Fenómenos Naturales: ¿desastres sociales? Fernando Menéndez Director General de Ecología y Finanzas Consultores Es indudable que la acumulación en la atmósfera del planeta del dióxido de carbono y otros gases, está atrapando el calor del Sol. Este fenómeno está generando ciclones más poderosos, lluvias más intensas, patrones climáticos drásticamente alterados y plagas tropicales donde antes no existían. Los gases que promueven este calentamiento de la atmósfera provienen de la quema de combustibles fósiles en automotores, industrias, termoeléctricas, hogares y aún de residuos de la agricultura. Tan sólo en la zona metropolitana de la Ciudad de México se consumen en promedio el equivalente a 44 millones de litros diarios de hidrocarburos. Con el cambio climático, los fenómenos naturales se están volviendo extremosos: o llueve torrencial-mente por encima de los promedios históricos o las sequías se extienden por largos períodos. Como sucedió en 1998, con las prolongadas se-quías la vegetación perenne se seca, por lo que en áreas deforestadas y tierras de cultivo se acumula material combustible que fácilmente se enciende con las quemas agrícolas sin control. Entonces se producen incendios en las áreas rurales que debido a la falta de infraestructura para su confina-miento, de organización institucional y capacitación social, así como de equipamiento para su combate, se extienden aceleradamente destruyendo a su paso los bosques, los ecosistemas naturales, la infraestructura agropecuaria, los hatos ganaderos, las viviendas e inclusive alcanzando a cobrar vidas humanas. El otro efecto del cambio climático, los aguaceros torrenciales, se manifestó en México al año siguiente (1999). Las fuertes lluvias, al caer sobre montañas deforestadas, no encuentran a los bosques y los ecosistemas naturales que antes actuaban como "esponja", reteniendo e infiltran-do el agua hacia los acuíferos. Sin árboles y sin infraestructura para la contención de la erosión, la lluvia arrastra el suelo, desgaja cerros y crea un efecto de avalancha de lodo y residuos que desbordan los cauces tradicionales; arrasa con la infraestructura existente a su paso e inunda zonas habitacionales. La vulnerabilidad que ahora sufre México ante los fenómenos naturales, en parte significativa, ha sido creada por la mano del hombre y, en consecuencia, también puede ser corregida o al menos mitigada. Desafortunadamente, cuando los fenómenos naturales destruyen la infraestructura de comunicaciones, dañan los medios de producción económica y bienestar social (escuelas y clínicas) y arrasan con viviendas, normalmente el esfuerzo y la inversión gubernamental se concentran en restablecer lo destruido, pero se olvida analizar las causas y preparar las alternativas para evitar su repetición. Estimaciones preliminares indican que para restaurar lo más esencial de los daños provocados por las precipitaciones extraordinarias de 1999 se tendrán que distraer recursos públicos por varios miles de millones de pesos. Por ejemplo, tan sólo para reparar los daños a la infraestructura carretera de los cinco estados afectados, fue necesario invertir más de dos mil millones de pesos. Recursos que originalmente estaban destinados a atender otras importantes necesidades sociales, cuya satisfacción tendrá que posponerse nuevamente y que en consecuencia seguirán creciendo. Un análisis del costo de oportunidad ciertamente indicaría que la inversión de recursos (normalmente modesta) en programas de conservación, restauración y aprovechamiento sustentable de los ecosistemas montañosos que mitiguen los impactos de los fenómenos naturales, permitiría ahorrar los cuantiosos recursos que requeriría la rehabilitación recurrente de daños sobre la infraestructura. Además, la experiencia ha demostrado que la depredación de los ecosistemas engendra mayor pobreza. La progresiva sobre explotación de los recursos naturales en las zonas rurales va cancelando las oportunidades locales de empleo e ingreso para la población. Una vez agotados los recursos naturales, una parte sustancial de la población campesina emigra a las ciudades. Ahí se enfrenta a una oferta de empleo para la cual no está capacitada, por lo que sólo puede acceder a ingresos precarios que la condenan a una marginalidad urbana. En contraste, atender las necesidades sociales de los inmigrantes rurales en una zona urbana saturada resulta mucho más costoso para el Estado que hacerlo en sus zonas de origen. Por ello, el diseño e instrumentación de planes de manejo sustentable de los recursos naturales de las zonas rurales pueden permitir significativos ahorros al erario público y mejores niveles de bienestar social. Para lograrlo, es imprescindible diseñar acciones ambientales específicas que permitan revertir las tendencias destructivas, rescatar lo remanente y restaurar su potencial económico. Sólo así se podrá evitar que los fenómenos naturales se conviertan en desastres sociales y económicos recurrentemente. En las ciudades, los medios para generar y aprovechar la energía que produce nuestro bienestar tienen que cambiar. La industria tendrá que ser más eficiente energéticamente y cambiar del uso de combustibles sucios, como el combustóleo y el carbón, a gas natural que genera mucho menos dióxido de carbono. Los automóviles tendrán que ser también más eficientes en su consumo de energía y, en el futuro, moverse cuando menos parcialmente con celdas de hidrógeno, baterías y otras fuentes menos contaminantes que la gasolina y el diesel. De preferencia, los viajes deben realizarse en transporte colectivo para disminuir las emisiones contaminantes por pasajero transportado. Las familias tendrán que generar cuando menos parte de su electricidad, por ejemplo, instalando celdas solares en los techos de sus casas. Las empresas generadoras de electricidad tendrán que depender progresivamente de fuentes renovables de energía como el viento, el sol, el mar y la hidroelectricidad. Los consumidores deberán adquirir aparatos electrodomésticos que utilicen un mínimo de energía e ir substituyendo sus fo-cos por lámparas fluorescentes compactas. En todo el país debemos fortalecer las campañas de protección de bosques y reforestación, pues los árboles ayudan a fijar y neutralizar los gases que promueven el calentamiento de la atmósfera. La madre tierra nos está mandando avisos. Cometeríamos un suicidio colectivo si nos atreviéramos a ignorar sus advertencias. Sustentabilidad Ambiental, solo con Sustentabilidad Financiera. Fernando Menéndez Garza Director General de Ecología y Finanzas Consultores El agua es un insumo indispensable e insustituible para garantizar la salud social y promover el desarrollo económico. Asegurar la sustentabilidad de su abasto es una prioridad vital para la continua existencia de nuestra Ciudad de México. Para lograrlo, tenemos que actuar simultáneamente sobre múltiples factores: la conservación de los ecosistemas que permiten su reproducción, la construcción de la infraestructura ambiental que aumente su disponibilidad, la reparación y rehabilitación de redes de distribución para evitar las fugas, la conducción y tratamiento de las aguas residuales para multiplicar su reuso, la educación de la sociedad para racionalizar su aprovecha-miento, y de manera destacada, medir su consumo y recuperar su costo. Si no recuperamos los recursos invertidos, no podremos continuar ampliando los beneficios otorgados. La sustentabilidad en el manejo del agua no puede ser sola-mente ambiental, también tiene que ser financiera. El subsidio que actualmente se le aplica al agua potable es consecuencia de la ausencia de una estrategia integral para su aprovechamiento sustentable. En promedio, su precio es tan sólo una tercera parte de su costo de obtención, potabilización y distribución. En la determinación de su costo al consumidor no se incluye la amortización de las inversiones en infraestructura de distribución, ni aquellas que son necesarias para conservar los ecosistemas de las áreas de captación. Tampoco se incluyen mecanismos para recuperar recursos que permitan ampliar artificialmente la recarga de los acuíferos, ni para continuar extendiendo la infraestructura de potabilización y distribución. Mucho menos, para cubrir los costos de la colección y tratamiento del agua residual para su reutilización. Así, es probable que en realidad sólo se estén recuperando diez centavos de cada peso invertido. Actualmente el precio al consumidor es tan bajo y la aplicación de subsidios tan indiscriminada, que no se castiga el desperdicio, ni se hace rentable su reuso. Por el contrario, si se pasara a los consumidores su costo real, se estimularía su ahorro y se empezaría a hacer atractivo el captar agua residual, tratarla y reutilizarla en sustitución de agua limpia en muchos procesos industriales, agrícolas y de recarga de los acuíferos. Por supuesto que la transferencia del costo real del agua a los consumidores tiene que ser socialmente equitativo. Pero actualmente, quienes más se benefician del subsidio son las familias que más ingresos tienen y más agua consumen. Las zonas urbanas de más altos ingresos tienen la mejor infraestructura para su abasto y volúmenes casi ilimitados asegurados. Las zonas populares, por el contrario, tienen escasa infraestructura y se encuentran al final de la fila de la distribución. Del mismo modo, por insuficiencias en el abasto y en las redes de distribución, alrededor de tres millones de habitantes reciben agua por tandeo dentro de la zona metropolitana de la Ciudad de México. Un millón 200 mil personas más en la zona oriente del área metropolitana, y otras 200 mil, en el Distrito Federal, tienen que obtener su abasto adquiriendo el agua a través de camiones cisterna, cuyo precio por metro cúbico normalmente su-pera en más de diez veces el costo que cubren las familias de más altos ingresos. Así, mientras más pobres y más marginadas de la infraestructura urbana se encuentran las familias, más cara pagan el agua. Por el otro lado están los consumidores industriales, que obtienen productividad e ingresos del uso del agua. El líquido es un insumo más del costo de producción y estos costos se transfieren al consumidor del bien o servicio final. Así, si se transfirieran los costos reales del agua potable al industrial, se estimularía la minimización de su consumo y su sustitución con agua residual tratada en los procesos que lo permitiesen. En términos financieros, los sistemas administra-dores de agua deben operar cuando menos en equilibrio y de preferencia con superávit, pues sólo así tendrán recursos para proteger y restaurar las zonas de captación, así como continuar ampliando y mejorando la infraestructura de abasto. Hacia el interior del sistema, deben establecerse subsidios cruzados, de los grandes consumidores y de aquellos que obtienen un ingreso de la utilización del agua, hacia los que sólo consumen lo necesario para atender sus necesidades individuales. Subsidiar indiscriminadamente todos los consumos es restarle recursos a la inversión. Son cuantiosas las inversiones que hay que realizar, si hemos de atender las áreas que ahora carecen o reciben insuficiente agua en cantidad y calidad, así como para garantizar el líquido para las futuras generaciones. Si no hay inversión ahora, el problema del desabasto se agravará mañana. Subsidiar indiscriminadamente el consumo es condenar a los más pobres a sufrir permanentemente ese desabasto y a pagar los más altos precios por el vital líquido.