DE LA DIGNIDAD DEL TRABAJO A LA SOCIEDAD DE TRABAJO A partir de la “Rerum novarum”, la Iglesia no ha dejado de considerar los problemas del trabajo como parte de la cuestión social que ha adquirido progresivamente dimensiones mundiales. Las enseñanzas de sus Santos, como San Alberto Hurtado, la encíclica “Laborem exercens” y el magistero enriquecen la visión personalista del trabajo, característica de los precedentes documentos sociales, indicando la necesidad de profundizar en los significados y los compromisos que el trabajo comporta, poniendo de relieve el hecho que “surgen siempre nuevos interrogantes y problemas, nacen siempre nuevas esperanzas, pero nacen también temores y amenazas relacionados con esta dimensión fundamental de la existencia humana, de la que la vida del hombre está hecha cada día, de la que deriva la propia dignidad específica y en la que a la vez, está contenida la medida incesante de la fatiga humana, del sufrimiento, y también del daño y de la injusticia que invaden profundamente la vida social, dentro de cada Nación y a escala internacional. En efecto, el trabajo, “clave esencial” de toda la cuestión social, condiciona el desarrollo no sólo económico, sino también cultural y moral, de las personas, de la familia, de la sociedad y de todo el género humano. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, N° 269, pág. 196). 1 Se trata del paradigma de la sociedad de trabajo con raíces históricas en la misma OIT y el Trabajo Decente. Es un paradigma fundado en prácticas y demandas actuales del mundo del trabajo. Las fuerzas representativas de los trabajadores y empleadores se movían hasta dos décadas atrás con el paradigma sociolaboral de la “sociedad industrial-salarial”, que se sustentaba a su vez en las instituciones del originario “estado de bienestar”. Hasta la década de los ochenta del siglo pasado todavía se daba por sentado que la sociedad industrialsalarial extendería constantemente sus estructuras productivas, aumentaría la fuerza laboral involucrada en la “sociedad salarial”, y la acción sindical y los compromisos tripartitos garantizarían la profundización de la humanización del trabajo y el bienestar de las sociedades. Pero, el paradigma de la sociedad industrial-salarial comienza a perder sustento en los años setenta. La crisis de realización del capital es resuelta por mutaciones, que a través de la aplicación en las empresas de las nuevas tecnologías sobre procesos y productos del trabajo, logra producir fuertes aumentos en la productividad. Nace la economía informacional, cuyo “núcleo duro” son las nuevas tecnologías. Se pasa del fordismo al toyotismo y a la empresa de “variedad”. Surge a escala mundial la “nueva economía” o “economía informacional” en redes (con eje en la informática y las comunicaciones) y junto a ella se va formando la “sociedad de la información”. Se generalizan las grandes empresas en “estrella”. Se agotan los yacimientos de trabajo fordistas. La economía se vuelve global, pero los mercados de trabajo se 2 vuelven más heterogéneos. Se erosiona la sociedad salarial. Se aplica como solución sociopolítica la “sociedad de mercado” con capas sociales “ganadoras y perdedoras”. El desempleo y el subempleo se convierten en estructurales no sólo en los países periféricos menos desarrollados, sino también en países altamente desarrollados y de desarrollo intermedio. Así las cosas, una gran revolución tecnológica mundial va junto con la exclusión social. En nuestra época no es viable a largo plazo un modo de producción sustentable sin instituciones sociopolíticas que garanticen la igualdad de oportunidades. Esta última se garantiza, ante todo, con una distribución equitativa de los ingresos directos, pero incluye también la distribución masiva de una variedad de bienes sociales (educación, salud, vivienda, etc.). Estructuras sociales solidarias y generadoras de bienestar social son imprescindibles para alcanzar las metas del desarrollo sustentable democrático. Este requisito (con formas históricas específicas en diferentes etapas de evolución de las sociedades), adopta hoy la forma concreta de “sociedades de trabajo”. Esta categoría reivindica como valor esencial que el trabajo es “substancia fundante” de toda la historia de la humanidad. La sociedad del trabajo se articula con teorías y prácticas sociales precedentes que son sus “pisos civilizatorios”: Las instituciones y prácticas sociopolíticas que sustentan la entrada en la historia de la sociedad del trabajo son principalmente (pero no sólo) aquéllas que han dado lugar a la creación de empleo productivo en diferentes momentos de la “historia del capital” y de la 3 organizaciones autónomas de trabajadores y empleadores. Concurren como “pisos civilizatorios” sociolaborales la acción de los sindicatos, las diferentes modalidades e institutos del “Estado social”, las empresas que promueven las innovaciones productivas aplicadas con negociaciones con los sindicatos y los trabajadores, las organizaciones políticas afines al mundo del trabajo, los impulsos morales del magisterio social de la iglesia, la cooperación institucional entre los intelectuales y el mundo del trabajo para humanizar y mejorar la calidad del trabajo, etc. Las normas internacionales del trabajo y el tripartismo promovidos por la OIT han jugado un papel central para construir mercados de trabajo nacionales y supranacionales regulados por normas laborales que favorecen la humanización del trabajo y la solidaridad social. La aplicación de las normas laborales a la economía global es lo que se conoce como “dimensión social de la globalización”. La primera razón de la legitimidad de la sociedad del trabajo consiste en que se difiera con los fundamentos empíricos y teóricos con la categoría de “sociedad de mercado”. Esta última categoría se corresponde con los intereses de un sector de las sociedades identificados con las capacidades innovadoras pero al mismo tiempo “darwinistas” de “el capital”. La constitución de sociedades de mercado es el resultado del curso real de la historia política actual. Esta se ha “realizado” como apropiación unilateral (y predominantemente privada) de los excedentes económicos, generando segmentación en las estructuras productivas y de ingresos, y bloqueando la 4 expansión del trabajo productivo en sus diversas modalidades salariales. El neoliberalismo sobredimensiona el carácter rentístico-financiero laboral, y genera un malestar generalizado en las culturas. Por eso, avanzar progresivamente hacia sociedades de trabajo, superadoras de las sociedades de mercado, es una gran tarea civilizatoria para dotar de racionalidad a la globalización. La segunda razón es que hoy –en correspondencia con la segunda ola de mundialización de la economía– se difunda con insistencia por los medios de comunicación que el comercio es el factor de unidad de las sociedades. Pero el comercio, si bien fundamental, no integra a las personas sino que las pone en “contacto”. Lo que integra y une a las personas en sociedades es el trabajo. En la economía global lo que integra mundialmente es el trabajo en cadenas globales de valor productivas supranacionales. Estas conforman mercados de trabajo supranacionales. El comercio mundial permita a esas cadenas productivas la realización del valor y, por lo tanto, consolida a las relaciones de producción globales. La demanda de pensar en sociedades de trabajo es legítima. La categoría “sociedad de trabajo” podría permanecer en el reino de las utopías si no logra constituirse como “fuerza sociopolítica componente de la economía política de desarrollo sustentable”. Para hacer posibles las sociedades de trabajo es necesario pugnar dentro de las economías de mercado de modo de convertir en dominantes a nuevos modos de producción sustentables 5 (desarrollo) según regiones y países, con capacidades políticas y técnicas para “usar” y “utilizar” para el bienestar de las sociedades los logros tecnológicos y productivos de la autorrevolución del capital. Esto sólo será posible reestructurando las formas de distribución para favorecer la formación de empresas, introduciendo la participación de los trabajadores. Los nuevos modos de producción y distribución basados en la economía política de desarrollo pueden ser denominados “economía social de mercado”, “economía mixta de mercado”, entre otras expresiones. La esquemática formulación de un modo de desarrollo (que como tal articula y ensambla las prácticas económicas, sociales, laborales, culturales y políticas de las sociedades) apto para dotar a las economías de mercado de “direccionalidad de sustentabilidad programada” con “trabajo para todos” (ensamblaje este último de diversas formas productivas de trabajar asalariadas y no asalariadas) requiere de instrumentos de la economía laboral, y por lo tanto de la gestión de instituciones públicas y especialista capacitados para formular y dar seguimiento a la ejecución de los programas destinados a cubrir demandas laborales de los mercados de trabajo. Por lo tanto, la categoría abstracta de sociedad de trabajo podrá transformarse en categoría concreta (operativa) sólo si se cuenta con la identificación ideológica por parte de los sujetos del mundo del trabajo (trabajadores, sindicatos, organizaciones empresarias, asociacionistas y centros generadores de tecnologías aplicadas) con los objetivos y prioridades de plan indicativo. 6 Como la planificación indicativa opera en los mercados, es fundamental que se generen sistemas públicos de capacitación continua de trabajadores, empresarios y gerentes según las demandas de las empresas y los mercados laborales nacionales, de los mercados laborales interempresas multinacionales y de los mercados laborales globales en escalas regionales y mundiales. Esos sistemas de capacitación se fundan en la cooperación entre el poder político, las instituciones especializadas públicas y privadas, las organizaciones empresarias y los sindicatos. La idea es reinstalar a los sistemas de educación pública como las herramientas prioritarias para calificar y recalificar a los aspirantes a entrar a los mercados de trabajo. Las nuevas sociedades de trabajo ponen en crisis el paradigma tradicional de educación/capacitación y obligan a reformularlo completamente a partir del replanteo de varias relaciones o situaciones, como son las de género, las nuevas percepciones del mundo de los jóvenes adiestrados por la vida cotidiana en las culturas virtuales, la importancia de la dialéctica entre trabajo-ocio tanto para los jóvenes como para “viejos”, los nuevos valores y actitudes que definen la relación de los trabajadores(as) en las empresas y en las familias, etc. La capacitación continua debe tener muy presente que hoy los jóvenes crecientemente piensan y se imaginan a los trabajos en relación con el mundo simbólico y las prácticas sociales proyectadas en la sociedad de la información. Un gran desafío es, sin duda, concentrar los esfuerzos para la compleja tarea de incorporar a los mercados de trabajo a través de los sistemas de capacitación a 7 las mujeres y los jóvenes en diversos tipos de ocupaciones, y constituir y reconstituir los lazos laborales y culturales intergeneracionales. Otro desafío consiste en asegurar las trayectorias laborales de los trabajadores(as) adultos mayores. La sociedad de trabajo es sinónimo de sociedad con diversas modalidades de empleos y trabajos decentes. Pero si bien la calidad de los empleos depende, en última instancia, de la productividad media de una economía, ninguna economía puede funcionar adecuadamente si los patrones de distribución del ingreso se ajustan a la actual y creciente polarización social consolidada por la fuerte descalificación profesional que se registra en los bolsones de desempleo y pobreza. En una sociedad del trabajo existirán las desigualdades, pero esas desigualdades deberán ser acotadas. Las escalas salariales, cuando son superiores a un diferencial de ingresos mayor de 1 a 10, impiden en distinto grado el crecimiento económico sostenido y la cohesión social. La viabilidad de la sociedad de trabajo se decidirá en escala mundial. En otros términos, la sociedad de trabajo forma parte de un diseño sustentado en políticas supranacionales y nacionales destinadas a favorecer a los intereses de los pueblos y como herramientas restrictivas del poder discrecional de las empresas multinacionales y del sistema financiero internacional. La edificación de sociedades de trabajo debería ser uno de los núcleos de sustentación de los Objetivos del Milenio, de erradicar la pobreza y al mismo tiempo profundizar la democracia económica, política y social. 8 “Más vale poco, con justicia, que mucha renta sin equidad” (Pr. 16,8) 9