Material de apoyo 3° Humanista A) Los derechos humanos como expresión de lo bueno Teóricamente, un diálogo sobre qué es lo bueno, sobre cuáles han de ser los valores y las normas morales a las que ha de adecuar su comportamiento la humanidad entera, en el que participaran todos los seres humanos, en condiciones de igualdad, y en el que se llegara a acuerdos racionales, fundamentaría de forma completa esos valores. Además, los hombres que actuaran siguiendo esas normas serían plenamente autónomos, ya que estarían obrando de acuerdo y por respeto a la razón humana. La diferencia entre lo que exigía Kant para que hubiera autonomía y lo que exigen actualmente algunos autores éticos estriba en que Kant consideraba que la razón y sus exigencias eran las mismas en todos los individuos y, por lo mismo, el hombre al seguir los mandatos de su razón seguía los mandatos de "la razón", mientras que en la actualidad se piensa que las exigencias de "la razón" sólo se pueden conocer en la medida en que todos los seres racionales exponen razonadamente sus posturas y, después de un diálogo, llegan a un consenso. El "yo" kantiano, fundamento de la moral, ha sido sustituido por el "nosotros". En lugar de ser "yo" el que tiene que decidir --eso exigía el imperativo kantiano-- qué es lo que los demás quieren hacer para actuar de esa manera, hay que preguntárselo a ellos y decidirlo entre todos. Sin duda alguna, un diálogo con esas características es imposible; es un ideal inalcanzable que puede servir únicamente como referente teórico. Sin embargo, si existe algún caso concreto que se acerque a este ideal, indiscutiblemente es en el proceso histórico que ha llevado a la Declaración Universal de Derechos Humanos. En efecto, cuando en diciembre de 1948 se produjo la solemne Declaración Universal de Derechos Humanos, fueron 48 estados, de los 56 que en aquella época eran miembros de las Naciones Unidas, los que votaron a favor de los mismos. Los otros 8 se abstuvieron. Y en 1966 fueron 102 estados, de los 122 miembros, quienes los aceptaron. En la actualidad se puede decir que todos los países del mundo, por lo menos teóricamente, se muestran partidarios de los mismos, aunque eso no quiere decir que los cumplan. En el contenido de la Declaración Universal se encuentran, pues, de acuerdo hombres de diversas creencias, de mentalidades diferentes, de posiciones sociales y económicas distintas... lo que hace que los valores que en ellos se recogen se puedan considerar como valores con validez universal, que los valores que en ellos se proclaman se puedan considerar en la actualidad como la expresión más fundamentada acerca de qué es lo bueno. Es cierto que esta fundamentación no es absoluta y tiene carácter histórico, puesto que recoge acuerdos actuales y no se puede saber qué es lo que acordarán los hombres en el futuro. Es cierto, también, que en su formulación actual hay posiblemente insuficiencias y tiene que ser completada. Pero, ¿acaso hay algo humano, alguna creación humana, que sea perfecta y que sea para siempre? (José Antonio Baigorri, Luis María Cifuentes, Pedro Ortega, Jesús Pichel y Víctor Trapiello. Los derechos humanos. Un proyecto inacabado. Ediciones del Laberinto, 2001. Madrid. pág. 58 a 60) B) Características de los DD.HH Las declaraciones de principios pueden progresar, pero también pueden retroceder y enmendar ideas ya establecidas. Para que tal cosa no ocurra, creo que es necesario afirmar una serie de características que los derechos humanos básicos no pueden olvidar: 1. Son derechos individuales. Antes he señalado que los derechos humanos pueden ser considerados todos ellos como derechos a la libertad individual. Se trata de proteger el libre desarrollo y el derecho de las personas a elegir la forma de vida que quieran, tanto contra los posibles totalitarismos políticos como contra los poderes sociales dominantes. Las únicas, intervenciones en las libertades individuales que los derechos permiten y no tratan de asegurar son aquellas sin las cuales la libertad no es real, por ejemplo, la intervención para garantizar la educación, la protección de la salud o la protección del medio ambiente. Si en algún momento se ha hablado de los derechos de los pueblos ha sido para señalar la autodeterminación de los pueblos colonizados como una exigencia o una condición necesaria de los individuos de estos pueblos para hacer uso de su libertad. 2. Son derechos universales. Si bien es cierto que el principal promotor de los derechos humanos ha sido el pensamiento occidental, también lo es que estos derechos han sido vistos siempre como los mínimos que han de ser reconocidos e incorporados por cualquier constitución de un estado de derecho. No estamos en el ámbito del derecho positivo, sino en el de la ética, y no se puede hablar de ética desde un relativismo extremo. Es posible relativizar la interpretación o la aplicación de algunos derechos fundamentales, pero no negarlos o rechazarlos desde un principio con el pretexto de que son occidentales o establecidos por la clase dominante. Los valores recogidos por los derechos humanos son lo suficientemente abstractos para que puedan ser suscritos por cualquier cultura; la libertad, la igualdad, la solidaridad. La Declaración de 1948 fue una declaración "universal". No se trataba de poner unos fundamentos válidos para unos cuantos, sino de establecer las bases de las relaciones humanas universales. 3. Son derechos irreversibles. La democracia es una forma de gobierno que hay que cuidar, mantener y perfeccionar. Lo mismo sucede con el estado del bienestar, el cual deriva del reconocimiento de los derechos económicos y sociales. En cuanto a la protección de los derechos de la tercera generación, está muy poco desarrollada y es muy precaria. Defender los derechos humanos implica ser beligerante en el sentido de impedir que se den pasos hacia atrás y se destruya lo que ha tardado siglos en ser reconocido. No podemos eliminar el derecho a la protección de la salud o el derecho al trabajo sólo porque nos cueste convertirlos en derechos universales. Es necesario luchar para que lleguen realmente a todos. Es necesario luchar por la irreversibilidad de los derechos que se han empezado a conquistar. 4. Son derechos mejorables. Los derechos primeros, los derechos a la libertad, quizá son los más consolidados, a pesar de que, como hemos visto, la libertad se encuentra hoy ante amenazas imprevistas y nuevas. Por una parte, mejorar los derechos significa prestar atención a aquellas situaciones nuevas que ponen en peligro derechos que ya son indiscutibles: la salvaguardia de la intimidad personal, por ejemplo, necesita una especial protección ante las nuevas tecnologías de la comunicación. Por otro lado, la mejora de los derechos ha de ir por la vía de las declaraciones de derechos sectoriales. Hoy tenemos problemas que no eran contemplados como tales hace un siglo. La ciudadanía, por ejemplo, es un derecho muy confuso en estos momentos de grandes movimientos migratorios. Que por una parte se declare el derecho de cualquier persona a escoger un lugar de residencia, mientras, por otra, los estados pongan trabas y limitaciones a este derecho, es una incoherencia manifiesta. Mejorar los derechos, en definitiva, es mostrar quién sufre más la falta de derechos, dónde los derechos son más violados, dónde son menos respetados. (Victòria Camps. Evolución y características de los derechos humanos. Los fundamentos de los derechos humanos desde la filosofía y el derecho. Colectivo. EDAI, 1998. Pág. 21 y 22) C) No hay derechos sin deberes (...) en estos momentos hay una tendencia demasiado fuerte a pensar mucho en los derechos, pero muy poco en los deberes. Una de las trampas en las que está cayendo la sociedad actual es la de convertirse en una sociedad llena de acreedores, sin ningún deudor. Parece como si todos estuviéramos muy dispuestos a recordar nuestros derechos, a exigir constantemente más para nosotros dando por supuesto que tanto las instituciones como las personas tienen que estar solícitas a nuestras reclamaciones. Esta práctica conduce ya en muchos casos a situaciones de clara injusticia; dado que vivimos en un mundo limitado de recursos, en determinados casos lo que yo reclamo de más tendrá que salir de otros colectivos que verán así reducidas sus posibilidades. Por eso algunos dicen que exigir un mayor desarrollo y riqueza en países ya ricos puede ser un verdadero atentado contra los Derechos Humanos. Hasta ahora eso es lo que, en parte, ha pasado en las relaciones entre el Norte y el Sur, ya que el primero solía recurrir al segundo para dar salida a sus propios conflictos y poder atender las demandas contradictorias de diferentes colectivos. Ahora puede de estar pasando ya en el seno de nuestra propia sociedad, amenazada por una dura situación de crisis en la que se están reforzando unos comportamientos corporativistas en virtud de los cuales cada cuerpo va a lo suyo, olvidando el conjunto de la sociedad. No es de extrañar, como decíamos en un apartado anterior, que se agraven las diferencias sociales, que aquellos colectivos con menos fuerza o con menos capacidad de adaptarse al ritmo brutal de «modernización» y «reconversión», vean cómo su situación se deteriora progresivamente hasta llegar a condiciones de grave miseria. Al mismo tiempo, se tiende a olvidar que no puede haber derechos si al mismo tiempo no existen unos deberes que les correspondan. Es más, la existencia de los Derechos Humanos surge igualmente del hecho de que nos sentimos responsables de los demás, de que nos damos cuenta de que lo que les ocurre a ellos también nos afecta a nosotros. Ante la presencia de otros seres humanos, nos sentimos interpelados por su dignidad inalienable, descubrimos al mismo tiempo el derecho a que me respeten y el deber de respetarlos, ambos inseparables hasta el punto de que olvidar uno de ellos supone inmediatamente la imposibilidad de construir una sociedad solidaria, pasando a malvivir con unas relaciones de dominación y explotación. Es algo más que un «simple vive y deja vivir», frase desafortunada con la que algunos intentan ahora resumir lo que les exige la presencia de los demás, exhibiendo sin pudor hasta qué punto es muy pequeña la obligación que los otros les plantean. Cuando estamos hablando de deberes, de la necesidad urgente de reelaborar un tratado de los deberes como hacían los clásicos, nos referimos al convencimiento profundo de que cada uno de nosotros es responsable de lo que les ocurre a los demás. Como algún autor actual ha dicho, somos vulnerables frente a los otros, no podernos eludir nuestra implicación ni siquiera en los casos en que se cometen violaciones, pues también somos indirectamente responsables de esas violaciones. Como expresa con claridad alguna de las asociaciones que se esfuerza por conseguir un mayor respeto de los Derechos Humanos, nada humano nos es ajeno, recogiendo una expresión ya muy antigua en el pensamiento occidental. Félix García Moriyón. (Los derechos humanos a lo claro. Editorial Popular, 1988. Pág. 95 y 96) D) Contraste entre la teoría y la práctica de los DD.HH Una de las paradojas más desafiantes de nuestro tiempo es la contradicción observable entre el bienintencionado discurso sobre los derechos humanos que producen las instituciones internacionales y los Estados nacionales, y la desdichada realidad de las libertades ciudadanas que prevalece en muchos países. Nunca antes han coexistido tantas normas, instituciones y autoridades encargadas de proteger la dignidad humana a lo largo y ancho del planeta. Y sin embargo, nunca antes como durante el medio siglo que se extiende desde la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 hasta estas postrimerías del siglo y del milenio se han registrado tantas y tan atroces violaciones de las garantías fundamentales por parte de agentes estatales, guerrilleros o delincuentes organizados. Este dramático contraste entre la teoría y la práctica, entre el derecho y la vida cotidiana, no puede superarse tan sólo mediante la gestión de los aparatos estatales y los organismos internacionales. Se requiere además la participación de las ciudadanías y de sus movimientos sociales y partidos políticos, tanto en los espacios nacionales como en el escenario mundial, a fin de realizar las promesas contenidas en las declaraciones y convenciones internacionales y regionales en materia de derechos humanos. Para ello, es menester que la problemática humanitaria deje de ser preocupación exclusiva de cancillerías y organizaciones no gubernamentales (ONG) y se convierta en reivindicación pública de la sociedad civil en su más amplia acepción. (Hernando Valencia Villa. Los Derechos Humanos. Acento Editorial, Madrid, 1998. Pág. 11) E) Identidad cultural contra derechos humanos A mediados del año 2.004, un joven perteneciente a una comunidad wichi de Tartagal, una ciudad al norte de la Provincia de Salta (Argentina), es denunciado por haber abusado sexualmente de la hija de su concubina, una niña de 9 años de edad, también perteneciente a la misma etnia. Para el denunciado, José Fabián Ruiz, la justificación de tal acto deriva de una costumbre ancestral de la comunidad, según la cual el hombre wichi que convive con una mujer de la misma etnia, puede también tener relaciones con la hija de ésta, siempre y cuando no sea su propia hija. Si bien en un principio Ruiz fue procesado por la justicia salteña, de conformidad con las leyes penales de fondo y forma, la decisión del juez fue apelada hasta llegar a la Corte de Justicia de Salta. El Alto Tribunal, por mayoría de votos en un fallo de seis carillas, resolvió declarar la nulidad del procesamiento, sobre la base de consideraciones que poco se adecuan a la normativa vigente en nuestro país en materia de derechos humanos, dejando de lado toda referencia y análisis del derecho a la integridad sexual de la niña. El problema evidentemente gira en torno al conflicto de derechos que se suscitan en el caso concreto: Por un lado, el respeto a la identidad cultural de un pueblo indígena, y por otro, el derecho de toda mujer-niña a que se respete su integridad sexual. Ello necesariamente exige hacer un breve análisis del multiculturalismo, para poder vislumbrar la solución que debe darse al caso. Adelantando una posición, no cabe duda que el derecho a la cultura de los pueblos debe ser respetado y garantizado por los Estados suscriptores de tratados de derechos humanos, como nuestro país. Pero cuando una práctica consuetudinaria, bajo el pretexto de ser aceptada por la comunidad indígena toda, vulnera la dignidad humana lesionando derechos inherentes a la vida y a la integridad personal, dicha costumbre, como derecho, necesariamente debe ser dejada de lado, sin que ello importe el desconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas o tribales. [...] No cabe duda que el acceso carnal a niñas, de modo reiterado hasta alcanzar su embarazo, bajo la modalidad de supuesto consentimiento en virtud de relaciones de convivencia aceptadas en ciertas comunidades indígenas, resulta objetivamente violatorio de los derechos a la integridad personal y a la dignidad del ser humano. Por esa razón, los delitos contra la integridad sexual, entre ellos el abuso sexual con acceso carnal y el estupro, se encuentran tipificados en el Libro Segundo, Título 3 del Código Penal Argentino. Ello no es óbice para que no se respete la identidad cultural de los pueblos. El respeto a las tradiciones, usos o costumbres debe mantenerse siempre y cuando garanticen el respeto a los derechos de las mujeres indígenas. En ese sentido, es doctrina de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que se debe aceptar que las consideraciones culturales deben ceder cada vez que entren en conflicto con los derechos humanos, en virtud de las pautas interpretativas que otorga la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Según las mismas, ante un conflicto de preeminencia entre disposiciones de derecho interno y de derecho internacional en el campo de los derechos humanos, debe elegirse aquella interpretación que amplíe y no la que restrinja el goce de los derechos tutelados. (Adolfo Sánchez Alegre. El derecho a la integridad sexual en confrontación con el derecho a la cultura (fragmentos) usuarios.lycos.es/cominternacional/a032.html (2008)) F) Derechos humanos y relativismo cultural Las culturas tradicionales no son un sustitutivo de los derechos humanos; son un contexto cultural en el que los derechos humanos tienen que ser establecidos, integrados, promovidos y protegidos. Los derechos humanos deben plantearse de una manera que tenga pleno sentido y sea relevante en distintos contextos culturales. En vez de limitar los derechos humanos a su encaje en una determinada cultura ¿por qué no recurrir a los valores de las culturas tradicionales para reforzar la aplicación y la relevancia de los derechos humanos universales? Hay una necesidad cada vez mayor de resaltar los valores comunes y básicos que comparten todas las culturas: el valor de la vida, el orden social y la protección contra la arbitrariedad. Esos valores básicos están plasmados en los derechos humanos. Las culturas tradicionales deberían ser consideradas y reconocidas como colaboradoras en la promoción de un mayor respeto de los derechos humanos y de su observancia. El reconocimiento y el aprecio de contextos culturales particulares contribuiría a facilitar, más que a limitar, el respeto y la observancia de los derechos humanos. Los derechos humanos universales no imponen un patrón cultural sino el estándar legal de la mínima protección necesaria para la dignidad humana. En cuanto pauta legal adoptada por las Naciones Unidas, los derechos humanos universales representan un consenso, arduamente conseguido, de la comunidad internacional, no el imperialismo cultural de alguna región en particular o de un conjunto de tradiciones. Los derechos humanos relacionados con la diversidad y la integridad cultural abarcan una amplia gama de protecciones, incluyendo: el derecho a la participación cultural; el derecho a disfrutar del arte; a la conservación, desarrolloy difusión de la cultura; a la protección del patrimonio cultural; a la libertad para la actividad creativa; a la protección de las personas pertenecientes a minorías étnicas, religiosas o lingüísticas; a la libertad de reunión y asociación; el derecho a la educación, a la libertad de pensamiento, conciencia y religión, a la libertad de opinión y de expresión; y el principio de no discriminación. Todo ser humano tiene derecho a la cultura, incluido el derecho al disfrute y desarrollo de la vida e identidad culturales. Los derechos culturales, sin embargo, no son ilimitados. Existen limitaciones legítimas y sustanciales a prácticas culturales, incluso a tradiciones bien afianzadas. Por ejemplo, ninguna cultura puede hoy día reclamar legítimamente el derecho a practicar la esclavitud. Algunos creen, equivocadamente, que los derechos humanos son relativos en lugar de universales en lo que concierne a la cultura. Este relativismo supondría una peligrosa amenaza para la efectividad del derecho internacional y para el sistema internacional de derechos humanos. La reclamación de la aceptación y la práctica del relativismo cultural no es creíble. El relativismo cultural se utiliza como plataforma para obtener ventajas políticas o económicas, y no como un compromiso con los altos valores éticos y los ideales que la protección de los derechos humanos supone. El concepto de derechos no tiene sentido a menos que los derechos sean universales, pero los derechos no pueden alcanzar su universalidad sin un cierto anclaje cultural. Los derechos evolucionan a medida que evolucionan las culturas. No son entidades fijas. El debate entre universalismo y relativismo no tiene sentido. Los ideales universales de los derechos humanos y las particularidades y sensibilidades culturales pueden reconciliarse. Los estándares universales deberían ser el mínimo moral, mientras que las particularidades culturales ofrecerían diferentes marcos para favorecer o impedir la labor de los derechos humanos. Las culturas no pueden quedar excluidas, porque no hay discurso o práctica de los derechos humanos que exista en un vacío cultural. Una aplicación universal de los derechos humanos sin referencia a las particularidades culturales y a los derechos autóctonos disminuiría la fuerza ética de los derechos humanos. Sería un error sostener que los derechos humanos son una idea occidental. En realidad son la capacidad moral de la humanidad para proteger, bajo el imperio de la ley, las condiciones necesarias para la dignidad humana. (amin Jahanbegloo. Derechos humanos y diálogo transcultural, El País, 13-1-2010 (fragmento))