El lienzo de Ferrer Dalmau “El último combate de el GLORIOSO” en el Museo Naval.- El Rey presidió este homenaje al navío que mantuvo tres batallas contra 12 buques ingleses en 1747 y aún así cumplió su misión Don Felipe recibe las explicaciones de Augusto Ferrer Dalmau ante el lienzo que ya cuelga en el Museo Naval Ante el Rey, y en el Museo Naval de Madrid, el pintor Augusto Ferrer Dalmau ha entregado hoy el impresionante cuadro «El último combate del Glorioso», que plasma en un gran formato de 170 po 190 centímetros uno de los episodios más épicos de la historia de la Armada. Para lograr esta obra de arte, el pintor ha contado con el asesoramiento del escritor Arturo Pérez-Reverte. «El último combate del Glorioso», el cuadro más difícil de mi amigo Ferrer-Dalmau Publicado por Arturo Pérez-Reverte el dic 19, 2014 Cuando, conversando con Augusto Ferrer-Dalmau se planteó el asunto del cuadro que él planeaba pintar para el Museo Naval, no quedó, desde el principio, la menor duda de que éste debía referirse a la hazaña del Glorioso. A la epopeya del Glorioso. Era éste un navío de 70 cañones y tenía ese bonito nombre: Glorioso. Un nombre de los que condicionan y obligan. Lo mandaba el capitán don Pedro Mesía de la Cerda, y en 1747 traía de La Habana cuatro millones de pesos en monedas de plata. El 15 de julio, cerca de las Azores, el navío se topó con un convoy inglés escoltado por tres barcos de guerra que casi lo doblaban en número de cañones: el navío Warwick, la fragata Lark y un bergantín. En aquel tiempo, un navío de América era una presa codiciada: solía llevar caudales a bordo, así que los ingleses le dieron caza. Manteniendo el barlovento con mucha pericia marinera, el Glorioso se batió toda la noche, tuvo un respiro al caer el viento durante el día, y volvió a pelear la noche siguiente: primero dejó fuera de combate a la fragata, que se hundió; y tras hora y media de combate con el Warwick en la oscuridad, sin otra luz que los fogonazos artilleros (los españoles dispararon 1.006 cañonazos y 4.400 cartuchos de fusil, que se dice pronto), el navío inglés se retiró con el rabo entre las piernas. Que no siempre Britania, aunque por lo común lo venda con poesías y trompetas, parió leones. Sin embargo, la odisea del Glorioso no había hecho más que empezar. Siguiendo rumbo a Finisterre, el 14 de agosto volvió a dar con una fuerza británica: el navío Oxford, la fragata Shoreham y la corbeta Falcon. Como en el caso anterior, los ingleses le fueron encima igual que lobos hambrientos. Pero el comandante Mesía y su gente eran de esa casta de marinos que aprietan los dientes y venden caro el pellejo. Por segunda vez asomaron los cañones y batieron el cobre como los buenos. Como los mejores. Después de tres horas de combate durísimo, pese a haber perdido el bauprés, una verga y tener la popa hecha astillas, el Glorioso continuó navegando hacia España mientras los ingleses se retiraban con graves daños. Imagen del cuadro completo de Augusto Ferrer Dalmau Fondeó el navío en Corcubión, desembarcando los caudales, y volvió a la mar para reparar averías en Cádiz, pues vientos contrarios descartaban El Ferrol. Y el 17 de octubre, a la altura del cabo San Vicente, volvió a encontrarse con una fuerza enemiga. Con su destino. Esta vez eran cuatro fragatas corsarias con base en Lisboa y bajo el mando del comodoro Walker: King George, Prince Frederick, Princess Amelia y Duke, que sumaban 960 hombres y 120 cañones. Inmediatamente le dieron caza, aunque el español, resabiado, no reveló su nacionalidad (treta común del mar) hasta que la King George se acercó a preguntársela. Entonces Mesía izó pabellón de combate, lo aseguró con un cañonazo, y luego le largó al inglésuna andanada que le desmontó dos cañones y el palo mayor. El pabellón izado en lo que queda de arboladura, mientras se afanan por cortar las jarcias para liberar más cañones en la popa Siguieron tres horas de carnicería penol a penol, muy bien sostenida por el Glorioso; pero al rato se unieron al combate las otras fragatas y dos navíos de línea ingleses que navegaban cerca, el Darmouth y el Russell. Hagan cuentas:seis barcos y 250 cañones contra los 70 del solitario español, maltrecho y corto de gente y munición por los combates anteriores y la travesía del Atlántico. Aun así, el comandante Mesía y su tripulación, a quienes a esas alturas (de perdidos al río), daban ya igual seis ingleses que sesenta, se defendieron como gato panza arriba bajo un fuego horroroso durante dos días y una noche. Que también se dice pronto. Aún tuvieron la satisfacción de acertar en una santabárbara y ver volar al Darmouth, que se fue a pique hecho pavesas con 314 de sus 325 tripulantes. Y al fin, amaneciendo el 19 de octubre (33 muertos y 130 heridos a bordo, el barco desarbolado, chorreando sangre por los imbornales, raso como un pontón y a punto de hundirse), el comandante convocó a los oficiales que seguían vivos, los puso por testigos de que la tripulación había hecho lo imposible, y arrió la bandera. Un oficial dirige el fuego con los últimos cartuchos hacia un navío inglés cuya bandera ha caído bajo el agua De ese modo, fiel como ninguno a su nombre, acabó viaje el navío español Glorioso. Había librado tres combates contra 12 barcos enemigos, de los que hizo volar uno y hundió otro; pero la hazaña final no corresponde sólo a quienes con tanta decencia lo defendieron, sino al navío mismo: remolcado a Lisboa por los vencedores para repararlo e izar en él su pabellón, los destrozos se revelaron tan graves que se negó a flotar y fue desguazado. Ningún inglés navegó jamás a bordo de ese barco. Y eso es lo que ha pintado augusto Ferrer-Dalmau, en el cuadro que pueden ver en el Museo Naval. El momento en el que, rodeado de ingleses (uno de ellos, observarán, arrastra su bandera con el palo de mesana desarbolado, por el agua), destrozado el español a cañonazos, casi agotada la munición, con la desagarrada bandera aún ondeando en lo que queda de la arboladura, el Glorioso muerde todavía, peleando sin esperanza y hasta el fin, con los tripulantes en cubierta (fíjense bien en ellos, sobre todo en el oficial erguido en la proa, entre el fuego) vendiendo cara su piel. Con este lienzo, homenaje a la Armada Española, Augusto Ferrer-Dalmau ha logrado, en mi opinión, su cuadro hasta ahora más difícil. Y también, quizás, el más hermoso. ARTURO PÉREZ-REVERTE El taladro que ayudó a pintar el Glorioso ESTEBAN VILLAREJO Y JESÚS GARCÍA CALEROCALEROJE / MADRID Día 22/12/2014 - 19.19h No hay cuadros de barcos moribundos, por lo que Ferrer-Dalmau y PérezReverte simularon en una maqueta los cañonazos que recibió el navío Pérez-Reverte blande el taladro para infligir los daños de los cañonazos a la maqueta MU SEO NAVAL DE MADRI D «El último combate del Glorioso» La bandera de la Royal Navy con escuadrón rojo languidece, derrotada, en las astilladas aguas de la batalla. El palo de mesana -«mizzen», en inglés- acaba de ser derribado por una andanada del Glorioso y los marinos británicos se afanan por cortar las jarcias antes de que el «español» vuelva a la carga... El Glorioso, desarbolado y moribundo, sin embargo, aún planta cara a la jauría de navíos ingleses, fogonazos por popa a estribor y por proa. «Ese es mi momento del cuadro «El último combate del Glorioso», nos relata el pintor Augusto Ferrer-Dalmau quien en cinco meses ha alumbrado, asesorado por el académico y escritor Arturo Pérez-Reverte, este lienzo (170 x 190 centímetros) que narra la batalla final del navío español que, comandado por don Pedro Mesía de la Cerda plantó cara a doce barcos ingleses en tres batallas diferentes entre el 15 de julio y el 17 de octubre de 1747, hundiendo a dos y poniendo en fuga a otros tantos, antes de ser capturado. Entre libros y herramientas «Todo comenzó en una comida con Pérez-Reverte y el almirante José Antonio González Carrión, director del Museo Naval de Madrid, quienes me propusieron la obra. Mi único reparo fue que si querían que plasmara la historia en un lienzo debería contar con asesoramiento», relata Ferre Dalmau. Estaba claro para los tres que de hacer un cuadro naval, tendría que ser la epopeya del Glorioso. ABC El escritor y el pintor ante la maqueta Lo cierto es que, al principio, el almirante no se mostró de acuerdo, porque «¡es la historia de una derrota!», según dijo. Pero claro, rápidamente cambiaron su impresión, a la vista de los logros de aquella tripulación. Esa fue la razón por la que el pintor reprodujo la bandera inglesa bajo el agua, porque el Glorioso perdió, sí, pero mostrando una enorme dignidad y bravura durante tres batallas. Y a ello se puso el pintor, especializado en pintura histórica militar, asesorado por Pérez-Reverte. El escritor lo condujo a su biblioteca -una de las más nutridas colecciones de libros navales de España- y allí comenzaron a consultar documentación. «Ferrer-Dalmau estudió más de treinta libros y planos -recuerda Pérez-Reverte- hasta familiarizarse con el tema. Se entusiasmó. Como es un gran pintor, de todo aquel trabajo ha sacado oro puro. Si fuera un mediocre no habría hecho un cuadro como ese». Ferrer-Dalmau relata que «lo primero fue localizar una maqueta de un navío de esa época de gran envergadura y en buenas condiciones para que nos sirviera de modelo». Luego, con un taladro, Pérez-Reverte simuló, uno por uno, los cañonazos y el efecto de las macizas bolas y cadenas sobre el navío. «Disfrutamos como dos críos. Me imaginé cómo habría disparado el capitán inglés. En el XVIII se tiraba al casco para desmontar los cañones y matar gente, y a las jarcias con palanqueta o bolas encadenadas, con el fin de romperlas y desarbolarlo» (Pérez-Reverte). «Comprobamos que con dos o tres taladros los palos venían abajo, las jarcias se desarbolaban» (Ferrer-Dalmau). Las velas caían y podían incendiarse, las vergas golpeaban las bordas y los marinos se afanaban con el hacha para cortarlas y tirar todo al agua. Del «juego» con la maqueta, Ferrer-Damau sacó «brilantes conclusiones pictóricas», dice el escritor. El problema del viento El pintor subraya que en el lienzo que se expone en el Museo Naval de Madrid no hay nada «dado a la casualidad». El cuadro es fruto de un exhaustivo estudio e investigación de los acontecimientos, rematados por el pintor en su estudio de Valladolid durante cinco meses. El académico confiesa que lo más difícil fue plasmar el dominio del viento en la escena. «En el combate todo lo mandaba el viento, el mismo para todos los barcos. En el cuadro, hay cuatro barcos realizando distintas maniobras y su coherencia fue difícil de lograr». En uno de los primeros bocetos vieron que no se había logrado. Pero después «Augusto lo entendió perfectamente. Así que desde el punto de vista naval, el lienzo es irreprochable, es perfecto». El pintor está de acuerdo sobre la mayor dificultad del cuadro: «Recrear el viento y la marea. Las velas en facha del navío que se observa a la izquierda para frenar, por ejemplo». De hecho, para respetar el viento tuvo que cambiar la dirección del barco británico del fondo. Pero todo, estays, obenques... y el momento de vela y maniobra de cada navío han quedado perfectos. El cuadro de la última batalla del Glorioso es un ejercicio generoso de memoria. Pérez-Reverte advierte que «la memoria no es patriótica ni es ideológica: es explicativa. Conocer lo que fuimos ayuda a saber lo que somos». ¿Entonces cuál es el valor actual de este cuadro que puede verse en el Museo Naval? «Es la España de siempre, maltratada y maltrecha, abandonada por sus dirigentes, rodeada por fuerzas exteriores, económicas y políticas... Pero siempre hay gente a bordo de esa España que, sin ninguna esperanza, más que la de cumplir con su deber y su decencia, continúa dando ejemplo». «Nada patriotero, por favor» Vienen a la memoria Blas de Lezo, Barceló, Velasco, Pedro Mesía de la Cerda (capitán del Glorioso), «¡marinos que leían!, enfatiza el académico. Esas figuras del XVIII sirven para reivindicar una calidad moral que España necesita muchísimo en estos momentos. Si se lograse hacer de esto una lectura no patriotera, por favor, que ya se ha abusado mucho de eso, sino práctica y moral, la cosa cambiaría. No se trata solo de defender la bandera sino de defendernos a nosotros mismos, aunque sea en un medio hostil. De no rendirnos ante la adversidad. Cuando veo el cuadro de Ferrer-Dalmau yo veo una lección moral, nada patriotera. Y necesitamos lecciones morales que nos hagan estar unidos en la adversidad. Alejemos la palabra patria, porque está contaminada. Hablemos de lecciones morales, con dimensiones mucho más ricas para nosotros hoy. Es útil para todos»