Pensamos que podemos elegir cuando morir pero en realidad es la muerte quien nos elige a nosotros. (MARÍA RUIZ CAMACHO, 3SA. ACCÉSIT CONCURSO LITERARIO 2005) Entre los aplausos del público se abre el telón. Suena una romántica melodía que va aumentando de intensidad mientras en escena permanecen acurrucadas varias parejas. La primera comienza a moverse tiernamente; a ésta la siguen dos más y a continuación todas se mueven y bailan con una coreografía bellísima, simétrica, perfecta. La luz se apaga, la música se para por unos segundos, y todos esperan una gran entrada: la aparición de Emma Turpin. Pero ante el asombro de toda la Compañía de Alex Delacroix, ella no aparece, pero como si nada hubiera pasado todos en perfecta organización siguen el espectáculo, siendo ahora Anne Webber, la segunda bailarina, quien ocupa el papel principal. Mientras tanto David, el ayudante de escena, ya por poco tiempo, se vuelve loco buscando a Emma hasta entrar en su camerino donde la encuentra tirada en el suelo. David intenta reanimarla, pero es tarde …. está muerta. Todavía recuerdo la primera vez que la vi bailar, de inmediato supe que llegaría lejos, sólo le faltaba que alguien le diera una oportunidad, alguien como yo. Por supuesto que se la iba a dar y no solo eso sino mucho más, la convertiría en la mejor bailarina de todos los tiempos. Hacía sombra a Anne, la bailarina más prestigiosa de todo Milán, tanto que llegué a darle su papel en varios de mis espectáculos. Sin duda Anne era muy buena pero le faltaba la humildad y la dulzura que solo Emma transmitía al público. Decían que dediqué toda mi carrera sólo y exclusivamente a ella y que lo hice sólo por amor, pero no fue sólo porque estuviera profundamente enamorado de ella sino por que Emma era buena de verdad. Emma era prácticamente perfecta, sólo tenía un gran problema, siempre se enamoraba del hombre equivocado y por supuesto nunca de mí. Su último novio, Frank Victor, un vividor a la sombra de su fama, quien fue también novio de Anne a la que dejó por ésta en un abrir y cerrar de ojos, pretendía llevársela a Europa para vivir de ella gracias a su talento y de este modo echaría a perder toda su carrera, matándola a trabajar en escenarios, y así también echaría a perder la mía; eso era algo que no podía permitir. Todo ello ocurriría esta noche, tras el estreno de mi obra maestra, la última en la que actuaría ella y después se marcharía obligándome de este modo a retirarme ya que nadie podría reemplazar a Emma, la mejor. Minutos antes de la función, entre bastidores, el silencio sólo es roto por las risas de una pareja que se besa apasionadamente, cuando de repente aparece Frank Victor, el novio de Emma, asustando así a Isa, una de las coristas, y a David el ayudante de escena, al que se le escapa una botella de entre sus manos, que se estrella en el suelo. Frank grita que lleven otra botella al camerino de su chica de inmediato. David apresuradamente entra en el camerino de Alex aprovechando que había una botella sobre su mesa y que no le haría falta hasta que terminase la función, ya que, Alex, siempre mandaba pedir una botella de la misma marca después de cada estreno para tomarla cuando se quedaba solo. De repente y sin saber nadie por qué cae el telón y de inmediato sale a escena David para comunicar que se suspende la función por motivos personales muy importantes. Empecé a preocuparme cuando Emma no salió a escena, no me cabía en la cabeza que hubiera abandonado el estreno el mismo día en que se marchaba, pero al salir David empecé a temerme lo peor. Los primeros en llegar al camerino de Emma y enterarse de su muerte fueron su novio Frank y Anne, quienes no podían creer que estuviese muerta. Uno tras otro, todos los miembros de la Compañía fueron llegando y quedaron destrozados ante la noticia. Entre sus sollozos, sólo una pregunta quedaba por responder: Cómo había podido suceder. Alex, al estar sentado entre el público viendo la obra, fue el último en llegar al camerino y conocer la desgracia. Estaba fuera de sí y sin querer escuchar a nadie, no podía entender, no quería entender, que estuviera muerta, tenía que verlo por sí mismo. Al contemplarla tirada en el suelo rompió a llorar y se arrodilló a su lado; de pronto, se incorporó lleno de ira al ver su botella descorchada sobre la mesa; entonces lo comprendió todo y destrozado arrojó contra la pared un frasco vacío de cianuro.