CULTURA POPULAR Y CULTURA POLÍTICA: SU RELACIÓN CON LA UNIVERSIDAD EN EL PENSAMIENTO DE ANTENOR ORREGO (Ponencia sustentada en el Coloquio “Antenor Orrego, la unidad continental y los orígenes de la modernidad en el Perú”. Lima, 2, 3 y 4 octubre del 2002, Sala “Raúl Porras Barrenechea”, Congreso de la República.) Por ELMER ROBLES ORTIZ 1. CULTURA Y EDUCACIÓN Sin lugar a dudas, en su condición de humanista y educador insigne, la formación del hombre ocupa lugar predilecto en el pensamiento de Antenor Orrego. El hombre, afirma, vale por sus más fuertes impulsos, por sus más fuertes pasiones, no por las que se tornan negativas sino por las que ennoblecen. “El hombre sin pasiones es un ex-hombre, un ex-ser”. Por eso relaciona las pasiones con la educación en estos términos: “El problema de la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del hombre. El problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la máxima nobleza y en servirse de ellas como instrumento del espíritu” (1). Estuvo, por lo tanto, en contra del concepto común sobre la erradicación de las pasiones, lo cual conllevaría a la castración moral del hombre. Alude, desde luego, a las pasiones que conducen hacia los valores, no a las que traicionan el destino del hombre tornándose monstruosa negación. Para él, la educación no implica modelar el alma del niño, por cuanto éste tiene demasiado porvenir como para que el pasado -representado por sus padres o profesores- pretenda formarlo a su arbitrio. Son suyas estas palabras breves pero profundas: “La educación no es inculcar y modelar; la educación es revelar, conducir y ennoblecer. El alma humana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelarla a su capricho” (2). Y por ello pide mayor reverencia ante el educando, centro de atención del quehacer pedagógico Con tales ideas, publicadas el año de 1929 en su obra El monólogo eterno, Orrego se adelanta a las corrientes psicopedagógicas que sustentaron, mucho tiempo después, Vygotsky, Piaget y Ausubel, entre otros, hoy en boga. Lo que él sostuvo hace más de 70 años, ahora impregna el quehacer educativo. Efectivamente, Orrego piensa que el profesor no debe formar al alumno a su antojo, a su estilo, a su gusto personal, que no debe imponer un contenido educativo, sino ayudarlo a revelar su personalidad, a descubrir sus potencialidades, orientarlo o conducirlo a construir su propio conocimiento, a ser protagonista del proceso cultural. Postula, pues, una educación para perfeccionar al hombre en el sentido de su humanización, de manifestar o expresar sus cualidades como creador de cultura y elevar al máximo las energías vitales de su ser. Pero al mismo tiempo, una educación para la transformación, de modo que habrá de preparar al cerebro del estudiante para reaccionar creativamente ante la cambiante problemática de su entorno y del mundo entero; consiguientemente, la educación será, como la vida misma, dinámica, siempre fluyente, un caminar constante, una revelación permanente y abierta a todas las posibilidades del espíritu. Como la educación se inscribe en la esfera de la cultura y ambas se interrelacionan permanentemente, hacer labor de cultura, en el pensamiento de nuestro personaje, es hacer obra constructiva, educadora, imperecedera; es una acción que, en medio de hondas y lacerantes desgarraduras, decanta positivamente el espíritu, y con la cual el hombre deja su huella privativa en el curso de la historia. Precisamente, la cultura debe ser una cultura histórica, viva, encarnada en hombres concretos, no muerta, tampoco un simple escarceo de los académicos. Por ende, hay que saber vivir la cultura e incorporarla dentro de las fibras de nuestra vida. No debemos, tampoco, confundir cultura con ilustración académica; ésta implica memoria fría e inerte de la cultura pero no la cultura misma. Así, repetir un libro es muestra de ilustración; en cambio crear y vivificar el ambiente espiritual de una cátedra es una muestra de cultura. Y Orrego fue verdaderamente un hacedor de cultura. 2. UNIVERSIDAD Y PUEBLO Para que la cultura “viva en nosotros como médula en nuestros huesos y no sólo en los libros”, son precisos, según Orrego “dos elementos primordiales: de un lado la universidad, de otro el pueblo; de un lado el trabajador manual, de otro el trabajador intelectual. Son dos elementos que no pueden caminar separados porque se complementan entre sí”. Pero si hay separación, la cultura es utilizada por grupos minoritarios como instrumento de dominación sobre el pueblo, que es “la sustancia permanente de la historia y de la libertad del hombre”. Justamente, en el Perú, la divergencia entre universidad y pueblo ha sido de mayor magnitud que en otros países. “La universidad ha tenido escribe Orrego- una semi-cultura de gabinete y de pupitre pero no ha tenido ni tiene una verdadera cultura vital. La cultura hay que vivirla en principio y vivirla en acción. No se puede, pongamos por caso, explicar y defender en el aula las llamadas garantías individuales y atropellarlas y negarlas en la calle y en la vida cotidiana”. Mucha gente, por lo común, no actúa en consecuencia con los principios que declara. La aguda observación de Orrego contenida en la cita anterior así como en la siguiente exhibe una dolorosa realidad. Son sus palabras: “No vale la pena que en los exámenes se declame de corrido el amor a la libertad, al derecho y a la justicia y en la vida se les befe, o por lo menos, se muestre uno diferente a sus imperativos categóricos” (3). Las dos citas nos ponen frente a situaciones de pasmosa vigencia no obstante remontarse al año de 1928, aplicables en diversos campos de nuestra vida política y universitaria. Hacer cátedra, hacer universidad y hacer país implica fundamentalmente vivir la cultura, no sólo practicar la regurgitación de conceptos, hechos, datos, formulaciones filosóficas, leyes o teorías científicas. Por eso Orrego considera que la gran empresa de los universitarios es vivir la cultura. Y rechaza el eruditismo vacío, carente de sustancia, que no sirve para la mejora individual ni colectiva. Postula, por el contrario, el conocimiento de nuestra problemática. Necesitamos, escribe, “crear nuestro propio pensamiento, nuestra propia política, nuestra propia economía, nuestra propia estética, nuestra propia historia” (4). Y en lugar de textos europeos que, mal comprendidos y mal aplicados, desorientan y fatigan con palabras vacías nuestros cerebros, necesitamos maestros que nos enseñen a conocer y amar nuestra América, que vivan junto a la juventud y el pueblo la infinita y heroica tarea de crear cultura, de forjar un continente integrado por el intelecto, maestros brotados de las entrañas palpitantes de nuestra recóndita realidad. Según Orrego, en la tarea de hacer cultura, deben juntarse maestros y discípulos, en un solidario y fervoroso anhelo común, en el que todos brinden sus aportes. Sostiene que para crear una cultura viva y crear una verdadera nacionalidad es menester superar el libro y la letra muerta; escudriñar nuestra realidad y desde allí elevar nuestro pensamiento. Critica a las universidades porque no han despertado ni formado al hombre en los profesionales salidos de sus aulas. Tales profesionales aparecen, entonces, como criaturas débiles que marchan por la vida agobiadas por su título, por su carrera y por su lucro, sin responsabilidad moral, que lo mismo les da vivir con sus ideas, con la justicia, con la verdad, o sin ellas y hasta en contra de ellas. De esta manera, nada podemos esperar y exigir de profesionales con tales características, que son la degradación de la actividad universitaria. Formar al hombre y al ciudadano antes que al profesional es, pues, tarea primordial de la universidad. Pide a las nuevas generaciones realizar el objetivo más sagrado del hombre: la responsabilidad suprema de crear una nueva vida, esto es, vivir la cultura, realizarse por medio de ella, que le es privativa y sin la cual pierde su condición humana Y para vivir la cultura, en opinión del egregio maestro, es indispensable que la universidad se proyecte al pueblo y que éste se incorpore a la universidad. Sobre esta relación entre universidad y pueblo acota los siguientes términos: “Universidad y pueblo son dos vasos comunicantes cuyo nivel superior o inferior lo determinan la mayor o menor mentalidad y moralidad de ambos. Son si se quiere dos factores intercambiables que presiden todo el proceso histórico” (5). Estos conceptos fueron escritos en 1928; consecuente con ellos, en 1947, desde el cargo de Rector de la Universidad Nacional de Trujillo sostuvo que la universidad “tiende a satisfacer las justas aspiraciones de los hijos del pueblo porque la universidad es, y así debe ser, la institución máxima de los hijos del pueblo” (6). Pero no se quedó sólo palabras, sus ideas las llevó a la acción. Y allí están sus realizaciones que han servido y siguen sirviendo a los hijos del pueblo: organismos académicos y obras materiales. La más alta misión espiritual que asigna a las universidades, aparte de la no menos alta que debe ejercer en el campo personal, es la de ser depositaria y discernidora de la experiencia histórica de un pueblo, sin la cual es imposible conseguir la consolidación y la estabilidad de las instituciones políticas. Esto conlleva la idea de una universidad dinámica e integral, puesta a tono con la vida contemporánea en todas sus manifestaciones. Por eso siente satisfacción al constatar que felizmente en el Perú, las generaciones universitarias del movimiento reformista iniciaron el acercamiento de la universidad al pueblo y de éste a la universidad, con el cual por primera vez se crea cultura opuesta al libro frío y a la letra muerta. 3. CULTURA Y POLÍTICA Como la idea de cátedra implica la de aporte, propuesta o planteamiento, Antenor Orrego desarrolló cátedra no sólo en el aula, sino por diferentes medios: el periódico, la revista, el libro, la tribuna pública, y lo hizo en diversas esferas: filosofía, literatura, educación, historia, política... Ellas forman un todo polifacético pero coherente de su pensamiento, cuyo profundo humanismo lo llevó a sostener que el supremo fin del Estado es “la exaltación del hombre a su máxima plenitud espiritual, única razón de su origen y de su existencia” (7). Es decir, concibe un Estado al servicio del hombre, y éste como el centro y eje de las aspiraciones políticas surgidas en una determinada sociedad. Y como considera que el hombre no puede abstraerse del quehacer político, por ser inherente a toda sociedad, bien hubiera suscrito las palabras de Georges Balandier cuyos estudios antropológicos muestran “que las sociedades humanas producen todas lo político y que todas ellas están expuestas y abiertas a las vicisitudes de la Historia” (8). En su concepto, la política que merece llamarse tal tiene que ser vista y practicada como método o principio de gobierno, como línea coherente y permanente de acción, no como un simple anhelo pasajero nacido en vísperas de un proceso electoral. Y para que la política asuma un rango científico “es preciso que se alce sobre todos los puntos de vista particulares, y que sea capaz de coordinar una concepción global de la historia en cada situación concreta” (9). Esto entraña que el contenido de la ciencia política reside en “comprender con claridad la necesidad del cambio o transformación social, que no es cualquier cambio arbitrario, caprichoso o utópico, sino aquel que fluye en un momento determinado de las situaciones morales, económicas, sociales y políticas de un país”. En tal sentido: “El talento o genio del gran estadista consiste en comprender y obrar en consecuencia en el sentido de ese cambio” (10). Precisamente, para Orrego “Estadista significa hombre previsor, cuya mirada sea capaz de abrazar grandes perspectivas de tiempo” (11). De esta forma, en el pensamiento de Orrego, el estadista es el personaje que encarna y despierta los valores de la libertad de un pueblo como realidad concreta que emana de la historia, no como un conjunto de principios abstractos y, por consiguiente, es el hombre que sabe conducir a su pueblo a la posesión y goce de esa libertad; y el político es el que moviliza la opinión pública estructurando los partidos políticos, orientando y coordinando la acción táctica de la vida política de un país, en ejercicio de la libertad y eludiendo los obstáculos de las ambiciones egoístas e intereses mezquinos. Categóricamente, Orrego afirma: “Cuando en un solo hombre se da, a la vez, el estadista y el político, los pueblos poseen el gobernante perfecto” (12). Antenor Orrego defendió ardorosamente el derecho de los ciudadanos a organizarse y orientarse mediante los partidos políticos, entidades o núcleos de la opinión ciudadana sustentados en principios y programas. Textualmente dice: “El concepto cabal de partido entraña la formulación de un programa orgánico de gobierno y de una línea coherente y constante de opinión pública para colaborar en las actividades del Estado o para alcanzar el ejercicio del poder público” (13). Entonces, orgánica y vigorosamente estructurados en una doctrina, los partidos políticos están llamados a cumplir una gran función educadora en la vida nacional, de modo que orienten a la ciudadanía en uno u otro sentido, controlen el poder, fiscalicen los actos gubernativos y, por lo tanto, el saneamiento de la administración pública. “En verdad, éstos -se refiere a los partidos, y cito nuevamente sus palabras- deben ser canales vivos y permanentes por donde fluyan, hacia la nación, las corrientes de docencia política que surgen de cada núcleo de opinión”. “Sin partidos políticos auténticos, que sientan profundamente su misión docente, desde su propio campo doctrinario, no tendremos jamás una verdadera democracia” (14). Orrego se preocupa por el liderazgo político y académico, porque sin liderazgo el país y sus instituciones carecerían de rumbo. Y al respecto pregunta: “¿Qué es pues la política? ¿Cómo debe ejercerla la minoría del pensamiento?”. El mismo responde así: “Pensando y haciendo pensar a la masa; defendiendo nuevos sentidos de libertad; incorporando en la sensibilidad y en el pensamiento colectivos la necesidad de nuevas superaciones. La política no es dar un gobierno perfecto idealmente; es hacer que el pueblo merezca una autoridad mejor; es procurar que la colectividad sienta la urgencia de un gobierno más perfecto” (15). Orrego relacionó la cultura popular y la cultura política con la cultura universitaria. En oposición a los académicos europeos que vivían en su torre de marfil, el movimiento de reforma universitaria, propagado por toda América Latina a partir de 1918 y 1919 -del cual el gran maestro fue protagonista-, asignó a las universidades un rol social, ahora indiscutible. La reforma universitaria fue esencialmente un movimiento académico y social que abrió las puertas de las universidades al pueblo y contribuyó a democratizar el sistema educativo en general, al tiempo que se propuso crear una auténtica cultura latinoamericana. Fue el movimiento de más amplia proyección cultural que ha dado nuestra patria continental. Y esa proyección tenía al pueblo como su destinatario. En tal sentido, Orrego sostuvo que la universidad no podía vivir y quedar aislada “en la periferia de los pueblos sino en la médula vital de su ambiente o contorno”. Y como la universidad ha vivido los vaivenes de la vida política de la república, en un movimiento pendular de gobiernos democráticos por su origen y de gobiernos autoritarios, Orrego y las juventudes reformistas pensaron a lo largo y ancho de América Latina que la docencia en esta parte del mundo habría de caracterizarse por ser, primordialmente, docencia ciudadana, educación civil y política. En un Estado en el cual no se respetaban los derechos humanos, la universidad no podía vivir encerrada como en un claustro colonial, ciega, sorda, muda, insensible a las angustias del pueblo y al grito redentor de las multitudes. Tenía y tiene la ineludible obligación de proyectarse socialmente; asumir un compromiso con la justicia social. De allí la pregunta formulada por Orrego y su correspondiente respuesta: “¿Cómo puede el hombre consagrarse a la ciencia, a las artes y al ejercicio de las disciplinas intelectuales sino no hay libertad? Hay que esforzarse por conquistarla previamente. Hagámonos, primero países justos para hacernos, luego países sabios (16). En todos los campos de la actividad humana, invitó a la juventud a emprender la búsqueda del Perú y América Latina, alejándose del hechizo de la imaginación exótica, para encontrar su propia ruta, aunque lacerante, ruta auténtica, nuestra. “Política y culturalmente -anota- no seremos libres, sino simplemente libertos y manumitidos mientras sintamos la añoranza de las palabras y de los ademanes extraños. Si sentimos el pensamiento europeo como yugo y no como sustancia nutricia y alumbradora, ¿cómo habremos de alcanzar nuestra autonomía, nuestra soberanía y mayoría espirituales?” (17) En verdad, es reiterativo al pedir a la juventud que piense con autonomía, a no esperar que otros lo hagan por ella. En un mundo cambiante a velocidad vertiginosa, no hay lugar para el ocio de otros tiempos. Nuestro tiempo exige a todos, pensamiento divergente y acción constructiva, rumbo auténtico sin ignorar el acaecer mundial. En uno de sus aforismos, Orrego escribe: “No hay más cobardía que no hacer tu acción o no decir tu palabra. Que esta sea tu moral” (18). Pues bien, como ciudadano, político, escritor y universitario (estudiante, maestro o autoridad), él siempre dijo su palabra y realizó su acción. Fue consecuente con sus ideas. Y vivió plenamente su moral. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 1. Antenor Orrego. El monólogo eterno (Aforística). Trujillo, Empresa Editora La Razón, 3ra. ed. 1977, p. 18. Cf. Obras completas, t 1, Lima, Cambio y Desarrollo-Instituto de Investigaciones, Editorial Pachacutec, 1995, p. 84. 2. Ibid., p. 18. 3. Las citas de este párrafo y del anterior proceden de: Antenor Orrego, “Cultura universitaria y cultura popular”. Tomado de Elmer Robles Ortiz. Las ideas educacionales de Antenor Orrego. Trujillo, Universidad Nacional de Trujillo, Gráfica Ariseb, 1992, p. 73-74. Primigeniamente publicado en Amauta, Año III, N° 16, Lima, julio de 1928, p. 35-36. Incluido en Obras completas, op. cit. t. 1, p. 305-310. 4. Ibid., p. 76. 5. Ibid., p. 79. 6. Véase Memoria del Sr. Dr. Don Antenor Orrego, Rector de la Universidad Nacional de Trujillo, leída el día de la apertura del año académico. Trujillo, Librería e Imprenta Moreno, 1947,p. 36. Incluida en Elmer Robles Ortiz, op. cit. p.128. 7. Antenor Orrego. Obras completas, t. 1, p. 47. 8. Georges Balandier. Antropología política. Barcelona, Ediciones Península, 1969, p.6. 9. Antenor Orrego. “La política como teoría”. En: Obras completas, t. 3, p. 252. 10. Ibid., “La materia de lo político”. En: Obras completas, t.3, p. 256. 11. Ibid., “De nuevo en la lucha” En: Obras completas, t. 2, p. 279. 12. Ibid., Discriminaciones. Lima, Universidad Nacional Federico Villareal, Editorial Jurídica, 1965, p. 19. Incluido en Obras completas, t. 2, p. 324. 13. Ibid., “Partidos y paz interior”. En: Obras completas, t.4, p. 27. 14. Ibid., “Nnivel de cultura política”. En: Obras completas, t. 4, p. 41.42. 15. Ibid., “Política”. En: Obras completas, t. 1, p. 68. 16. Las citas de este párrafo han sito tomado de “La cruzada por la libertad del estudiante”, Elmer Robles Ortiz, op. cit., p. 82-83. 17. Antenor Orrego, Pueblo continente .Ensayos para una interpretación de la América Latina. Buenos Aires, Ediciones Continente, 2ª. Ed. 1957, p. 18. Cr. Obras completas, t. 1, p. 121. 18. Ibid. Obras completas, t. 1, p. 73.