QUAESTIONES DISPUTATAE II Las llamadas “cuestiones disputadas” nacieron durante el Humanismo medieval, concretamente en el siglo XIII, cuando algunos profesores (entre los que destaca Tomás de Aquino), al seleccionar temas controvertidos que les interesaban o preocupaban personalmente, los argumentaban una vez por semana. Movido por esa invitación, me ha parecido oportuno exponer seis grandes cuestiones. En cuanto a la primera, titulada Humanismo y Filosofía, pretendo que el alumno se dé cuenta de cómo podríamos considerar que había ya una gran cuestión disputada en la Antigüedad: frente a los fisiólogos — φυσιολόγοι como los llama Aristóteles—, dedicados a estudiar la φύσις, Sócrates realizó el giro antropocéntrico, porque se dedicó al conocimiento de lo humano, a estudiar las cuestiones acerca del hombre. Así lo reconoce Cicerón en sus Disputaciones Tusculanas. Se trata del primer Humanismo. Juan Pablo II, en la encíclica Fides et Ratio, subraya cómo hay que ver «en la filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre»; también pide «a todos que fijen su atención en el hombre». Hago hincapié en la necesidad de la Filosofía para que el hombre se eduque, así como en presentar su diferencia respecto de las Ciencias, tal como hace el mismo Cicerón en su obra De Officiis, libro de cabecera para los humanistas del Renacimiento y que considero oportuno rescatar del olvido. Además, no hay Filosofía sin amor. Citando a San Anselmo, Juan Pablo II, en la misma encíclica, dice que el intelecto «cuanto más ama, más desea conocer». Por eso San Agustín había escrito: Non intratur in veritatem nisi per caritatem y Si sapientia Deus est, verus philosophus est amator Dei. El aforismo Philosophia ancilla Theologiae no ha de tener un matiz peyorativo, porque la Filosofía se presenta como aquella disciplina de máxima utilidad y que proporciona la mejor ayuda a la Teología y a las demás Ciencias. No existirían la Teología ni las Ciencias sin la Filosofía. En cuanto a la segunda cuestión, titulada Conócete a ti mismo, como recuerda el Papa Juan Pablo II en la Introducción a la encíclica Fides et Ratio, la frase esculpida sobre la puerta del Templo de Apolo en Delfos (γνῶθι σαυτόν) hace referencia a esa necesidad de que el hombre se conozca a sí mismo, sepa quién es y cómo puede obrar bien. Retomando esa gran cuestión disputada de la Antigüedad, adviértase cómo Sócrates representa la madurez filosófica porque considera que, antes que a la Naturaleza, el hombre debe conocerse a sí mismo. Mihi quaestio factus sum, me he convertido en una cuestión para mí mismo, dirá el socrático San Agustín diez siglos después. En el siglo XX Julián Marías resume el contenido de la Filosofía en dos grandes cuestiones: ¿Quién soy yo? ¿Qué va a ser de mí? No se trata de qué es el hombre, cosificándolo como hace Descartes (je ne suis qu’une chose qui pense), sino de quién. La realidad radical es mi vida, la de cada cual, que no es ninguna cosa, sino quehacer. Porque la vida humana, a diferencia de toda cosa, no tiene un ser fijo, hecho, estático, dado de una vez para siempre, sino que es un quehacer, como dice Ortega, para quien no hay prioridad de las cosas (realismo), ni tampoco prioridad del yo cosificado sobre ellas (idealismo); para él, el tema de nuestro tiempo, su gran cuestión disputada, consiste en esa superación del realismo y del idealismo. La realidad radical, según Ortega, no son las cosas ni el pensamiento o la conciencia, sino mi vida, la de cada cual. A este descubrimiento, a esta innovación metafísica, llama Julián Marías el “punto de inflexión”. Por otro lado, considero necesaria la traducción más auténtica del vocablo griego οὐσία (ousía): me parece que la empresa de traducir esta palabra es una de las cuestiones más disputadas de la Historia de la Filosofía y, por tanto, de la Teología. La Filosofía nació primero al preguntarse por las cosas: el primer gran tema fue la Naturaleza, y la Filosofía era, por tanto, Física. Esta prioridad de la preocupación por las cosas ha tenido graves consecuencias porque cuando la mirada se volvió hacia el hombre lo consideró como una cosa más. Por ello pienso que es preciso renovar muchos conceptos filosóficos usados hasta ahora, que cosifican a la persona porque están pensados para entender las cosas, y que no siempre tienen en cuenta la entera realidad del hombre. En cuanto a la tercera cuestión, titulada De hominis dignitate, me parece de suma importancia, en este periodo de barbarie, de deshumanización, hacer que el hombre se dé cuenta de su dignidad. Se trata de cumplir lo que invitaba a hacer San León Magno en el siglo V: Agnosce, o christiane, dignitatem tuam. La respuesta adecuada no es la soberbia, sino la gratitud, el afán por obrar bien. En lugar de reconocer esa dignidad, a lo largo de la Historia ha habido muchos que han exaltado la miseria del hombre con obras de títulos parecidos al escrito en el siglo XII por Lotario Segni: De contemptu mundi sive de miseria humanae conditionis, muy ignorado hoy y del que me parece que el alumno debería tener conocimiento, así como del pensamiento no humanista de Lutero, el cual recalca que el hombre es un miserable, y del de otros no humanistas. Frente a todos ellos, al alumno también se le hace conocer el pensamiento sobre la dignidad del hombre que tienen Erasmo y los humanistas desde Santo Tomás, para quien persona significat id quod est perfectissimum in tota natura; omnium naturarum dignissima; capax Dei; y por ello señala quanta sit dignitas humanae naturae. Finalmente a los alumnos muestro otro texto importante y olvidado: la obra de Manetti —que se propuso rebatir a Lotario Segni tres siglos después— titulada De dignitate et excellentia hominis. Se trata de ver una cuestión disputada durante tantos siglos, y al mismo tiempo saber admirarse y entusiasmarse por el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. De este modo cumpliremos la invitación de Benedicto XVI a desarrollar «un proyecto de renovado y auténtico humanismo cristiano, válido y significativo». Como sigue diciendo en su Discurso a las Academias pontificias, el año 2005, Cristo es «el hombre perfecto, según el cual se mide el verdadero humanismo«. El Papa se dirige a los académicos «para exhortaros a promover con entusiasmo y pasión, cada uno en su campo propio de estudio e investigación, la edificación de este nuevo humanismo. Tenéis la tarea de volver a proponer, con vuestra competencia, la belleza, la bondad y la verdad del rostro de Cristo»1. En el Angelus del 24 de julio de 2005, Benedicto XVI recordó cómo Juan Pablo II deseó en Covadonga «una Europa sin fronteras, que no reniegue de las raíces cristianas de las que surgió, que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo». Invitó Benedicto XVI a que las nuevas generaciones «sean en las sociedades europeas fermento de un humanismo renovado, en el que la fe y la razón cooperen, mediante un diálogo fecundo, para promover al hombre y edificar la auténtica paz». En la Audiencia General del 4 de enero de 2006 afirma que la «historia va hacia la humanidad unida en Cristo, va hacia el hombre perfecto, hacia el humanismo perfecto». Y el progreso «es todo lo que nos acerca a Cristo y así nos acerca a la humanidad unida, al verdadero humanismo». En el Mensaje que dirigió a la XII Sesión plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, el 27 de abril de 2006, dice que la misión de la Iglesia es «dar testimonio de un humanismo auténtico, basado en la verdad y guiado por la luz del Evangelio». En el Mensaje para la Cuaresma de 2006 afirma asimismo: «Los verdaderos contenidos de ese humanismo pleno que, según el mismo Pablo VI, consiste en el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres». A mí me parece significativo que en sus documentos el Papa actual repita 1 Puede verse mi libro La belleza de Cristo. Una comprensión filosófica del Evangelio (Prólogo de Julián Marías). San Pablo. Madrid, 2002. tanto la palabra “humanismo”. En la Carta Encíclica Deus Caritas Est, por ejemplo, escribe dos veces la expresión «verdadero humanismo». A pesar de todo ello, muchos opinan que el Humanismo es causa de crisis religiosa. Más bien ocurre al contrario: es precisamente la falta de Humanismo la que conduce a la irreligiosidad. Cuanto más Humanismo haya, habrá mayor conocimiento y amor de Dios, su gracia podrá perfeccionar a la persona que sin valores humanos, sin cultura humanística, queda mutilada, incapaz de ensimismarse para encontrar dentro de sí la imagen de ese Creador suyo que precisamente se hizo hombre. San Juan dice que el Lógos es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre». Quienes desde la religión critican al Humanismo hacen el juego, sin darse cuenta, a aquellos que desean manipular al hombre despojándolo de su calidad humana, del cultivo de las Humanidades, con el fin de que, no pudiendo encontrarse a sí mismo ni a Dios, quede reducido a un primitivo, un alterado, un nuevo bárbaro. Nótese que la crítica desde la religión al Humanismo es síntoma, en el fondo, de poca fe, de dejar de creer con todas sus consecuencias que el hombre sea imagen de su Creador, de que pueda encontrarse la verdad, el Lógos, en cada hombre. Recuerdo el espléndido ensayo de Ortega titulado Ensimismamiento y alteración. En lugar de vivir desde sí mismo, el hombre de nuestro tiempo vive como otro, alter. Por eso su estado es de alteración, opuesta al ensimismamiento. Al imperativo “convertíos”, Ortega prefería decir “ensimismaos”, buscad vuestro verdadero yo, invitación que según él hoy urgiría dar a los hombres, sobre todo a los jóvenes, la mayoría de los cuales viven fuera de sí mismos, alterados, deshumanizados, manipulados por sutiles y muy poderosas técnicas de envilecimiento, «techniques d’avilissement», en expresión de Gabriel Marcel. San Anselmo se refería al hombre insensato, insipiens, ἄφρων (áphron), el que está fuera de sí o enajenado, invitando a la entrada en sí mismo, a la plena posesión. La cuarta cuestión de este curso hace hincapié en practicar ese Humanismo con una virtud muy poco conocida hoy, la magnanimidad, gracias a la cual el hombre es consciente de su propio honor y dignidad. Contra lo que pudiera parecer, de ningún modo significa soberbia, ni siquiera falta de humildad; el defecto opuesto a esta virtud es, primariamente, la pusilanimidad. Aristóteles trata ampliamente de ella, así como Tomás de Aquino, en sendos textos que doy a conocer a los alumnos. La quinta cuestión trata sobre algunos problemas del Catolicismo. Dentro de ella me parece conveniente afrontar el tema de la apertura de la razón. Según la doctrina católica, la razón —natural— y la fe —sobrenatural— no se oponen, sino que se complementan. Cierto que la fe —como lo sobrenatural— es más importante, pero no pocos católicos tienden a desacreditar —incluso a despreciar— el valor de la razón. El Protestantismo desconfía de la razón, a la que considera incapaz de conocer los llamados preambula fidei, preámbulos de la fe (la existencia de Dios, la creación del mundo, la inmortalidad del hombre...). Por tal motivo los primeros luteranos suprimieron la Teología natural, con lo cual la fe queda para ellos desprovista de apoyo racional. De este fideísmo parecen participar ciertos ambientes católicos. En el ambiente eclesiástico católico, los franceses Bautain y Bonnetty combatieron el racionalismo de su época: desconfían de la razón, tildan de racionalista a la Escolástica, consideran que la razón es incapaz de conocer los preámbulos de la fe. Bautain y Bonnetty fueron en su momento corregidos por la jerarquía eclesiástica. Es interesante citar las tesis que Roma envió a Bonnetty en 1855 para que se retractara: «Aun cuando la fe está por encima de la razón, sin embargo no puede darse jamás entre ellas ninguna disensión o conflicto real, puesto que ambas proceden de la misma y única fuente de verdad eterna e inmutable: Dios Óptimo Máximo. Más bien se prestan mutua ayuda. El razonamiento puede probar con certeza la existencia de Dios, la espiritualidad del alma y la libertad del hombre. La fe es posterior a la revelación; por consiguiente, no es correcto alegarla como prueba de la existencia de Dios a un ateo, ni como prueba de la espiritualidad o libertad del alma racional a uno que no admite el orden sobrenatural, o a un fatalista. El uso de la razón precede a la fe, y con ayuda de la revelación y de la gracia conduce hasta ella. El método de que usaron Santo Tomás y San Buenaventura, y los demás escolásticos después de ellos, no conduce al racionalismo». Benedicto XVI nos invita a hacer esa apertura de la razón en su famoso discurso en la Universidad de Ratisbona, el 12 de septiembre de 2006, donde dice que en ella «formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón con sus diferentes dimensiones, colaborando así también en la común responsabilidad respecto al recto uso de la razón». Sus dos facultades teológicas se interrogan «sobre la racionabilidad de la fe». Es «necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón». Y cita la ya célebre frase del Emperador bizantino Manuel II Paleólogo: «No actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». A continuación el Papa lo explica en estos términos «La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o vale siempre y por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia. Modificando el primer versículo del libro del Génesis, el primer versículo de toda la sagrada Escritura, San Juan comienza el prólogo de su Evangelio con las palabras: “En el principio ya existía el Logos”. Ésta es exactamente la palabra que usa el Emperador: Dios actúa con logos [...] En el principio existía el Logos, y el Logos es Dios, nos dice el evangelista. El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad». San Pablo se dio cuenta de «la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y el filosofar griego». El Logos resulta entonces «una contraposición al mito, que tiene una estrecha analogía con el intento de Sócrates de batir y superar el mito mismo» Juntamente «con este nuevo conocimiento de Dios se da una especie de Ilustración». En el fondo, «se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión. Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar con el Logos es contrario a la naturaleza de Dios». Por ello nuestra razón, nuestro sentido de la verdad y del bien, son un auténtico espejo de Dios. Sin embargo ha habido quienes han querido hacer una deshelenización del cristianismo, como por ejemplo Lutero, que se muestra contrario a la razón y a la filosofía. Pero el racionalismo posterior también supuso una deshelenización. Sigue afirmando el Papa: «En el trasfondo de todo esto subyace la autolimitación moderna de la razón, clásicamente expresada en las críticas de Kant, aunque radicalizada ulteriormente entre tanto por el pensamiento de las ciencias naturales». Algunos católicos opinan que «hay que regresar al periodo anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna». Por el contrario, el Papa enseña: «Se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu: todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado en la humanidad». La intención de Benedicto XVI «no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir su horizonte en toda su amplitud». Diez años después de la Fides et Ratio, Benedicto XVI ha declarado en 2008 que esa encíclica «se caracteriza por su gran apertura hacia la razón, sobre todo en una época en la que se ha teorizado sobre su debilidad [...] Con este magisterio, la Iglesia se ha hecho intérprete de una exigencia emergente en el contexto cultural actual. Ha querido defender la fuerza de la razón»2. Me parece que ese programa que propone el Papa coincide con el de Ortega y Julián Marías, cuyo último libro se titula precisamente La fuerza de la razón: en el siglo XIX el racionalismo (la idea reduccionista de la razón, vista ésta como razón abstracta, que renuncia a pensar la vida humana y, por tanto, sustituye la realidad por un esquema de ella) motivó un movimiento contrario: el irracionalismo. Dada esa idea vigente de la razón, el irracionalismo era justificado. Hay que recordar que en la segunda mitad del siglo XIX se produce dicha reacción contra el racionalismo y es adoptada una postura irracionalista por por Kierkegaard, Nietzsche, Bergson, Spengler y más adelante Unamuno, que abandonan la razón como método para conocer la vida, la Historia o Dios. El propio Unamuno, en su obra Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos —donde da al irracionalismo una formulación enérgica— escribe que «la razón es enemiga de la vida». Y contrapone la razón a la fe; escribe también que «razón y fe son dos enemigos». Para él, «ni la fe es transmisible o racional, ni la razón es vital». Frente a ellos Ortega llega a una nueva idea de la razón y supera el racionalismo, pero no para recaer en el irracionalismo, sino para ir más allá de ambos con la razón vital. Ortega piensa que la razón es una función vital y publica entonces — como respuesta a Unamuno, al año siguiente— las Meditaciones del Quijote, en donde escribe que «la razón no puede, no tiene que aspirar a sustituir la vida. Esta misma oposición, tan usada hoy por los que no quieren trabajar, entre la razón y la vida es ya sospechosa. ¡Como si la razón no fuera una función vital y espontánea del mismo linaje que el ver o el palpar!». En El tema de nuestro tiempo, escribe: «La razón es solo una forma y función de la vida.... La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital.... 2 BENEDICTO XVI: Discurso a los participantes en el Congreso Internacional organizado por la Pontificia Universidad Lateranense en el X Aniversario de la Encíclica “Fides et Ratio” (16 de octubre de 2008). Entre otros, pueden verse mis artículos siguientes: Algunos problemas actuales del Catolicismo, “Cuenta y Razón” 102 (1997) 144-151; El valor de la razón, “Cuenta y Razón” 108 (1998) 51-55; Benedicto XVI y la fuerza de la razón, “Cuenta y Razón” 144 (2006) 81-93; y Julián Marías y “la divina razón”, “Revista Española de Teología” 69 (2009) 267-304. La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital». La conversión de la razón pura en razón vital es la cuestión disputada de Ortega. En El tema de nuestro tiempo escribe Ortega: «La razón es solo una forma y función de la vida [...] La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital [...] La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital». El tema de nuestro tiempo es, según Ortega, la conversión de la razón pura en razón vital. La razón pura de Kant, la razón de los racionalistas del siglo XVII, la razón geométrica, la razón físico-matemática, que sirve tan bien para conocer la naturaleza — simplificaciones abstractas de la razón—, no funciona tanto en los asuntos humanos, no es capaz de pensar la realidad de Dios y del hombre, no funciona tanto en los asuntos humanos, no es capaz de pensar la realidad de la vida humana. Esta constatación ha sido la fuente de los irracionalismos que han irrumpido en la Filosofía durante los últimos cien años. Ortega repara en que la razón matemática, la razón pura, no es más que una forma particular de la razón. Entenderla como la razón sin más es tomar la parte por el todo: una falsedad. Junto a la razón matemática, y por encima de ésta, se encuentra la razón vital. Esta razón no es menos razón que la otra, sino al contrario. La vida misma es la razón vital. Vivir es ya entender. La vida es el órgano mismo de la comprensión. La razón es la vida humana. Una realidad humana sólo resulta inteligible desde la vida. La sexta cuestión se titula Sobre la versión española de los textos litúrgicos. Aquí muestro cómo la humanización de la Filosofía permite iluminar otras disciplinas como la Teología, y dentro de ella la Liturgia. Se trata de liberarnos de la cosificación en la visión de casi todo, porque hay la propensión a deshumanizar la realidad personal, a deslizar en las disciplinas humanísticas el modo de ser de las cosas. Es preciso renacer a un punto de vista más humano 3. En marzo de 2005, para el prólogo de su último libro, titulado expresiva y muy significativamente La fuerza de la razón, el propio Julián Marías me hacía escribir estas palabras: «La razón es divina, como nos recuerda Lope de Vega. Dios es Lógos, es Razón. Y la ha depositado en nosotros, aunque a veces se debilite debido a nuestra fragilidad. No perdamos la esperanza. Mientras gracias a esa fuerza me encamino a Dios e imagino cerca, con ilusión, la vida perdurable, pido a mis amables lectores —que me han acompañado benevolentes y atentos durante tanto tiempo— tengan presente el último verso de ese primer soneto de las Rimas sacras de Lope: Vuelve a la patria la razón perdida, cuando su 3 Me he ocupado de todas estas cuestiones en mi libro El Renacimiento del Humanismo. Filosofía frente a barbarie. BAC. Madrid, 2003. luz venza mi oscuridad. Esa luz perpetua que siempre me iluminará. Nos iluminará, divina y admirablemente, a todos con su hermosísima claridad. Con su todopoderosa fuerza». Estas mismas palabras fueron citadas por el Gran Canciller de este Centro Académico San Dámaso en el funeral de Julián Marías que presidió nueve meses más tarde.