Ponencia La misión de las universidades católicas. II Encuentro nacional de docentes universitarios católicos 26 al 28 de octubre de 2000 Autor José A. Giménez Rebora Se nos han requerido ponencias que de alguna manera estimulen el debate con vistas a elaborar efectivas líneas de acción. Por eso rehuiremos las abstracciones excesivas para señalar algunas cuestiones concretas. Uno de los nuestros, el doctor Pedro J. Frías, escribió que “al fin y al cabo tradición es una innovación que alguna vez se impuso”. Con ocasión de referirse a que para el protestantismo clásico no era necesaria la Tradición, el cardenal Ratzinger expresó que “la exégesis científica ha demostrado que los evangelios son producto de la Iglesia primitiva; más aún, que toda la Escritura no es más que Tradición”i La cuestión del tiempo y el lugar es muy importante porque la universidad es una creación histórica. Tenemos que elaborar nuestros criterios sobre la especificidad y los signos de nuestro tiempo para discernir nuestras decisiones en condiciones de creciente incertidumbre con relación a lo temporal mientras esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro, sabiendo que el Reino se inicia aquí y prosigue allá. Ex Corde Ecclesiae (nn 12, 21, 22, 23 y 24) entre otras cosas nos advierte dos: 1. que la universidad es una comunidad académica; y 2. que, en su servicio a la sociedad, su interlocutor privilegiado es el mundo académico cultural y científico. Ser comunidad significa que es un colegio, estable en cierta medida, en el cual no todos son iguales y, en consecuencia, existe una jerarquía y existen desiguales responsabilidades, pero todos forman parte del colegioii. A su vez, estar al servicio de la sociedad no es algo impreciso sino definido: su interlocutor es el mundo académico cultural y científico. Pero no es la comunidad de cualquier universidad sino de una universidad católica, o sea, de una que está caracterizada por su compromiso institucional católico, por su especial vinculación con la iglesia, por su misión y por su autonomía característica. Cualquier comunidad está compuesta de elementos que conviven, que tienen que resolver en común cosas importantes internamente y con relación a su interlocutor que, en nuestro caso, es el mundo cultural y científico para lo cual se debe considerar el parecer de muchos que suelen ver y opinar distinto. No obstante, quienes viven en comunidad tienen algo en común entre ellos y con el mundo exterior. Esto explica la convivencia y la eficacia del diálogo que se ha fijado como misión. Esto ni por asomo equivale a sostener que con el error ajeno hay que transar para luego convencerlo al otro de la verdad. Se trata de no negar lo que somos ni imaginarnos que somos algo distinto a nuestra realidad: somos por naturaleza una comunidad universitaria de maestros y estudiantes (Universitas magistrorum et scholarium), a lo cual 1 se añaden, como lo señala el capítulo 2, n° 21 de ECE, los dirigentes y el personal administrativo, que no es ajena a la historia de nuestro país ni a la comunidad académica general. Entonces, nuestro problema es doble: cómo podemos hacer para que nuestra índole comunitaria no nos incapacite para cumplir adecuadamente los objetivos y sirvamos a la inculturación del Evangelio y al progreso de la convivencia humana y, en segundo término, qué debemos hacer para cumplir debidamente nuestra misión. La primera es una cuestión clave y consiste en preservar lo que por naturaleza somos, es decir, nuestra condición de comunidad universitaria que, además, es una condición para dialogar con la comunidad cultural y científica que aprecia este valor que es inherente a la tradición universitaria de occidente. Cuando habla de autonomía lo dice el N° 12 de ECE: la universidad “goza de aquella autonomía institucional que es necesaria para cumplir sus funciones eficazmente y garantiza a sus miembros la libertad académica, salvaguardando los derechos de la persona y de la comunidad dentro de las exigencias de la verdad y del bien común” y por el agregado expreso en la nota de pie de página 15 que aclara que “Autonomía institucional quiere decir que el gobierno de una institución académica está y permanece dentro de tal institución". Obviamente, esto no excluye: 1. que algunas universidades católicas sean personas jurídicas públicas de la Iglesia y tengan como gobierno supremo o instancia de gobierno final, única e inapelable a una autoridad jerárquica que resida fuera de ella; 2. y que, como señala la misma ECE, los obispos no sean extraños a ellas. Así como gozar de la autonomía institucional es necesario para cumplir las funciones eficazmente y garantizar la libertad académica de sus miembros, no es inoportuno recordar también algo que condensó magistralmente Pío XI al escribir que la misión de la Iglesia no es civilizar sino evangelizar y que si civiliza es por la evangelizacióniii. Las universidades católicas contribuirán a la inculturación del Evangelio no oponiéndose al mundo sino expresando lo que la civilización tiene de valioso y obrando conforme con ello y dialogando con él. Es la línea de Gaudium et spes, de Dignitates Humanæ, de Nostra Ætate y de los mensajes finales del Concilio Vaticano II al mundo. Por lo tanto, necesitamos esclarecer qué es lo que ad intra fortalecerá nuestra condición de comunidad académica y ad extra nos permitirá dialogar adecuadamente con el mundo cultural y científico de nuestra época: Ad intra debemos asumir que somos una comunidad universitaria autónoma en el sentido predicho y que debemos proyectar apropiadamente esa imagen a fin de facilitar nuestro cometido ad extra. Por ello debemos considerar urgentemente, por lo menos, los siguientes temas: 1. ver a la autonomía institucional de la Universidad como un estímulo y no como un defecto, que ayudará a una organización apropiada de la convivencia en la 2 comunidad universitaria garantizando tanto del ejercicio de los deberes como del ejercicio de los derechos legítimos de los que coexisten en ella y servirá para que ésta cumpla la misión que la Iglesia le encomienda en esta época concretaiv; Esto obligará a distinguir dos planos: el de las autoridades académicas que deberán expresar en particular al claustro docente y renovarse periódicamente y el de las estructuras de autoridades académico-administrativas que deberán ser más estables o depender de otras pautas y ritmos de renovación. 2. hacer efectivo eso de garantizar a los miembros de la universidad la libertad académica y salvaguardar los derechos de la persona y de la comunidad dentro de las exigencias de la verdad y del bien común; 3. discernir claramente la cuestión de los derechos adquiridos por profesores, alumnos y personal no docente y del rol que juegan las costumbres internamente asumidas; 4. así como en la Iglesia nada se decide si no es por una causa justa, en las universidades católicas debe regir el mismo principio, en los hechos equivalente al principio de legalidad aunque éste pertenezca más al patrimonio jurídico de la cultura moderna que al derecho natural, según el cual quienes ejercen la autoridad, y para que el orden establecido sea creíble y respetado, todos deben someterse a normas tales como, por ejemplo, que todas las ordenanzas y resoluciones internas rijan para lo futuro, no para el pasado; que se funden y consignen por escrito y sean adoptadas por quien está facultado para ello; que entren en vigor cuando se las promulga fehacientemente de acuerdo a un procedimiento establecido, lo cual es necesario para que la ignorancia subjetiva o el error no excusen el incumplimiento; que las disposiciones posteriores prevalezcan sobre las anteriores y si se dan contracciones siguiendo procedimientos establecidos se concilien en la medida de lo posible salva siempre la justicia. que sea una obligación expresa la de que las autoridades competentes resuelvan cuantos asuntos le sean propuestos y se establezca un recurso para el caso de que así no lo hagan en un tiempo que se determine. 5. una acción directa y efectiva sobre nuestro claustro de profesores con relación a la integración del saber distinguiendo algunas cuestiones: la actividad del Instituto específico; las jornadas centrales de fe y ciencias; los eventuales cursos de especialización que encaren las unidades académicas coordinadamente con la universidad; la actividad con los profesores titulares de las distintas carreras de grado y posgrado; 3 en este sentido sería bueno probar no jornadas multitudinarias sino la activación de sectores específicos de profesores titulares en cada unidad académica; no empezar por las relaciones entre la fe y la ciencia, dos dones de Dios que deberán profundizar los dos Institutos competentes y ser ocasión de las jornadas globales que abarquen a toda la universidad, sino por lo más simple que comienzan a entender todos nuestros titulares, es decir, la problemática de la interdisciplinariedad en las ciencias y la relación entre éstas y la filosofía para llegar luego a las relaciones entre la filosofía y la ciencia (hay que recordar, a mi juicio, aquello de San Pablo: Os doy leche porque aún no estáis preparados para el alimento sólido, o aquello otro de Santo Tomás a su discípulo Juan de Piperno aconsejándole comenzar a estudiar lo más sencillo para seguir luego con lo más complejo); esta actividad sobre y con el claustro de los profesores titulares, cabezas de cátedra (que según los casos podrá incluir a las demás categorías), no debe ser discontinuada; es preciso que alguien esté atento a ella de manera profesional y constante; tiene que existir algún responsable en el ámbito de la universidad; debe comprenderse que el problema no se circunscribe a las cátedras de teología sino al conjunto del claustro y que si no han tenido éxito completo tratamientos anteriores ocasionales y masivos no parecen contraindicados medios alternativos como los que se sugieren. 6. aplicar métodos profesionales para resolver las cuestiones administrativas, tanto las delicadas como la documentación y libros de exámenes como las aparentemente menos importantes como la atención de las mesas de entradas y el contacto con los estudiantes; 7. evitar una centralización excesiva, duplicativa de organismos y gastos, burocrática, abusiva y reñida con la naturaleza de la universidad y con el principio de subsidiariedad, tan caro a la Iglesia; 8. otra cuestión es la de la excelencia y por ende la de la selección de los docentes. No se trata sólo de los aspectos morales respecto de los cuales hay que ser inflexible; se trata de asegurar el otro aspecto: la excelencia académica; no se hace evidente ningún óbice a que las proposiciones docentes vengan respaldadas con órdenes de mérito objetivamente establecidos antes en la propia unidad académica por quienes han sido designados para evaluar a los postulantes y luego las autoridades, ponderando otros antecedentes y los aspectos morales decidirían en definitiva. un procedimiento de esta índole que no equivaldría de ninguna manera a los concursos compromisorios de las universidades estatales v; 9. otro tema es el de la supeditación de los servicios en general a lo académico. 4 10. finalmente, el examen de la problemática de los medios de comunicación desterrando el equívoco de considerarlos meros altoparlantes para que más gente escuche o lea, cuando en rigor son algo distinto y sirven para que las masas entren en contacto con formas de pensar y con cuestiones que antes desconocían y al propio tiempo a través de las cuales se expresan y se escuchan a sí mismas dando lugar a cambios muy importantes en el sentido común y por ende en el rol de las universidades, sobre todo las católicas. Nuestra eficacia ad extra dependerá no sólo de nuestra excelencia académica sino también de asumir y compartir valores y reglas que en general asume el mundo cultural y científico en el que debemos cumplir nuestra misión. Sin perjuicio de nuestras propias concepciones y al sólo fin de sugerir puntos para la discusión nos parece reconocer que ese mundo en general asume hoy como reglas y valores los siguientes: a. la opinión de que la persona, como sujeto jurídico, preexiste al Estado y que debe garantizársele un espacio de autonomía, no en el sentido originario del estado de derecho sino del estado cultural llamado a promover también la actividad espiritual de los ciudadanos. b. un consecuente respeto de los deberes, derechos y libertades humanas fundamentales, comenzando por el deber de conservar la vida y convivir dignamente, de defender la libertad religiosa y de conciencia; el derecho a la libertad de investigación y enseñanza; a la diligencia y responsabilidad en el desempeño de las representaciones y oficios; el derecho a la libre asociación; libertad de acceso a los grados académicos, entre otros. c. la vigencia del derecho a la defensa de la identidad propia de cada comunidad política aceptando, sin embargo, la crisis de la idea tradicional de soberanía estatal que dominó la ideología de los estados nación, o sea, vigencia de los derechos a defender los intereses propios y la propia seguridad; d. la aceptación de los valores de la competitividad (no como rivalidad sino como idoneidad) y de eficiencia en el campo económico y financiero y su correlato de libertad económica y transferencia de experiencias productivas, organizacionales y tecnológicas, lo que significará reconocer que la racionalidad exige que la vida económica sirva para resolver los problemas de la vida social y para afianzar la cohesión del conjunto; e. el reconocimiento del derecho de la comunidad internacional a la injerencia que sea indispensable para la preservación de la paz y de la seguridad amenazadas o afectadas por causas de cualquier tipo (militares o no) como son las económicas, institucionales, sociales, culturales, de derechos humanos, discriminación racial, sexual, religiosa, étnica o idiomática, de protección del medio ambiente, internacionalización de la Antártida, limitaciones a la proliferación nuclear y represión del terrorismo y del narcotráfico; f. el correlativo reconocimiento del derecho de cada comunidad política a darse sus propias formas político-gubernamentales, a sabiendas que éstas son una condición para que de hecho se respeten los derechos fundamentales de las personas y pueda 5 establecerse una relación adecuada con el resto de la comunidad internacional en cuanto esas formas garanticen una ley igual para todos, una separación de los poderes, una justicia independiente y los derechos de defensa y al debido proceso; los derechos democráticos; el derecho a la sociabilidad y al federalismo; la libertad de prensa y la responsabilidad política por los actos individuales en funciones representativas e institucionales de los gobiernos. g. el respeto moral y legal por la palabra empeñada, los tratados y los contratos; h. la supresión de barreras económicas, inducidas o no, en todos los países y la solución pacífica por negociaciones y tratados de las controversias y conflictos; i. el rechazo a las trabas a la actividad científica lo que para algunos equivale a una tiranía de la ciencia sobre los valores éticos y para otros no debería ser así. j. el aliento a los métodos defensivos de los consumidores, a la protección de la salud y del medio ambiente; a la represión de maniobras monopólicas; al mejoramiento de las relaciones capital-trabajo y a la difusión de los sistemas de seguridad social, lo que para algunos son fines del Estado viables económicamente y para otros cuestiones cuya solución debe supeditarse al equilibrio fiscal y monetario y al no otorgamiento de ventajas diferenciales. 6 i Cf. Ratzinger, Joseph Card. y Messori, Vittorio, Informe sobre la fe, 11° ed. Madrid 1986, p. 176 ii Nuestra colegialidad excluye el gobierno no colegial al contrario de lo que ocurre con otras personas jurídicas de la Iglesia como la parroquia o el seminario. iii Cf. cita de pie de página 7 en Gaudium et Spes N° 58 iv Respecto de la coexistencia son apropiadas estas expresiones relativamente recientes del Santo Padre en el sentido que "el camino pasa no tanto a través del ser y de la existencia como a través de las personas y de su relación mutua, a través del “yo”y el “tú”. Esta es una dimensión fundamental de la existencia del hombre, que es siempre una coexistencia... La vida humana entera es un “coexistir” en la dimensión cotidiana –“tú” y “yo”- y también en la dimensión absoluta y definitiva: “yo” y ”Tu”, conceptos que nos confirman en seguir pensando a la comunidad universitaria como un caso de coexistencia necesaria respecto del cual no vemos razón para eliminarla ni para sofocarla y si para regularla. Agrega también el Papa que “la tradición bíblica gira en torno a este Tu, que en primer lugar es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de los Padres, y después el Dios de Jesucristo y de los apóstoles, el Dios de nuestra fe” (Cf. JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza y Janés Editores S.A., 1era.).Edición, Barcelona 1994, página 56). v La misma Iglesia, no en lo que concierne a su función de enseñar, sino en aspectos concernientes incluso a la cura de almas, tuvo su ley de examen por más de dos siglos, entre 1742 (Benedicto XIV) y desde 1983, el Código de Derecho Canónico preceptúa que hacen fe los títulos académicos otorgados por las facultades eclesiásticas que deben integrarse a alguna universidad católica y cuyos profesores deben, a su vez, haber acreditado académicamente su valía. 7