LA FILOSOFÍA EMPIRISTA

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LA FILOSOFÍA EMPIRISTA
I. CONTEXTO HISTÓRICO.
Los filósofos racionalistas y empiristas vivieron durante los siglos XVII y XVIII, pero mientras que los
primeros vivieron en el continente europeo, el empirismo se desarrolla fundamentalmente en las islas
británicas. Por ese motivo, los empiristas estuvieron relacionados con los sucesos históricos de dichos
siglos en Inglaterra, Escocia e Irlanda.
Inglaterra logró desarrollar su industria y su dominio en el comercio marítimo, hasta colocarse a la
cabeza de Europa. En el siglo siguiente, el crecimiento industrial en el Reino Unido llegó a ser tan grande
que constituyó uno de los factores clave en el inicio de la revolución industrial.
La política inglesa estuvo marcada por las tensiones entre los monarcas y el Parlamento. Los reyes,
emulando el absolutismo creciente en los países del continente, pretendieron someter al Parlamento a
su poder, pero no lo consiguieron, ya que el Parlamento impuso su poder para autorizar las decisiones
más importantes. La nobleza apoyaba a la monarquía, pero los burgueses se alinearon del lado de los
parlamentarios. La disputa que Carlos I mantuvo con el Parlamento derivó en una revolución en 1640,
que terminó con la derrota y ejecución del monarca, y la subida al poder de Oliver Cromwell, quien
asumió todos los poderes del Estado en un régimen dictatorial (en esta época, Hobbes escribe su
“Leviatán” defendiendo el poder absoluto del gobernante como única garantía de estabilidad política y
social).
Tras la muerte de Cromwell (1658), se restauró la monarquía, pero años después, en 1688, se produjo
una segunda revolución (la “Revolución Gloriosa”), que culmina con la coronación de Guillermo III de
Orange como rey de Inglaterra en 1689, que aceptó una nueva Constitución limitando los poderes de la
corona y dando un gran poder al Parlamento. Al año siguiente, John Locke publica dos obras de filosofía
política defendiendo la autoridad del parlamentarismo frente al poder absoluto.
Con esta revolución comenzó la democracia parlamentaria moderna inglesa: el monarca nunca volvería
a tener el poder absoluto, y se firmó la primera “Carta de derechos” (“Bill of Rights”). En esta
declaración se constataba la primacía del Parlamento frente a cualquier otro poder. La Carta de
Derechos de 1689 es el precedente inmediato de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, del preámbulo de la Declaración de Independencia de los EEUU en 1776 (que
extraen sus frases e ideas fundamentales de las obras de John Locke) o la Declaración de los Derechos
Humanos de 1948.
En 1707 se produjo la unión formal de Inglaterra, Escocia y Gales, que pasaron a formar el Reino Unido
de Gran Bretaña, que prosperó enormemente durante el siglo XVIII en población, crecimiento
económico y militar.
II. CARACTERÍSTICAS DEL EMPIRISMO COMO CORRIENTE FILOSÓFICA.
Se conoce como empirismo la doctrina filosófica que se desarrolla en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII,
que considera la experiencia como la única fuente válida de conocimiento. Por sus tesis, el empirismo es
la postura opuesta al racionalismo. El empirismo es la doctrina filosófica que defiende que las ideas y el
conocimiento provienen de la experiencia. Los sentidos son la única fuente de conocimiento para el
hombre.
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Para esta doctrina, el origen de nuestros conocimientos no está en la razón, sino en la experiencia, ya
que todo el contenido del pensamiento ha tenido que pasar primero por los sentidos: “No hay nada en
nuestra mente que antes no haya estado en los sentidos”.
El empirismo tuvo su origen histórico en Aristóteles, que fue el primero en vincular el conocimiento
humano con la experiencia sensible, contra el idealismo platónico. Antecedentes de esta corriente se
ven en algunos autores medievales como Guillermo de Ockham, que defendió que la experiencia es la
única fuente de conocimientos para el ser humano. El precursor directo del empirismo es Francis Bacon,
que destaca la necesidad de recurrir a la inducción y a la observación para hacer verdadera ciencia.
Los principales autores de esta corriente son John Locke y George Berkeley, siendo sin duda su
exponente más radical David Hume, que llevó a sus últimas consecuencias las tesis empiristas.
Principales tesis del empirismo inglés:
-El empirismo se opuso a los principios esenciales del racionalismo: el origen del conocimiento no está
en la misma razón, sino en el mundo exterior que percibimos a través de los sentidos: el origen de todo
el conocimiento está en los sentidos.
-La experiencia es el origen de todo el conocimiento y también su límite: no es posible conocer nada
más allá de lo que percibimos por los sentidos. Con el empirismo, se eliminan los contenidos metafísicos
y se cuestiona la capacidad de la razón humana para captar la realidad de forma ilimitada. El empirismo
contradice la tesis racionalista de que la razón humana es capaz de conocer toda la realidad de forma
ilimitada, y sin recurso a la experiencia.
-Niega la existencia de ideas innatas y considera que todos nuestros conocimientos provienen de la
experiencia y comienzan con ella, pues no existe nada en la razón que no provenga de los sentidos.
-Con el empirismo inglés se inaugura la filosofía crítica. El racionalismo aceptaba sin más la capacidad
humana para alcanzar el conocimiento y la verdad, y la duda metódica cartesiana tan solo era un
procedimiento para garantizar la certeza de nuestros conocimientos. Los empiristas son los primeros en
estudiar de forma sistemática las condiciones de validez de nuestras facultades cognoscitivas,
cuestionando su alcance, posibilidad y límites.
-Fin de la consideración de la metafísica como ciencia: solo podemos conocer los fenómenos que se
presentan a nuestros sentidos, y toda pretensión de ir más allá de los datos que nos suministran los
sentidos se torna problemática. Desconocemos la realidad en sí, independientemente de cómo la
percibimos. De este modo, se elimina la posibilidad de conocer los objetos de la metafísica.
-El origen del conocimiento está en los sentidos propios, individuales, que proporcionan una experiencia
personal e intransferible, sino que cada persona posee sus propios conocimientos y no hay verdades
universales, válidas para todos los hombres en todo momento y lugar: el empirismo conduce al
escepticismo, a la consideración de que no existen verdades absolutas.
-Esta oposición al dogmatismo implica en los autores empiristas una exaltación de la tolerancia: como
no hay verdades absolutas, debemos aprender a tolerar las posiciones ajenas y debemos aceptar la
libertad individual de pensamiento, religión, expresión… Propugnaron la pluralidad y la libertad religiosa,
y se les considera como los primeros ideólogos defensores de la igualdad y la libertad.
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IV. DAVID HUME.
1. VIDA Y OBRA.
David Hume nace en 1711 en Edimburgo (Escocia), proviene de una familia de la pequeña burguesía
terrateniente escocesa. Su familia quiso que estudiara leyes o comercio, pero se impuso su interés por la
filosofía. En aquella época, las discusiones filosóficas estaban centradas en la obra de Locke y Berkeley.
Pasó varios años en Francia, donde contactó con los principales autores de la Ilustración, y viajó por
Europa para volver, finalmente, a Edimburgo, donde murió en 1776.
Hume desarrolló hasta sus últimas consecuencias las teorías de los autores empiristas y tuvo una
enorme influencia en la filosofía kantiana (el mismo Kant indica que la lectura de Hume supuso su
“despertar del sueño dogmático”).
Principales obras:
-“Tratado sobre la Naturaleza Humana”, que escribe en 1740 y que constituye la síntesis de su
pensamiento; su obra “Investigación sobre el Entendimiento Humano” de 1748 es un resumen de la
anterior.
-“Investigación sobre los principios de la moral”.
-“Discursos políticos”.
-“Diálogos sobre la religión natural”.
2. TEORÍA DEL CONOCIMIENTO.
Hume, al igual que la mayoría de autores de filosofía moderna, mantiene el interés por fundamentar y
legitimar el conocimiento humano: qué podemos conocer, cuáles son los límites del conocimiento
humano, y qué grado de certeza podemos tener de aquellas cosas que conocemos. Considera que esta
investigación debe tener como paso previo el análisis de la naturaleza humana y de sus capacidades
para conocer.
a) Los contenidos de la mente: las percepciones.
Para Hume, al igual que para el resto de los autores empiristas, todo el conocimiento se origina en la
experiencia y está limitado por esta: no podemos conocer aquellas cosas de las que no podemos tener
una sensación. Todos los contenidos de la mente no son más que percepciones.
Las percepciones son un hecho que se origina en la mente humana. Esto es muy importante para
entender la filosofía de Hume: una percepción es algo de lo que nos damos cuenta en nuestra
conciencia, no son los estímulos que provocan las cosas externas en sí mismas, sino la manera en la que
nuestra mente contiene estas percepciones del mundo externo. Las percepciones están en nuestra
conciencia, y la percepción de que proceden del mundo exterior es una sensación más, también dentro
de nuestra mente. La experiencia es, por tanto, un fenómeno subjetivo que experimenta el sujeto.
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Las percepciones se dividen en dos grandes clases:
-Impresiones: datos inmediatos de la experiencia, que percibimos con gran fuerza y vivacidad
(sensaciones, emociones…). Se imponen al sujeto sin que pueda evitarlo y permite describir todos los
detalles. Por ejemplo, en este momento yo miro un lápiz: lo percibo de forma inmediata, clara y directa.
-Ideas: copias o imágenes de las impresiones en el pensamiento, que percibimos de forma más débil y
atenuada, y que son derivadas de la impresión (razonar, pensar, recordar…). Estas percepciones han
perdido su claridad, es como una imagen debilitada de las impresiones. Toda idea deriva de una
impresión y no existen ideas de las que no se haya tenido anteriormente una impresión.
Hume considera que todas las ideas provienen, directa o indirectamente, de las impresiones. De este
modo, rechaza la existencia de ideas innatas: todas las ideas presentes en la mente tienen su origen en
las percepciones que recibimos a través de los sentidos, y no existen en la mente algo que antes no haya
estado en los sentidos.
Distingue también dos clases de impresiones y de ideas:
-Simples: impresiones o ideas que no admiten distinción ni separación, por ejemplo, “verde” es un
concepto simple que no puede separarse en otros.
-Complejas: impresiones o ideas que pueden separarse o dividirse en partes, como por ejemplo la
percepción global de un objeto (manzana: posee una forma, un color, un tamaño, un peso…)
b) Los principios de asociación de las ideas.
Las ideas que tenemos en la mente no se nos presentan de forma aislada sino conjuntamente, y no de
forma aleatoria sino con un orden y regularidad. Esto se debe a unos principios que unen y asocian
entre sí las impresiones. Hume considera que hay tres leyes o principios por los que asociamos las ideas
en la mente:
1. Semejanza: asociación entre ideas que nos recuerdan las unas a las otras y entre las que
establecemos un vínculo. (Ej. veo algo, que me recuerda unas sensaciones que he percibido en otras
ocasiones, y que se mantienen invariantes, son iguales para todos los objetos que he visto y se parecen,
y que identifico como “mesas”; por lo tanto, por el principio de semejanza, lo que estoy viendo es una
mesa).
2. Contigüidad: asociación entre ideas que se presentan de forma continua en el tiempo y en el
espacio (la mesa no aparece y desaparece ante mis ojos, no parpadea, ni cambia de forma
constantemente; si la identifico como mesa es porque mi mente asocia sus propiedades por contigüidad
espacio-temporal, porque se mantiene estable ante mis sentidos).
3. Causa – Efecto: asociación entre ideas que se presentan de forma que consideramos que una es la
causa de la otra (ej. poner un cazo de leche en el fuego y el hecho de que se caliente: mi mente asocia
ambos fenómenos y percibe, con total claridad, que la causa de que la leche se caliente es el fuego).
Estas reglas permiten que mi mente asocie las ideas que se presentan ante mis sentidos y organice la
realidad, la estructure, y la perciba de forma organizada. Pero estos principios de asociación de ideas
son fruto de mi imaginación, son principios que provienen de mi mente y no de la realidad. Podemos
asociar las ideas de forma “natural”, pues su asociación se impone con cierta regularidad (ej. percibimos
las mesas siempre igual) o de forma “artificial” o arbitraria, como en las ideas que inventamos (un
unicornio, por ejemplo).
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c) Los tipos de conocimiento.
Como resultado de estas asociaciones, la mente produce dos tipos de conocimiento:
-Relaciones de ideas.
Conforman la lógica y la matemática, y son el resultado de las relaciones de las ideas que existen en la
razón, por ejemplo, “el todo es mayor que la parte” o “dos más dos son cuatro”. Estas ideas son
provocadas por la misma razón, sin recurrir a la experiencia: la mente asocia ideas y llega a conclusiones,
trabaja y razona por sí misma, produciendo las verdades matemáticas. Características:
- Son absolutamente necesarias: en estas relaciones es posible la certeza absoluta, puesto que son
verdades conceptuales que se imponen de forma lógica.
- Su verdad no necesita ser comprobada por la experiencia.
- Se basan en el principio de no contradicción.
- Se corresponden con lo que Leibniz definió como “verdades de razón”.
-Cuestiones de hecho.
Conforman las verdades de las ciencias empíricas, como la física, la biología… Son el resultado de la
percepción sensible que recibimos de la experiencia, por ejemplo, “todos los cuervos son negros”, o
“esta mesa es verde”. Características:
-Son contingentes, no necesarias: no se pueden deducir de forma lógica, no son el resultado de los
razonamientos, sino que nuestra mente las percibe como provenientes del mundo exterior.
-Su verdad necesita ser comprobada por la experiencia, se necesita contrastar una percepción sensible
con otras de forma constante y repetitiva en el tiempo para estar seguros de su verdad.
-Se corresponden con las “verdades de hecho” de Leibniz.
-Se basan en la relación causa – efecto o principio de causalidad. Las causas y los efectos se fundan en la
semejanza y contigüidad: la costumbre de asociar dos hechos en el espacio y en el tiempo nos lleva a
pensar que existe una relación necesaria entre ambos (causalidad) y a la creencia de que esta asociación
es necesaria y ocurrirá siempre. Pero esto no es así pues se trata de una cuestión de hecho, una verdad
derivada de la experiencia y por tanto concreta, particular, no universal ni necesaria. La causalidad está
basada en la repetición de nuestras percepciones, pero carece de necesidad lógica, su conocimiento es
probable, y no necesario.
d)
El problema del conocimiento científico.
Esto es muy importante: todo el conocimiento que pensamos que proviene del exterior se basa en
“cuestiones de hecho”. Por lo tanto, la ciencia, en su pretensión por obtener un conocimiento cierto
(verdadero y seguro) y exacto, en total correspondencia con la realidad, comete un exceso: considera
que el conocimiento que procede de la experiencia es necesario por su repetición, porque aparece ante
nosotros siempre de forma invariante, repetida, y ese hábito, esa costumbre, nos hace creer que su
conocimiento es necesario, que ha sido así siempre y siempre lo será.
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Nuestro sentido común es muy útil para desenvolvernos en nuestra vida cotidiana, pero al pretender
elevar este sentido común al rango de “criterio de certeza” la ciencia comete un abuso. Todo lo que
proviene de la experiencia, por muchas veces que se repita, no es una verdad necesaria, sino probable.
Carece de necesidad lógica, su verdad no está basada en el principio de no contradicción (al contrario
que la matemática) sino en la probabilidad de que se repita el mismo fenómeno en el futuro.
El conocimiento que nos proporciona la ciencia sobre el mundo es muy útil, está basado en el sentido
común, en el hábito, en la seguridad que proporciona la repetición constante de fenómenos y que
nosotros elevamos al rango de “leyes”. Pero la necesidad, la seguridad, la certeza en el ámbito de la
ciencia son solo una ilusión. La certeza solo es posible en el ámbito de la matemática, en las “relaciones
de ideas”, pero esto no nos proporciona ningún conocimiento sobre la realidad.
Hume da así un golpe de gracia a las pretensiones del racionalismo: no es posible trasladar la certeza de
las matemáticas al conocimiento de la realidad, porque son dos tipos de conocimiento diferentes.
Aunque pongamos la matemática al servicio de la ciencia, esta no cambia el hecho de que todo lo que
conocemos de la realidad proviene de la experiencia y es, por lo tanto, probable. Esta pretensión de
garantizar la certeza en el conocimiento científico será retomada por Kant.
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3. CRÍTICA DE LA METAFÍSICA Y DE LA CIENCIA: LAS COSTUMBRES Y CREENCIAS
SON LA BASE DE NUESTROS CONOCIMIENTOS.
Locke, después de admitir que todo el conocimiento proviene de la experiencia, termina aceptando la
realidad de la existencia de Dios, del mundo sensible y del yo sustancial. Hume es coherente con los
principios empiristas, llevándolos hasta sus últimas consecuencias: si todo conocimiento deriva de la
experiencia, solo son cognoscibles aquellas cosas de las que tenemos impresión sensible. De este modo,
va a cuestionar la capacidad humana para conocer los objetos de la metafísica y, más aun, la capacidad
de alcanzar un conocimiento verdadero y seguro sobre la realidad (la posibilidad de la ciencia como
conocimiento verdadero).
a) Crítica al principio de causalidad.
Todo el conocimiento de la realidad que obtienen las ciencias, y nuestro conocimiento cotidiano, se
basa en el principio de causalidad. Asociamos fenómenos simples (como poner un cazo con leche
encima de la vitrocerámica y que se caliente) y de estas asociaciones, cuando son fenómenos
universales e invariantes, que se repiten siempre y se ha comprobado experimentalmente su
uniformidad, extraemos las leyes científicas.
Por este motivo, cuando Hume cuestiona la validez del principio de causalidad, está cuestionando toda
la legitimidad de nuestro conocimiento sobre la realidad.
Para Hume, lo que percibimos por los sentidos son fenómenos, son datos que captamos y que
conforman nuestra experiencia de la realidad. Algunas de esas sensaciones siempre se presentan de
forma regular ante nuestros sentidos y, por ese motivo, nuestra mente aplica a estas sensaciones los
principios de asociación: semejanza, contigüidad y causa-efecto.
Lo importante, para Hume, es entender que ante nosotros se presentan sensaciones aisladas,
percepciones que recibimos, pero que entre ellas no podemos afirmar que exista ninguna asociación,
porque aunque percibimos los fenómenos, no percibimos la asociación entre ellos. Nuestra mente aplica
los principios de asociación, nuestro entendimiento relaciona fenómenos y percepciones, pero no posee
ninguna percepción sensible de esas asociaciones.
Por lo tanto, debemos concluir que las asociaciones entre fenómenos pertenecen a nuestra mente, que
el principio de causalidad es un principio que aplicamos de forma universal a los fenómenos y que
procede de nuestro entendimiento, y no de la realidad, puesto que todo lo que conocemos proviene de
la experiencia, y no poseemos ninguna impresión de la asociación entre fenómenos.
¿Por qué hacemos tales asociaciones de forma habitual? ¿Por qué nos parecen, entonces, evidentes y
universales? Para Hume, la conexión causa-efecto entre dos fenómenos no es un dato de la experiencia
sino que es una creencia de origen psicológico. El entendimiento imagina una asociación necesaria
entre ambos, pero tal asociación no podemos saber si existe o no, ya que no la conocemos (no tenemos
ninguna percepción).
Toda asociación que realizamos entre dos hechos de los que carecemos impresión está fundamentada
en la costumbre, por lo que tal conexión es fruto de la imaginación o el hábito, que es un principio de la
naturaleza humana con más fuerza que la razón o el entendimiento, pues hace más fácil la vida
cotidiana.
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Ejemplo: Cuando se chocan dos bolas de billar, se puede ver que la primera se mueve hacia la segunda y
que, al llegar a ella, la primera se detiene y la segunda se pone en movimiento. Se piensa entonces que
el movimiento de la segunda es causado por la primera. Pero ¿captamos realmente eso en la
experiencia? La impresión que recibimos por los sentidos tan solo atestigua que la primera se mueve y la
segunda lo hace al contactar con la primera. Nada más, no hay ninguna impresión de una “conexión
necesaria”. Por supuesto, que el sentido común nos dice que esto siempre ocurrirá así, y Hume no niega
el sentido común.
Este sentido común es muy útil para desenvolvernos en nuestra vida cotidiana, pero no sirve para
fundamentar las ciencias ni el conocimiento verdadero, no es necesario, no es capaz de constituir leyes
científicas del tipo “Para todo x, siempre que se dé Q ocurrirá P”, lo más que puede decir es
“probablemente ocurra Q”, y así no se alcanza la certeza en el conocimiento. Ahí está la clave.
Los hombres creen y confían en la causalidad, pero el origen de esta creencia no es otro que el hábito o
la costumbre: cuando dos cosas van habitualmente unidas, los hombres dan por sentado que, cuando
ocurre la primera, ocurrirá la segunda. Es la costumbre la que les hace confiar en que el curso de la
naturaleza seguirá siendo como en el presente.
b) Crítica a la existencia del mundo externo.
Los hombres habitualmente creen en la existencia de un mundo externo, que tiene una existencia
continuada e independiente de nuestra mente y que es el origen de nuestras impresiones. Pero, ¿es
legítima esta creencia?, ¿se puede demostrar?
Descartes debía recurrir al argumento de un Dios bueno y veraz que garantiza que no me engaño
cuando estoy seguro de una cosa, y el mundo se me presenta como evidente. Locke se valía del principio
de causalidad para demostrar la existencia del mundo: las ideas deben tener una causa y ésta no puede
ser sino las cosas externas.
Pero Hume solo está dispuesto a aceptar aquello de lo que se posean impresiones o que se deduzca
necesariamente de éstas, y puesto que no acepta la causalidad como algo necesario, no es posible
deducir de las impresiones algo externo a ellas, y puesto que a dios no lo percibo, tampoco me sirve
como garantía de nada.
La existencia de un mundo exterior en el que existen cosas independientes del ser humano en las que se
originan las impresiones es fruto de una creencia poco racional, que se acepta por sentimiento o por
instinto, y no por una argumentación racional. Tal creencia proviene de la gran intensidad y vivacidad de
las impresiones. Pero esas percepciones pueden estar en nuestra mente sin necesidad de que
provengan de nada externo. Es posible que todo el mundo no sea sino fruto de mi mente.
c) Crítica de la existencia de dios.
Hume parte de la idea que tenemos de dios como sustancia infinita con todas sus perfecciones
(omnipotencia, onmisciencia…). Pero estas ideas no se corresponden con ninguna impresión que las
legitime: de dios no se poseen impresiones, y tampoco se puede demostrar su existencia mediante el
principio de causalidad (pues este no tiene validez). Racionalmente no se puede saber nada de dios. La
única posición correcta acerca de la existencia de dios es la suspensión del juicio, el agnosticismo: puede
que exista, pero nunca lo conoceré.
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d) Crítica de la idea de sustancia.
Locke ya había constatado (al igual que Ockham) la dificultad de conocer la sustancia. Para Hume, la
sustancia, como cualquier otra idea, debe derivar de su correspondiente impresión. Pero tan solo poseo
impresiones de las cualidades secundarias: por los sentidos percibo un color, una forma… pero no una
sustancia que las soporte. Considera que la idea de sustancia es una colección de ideas de cualidades
secundarias simples, unidas por la imaginación, que poseen un nombre que se les asigna (“mesa”), y que
recordamos y visualizamos juntos. Pero tan solo existen el color, la forma, el tamaño… y el supuesto
soporte es una invención de mi mente ante colecciones de cualidades que siempre se presentan juntas:
supongo que debe existir la “Mesa” tras ver que hay algo verde, cuadrado y pequeño.
e) Crítica de la idea de “yo”, su existencia, unidad e identidad.
Tanto para Descartes como para Locke, la idea del “yo” aparece en nosotros por una evidencia intuitiva:
una mente que piensa, que quiere, que duda… y por tanto que existe. Para Hume, la mente humana no
es sino una colección de distintas percepciones, unidas entre sí por ciertas relaciones y principios de
asociación, con la falsa suposición de que están dotadas de identidad propia.
La mente posee ideas e impresiones, reflexiones, pensamientos, emociones… que percibimos y de las
que somos conscientes individualmente. Pero carecemos de una impresión de nosotros mismos como
unidad, como “yo”. Poseemos impresiones aisladas de colores, olores, sonidos, emociones… pero no
una impresión que unifique todas ellas bajo un único sujeto.
Si bien es cierto que la pluralidad de impresiones están unidas entre sí por los principios de asociación,
nada garantiza la existencia de un “yo” único e idéntico bajo esas impresiones. La idea de “yo” no es
sino una colección de impresiones vinculadas entre sí por los principios de asociación, es un supuesto
desconocido.
Hume intenta llevar hasta sus últimas consecuencias el principio empirista del conocimiento: solo
podemos afirmar que conocemos aquellas cosas de las que poseemos una impresión sensible, lo que
supone negar el principio de causalidad y la idea de sustancia con sus tres ideas tradicionales: dios, el
mundo y el propio yo. Hume no niega la existencia de estas ideas: el sentido común nos indica que, con
casi total seguridad, existe el mundo exterior y mi propio pensamiento. Pero Hume no está negando el
sentido común, sino el conocimiento racional que podemos tener de estas cuestiones: son ideas que
suponemos, pero que no podemos conocer racionalmente, pues carecemos de impresión sensible de
todas ellas.
f) Crítica de los fundamentos de las ciencias.
Para Hume el conocimiento proviene de la experiencia, y está dispuesto a admitir las últimas
consecuencias de esta premisa: es cierto que los sentidos no me proporcionan seguridad, y también es
cierto que no puedo fundamentar un conocimiento universal y necesario en las generalizaciones de la
experiencia. Del hecho de que observe un hecho regularmente no se deriva la necesidad de que este
hecho se repita siempre.
La conclusión que se deduce de la filosofía de Hume es que no es posible el conocimiento científico.
Entendemos por ciencia un tipo de conocimiento universal (que se cumple en todo caso), necesario (que
se cumple siempre sin que sea posible que esto no ocurra), y cierto (podemos tener seguridad de su
verdad). Su formulación son las leyes científicas del tipo “Para todo caso x, siempre que ocurre p ocurre
q”.
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Pero para Hume, no es posible garantizar ese “para todo caso”, porque de la experiencia no se deriva la
necesidad. Por este motivo, aceptar el empirismo supone, para Hume, negar la posibilidad del
conocimiento científico.
Hume considera que el conocimiento científico que tenemos sobre la realidad es un conocimiento útil e
imprescindible para el ser humano y no pretende negar esto. Lo que Hume pretende es rebajar las
pretensiones desmedidas del racionalismo, que pretendía garantizar la absoluta certeza del
conocimiento científico, desembocando en un dogmatismo absoluto, incluso en el ámbito de la
metafísica (podemos tener certeza del conocimiento de dios, del alma… de igual modo que del
conocimiento matemático o geométrico). Para Hume, esta pretensión es exagerada, pues el
conocimiento humano tiene un límite estricto en la experiencia.
La teoría del conocimiento de Hume tendrá un enorme impacto en la filosofía posterior, sobre todo en
Kant: la principal motivación de la filosofía kantiana será volver a fundamentar las ciencias como un
conocimiento universal y necesario, y conseguir “salvar” la física y la matemática de Newton del
escepticismo empirista de Hume.
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4. ÉTICA.
Hume pretende aportar rigor y claridad al estudio de la moral y la política, y para ello introduce el
método experimental, que tan buenos resultados estaba dando en física de la mano de Newton, en el
estudio del comportamiento humano. Considera que la moral debe fundamentarse en la naturaleza
humana, y que para saber qué es el bien y el mal debemos analizar y observar el comportamiento
humano.
a) Crítica de la moral racionalista.
Las concepciones racionalistas vigentes en la época defendían que el bien y el mal dependían de la
razón: todos los seres racionales poseen unos mismos principios morales, pues comparten una misma
razón, que determinan la ley moral universal.
Hume considera que la moral es un conjunto de juicios con los que se intenta influir en la conducta de
los demás y en la propia, con los que se pretende que los hombres se comporten de una determinada
conducta. Ahora bien, la razón es incapaz de influir en la conducta. La razón no pude impulsar ni
impedir una acción, y no puede ser el origen de lo que consideramos “bueno” o “malo”.
Aunque considera que la moral no se fundamenta en la razón, si que la otorga cierto papel: actúa como
guía o arbitro en ciertas acciones, evaluando las consecuencias de nuestras acciones o calculando la
conducta más eficiente para conseguir nuestros objetivos.
A pesar de este papel, la función fundamental de la razón se limita al conocimiento de la realidad a
partir de las ideas e impresiones, y su acuerdo o desacuerdo con los hechos reales. La razón me
proporciona conocimiento sobre las verdades de razón y las cuestiones de hecho, pero este tipo de
conocimiento racional no influye en nuestro comportamiento y es incapaz de fundamentar la moral: del
hecho de que los cuerpos caigan con una aceleración constante no de deduce que yo no debo empujar a
alguien por una ventana y que ese hecho está “mal” desde el punto de vista moral.
b) El emotivismo moral.
La moral no depende de la razón, ¿Cuál es su fundamento?. Los sentimientos y las pasiones. La moral es
algo que depende de los sentimientos y las emociones, y no de la razón.
El bien es algo que percibo como agradable, y el mal lo que percibo como desagradable o perjudicial:
consideramos noble y hermosa la acción buena, y repugnante la acción mala. Las buenas acciones
producen placer y es de esto de donde deriva nuestro sentimiento moral: considero buena la acción que
produce placer, y mala la acción que produce dolor.
Hume está dando la vuelta a una concepción tradicional de la moral: se consideraba que la acción buena
provoca en la persona buenos sentimientos, pero para Hume es al contrario: son los buenos
sentimientos que provocan algunas de mis acciones lo que me lleva a considerarlas como buenas, y el
dolor que provocan otras me lleva a considerarlas como malas. Algo no es bueno porque resulte
agradable, sino que al sentir algo como agradable pasamos a considerarlo como bueno.
Las pasiones son algo propio de la naturaleza humana, independientes de la razón y no condicionadas
por ésta. Los deseos, las pasiones y los sentimientos mueven mi acción y condicionan mis valoraciones:
el fundamento de la moral es emotivo y no racional.
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Nuestras acciones están motivadas siempre por los sentimientos de atracción y aversión que nos
producen ciertos comportamientos, por lo que buscamos lo que provoca placer y rechazamos lo que nos
causa dolor. Los sentimientos de placer y dolor están en la base de los juicios morales.
c) Utilitarismo moral.
Por lo que hemos visto hasta ahora, la ética de Hume es emotivista, pero el comportamiento humano se
desarrolla en una sociedad, y en este ámbito Hume mantiene una postura utilitarista.
Concibe el bien como lo que proporciona placer, pero un hecho que me afecta individualmente no sirve
para fundamentar el comportamiento social. Por este motivo, Hume considera que lo que consideramos
como “bueno” es lo que provoca placer a la mayoría. El significado compartido del término “Bien” viene
dado por aquello que agrada a la mayoría de personas, y el término “Mal” lo que desagrada o produce
dolor.
La utilidad es el fundamento de las valoraciones morales: los comportamientos que desencadenan la
aprobación de la mayoría son considerados buenos. Estos comportamientos aprobados son aquellos
que suponen una utilidad para la sociedad. Por este motivo, la bondad o maldad de nuestras acciones
está determinada también por la utilidad social de los mismos.
d) La crítica a la falacia naturalista.
Hume considera que la teoría ética tradicional ha cometido un salto ilegítimo entre dos ámbitos
totalmente diferenciados: el ámbito del ser y el ámbito del deber ser, entre cómo los hombres se
comportan de hecho y cómo deberían comportarse. A este salto ilegítimo se lo denomina “falacia
naturalista”.
En la teoría ética anterior (tradicional y racionalista) se parte de la afirmación de unos hechos: la
existencia de dios, la naturaleza humana… y de estas se deduce como son las normas de
comportamiento. Pero los hechos no implican en sí mismos valoraciones. Es el mismo caso que hemos
visto antes: del conocimiento que tengo de la realidad no se deduce cómo debe ser esta realidad.
De la esencia del ser humano no se deduce cómo debe comportarse, en todo caso tendremos el análisis
de cómo el ser humano se comporta de hecho, pero nada más. Cuando analizamos la realidad y al ser
humano, alcanzamos conocimiento acerca de lo que estos son, pero no nos dice nada de cómo estos
deben ser.
La filosofía de Hume tiene la apariencia de radicalidad, pues desemboca en el escepticismo y relativismo
que la filosofía tradicional siempre rechazó:
- escepticismo cognoscitivo: no puedo tener seguridad de mis conocimientos.
-relativismo moral: no existe la ley moral universal porque la moral deriva de los sentimientos
particulares o socialmente compartidos, y no de la razón o de la esencia humana.
Pero precisamente es de esta radicalidad de la que Hume huía, pretendiendo criticar el dogmatismo
racionalista que defendía la existencia de una verdad absoluta, y también el dogmatismo moral que
pretendía afirmar la existencia de un bien y un mal absolutos, válidos para toda persona o lugar. Frente
a estos dogmatismos, Hume es un defensor de la tolerancia: no impongamos nuestra verdad, nuestros
valores o nuestra forma de comportarnos, pues siempre podemos estar equivocados. Es el mismo
espíritu que llevó a la revolución francesa: artos de despotismos y de imposiciones, los intelectuales
también se rebelan contra el yugo del dogmatismo filosófico.
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