"La alarma para ir al recreo" Posted Febrero 22nd, 2016 by [1]

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"La alarma para ir al recreo"
Publicado en Facultad de Psicología (http://psico.edu.uy)
"La alarma para ir al recreo"
Posted Febrero 22nd, 2016 by m.perez [1]
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"La alarma para ir al recreo"
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Temática: Una sociedad que sufre cierta ilusión de invulnerabilidad
Medio: Brecha
Conductor/a - Periodista: Salvador Neves
Entrevistado/a o mencionado/a por Facultad de Psicología-UR: Graciela Loarche Guerra [4]
Fecha: Jue, 18/02/2016
FUENTE: http://brecha.com.uy/la-alarma-para-ir-al-recreo/
Graciela Loarche es docente en psicología de emergencias y desastres en la Facultad de Psicología
de la UDELAR. Habla de una sociedad que sufre cierta ilusión de invulnerabilidad, carece de una
cultura de la prevención y tiende a dejarlo todo a cargo del Estado; y del poder médico y una
industria farmacéutica para la cual la precaución no es negocio.
—Vivimos en un país donde se usa la alarma para salir al recreo. Conozco un niño japonés que vino
con su familia a Uruguay y que la primera vez que sintió sonar el timbre se paró al lado del banco y
se quedó quietito esperando que la maestra diera la orden de evacuar… No tenemos una cultura de
la prevención, no hay protocolos incorporados realmente. Sin embargo en Uruguay también pasan
cosas. Nadie está a salvo de un incendio, por ejemplo. No es mentira que más vale prevenir que
curar.
—¿Cómo deberíamos enfrentar la alternativa de una epidemia?
—Cuando sucede un evento que rompe el equilibrio se ven las vulnerabilidades. Éstas ya existen,
son anteriores a cualquier acontecimiento, y éste lo que hace es visibilizarlas. Estamos
acostumbrados a considerar las vulnerabilidades socioeconómicas, pero no tenemos la misma
sensibilidad ante las motivacionales, actitudinales, sociales, organizativas. En un caso como el del
dengue, la participación comunitaria –que es un proceso y no algo que se pueda imponer– requiere
siempre una discusión entre la comunidad y los técnicos, y Uruguay tiene un problema en ese
sentido. Por ser un país donde no suceden demasiado las grandes catástrofes se ha insistido
insuficientemente en la cultura preventiva. Y para combatir al Aedes hay que cambiar prácticas y
comportamientos humanos. Ha habido campañas, pero no alcanza con saber qué pasa o lo que hay
que hacer. No es un problema de saber, sino más bien de saber qué se hace con ese conocimiento.
—¿Qué hacer entonces?
—Lo más eficaz siempre ha sido organizar a las personas o acudir a aquellos grupos que ya estén
trabajando en el territorio, que incluyan referentes de confianza de los vecinos. Son importantes los
medios de comunicación y la folletería pero también está todo el tema del mercadeo, de los
insecticidas y los repelentes, que hace que la gente desconfíe de la intencionalidad comercial que
pueda haber en las amenazas de epidemia. Esto se ha manifestado mucho en las redes. Tanto se
habló de la gripe aviar, de la fiebre porcina… Finalmente no tuvimos problemas con eso y sin
embargo existió un mercadeo bien importante. Y esto tiene que ver de nuevo con todo lo que es
cultura preventiva. Más en un país tan medicalizado como éste, en el que todo se deposita en el
poder de los fármacos en vez de apostar a la prevención primaria. Por otro lado, estamos
acostumbrados a un Estado protector, y el control de las enfermedades puede ser visto como una
responsabilidad estatal, institucional, sin que se visualice que requiere una participación individual y
colectiva.
—Suena como una oportunidad…
—Efectivamente, es una oportunidad para fortalecer los emprendimientos colectivos. Además los
niños y los adolescentes tienen un rol importantísimo que jugar. Ya han demostrado su eficacia
como “policía sanitaria del hogar”. Si los programas educativos no sólo brindaran información sino
también metodología pedagógica para la educación en salud, podrían estimular a los niños a que
cumplieran un rol en su casa y a los adolescentes a que lo hicieran –por ejemplo– a nivel barrial. Es
una oportunidad de empoderarlos. Por otra parte el Aedes es bastante democrático, nos pica a todos
por igual. Pero las herramientas para combatirlo pueden no estar distribuidas tan
democráticamente, de manera que en eso también tenemos cosas que hacer como sociedad. Y en
este modelo tan hegemonizado por la medicina nos falta integrar el saber popular, los remedios
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caseros, las plantas que son repelentes por sí mismas. Esos saberes existen y los vecinos se los
pasan. Son cosas que no deberían desconocerse sino incluso potenciarse.
—Hay operadores sanitarios que prefieren subirle el volumen a la alarma argumentando que es el
modo de vencer la desidia y lograr que los ciudadanos modifiquemos nuestras conductas. Otros se
quejan de que el pánico creciente los obliga a perder el tiempo, que necesitan para hacer lo que hay
que hacer, atendiendo temores infundados. ¿En qué posición se ubicaría usted?
—La disyuntiva también tiene que ver con esa falta de una cultura de la prevención. Construir eso
lleva tiempo del que no se dispone, y entonces tenemos que apelar a conductas de control.
Mediante el bombardeo de información se espera que la gente reaccione, y eso tiene sentido. Tiene
como antecedentes negativos la constatación de que no pasó nada con la gripe aviar ni con la fiebre
porcina. Entonces el anuncio exagerado puede tener efectos positivos en el momento y negativos a
largo plazo, pues las personas podrían terminar pensando “la otra vez también nos asustaron”.
—El Aedes vuela entre nosotros desde fines de los noventa. Parece razonable pensar que la llegada
del dengue era cuestión de tiempo, pero unas cuantas reacciones dan a entender que había mucha
gente que no imaginaba la posibilidad. ¿Padecemos una especie de ilusión de invulnerabilidad?
—Sí, esa idea de que “a mí no me va a pasar”… Ciertamente tenemos condiciones sanitarias
mejores que muchos otros países de Latinoamérica, y el tamaño de nuestra población y la calidad de
nuestro territorio permiten un control que para otros países es casi imposible. Tenemos más cosas a
favor todavía. Tenemos conductas de higiene bien arraigadas, no tenemos problemas con el agua
potable. Pero existe, sí, esa sensación de invulnerabilidad. Se ve con otros eventos. En las
inundaciones, por ejemplo, cuando la gente no deja sus casas porque cree que el agua no va a
llegar, hasta que le llega y pierde todo. La sensación también suele estar presente en los accidentes
de tránsito, la mayor causa de muerte entre los jóvenes. La información está, las campañas se
hacen, pero opera eso de que las cosas les suceden a los otros y no a mí. Los uruguayos tenemos
esa creencia en que algún tipo de coraza nos protege. Claro que también tiene que ver con una
actitud de vida. Uno no puede tener una actitud fatalista. Se debe buscar un equilibrio. Si tengo que
cuidarme de todo porque todo puede pasarme a mí, terminaré encerrado en mi casa. Alcanzar ese
equilibrio demanda un proceso que exigiría escapar al círculo vicioso de la imprevisión. Todo evento tiene un momento previo, un momento en que se cumple y
un momento posterior, y no puedo comportarme en el momento en que el evento está ocurriendo
como si hubiese sido aconsejable hacerlo antes. Acá nos ponemos las pilas cuando las cosas ya
están pasando y debe enfrentarse la emergencia. Entonces nos prometemos que la próxima vez sí
vamos a hacer las cosas bien, pero pasada la emergencia aparecen otras cosas que nos van
haciendo dejar de lado lo que tiene que ver con la prevención. Tampoco conviene pecar de
ingenuos.
—¿A qué se refiere?
—A que en el campo de la salud la prevención casi no tiene costos. Pero en eso la industria
farmacéutica prácticamente no se involucra. Es difícil que apoye campañas que minimizarían la
necesidad de sus productos. Lo rentable es la enfermedad, y convivimos con esa contradicción.
Publicado el Lunes 22 de Febrero del 2016
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URL de origen: http://psico.edu.uy/gestion/comunicacion/medios/la-alarma-para-ir-al-recreo
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[4] http://psico.edu.uy/directorio/users/gloarche-0
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