LAS POSICIONES DE LAS OPOSICIONES

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LAS POSICIONES DE LAS OPOSICIONES
Alberto Adrianzén M.
Cabe preguntarse por qué, pese a moverse en contextos favorables como son los actuales,
la oposición sigue mostrando cierta incapacidad para darle sentido y organización al
malestar social, es decir, para sintonizar con lo nuevo que vive el país y convertirse en una
real alternativa política. En las siguientes líneas plantearé algunas de las posiciones que se
han venido expresando en estos meses y que considero dificultan la construcción de una
real alternativa democrática.
La búsqueda del centro puro y del «justo medio»
Es evidente que hoy casi todas las agrupaciones políticas buscan, por diversos medios,
desplazarse, ubicarse y construir una alternativa política que tiene como una de sus
principales características la de ser un agrupamiento de centro. Si bien el planteamiento de
construir una alternativa de centro expresa no sólo el ánimo actual de la sociedad sino
también la necesidad de una nueva ubicación a raíz de los grandes cambios experimentados
en la política nacional e internacional, es necesario definir qué debemos entender por un
partido de centro.
Algunos parlamentarios de la UPP, por ejemplo, han hablado de constituir un centro
«químicamente puro», homogéneo, sin alas en su interior.
Para estas posiciones un partido de centro -más aún el llamado «químicamente puro»- es
aquel que se define -y tal su razón de ser- por su equidistancia de las llamadas opciones de
izquierda y de derecha, razón por la cual no hay lugar en su interior para las llamadas
«alas». Definen, asimismo, que dicha organización tiene una ideología y un programa de
centro, buscando incesantemente una suerte de «justo medio». Sin embargo, estas
posiciones, como veremos seguidamente, caen en una serie de imprecisiones respecto a qué
es un partido de esta naturaleza, lo que las lleva, justamente, a negar la posibilidad de
construir un centro político.
En realidad, estas posiciones y definiciones poco tienen que ver con lo que ha sido la
experiencia histórica de los partidos. Si bien en toda sociedad existen organizaciones de
centro, su importancia no radica en que se definan como tales sino más bien en la actividad
y tareas que cumplen en un momento determinado. La historia muestra innumerables
ejemplos de este tipo de partidos que han pasado sin dejar ninguna huella digna de ser
imitada.
En sentido estricto, los partidos de centro cobran relevancia en contextos políticos
determinados, particularmente críticos. Por ejemplo, cuando existe una situación de
polarización en que se enfrentan los extremos o cuando una fuerza busca destruir el
sistema. En tal caso su función es darle al sistema político un centro de gravedad que
garantice un mínimo de estabilidad política, a fin de impedir que los extremos, o cualquiera
de ellos, terminen por hacer estallar el sistema. Para tal fin dicho partido requiere constituir
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una sólida mayoría nacional o una coalición política mayoritaria, mediante pactos y
transacciones con otras fuerzas.
En el caso peruano esa fuerza que busca o pretende «patear el tablero», entronizando un
régimen autoritario, es el fujimorismo (puesto que Sendero Luminoso o el MRTA han
dejado de ser amenazas reales). En este contexto, una fuerza de centro en el país se
construye, no entre el antifujimorismo y el profujimorismo, sino en oposición al propio
fujimorismo, lo que supone desechar la teoría del justo medio».
De ahí que pretender construir un centro «químicamente puro», basado en el «justo medio»
(puesto que el antifujimorismo y el profujimorismo tienen igual significado para estas
posiciones), a lo que conduce en la práctica es a la construcción de una posición de derecha,
«neofujimorista»; es decir, de una fuerza de recambio del autoritarismo actual y del
proyecto neoliberal, con lo cual se desecha, en los hechos, las posibilidades de una
oposición democrática. Es, pues, congruente con esas posiciones la preocupación constante
por deshacerse de las llamadas alas de izquierda o socialdemócratas.
La búsqueda de los notables y de los tecnócratas
Otra postura es la búsqueda de un movimiento político constituido ya sea por notables, por
no políticos y/o por tecnócratas.
Un buen ejemplo de ello es el movimiento «Somos Perú» - antes «Somos Lima»- del
alcalde de Lima Alberto Andrade, quien -no se cuestiona aquí su gestión como alcaldeselecciona a los futuros candidatos municipales mediante métodos supuestamente objetivos
o técnicos, pero finalmente poco democráticos. Como se sabe, a éstos se les pide un
curriculum que una comisión secreta -puesto que nadie la conoce- evalúa, y en base a esa
evaluación selecciona, conforme a criterios -igualmente desconocidos- quiénes serán estos
futuros candidatos. Así, el movimiento político se confunde con una suerte de agencia de
empleos y la política evidencia sus profundas raíces clientelares, ya que el candidato se
debe a quien lo escogió.
El jefe del movimiento no sólo inventa las reglas políticas sino, incluso, las mantiene en el
más absoluto secreto, puesto que su principal interés es el control de éstas. Los políticos
aparecen así como no-políticos, como tecnócratas, desligados de intereses particulares,
cuando sabemos que en realidad es todo lo contrario. Su mensaje, al igual que el del
fujimorismo, es muy simple: democracia son obras o, como diría Ricardo Belmont: «Obras
y no palabras», lemas todos ellos que nos recuerdan al viejo odriísmo y su famosa frase «la
democracia no se come».
En todos estos casos, incluyendo la búsqueda de los notables, de lo que se trata, de un lado,
es de frenar la participación, y del otro, de no fijar reglas claras para que los ciudadanos
puedan actuar de manera pública y transparente. Lo que se pretende es la constitución de un
movimiento cupular, como lo ha sido hasta hoy «Cambio 90-Nueva Mayoría»; interesado
en encontrar puntos de transacción con el poder sin ser fiscalizado por las bases. Estas, me
refiero a las bases, quedan así relegadas al simple papel de votantes mientras que la política
se convierte en un espacio cerrado que sólo es controlado por los líderes del movimiento,
puesto que son ellos los que fijan las reglas de juego de la política.
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No llama pues a sorpresa que las nuevas alternativas, movimientos y nuevos líderes -al
margen, o contrariando incluso las preocupaciones democráticas de éstos- compartan u
estilo y características bastante comunes, tributarios todos del fujimorismo, y que tanto su
éxito como su aparente novedad, lo que escondan a menudo -y aun a pesar de sus mentoressea, simplemente, más de lo mismo.
La búsqueda de lo nuevo sin nuevos rostros y sin ideas nuevas
Estas posiciones, enunciadas por antiguos líderes de la política peruana, buscan fundar
nuevos movimientos, obviando no sólo una imprescindible autocrítica sino también un
necesario cambio de lo que podríamos llamar el personal político. Un buen ejemplo es el
autoproclamado movimiento de Nueva Izquierda, liderado por un sector que años atrás
formó parte de la Izquierda Unida. Este movimiento es la mejor demostración de la
incapacidad de una cierta izquierda por modernizar su pensamiento y la política.
En tal sentido, el interés de estas posiciones no está en la fundación o búsqueda de lo
nuevo sino, más bien, en la preservación tanto de los viejos liderazgos como de las viejas
ideas. Se conforman con ser el ala radical de un movimiento opositor con un mínimo de
representación parlamentaria.
En realidad, estas posiciones expresan lo que ha sido una constante en casi todos los
agrupamientos políticos, particularmente en los de izquierda: la sobrevaloración del espacio
parlamentario y la minimización del espacio de gobierno.
Sin embargo, este hecho no es sólo consecuencia de la necesidad de mantener los viejos
liderazgos, sino también resultado de una representación que ha optado por ser corporativa,
al establecer con sectores sociales específicos una relación básicamente clientelar que le
impide, en cuanto representación política, ir más allá de estos intereses. De ahí que parecen
resignarse a ser alas y no centros gravitacionales de la política nacional; a ser los eternos
opositores.
Otras búsquedas
A estas posiciones se pueden sumar otras dos. La primera es la búsqueda del Frente
Popular. Posición en la que están comprometidos sectores del APRA y de la izquierda, y
que no es otra cosa que una reedición del viejo populismo. Una versión pasadista y
defensiva del Frente Antioligárquico en pleno siglo XXI. Por ello, no recogen
programáticamente los cambios que ha impuesto la globalización y la expansión del
mercado, acentuando así la defensa de intereses corporativos o meramente sindicales,
empleando las calles como el principal escenario de la protesta política y apoyando
liderazgos políticos que ya fracasaron. Ellos son, como dicen los jóvenes ahora, los
antiguos «marchistas» de los sesenta y setenta que vuelven a pisar las calles y plazas de
Lima, pero con nada nuevo que ofrecer, salvo la simpatía que uno puede sentir por las
demandas de los sectores que reclaman.
Sin embargo, ello plantea un problema: cómo una oposición democrática puede llegar a ser
capaz de acoger y representar estas demandas como parte de un proyecto mayor, nacional y
consciente de los cambios operados en los distintos escenarios.
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Por último, lo que llamaríamos el movimiento de la protesta ética y ciudadana sin jefes
políticos. Esta posición, que en cierta manera recoge un estado de ánimo crítico frente a las
élites políticas y que se plantea nuevas formas de organización y de hacer política, a lo que
conduce, al negarse a transformar esta voluntad ciudadana en una voluntad pública de
poder, es a que los sectores que constituyen el soporte social de este movimiento se vean
condenados a moverse en la periferia del poder, hasta que algunos otros, que pueden no ser
parte de este movimiento, usufructúen la representación del mismo y terminen por
convertirse en sus verdaderos jefes políticos y, por qué no decirlo, en futuros candidatos.
Algunas conclusiones
Hoy las dificultades de la oposición, más allá de la crisis de la política, en términos
generales, o de la crisis de los partidos, en términos más específicos, tiene también su razón
de ser en las propuestas que ésta enuncia y que impiden su real conformación como
oposición política al fujimorismo. Aquí hemos hecho, acaso, un breve inventario de algunas
de ellas. No extraña, por consiguiente, que el deterioro del régimen fujimorista coincida,
como lo acaba de demostrar una reciente encuesta de IMASEN, con un deterioro mayor de
los partidos políticos. Es decir, la crisis del régimen fujimorista no supone el nacimiento de
una nueva voluntad pública encarnada en una opción política distinta. Por eso, el dato de la
coyuntura es el deterioro del régimen, debido a sus propios errores autoritarios, antes que al
nacimiento de una opción democrática para el país.
Si tal es el contexto, la oposición deberá apurar el tiempo y mirar no tanto al gobierno, en
la búsqueda de una relación especial con éste, sino más bien a la sociedad y a sí misma. De
su disposición para debatir estas y otras posiciones, pero sobre todo de su capacidad de
establecer con la sociedad nuevos puentes, depende su futuro inmediato. Tareas ambas que
no están desligadas, porque de lo que se trata es de cómo lo que hoy se llama oposición
demuestre su capacidad de establecer nuevos nexos con una sociedad y una opinión pública
que no sólo aspiran ya a un cambio político sino también a sentirse legítimamente
representadas.
Desco / Revista Quehacer Nº 108 /Jul-Ago 1997
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