LA GENERACIÓN DEL 98: BAROJA, UNAMUNO Y AZORÍN El nombre de Generación del 98 se divulga hacia 1913, a partir de unos artículos del escritor Azorín y del pensador Ortega y Gasset. Con esa denominación se referían a unos jóvenes escritores críticos con la sociedad y el arte de su tiempo, que muestran su desagrado ante la sociedad de su tiempo y proclamaron la necesidad de una regeneración social, cultural y estética. Al mismo tiempo, reflejan el pesimismo existencial y el subjetivismo característico de la época (crisis del positivismo). Ante la imposibilidad de encontrar significado a la existencia, el mensaje fue de frustración y desesperanza. Los rasgos que caracterizan a sus miembros son: en cuanto a su trayectoria, evolucionan desde posturas juveniles radicales (anarquizante en Baroja, por ejemplo) hacia posiciones conservadoras en su madurez (el conservadurismo en Azorín); muestran una actitud ética de preocupación por los problemas sociales y culturales que les conduce a una reflexión sobre la sociedad española; el tema de España surge cuando pretenden entender qué define el país, su identidad, buscándolo en el paisaje (Castilla), en la historia (mejor dicho, como diría Unamuno, intrahistoria) y en la literatura; la crisis de fin de siglo se refleja en las preocupaciones existenciales que plantea el grupo (influencia de Nietzsche, Kierkegaard, Shopenhauer): el sentido de la vida, la obsesión por el tiempo, la indecisión religiosa; la estética del grupo se inclina hacia la sencillez, su léxico es preciso y utilizan palabras terruñeras.; el género más empleado es el ensayo (que trata sobre temas muy variados, historia, religión, literatura), pero también destaca la novela (Baroja, Unamuno, Azorín). Las novelas suelen ser de personaje; en ellas se pone de manifiesto la incomunicación, la soledad, el sufrimiento, la mente del protagonista, el escepticismo y el pesimismo. Las principales innovaciones formales que presentan son: pérdida de importancia de la historia, es decir, de lo que se cuenta, en favor del discurso, esto es, cómo se cuenta; la novela se centra en el mundo interior (subjetividad) del protagonista, la narración suele fragmentarse en estampas, producto de las percepciones del protagonista, la fragmentación, la elipsis, los saltos temporales, la evocación y la alusión contribuyen a la indeterminación de los hechos narrados; la dramatización, el narrador se diluye y los personajes hablan por sí mismos. En 1902 aparecen cuatro títulos que suponen ya una nueva concepción del género novelístico: La voluntad de Azorín, Camino de perfección de Pío Baroja, Sonata de otoño de Valle-Inclán y Amor y pedagogía de Unamuno. Se trata de intentos diferentes de conseguir un objetivo común: la ruptura con el Realismo. MIGUEL DE UNAMUNO (La novela como reflexión filosófica): planteó problemas como el sentido de la vida, el paso del tiempo, la muerte, la fe, el ansia de inmortalidad; España, sus tierras y sus gentes. Sus personajes son contradictorios: se muestran desasosegados y angustiados, buscan a Dios sin poder creer en Él, tienen un gran deseo de inmortalidad. Su estilo es antirretórico y desnudo, introdujo en sus obras vocabulario terruñero y abundantes paradojas. Destacan sus novelas: Amor y pedagogía, Niebla, San Manuel Bueno, mártir, La tía Tula. Introdujo el concepto de NIVOLA (para diferenciarla de la novela realista). PÍO BAROJA (La novela como superación del realismo decimonónico): crea una novela abierta, novela de acción en la que da cabida a temas sociales, políticos, filosóficos, religiosos… Presenta personajes inconformistas, hastiados de la vida, pasivos, incapaces de actuar, a veces reflejo del propio autor. Alardeó de su despreocupación por lo formal, su técnica es intuitiva, tiende a la precisión, a la claridad y al gusto por la sintaxis poco complicada. En un intento de que su prosa fuera ágil, fluida y espontánea, huyó de lo retórico. Solía agrupar sus obras en trilogías: La tierra vasca (La casa de Aizgorri, El mayorazgo de Labraz, Zalacaín el aventurero), La lucha por la vida (La busca, Mala hierba, Aurora roja), La raza (El árbol de la ciencia, La dama errante, La ciudad de la niebla). JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, “AZORÍN” (Obsesión por el tiempo, por la fugacidad de la vida, pero más que angustia, hay en su obra una tristeza íntima y el anhelo de apresar lo que permanece por debajo de lo que huye: es un espíritu nostálgico que vive para EVOCAR): en sus novelas utiliza la técnica IMPRESIONISTA (atiende a la impresión que le produce la realidad contemplada), el argumento es tan tenue que parece un pretexto para hilvanar pinturas de tipos y ambientes (técnica miniaturista), como si se congelase el momento y se captase la impresión del instante. Principales novelas: La voluntad, Antonio Azorín, Doña Inés. FRAGMENTO DE EL ÁRBOL DE LA CIENCIA (PÍO BAROJA) Los periódicos no decían más que necedades y bravuconadas: los yanquis no estaban preparados para la guerra; no tenían ni uniformes para sus soldados. En el país de las máquinas de coser, el hacer unos cuantos uniformes era un conflicto enorme, según se decía en Madrid. […] Andrés siguió los preparativos de la guerra con una emoción intensa. Los periódicos traían cálculos completamente falsos. Andrés llegó a creer que había alguna razón para los optimismos. Días antes de la derrota encontró a Iturrioz en la calle. – ¿Qué le parece a usted esto? –le preguntó. –Estamos perdidos. – ¡Pero si dicen que estamos preparados! –Sí, preparados para la derrota. Solo a ese chino, que los españoles consideramos como el colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas que nos están diciendo los periódicos. […] Andrés pensó que Iturrioz podía engañarse; pero pronto los acontecimientos le dieron la razón. El desastre había sido como decía él: una cacería, una cosa ridícula. A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia. Al menos él había creído que el español, inepto para la ciencia y para la civilización, era un patriota exaltado, y se encontraba que no; después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo; aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma, humo de paja, nada. FRAGMENTO DE LA BUSCA (PÍO BAROJA) Entre el puente de Segovia y el de Toledo, no muy lejos del comienzo del Paseo Imperial, se abre una hondonada negra con dos o tres chozas sórdidas y miserables. Es un hoyo cuadrangular, ennegrecido por el humo y el polvo del carbón, limitado por murallas de cascote y montones de escombros. Al llegar a los bordes de esta hondonada, el trapero se detuvo e indicó a Manuel una casucha próxima a un Tío Vivo roto y a unos columpios, y le dijo: -Esa es mi casa; lleva el carro ahí y vete descargando. ¿Podrás? -Sí; creo que sí. -¿Tienes hambre? -Sí, señor. -Bueno; pues dile a mi mujer que te dé de almorzar. Bajó Manuel con el carro hasta la hondonada por una pendiente de escombros. La casa del trapero era la mayor de todas y tenía corral y un cobertizo adosado a ella. Se detuvo Manuel a la puerta de la casucha; una vieja le salió al encuentro. - ¿Qué quieres tú, chaval? -le dijo-. ¿Quién te manda venir aquí? -El señor Custodio. Me ha encargado que me diga usted dónde tengo que dejar lo que va en el carro. La vieja le indicó el cobertizo. -Me ha dicho también -agregó el muchacho que me dé usted de almorzar. - ¡Te conozco, lebrel! -murmuró la vieja. Y después de refunfuñar durante largo rato y de esperar a que Manuel descargara el carro, le dio un trozo de pan y de queso. Frente a la puerta de la vivienda, en un raso de tierra apisonado, se levantaba un Tío Vivo, rodeado de una valla bajita, octogonal, en cuyos palitroques, podridos por la acción de la humedad y del calor, se conservaban algunos restos de pintura azul. Aquellos pobres caballos del tío Vivo, pintados de rojo, ofrecían a las miradas del espectador indiferente el más cómico y al mismo tiempo el más lamentable de los aspectos; uno de los corceles, desteñido, presentaba color indefinible; otro debió de olvidad una de sus patas en su veloz carrera; algunos de ellos, en postura elegantemente incómoda, simbolizaban la tristeza humilde y la modestia honrada del buen gusto. Al lado del Tío Vivo se levantaba un caballete formado por dos trípodes, sobre los cuales se apoyaba una viga, cuyos ganchos servían para colgar columpios. FRAGMENTO DE CASTILLA (AZORÍN) Otra vez se ha empañado el cristal de nuestro catalejo; nada se ve. Limpiémoslo. Ya está; enfoquémoslo de nuevo hacia la ciudad y el campo. Allá en los confines del horizonte, aquellas lomas que destacan sobre el cielo diáfano, han sido como cortadas con un cuchillo. Los rasga una honda y recta hendidura; por esa hendidura, sobre el suelo, se ven dos largas y brillantes barras de hierro que cruzan una junto a otra, paralelas, toda la campiña. De pronto aparece en el costado de las lomas una manchita negra: se mueve, adelanta rápidamente, va dejando en el cielo un largo manchón de humo. Ya avanza por la vega. Ahora vemos un extraño carro de hierro con una chimenea que arroja una espesa humareda, y detrás de él una hilera de cajones negros con ventanitas; por las ventanitas se divisan muchas caras de hombres y mujeres. Todas las mañanas surge en la lejanía este negro carro con sus negros cajones, despide penachos de humo, lanza agudos silbidos, corre vertiginosamente y se mete en uno de los arrabales de la ciudad. El río se desliza manso, con sus aguas rojizas; junto a él -donde antaño estaban los molinos y el obraje de paños- se levantan dos grandes edificios; tienen una elevadísima y sutil chimenea; continuamente están llenando de humo denso el cielo de la vega. Muchas de las callejas del pueblo han sido ensanchadas; muchas de aquellas callejitas que serpenteaban en entrantes y salientes -con sus tiendecillas- son ahora amplias y rectas calles donde el sol calcina las viviendas en verano y el vendaval frío levanta cegadoras tolvaneras en invierno. En las afueras del pueblo, cerca de la Puerta Vieja, se ve un edificio redondo, con extensas graderías llenas de asientos, y un círculo rodeado de un vallar de madera en medio. A la otra parte de la ciudad se divisa otra enorme edificación, con innumerables ventanitas: por la mañana, a mediodía, por la noche parten de ese edificio agudos, largos, ondulantes sones de cornetas. Centenares de lucecitas iluminan la ciudad durante la noche: se encienden y se apagan ellas solas. (Todo el planeta está cubierto de una red de vías férreas; caminan veloces por ellas los trenes; otros vehículos -también movidos por sí mismos- corren vertiginosos por campos, ciudades y montañas. De nación a nación se puede transmitir la voz humana. Por los aires, etéreamente, de continente a continente, van los pensamientos del hombre. En extraños aparatos se remonta el hombre por los cielos; a los senos de los mares desciende en unas raras naves y por allí marcha; de las procelas marinas, antes espantables, se ríe ahora subido en gigantescos barcos. Los obreros de todo el mundo se tienden las manos por encima de las fronteras.) En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de piedra que está en la plaza, hay un hombre sentado. Parece abstraído en una profunda meditación. Tiene un fino bigote de puntas levantadas. Está el caballero, sentado, con el codo puesto en uno de los brazos del sillón y la cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos... ¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir. FRAGMENTO DE NIEBLA (UNAMUNO) –– ¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco. ––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces –– que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes... –– ¿Cómo que no existo? ––––exclamó. ––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto. Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente: ––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice. ––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia. ––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo... –– ¡Eso más faltaba! ––exclamé algo molesto. ––No se exalte usted así, señor de Unamuno ––me replicó––, tenga calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia... ––Dudas no -le interrumpí-; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción novelesca. ––Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes? FRAGMENTO DE SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR (UNAMUNO) Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: "Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo", él, temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del campo: "¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella". "¿Y por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?", le dije. Y él: "Porque sino, me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerlos vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío.