigma. En este ámbito el enigma aparece como matriz de la dialéctica. El perfecto dialéctico lo encarna el interrogador. Éste formula las preguntas, guía la discusión disimulando sus trampas fatales para el adversario. Este modo de actuar trae a la memoria el carácter de Apolo como dios “que hiere de lejos”. Desde este puto de vista el en la esfera dialéctica sigue habiendo un fondo religioso. Hay un carácter ritual en el marco del encuentro dialéctico. Al final el que responde debe rendirse como para la celebración de un sacrificio. Pero debemos de constatar que en el planteamiento mismo de la discusión griega hay un intento destructivo. En el caso en el que la victoria sonría al interrogado en lugar de que sea el interrogador el vencedor se debe de atribuir exclusivamente a una imperfección dialéctica del interrogador. Las consecuencias de este mecanismo son devastadoras. Resulta que ambas proposiciones son verdades y falsas al mismo tiempo, lo cual es imposible. Dado que todo juicio y todo objeto pertenece a la esfera de la dialéctica, cualquier proposición esta expuesta a la destrucción. A la alternativa “¿es o no es”? Parménides responde “es”. El camino del “no es” no se debe seguir, está prohibido pues conduce a desarrollar argumentaciones nihilistas , devastadoras, de la dialéctica. Zenón desobedece esta regla y aprueba que cualquier objeto que se exprese en un juicio, existe y no existe a un tiempo y además se demuestra que es posible y al mismo tiempo imposible. De este modo intentó mostrar ante los ojos de todos el carácter ilusorio del mundo que nos rodea, haciendo comprender que el mundo sensible es simple apariencia del mundo de los dioses. Después de Parménides y de Zenón, la era de los sabios fue declinando cuyo último representante fue Gorgias. Desde el punto de vista del contenido nos encontramos frente a una variación sobre el tema del nihilismo de Zenón. El enunciado general del contenido de su obra más abstracta asombra. Sostiene tres puntos fundamentales: “primero, que nada existe; segundo, que aunque algo exista, es incognoscible; y tercero, que aunque sea cognoscible no se puede comunicar ni explicar a los demás”. Gorgias es el sabio que declara acabada la era de los sabios, de aquellos que habían puesto en comunicación a los dioses con los hombres. En tiempo de Gorgias se dan un profundo cambio en las condiciones externas del pensamiento griego. Hasta entonces el lenguaje de las discusiones dialécticas había seguido siendo algo privado, limitado a un ambiente escogido sin que se pueda hablar de escuelas filosóficas ya que el encuentro de las personas había sido siempre extraordinariamente libre. En la populosa Atenas el lenguaje dialéctico entra en el ámbito público. Los oyentes no son escogidos, no se conocen entre sí y la palabra va dirigida a profanos que no discuten sino que se limitan a escuchar. Así nace la retórica, como vulgarización del primitivo lenguaje dialéctico. Por consiguiente no es casualidad que Gorgias sea uno de los grandes artífices del arte retórico. Otra elemento transformador del lenguaje dialéctico es la intervención de la escritura. Aunque la esencia de la retórica radica en la recitación de viva voz, sin embargo los oradores escribían sus discursos y después los aprendían de memoria ya que no podía confiarse en la improvisación si se quería alcanzar la excelencia del arte y se quería predisponer la emoción y la excitación en el público. Con Gorgias, la dialéctica da señales de convertirse en literatura. Pero sólo con Platón se declara el fenómeno abiertamente. El propio Platón llama a ese nuevo género literario con el nombre de “filosofía” y lo contrapone a la “sofía” anterior a él. En varias ocasiones Platón designa a la época de Heráclito, de Parménides, de Empédocles como la era de los “sabios”, frente a la cual él se presenta a sí mismo como un filósofo, es decir, como un amante de la sabiduría, esto es, alguien que no posee la sabiduría. Hay dos pasajes fundamentales en Platón que nos hablan del valor que él le da a la puesta por escrito del pensamiento de los sabios. En “Fedro” cuando explica el mito de la invención de la escritura y cuando se refiere a la sabiduría puesta por escrito, la considera aparente y no verdadera. El segundo pasaje pertenece a la séptima carta cuando habla de las experiencias dolorosas vividas en la corte del tirano de Siracusa, Platón dice literalmente: “Ningún hombre sensato osará confiar sus pensamientos filosóficos a los discursos, y menos aún, a discursos inmóviles, como es el caso de los escritos con letras”. Y añade recurriendo a una cita de Homero: “Por eso precisamente cualquier persona seria se guarda de escribir sobre cosas serias para exponerlas a la malevolencia y a la incomprensión de los hombres”. Y uno se pregunta ¿será también toda la filosofía posterior, empezando por Aristóteles, algo no serio? Ese es, al menos, el juicio anticipado de Platón sobre ella, dado que toda la filosofía posterior será algo escrito. Así nació la filosofía. La extinguió la escritura, esencial para aquel nacimiento. Pero lo que interesa sugerir es que lo que precede a la filosofía, es para nosotros, remotísimos descendientes más vital que la propia filosofía. Es una obra en la que el autor narra de una manera clara el conocimiento que tenemos hoy de cómo surgió el pensamiento en Grecia basado en la gran ansia de conocer de los griegos. Y sobre todo de conocer el futuro, que para ellos era primordial. Los únicos que lo saben son los dioses que lo transmiten a través de enigmas que dada la ambigüedad en la que están expuestos dan pie a distintas interpretaciones sobre las que hay que discutir de manera dialéctica en la que participan todos libremente. Este ambiente participativo se va a perder al aumentar el número de los asistentes que ya sólo se dedican a escuchar, con lo que nace la retórica que sigue siendo una actividad oral. Al ponerse por escrito aquellas ideas no se hace nada mas que ratificar lo que en un tiempo anterior se pensaba diferenciándolo de ese otro momento que no se hace nada mas que recordar lo que aquellos pensaron y plasmaron posteriormente en un escrito. A groso modo. Diciembre 2009