Vidas ejemplares Made Clara Podestá Rosa Podestá, nacida en Paggi, en 1815, siguió el ejemplo de su hermana Catalina, y con sus espléndidos diecinueve años, entró en la pobre casa de la calle San Antonio, el 17 de junio de 1834, impulsada por Gianelli, quien le había dicho repetidamente: “Dios es el valor de los valores: ¡ser elegida por él es la más grande fortuna!”. Discretamente atractiva e instruida, pocos días después de su ingreso, fue nombrada maestra de la escuela para las alumnas externas. Después de un año, hizo su profesión religiosa: el arcipreste la nombra responsable de las educandas y maestra de las novicias. Permanecerá en el cargo durante diecinueve años. En las dos hermanas Podestá, Gianelli ve dos columnas de su Instituto, y las modera en su fervor, para que su actividad no desanime a las más débiles, y para que su dinamismo no oprima a las otras Hermanas. Las quiere humildes, convencidas de su propia insuficiencia: Clara lo sabe y les enseña a las novicias que quien, comprueba su propia incapacidad, no se debe deja abatir, no se debe angustiar, y en los momentos difíciles, con humildad, debe entregarse y someterse a la voluntad de Dios. Aprovechaba todas las oportunidades para instruir y alentar a las Hermanas: sabía sacar buen partido de las buenas cualidades de cada una, aprovechando sus mejores condiciones, y no descuidaba a ninguna hasta que no la hacía llegar a esa perfección que deseaba. La Madre Clara, con su intuición femenina y su espíritu resuelto, franco, libre de todas las ataduras preparó religiosas activas, incansables en la caridad y el servicio. Por su habilidad y su sentido común, fue enviada a otras Comunidades nacientes. Por esta razón se encontraba en Génova, con las Hijas de San José, cuando la localizaron para organizar el viaje a América y con el grito de “Hermanas no es hora de dormir, América nos espera”, vive y se desvive para que el viaje se concrete lo antes posible. En septiembre de 1856, partió el primer grupo de “misioneras gianellinas” del puerto de Génova. Después de un azaroso y difícil viaje, el 18 de noviembre del mismo año, desembarcaron en el puerto del Uruguay, en Noviembre de 1856. Ya en tierra americana, Madre Clara desplegó lo mejor de su espíritu indómito y emprendedor, fundando casas y no dejando una sola necesidad sin su debida respuesta. Trabajó mancomunadamente con los laicos de ambas orillas del Plata. Con ellos tenía expresiones de confianza, de apertura y de amistad. A las Señoras de la Sociedad de Beneficencia, en especial a la Sra. del Pino, encomendaba a sus Hijas, después de la fundación de nuevas Obras. A ellas, conocedoras del ambiente y de la sociedad, se dirigía para pedir consejo, parecer y opiniones y agradecía cada palabra que recibía meditando en su corazón de Madre, cada una de las sugerencias recibidas. Cuando las necesidades de organización de la nueva Congregación se hicieron apremiantes, Madre Clara vuelve a Roma, con la secreta esperanza de regresar a estas tierras, trayendo refuerzos…. Pero la voluntad de Dios tenía otros designios. Estando en Roma su salud decayó rápidamente y murió allí el 1º de enero de 1869… Con la noticia de la muerte de Madre Clara, en América una sensación de soledad, embargó todos los ánimos. Pero la fe iluminaba los espíritus y hacía nacer una certeza: Madre Clara desde el cielo, seguiría guiando a sus Hijas del alma, que habían quedado en estas tierras, porque Madre Clara, por su amor, se dedicación, por sus fatigas y por su capacidad de enculturación se había ganado una nueva nacionalidad: “Madre Clara es americana” 1 Madre Hermana María Luisa Solari La Madre Luisa una de esas almas grandes que se respetan porque lo merecen y ante las cuales el sabio y el poderoso se encuentran empequeñecidos. Esta virtuosa Religiosa que contaba en el pasado enero, cuando abandonó la tierra, sesenta y seis años, no había recibido otra instrucción que la que se daba en general en los tiempos de su niñez y sin embargo todos la consideraban dotada de un ingenio, y de una capacidad e instrucción superiores. Estos méritos unidos a sus virtudes la señalaron desde su juventud para ocupar cargos honrosos, en los cuales se desempeñó a entera satisfacción. En el año 1860 llega a América con 19 Hermanas para hacerse cargo del Hospital de Mujeres de Buenos Aires y de Córdoba. Estuvo en el primero en calidad de Superiora hasta el año 1868,en que fue llamada a Italia. Volvió en el año 1869 con el cargo de Madre Provincial, teniendo en ese tiempo las Hijas de María 13 casas en América y al dejar ella el cargo en el año 1882 dejaba fundadas en las repúblicas del Plata, cuarenta y tres instituciones. Con esto se pueden medir los trabajos de esta benemérita Religiosa. Las susodichas Casas no se encuentran en una sola parte y las vías de comunicación, sobre todo en la República Argentina, no tenían comodidad alguna. Debía, por lo tanto, hacer largos viajes, atravesando regiones casi desiertas, con todas las molestias que se pueden imaginar, sobre todo, siendo de salud delicada y debilitada por los pesados trabajos sufridos. Las distancias y el océano no eran obstáculos para ella, cuando se trataba del bien ajeno. Sus fundaciones necesitaban Hermanas, ¿dónde encontrarlas? Corría a buscarlas a Europa con la misma facilidad con que se trasladaba a la vecina Capital, y volvía con un grupo de Hermanas, a las cuales sabía inspirar el celo ardiente que la devoraba, para comenzar las obras de caridad, y afrontar todas las dificultades de su desarrollo, siempre que se procurara el bien del prójimo. Pero este celo no sería loable si no lo acompañara una prudente discreción. Sabía negarse todo a sí misma y no ahorraba trabajos, pero sabía medir la fuerza de los medios, tonel bien que procuraba comenzar, y, por esto, ¡cuántas amarguras tuvo que soportar! El cuadro aun mal trazado de esta Hermana que supo tan bien comprender y cumplir su misión, sea como un monumento que se levante para modelo y estímulo de sus Hermanas y admiración de la sociedad, que supo apreciar sus méritos y virtudes. Pero no está basado, no, en la efímera grandeza humana, sino en el heroísmo que supo practicar, y unido a esa una vida tan activa como la que llevó hasta tres años antes de su muerte (…) 2