El yo y el ello El yo es la organización coherente de los procesos anímicos de una persona. Depende de la conciencia y es quien gobierna los accesos de motilidad. Es una instancia anímica que ejerce control sobre todos sus procesos parciales, y que por la noche se va a dormir, a pesar de lo cual aplica la censura onírica. A partir de él surgen las represiones y resistencias para ocuparse de lo reprimido (se encuentra bajo el imperio de la resistencia). El yo tiene algo también inconciente y se necesita de un trabajo particular para hacerlo conciente. Hay una oposición entre el yo coherente y lo reprimido escindido de él. Sin embargo, no todo lo inconciente es reprimido, aunque todo lo reprimido sea inconciente. Así se instituye un tercer inconciente que no es reprimido, ni latente, en el sentido del preconsciente. Al yo lo vemos a partir del sistema P, abrazar primero al preconsciente, que se apuntala en los restos mnémicos. Es además inconciente; esencia que parte del sistema P y que es primero preconsciente y ello. Un individuo es un ello psíquico, no conocido e inconciente, sobre el cual, como una superficie, se asienta el yo, desarrollado desde el sistema P como si fuera su núcleo. No envuelve al ello por completo, sino sólo la extensión en que el sistema P forma su superficie. El ello no puede vivenciar o experimentar ningún destino exterior si no es por medio del yo, que subroga ante él al mundo exterior. El yo es un sector del ello diferenciado particularmente. Así como el jinete, si quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que conducirlo adonde éste quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia. Lo reprimido es segregado tajantemente del yo por las resistencias de represión, pero puede comunicarse con él a través del ello. El yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de P−Cc: continuación de la diferenciación de superficies. Se empeña en hacer valer sobre el ello el influjo del mundo exterior, reemplazar el principio del placer por el principio de la realidad. Para el yo la percepción cumple el papel que en el ello tiene la pulsión. Además del influjo del sistema P, otro factor ejerce una acción eficaz sobre la génesis del yo y su separación del ello: el propio cuerpo y su superficie de donde parten simultaneamente percepciones internas y externas (propiocepción). El yo es esencia−cuerpo; no sólo esencia−superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie. El yo−conciente es sobre todo un yo−cuerpo. En la melancolía el objeto perdido se vuelve a erigir en el yo; una investidura de objeto es relevada por una identificación. Tal sustitución participa en considerable medida en la formación del yo, en producir su carácter. Así el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas. Esta trasposición de una elección erótica de objeto en una alteración del yo, es un camino que permite al yo dominar al ello y profundizar sus vínculos con él. Se impone él mismo como objeto de amor, busca reparar su pérdida. Los efectos de las primeras identificaciones, serán universales y duraderos. La génesis del ideal del yo se basa en la identificación primaria: identificación con el padre. Como resultado del Complejo de Edipo se produce una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de dos identificaciones (padre y madre) unificadas de alguna manera entre sí. Si las diversas identificaciones se segregan unas a otras mediante resistencias, puede sobrevenir una 1 fragmentación del yo Existe un grado en el interior del yo, una diferenciación dentro de él, que ha de llamarse ideal del yo o superyó. No es un simple residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino que tiene tambien la significatividad de una formación reactiva frente a ellas. El yo es esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó se le enfrenta como abogado del mundo interior, del ello. Cuanto más intenso fue el Complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión, tanto más riguroso devendrá despues el imperio de superyó como conciencia moral, quizás también como sentimiento de culpa, sobre el yo. La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimiento de culpa. Las vivencias del yo parecen al comienzo perderse para la herencia, pero, si se repiten con suficiente frecuencia e intensidad en muchos individuos que se siguen unos a otros generacionalmente, se trasponen, por así decir, en vivencias del ello, cuyas impresiones son conservadas por herencia. El ello hereditario alberga en su interior los restos de innumerables existencias−yo, y cuando el yo extrae del ello su superyó, quizá no haga sino sacar de nuevo a la luz figuras, plasmaciones yoicas más antiguas. Introducción al Narcisismo En el narcisismo la libido sustraída del mundo exterior es conducida al yo. En el narcisismo primario la investidura libidinal del yo es cedida a los objetos, pero en el fondo ella persiste. El individuo lleva una existencia doble , en cuanto es fin para sí mismo y eslabón dentro de una cadena de la cual es tributario contra su voluntad, o sin que ésta medie. La separación de las pulsiones sexuales respecto de las yoicas lo refleja. La vida anímica se ve compelida a traspasar los límites del narcisismo y poner la libido sobre los objetos, cuando la investidura del yo con libido ha sobrepasado cierta medida. El yo no está presente desde el comienzo en el individuo: tiene que ser desarrollado. Para la aproximación al concepto de narcisismo se utiliza la enfermedad orgánica, en el sentido de que el enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales, para volver a enviarlas después de curarse. En el dormir y en la hipocondría ocurre lo mismo. En cuanto a la vida amorosa del ser humano, las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas, y sólo más tarde se independizan de ellas. La represión parte del yo, del respeto del yo por sí mismo. Uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual. Es parte del yo y condición de la represión. Sobre este ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. La formación del ideal aumenta las exigencias del yo y es el más fuerte favorecedor de la represión. La sublimación constituye aquella vía de escape que permite cumplir esa exigencia sin dar lugar a la represión. La conciencia moral es una instancia psíquica particular que vela por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo, y con ese propósito observase de manera continuo al yo actual midiéndolo con el ideal. En el caso del enamoramiento, se produce un empobrecimiento libidinal del yo en beneficio del objeto. Si la libido es reprimida, la investidura de amor es sentida como grave reducción del yo, la satisfacción de amor es 2 imposible, y el re−enriquecimiento del yo sólo se vuele posible por el retiro de la líbido de los objetos. También se puede amar a lo que posee el mérito que falta al yo para alcanzar el ideal. El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento respecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspiración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por medio del desplazamiento de la líbido a un ideal del yo impuesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el cumplimiento de este ideal. 3