1 Trasgresión y (re)articulación del arquetipo de la madre/ esposa en la novela Arráncame la vida de Ángeles Mastretta. Nadie puede consumir a una mujer entera - Juan José Arreola Por Maria Patricia Napiorski. Aunque la Revolución Mexicana sentó las bases para una transformación social, a su vez, como lo plantea Jean Franco en Las conspiradoras, engendró un espíritu mesiánico que transformó a individuos comunes y corrientes en súper hombres y configuró un discurso que entrelazó la virilidad masculina con la transformación social, marginando a la mujer en el momento en que ésta, supuestamente, debía gozar de mayores libertades y derechos (102). El periodo en el que se desarrolla la obra de Mastretta corresponde al México posrevolucionario liderado por redentores mesiánicos – caudillos – acompañados por sus mujeres, vistas como camaradas y compañeras de la revolución. No obstante, a pesar de esta aparente libertad e igualdad, la mujer en esta época siguió siendo relegada a un espacio asignado. Paradójicamente, la mujer debió continuar la lucha por lograr el poder y por crearse un lugar fuera del asignado y, como lo afirma Franco, un espacio fuera de la historia y la nación (101). Así, lo que sucede es que la figura de la madre/esposa en el México 2 posrevolucionario es rearticulada en la madre liberada sexualmente en la cual el erotismo y la maternidad han dejado de ser una escisión. La disolución de la división maternidad/erotismo le otorga a la mujer una aparente posición de igualdad con el hombre. Sin embargo, dentro del discurso patriarcal/nacionalista el hombre siguió representando el jouissance a través de la incapacidad de reconocer a la mujer como un sujeto unitario, y continuó percibiéndola como un ser escindido. Es precisamente esta problemática la que plantea el marco histórico de Arráncame la vida. La novela refleja la problemática que implica, dentro de una sociedad teóricamente libre, el homologar al subalterno con la naturaleza y al hombre con la cultura y la razón. En Arráncame la vida la narración es la de una mujer adulta que recuerda y mimetiza sus vivencias de niña ingenua y su corta adolescencia en Puebla, su ciudad natal. La protagonista/narradora, Catalina Ascencio nace en 1915, año en que Carranza regresa a la ciudad de México como presidente constitucional. A los quince años se casa con Andrés Ascencio (alrededor de 1930) y desde este momento comienza un paralelismo entre la realidad externa – histórica – y la realidad interna del texto. Durante este periodo histórico México atravesaba por una serie de 3 sucesos como parte del proceso de consolidación política después de la revolución. Así también, Catalina dejaba atrás la vida humilde al lado de sus padres para comenzar su proceso de madurez y transformación al lado de su marido. Cuando Catalina se casa con Andrés afirma: “Y de verás me atrapó un sapo. Tenía quince años y muchas ganas de que me pasaran cosas” (11). Ahora bien, la clase social de Catalina y Andrés se configura como un nexo de comunicación entre ambos para reflejar la lucha entre las clases sociales que se vive en ese momento. Un producto de la revolución es precisamente volver todo al revés, es así como en este momento histórico de México los pobres e ineducados mandan como resultado de la Revolución y, hasta cierto punto, la aristocracia es desmontada de su antiguo pedestal. Cuando Andrés trata despectivamente a la aristocracia poblana Catalina está de acuerdo con él: Claro que yo estaba de acuerdo. Para mí los poblanos eran esos que caminaban como si tuvieran la ciudad escriturada a su nombre desde hacía siglos. No nosotras, las hijas de un campesino que dejó de ordeñar vacas porque aprendió a hacer quesos; no él, Andrés Ascencio, convertido en general gracias a todas las cualidades y todas 4 las astucias menos la de haber heredado un apellido con escudo (10). Por otra parte, la narradora menciona hechos históricos como el anticlericalismo callista, y nos cuenta que gracias a una beca que le dieron las madres salesianas pudo seguir en la escuela primaria: “Estaba prohibido enseñar, así que ni título ni nada tuve… terminé la escuela con una mediana caligrafía, algunos conocimientos de gramática, poquísimos de aritmética, ninguno de historia y varios manteles de punto de cruz (14). También hay referencia a la Guerra de los Cristeros y a la pugna entre la iglesia y el estado cuando Andrés es acusado de asesinar a “un falsificador de títulos que se vendían a profesores del ejército… Se decía que lo había matado porque la idea de falsificar y el jefe de todo el negocio era él…”(30). En este momento la narradora/protagonista va a la iglesia de Santiago a pedir que liberen a Andrés y, en pleno rezo, es testigo del arresto del sacerdote: Todos cantábamos: «los corazones laten por vos, una y mil veces adiós.» Cuando de atrás empezaron a llegar gritos: - Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey! 5 Unos gendarmes entraron por el pasillo y a empujones se abrieron paso hasta el altar… pude oír cuando uno de ellos le dijo al cura: - Tiene usted que venir con nosotros. Ya sabe la razón, no haga escándalo. (30). En La Cristiada 3 - Los cristeros, Jean Meyer sostiene que el gobernador de Puebla hacia 1930 era don Froylán C. Manjares conocido por ser un transformador social y abogador de la reforma, especialmente por el artículo 123, del que tantas veces se burla y al que se opone acérrimamente Andrés en la novela. Meyer plantea que “el grupo de presión anticlerical tuvo su apogeo de 1930 a 1940” (354), periodo en el que el se atacó a la Iglesia en los periódicos y se impulsó al gobierno a romper la tregua entre éste y la Iglesia (354). Ahora bien, la posición política de Andrés se establece desde el principio de la obra. Catalina menciona la participación de su marido en la Revolución y su relación con Calles – en la obra con el nombre de Jiménez: “No hubo batalla que él no ganara, ni muerto que no matara por haber traicionado a la Revolución o al Jefe Máximo o a quien se ofreciera” (10). Más adelante añade: “… fumaba un puro y conversaba con mi padre sobre la laboriosidad 6 campesina o los principales jefes de la Revolución y los favores que cada uno le debía” (11). El personaje de Andrés Ascencio tiene estrecha relación con Maximino Ávila Camacho uno de los generales federales que pelearon en contra de los cristeros. Meyer nos da una lista de los generales más famosos conocidos por su crueldad, entre ellos Maximino Ávila Camacho, jefe de Puebla. En la novela, gradualmente, Catalina nos va mostrando la crueldad y arbitrariedad de Andrés Ascencio, y en el tercer capítulo nos relata que para el año 1931 su esposo era el jefe militar del estado de Puebla: Andrés era el jefe de las operaciones militares en el estado. Eso quiere decir que dependían de él todos los militares de la zona. Creo que desde entonces se convirtió en un peligro público y que desde entonces conoció a Heiss y a sus demás asociados y protegidos. (36). En la novela el personaje de Heiss tiene relación con William Jenkins, uno de los caudillos más conocidos de Puebla hacia los años veintes. En El secuestro de William Jenkins Rafael Ruiz Harrel afirma que el millonario norteamericano William Oscar Jenkins Bidd había nacido en 1863 en Shelbyville, Tennessee, y muerto en Puebla en 1963 (56). Ruiz Harrel sostiene que Jenkins se consideraba así 7 mismo poblano por haber pasado gran parte de su vida allí. Mientras era cónsul en Puebla fue secuestrado en 1919 y Ruiz Harrel sugiere que el gobierno de Carranza vio al hecho como un auto secuestro inventado por Washington para presionar al gobierno mexicano, mientras que los Estados Unidos, por su parte, lo vieron como una demostración de la inseguridad e inestabilidad de México bajo el gobierno de Carranza. Ahora bien, Ruiz Harrel opina que Jenkins estuvo afiliado a los Ávila Camacho, especialmente a Maximino, y que se dedicó a destilar alcohol ilegalmente en su ingenio azucarero cerca de Atenanzingo (50). Heiss, por su parte, es en la novela uno de los caudillos más corruptos y poderosos de Puebla. La configuración de esta red de personajes reales dentro de Arráncame la vida es importante dentro del análisis del marco histórico, porque nos muestra la lucha por el poder que llevan a cabo los nuevos caciques surgidos de la misma Revolución. Al respecto de esta lucha por el poder Meyer afirma: Fue también la época en que el desdén del pueblo hacia los dirigentes alcanzó su más alto grado, ya que en medio de la miseria general los escándalos del enriquecimiento y de la corrupción son más insoportables. La demagogia verbal no 8 engaña a nadie, los “caudillos” militares se convertían en hacendados, y esos Cresos advenedizos se disimulaban mal tras de la máscara de Espartaco. Con Calles era el ejército el que dominaba… (354) A través del marco histórico en la obra observamos entonces la configuración del poder de los caciques antes y después de la revolución con nuevos caudillos tomando los lugares que van dejando los que fueron asesinados o que perdieron el poder. Por lo demás, estos nuevos caudillos van entrelazando su poder con la iglesia, la simpatía es recíproca. Ambos bandos se benefician y, como lo afirma Meyer, se siguen utilizando la tradición cultural del país como símbolos de poder y manipulación, pero en realidad es una tradición que ha perdido su valor autóctono (363). Resulta interesante analizar un aspecto menos obvio dentro de la red del poder nacionalista y caudillista en la obra. El grupo dominante impone, a través de las instituciones, una cultura erótica dominante. Por lo tanto crea un erotismo que es patriarcal, genérico, específico y clasista. Al estar la protagonista/narradora (en la novela como representante del subalterno) sujeta social y culturalmente a este poder, está sujeta también a una “moral sexual” en la cual los tabúes y mitos definen su 9 erotismo como animal, inferior y opuesto al erotismo masculino. Esta configuración del erotismo humano en la cultura nacionalista es notable porque establece al caudillo como al opresor, pero también lo son las instituciones, las normas, el Estado y la política que él ha creado. El poder se cristaliza a través de estos estamentos, y como lo ha dicho Antonio Gramsci en Los intelectuales y la organización de la cultura, el poder que surge de las relaciones sociales se hace presente en la reproducción pública y privada de los sujetos sociales (54). ¿Cómo funciona la red caudillista en la obra? Dentro de la novela vemos cómo se va tejiendo la red de caudillos a partir de las figuras de Jiménez (Cárdenas) y de Huerta. Andrés logra posicionarse en esta red a través de la traición (la Revolución traicionada) y a lo que Leopoldo Allub define como “patrones de dominación basados en la eliminación de la articulación espontánea de los intereses de los grupos sociales” (3). Allub sostiene que la interacción entre los grupos sociales y el Estado se da a través de “estructuras verticales de poder en cuya cima ha de encontrarse un líder o caudillo reconocido” (3). La narradora/protagonista nos relata cómo se organiza piramidalmente la red de caciques en la cual cada caudillo se conecta a otro caudillo 10 superior. Esto se da a través de lo que Allub denomina el “amiguismo; acumular amigos es el medio para la conquista y consolidación del poder político” (7). En el capítulo siete Catalina empieza toda una descripción de las andanzas de Andrés y de sus compadres cuando decide conocer todo lo que hacía su marido: “Empecé por saber que el Celestino del que oyó Checo era el marido de Lola y que su muerte fue la primera de una fila de muertos” (89). Más adelante nos relata la situación de Helen la “hija rebelde” de uno de los compadres de Andrés: “Helen se había regresado a Puebla en busca de la ayuda de su padre que como era de esperarse no le dio ni un quinto gratis. La puso a trabajar en Atencingo. Su quehacer era espiar a un señor Gómez, el administrador, y medir la fidelidad que le tenía a los manejos…” (89). Allí mismo, durante la visita de Catalina a Helen, ambas presencian la ejecución de un campesino a la cual Gómez se refiere como “un pleito de borrachos” (90). La viuda del muerto le cuenta a Catalina desconsoladamente: “- Era mi señor -… ayúdeme usted porque si me quedo aquí me matan a mí también… Caminamos hasta la casa de Helen… Ahí empezó a hablar como si yo no fuera la esposa del gobernador… Lo que contó era espantoso….” (90). Lo que le habría de contar a Catalina la mujer era que su marido había sido asesinado por contarles a los campesinos 11 que trabajaban en el ingenio del padre de Helen, cómo las gentes de Heiss y de Andrés habían masacrado, con la ayuda del ejército, a los campesinos que defendían unas tierras que Heiss había comprado por una cantidad irrisoria a De Velasco. Más adelante la narradora afirma: “… en Puebla todo pasaba en los portales” (95), refiriéndose a la manera en que allí se tejían negocios, se planeaban masacres y se consolidaban las hazañas de los caudillos. Claramente, en la novela el pueblo carece de poder y incluso después de la revolución. Un ejemplo es la sumisión y aceptación del padre de Catalina –representante del campesinado - ante las exigencias de Andrés: «Queridos papás, no se preocupen, fui a conocer al mar»… Cuando acabó la semana me devolvió a mi casa con la misma frescura con que me había sacado y desapareció como un mes. Mis padres me recibieron de regreso sin preguntas ni comentarios. No estaban muy seguros de su futuro y tenían seis hijos, así que se dedicaron a festejar que el mar fuera tan hermoso y el general tan amable que se molestó en llevarme a verlo. (12-14) Más adelante cuando Andrés le anuncia al padre de Catalina que quiere casarse con ésta, la narradora adulta 12 recuerda la humillación de su padre y la manipulación autocrática de Andrés: “Le había dicho que se quería casar conmigo, que si no le parecía tenía modo de convencerlo, por las buenas o por las malas. – Por las buenas, general, será un honor – había dicho mi padre incapaz de oponerse” (20). Michael Foucault opina que todas las relaciones implican poder y que éste consiste en la posibilidad de controlar y decidir sobre la vida del otro. Para Foucault esto se da a través de una anatomía política basada en en una disciplina impuesta sobre el cuerpo físico del otro con la idea de definir y determinar al otro (Vigilar y castigar 62). Foucault llama a esta disciplina impuesta “mecanismos de poder” con los cuales se consolida la creación de cuerpos dóciles cuya producción requiere una coerción ininterrumpida (Historia de la sexualidad 102). Quien ejerce el poder somete, relega a un nivel inferior, impone hechos, ejerce el control, se guarda el derecho al castigo y a conculcar bienes, ya sean reales o simbólicos (Vigilar y castigar 63). Ahora bien, en la novela de Mastretta la red de caudillos se basa en el erotismo masculino y el poder que éste ejerce sobre todos los aspectos de la sociedad. No obstante, este poder se parodia y se feminiza a través de los ojos periféricos de la 13 narradora/protagonista, cuando nos muestra a los caudillos como un grupo de machos cursis, que no son nadie sin el amparo de otros caudillos mayores que ellos dentro de la configuración política y cultural posrevolucionaria. La yuxtaposición de la historia real y la historia interna de la novela es importante porque los datos históricos nos muestran, a través de la consolidación del poder y la cultura caudillista, la naturaleza utópica e idealista de la Revolución, experimentando un pasaje que la transformará de la teoría a la praxis. Pero en la obra esta praxis es por demás contraria a los ideales de libertad, reforma y justicia social que representaron a la Revolución. Lo que Mastretta nos presenta es la violación de estos ideales por el poder hegemónico ejercido por los caudillos. Los sucesos reales se van entrelazando con el plano subjetivo de la historia de Catalina, reflejando su proceso de concientización y liberación que corre paralelo a su educación política y sentimental. Otros aspectos que se logran comprender a través del marco histórico son la desfamiliarización del poder de dominación, la lucha por el poder entre el subalterno y el opresor, y el deseo vehemente del caudillo por subyugar a las provincias. En el capítulo cuarto se nos relatan los sucesos que sucedieron en México entre 1914 y 1915. La toma de 14 Chilpancingo, la de Torreón, la llegada de los infantes de la Marina americana a Veracruz, la Convención de Aguascalientes, el destierro de los sacerdotes españoles por negarse a pagar contribuciones al gobierno y la guerra de facciones entre otros. Estos eventos de la Revolución Mexicana son introducidos en el marco histórico como elementos que representan el estado idealista y utópico de la Revolución, pero a su vez, son homologados con la traición de Andrés, al relatársenos (en el siguiente capítulo) que éste no había sido un seguidor de Madero, sino un militar bajo las órdenes de Huerta. Si bien por un lado el marco histórico nos muestra la configuración del poder hegemónico nacionalista/caudillista, el resentimiento del subalterno se consolida como una alegoría que simboliza una serie de filosofías y creencias falsas que generan la lucha de clases, de géneros, de opuestos binarios. La lucha entre el opresor y el oprimido. Este resentimiento se encarna en el personaje de la protagonista/narradora y se refleja en la manera en que Catalina, paulatinamente, se convierte en la antagonista de Andrés. Hemos dicho que el subalterno en la obra está representado por la mujer, la clase baja, la clase indígena, y el campesinado. El opresor es representado por los 15 caudillos, especialmente por la figura de Andrés Ascencio. El resentimiento, como ideología, explora la marginación de la mujer y del campesinado, y la preservación del poder patriarcal/nacionalista a través de la identidad simbólica Estado/caudillo. La articulación de esta identidad se puede ver de acuerdo a lo que Foucault define como “un conjunto de valores y reglas de acción que se proponen a los individuos y a los grupos por medio de aparatos prescriptivos diversos… la familia, las instituciones educativas, las iglesias, etc.” (Historia de la sexualidad 96). Para Foucault, aunque estas reglas llegan a ser parte de una doctrina coherente, también pueden difundirse de varias formas y, en vez de formar un “conjunto sistemático, constituyen un juego complejo de elementos que se compensan, se corrigen, se anulan en ciertos puntos, permitiendo así compromisos o escapatorias” (Vigilar y castigar 67). Este “juego complejo” de reglas y parámetros que sugiere Foucault nos permite entender la porosidad de la sociedad nacionalista/caudillista, por cuyas ranuras se puede filtrar la posibilidad de subversión a través del desarrollo de la conciencia individual, de la reapropiación del cuerpo y, por lo tanto, de la redefinición de la carga política impuesta por categorías hegemónicas. Paradójicamente, a mayor opresión hegemónica, mayor es 16 también la configuración de espacios autónomos en los cuales el subalterno ejerce también otro tipo de poder. Esto es lo que Foucault denomina los “micropoderes” que surgen en “ciertos puntos” o, como les hemos llamado aquí, espacios autónomos (Vigilar y castigar 71). En la novela, la articulación de esta posibilidad se da en la transición paulatina de Catalina desde hija de su padre hasta convertirse en la esposa de Andrés. Este proceso de concientización de la protagonista/narradora empieza a darse desde el primer capítulo cuando Catalina pierde su virginidad, y sigue con la ceremonia del matrimonio. Ambos acontecimientos son de gran relevancia para la mujer dentro del orden patriarcal/nacionalista. A lo largo de la novela y a través de comentarios subjetivos, Catalina reafirma la importancia de los ritos para las mujeres con los cuales éstas parecen recobrar, aunque por breves instantes, su centralidad en el esquema universal, una centralidad que es continuamente negada dentro del orden caudillista: Yo entré a clases de cocina con las hermanas Muñoz, y me hice experta en guisos. Batía pasteles a mano como si me cepillara el pelo… Éramos doce alumnas en la clase de los martes y jueves… Yo la única casada… -Nada de ayudantes – 17 decían las Muñoz - . Están muy difíciles los tiempos, así que más vale aprender a usar el metate. (25). Al principio de la novela vemos que Andrés trata a Catalina como a una niña, pero a la vez la utiliza para descargar en ella todas las responsabilidades que entorpecerían su ascenso político o la consumación de sus caprichos y deseos: “Oía sus instrucciones como las de un dios… Siempre me sorprendía con algo y le daban risa mis ignorancias. – No sabes montar, no sabes guisar, no sabías coger. ¿A qué dedicaste tus primeros quince años de vida? – preguntaba” (25). La ausencia de la madre en la educación sentimental y sexual de Catalina hace que ésta recurra a la gitana para que le enseñe a sentir cuando hace el amor con Andrés. En el mundo marginado y subterráneo de la gitana, el subalterno sí es dueño de su cuerpo: “En un segundo se desamarró la falda, se quitó la blusa y quedó desnuda, porque no usaba calzones ni fondos ni sostenes. – Aquí tenemos una cosita – dijo metiéndose la mano entre las piernas -. Con esa se siente. Se llama timbre y ha de tener otros nombres” (15). Catalina se presenta en este punto de la novela como una adolescente llena de curiosidad por la vida y hasta 18 enamorada de un marido que apenas conoce, pero que la ha despertado sexualmente. Desde este momento la narradora empezará a vivir cambios que le impone desde afuera su marido y a los que poco a poco se va adaptando, pero sin llegar jamás a convertirse en una mujer sufrida/víctima. La trasgresión de la narradora consiste en redefinir la carga genérica del arquetipo de la madre/esposa, al transformarse en una madre liberada sexual y emocionalmente. La división entre erotismo y maternidad que típicamente definen al arquetipo de la madre/esposa naufragan en Catalina. La adolescente de diez y seis años que en un mismo día es testigo del arresto de su marido por presunto asesinato y el arresto del cura de la iglesia en Santiago, no corre a los brazos de su padre, sino que va a su casa y, se las ingenia para saber cuáles son las acusaciones en contra de su marido. Esta actitud de Catalina muestra los primeros indicios de su deseo de controlar y enfrentar las situaciones. La trasgresión de la narradora se va haciendo más evidente en sus embarazos. En su actitud rebelde se desarticula la maternidad como el ideal sublime femenino dentro del orden nacionalista. Catalina nos resume lo que experimentó al estar embarazada la primera vez: Tenía yo diez y seis años cuando nació Verania. 19 La había cargado nueve meses como una pesadilla. Le había visto crecer a mi cuerpo una joroba por delante y no lograba ser una madre enternecida. La primera desgracia fue dejar los caballos y los vestidos entallados, la segunda soportar unas agruras que me llegaban hasta la nariz. Odiaba quejarme, pero odiaba la sensación de estar continuamente poseída por algo extraño. Cuando empezó a moverse como un pescado nadando en el fondo de mi vientre creí que se saldría de repente y tras ella toda la sangre hasta matarme (39). Más adelante Catalina nos narra su relación sexual con Pablo, su novio de infancia, estando aún embarazada de su hija: “Esa tarde jugamos sobre el pasto como si fuéramos niños. Hasta se me olvidó la barriga… Pablo se encargó de quitarme las ansias esos tres últimos meses de embarazo, y yo me encargué de quitarle la virginidad que todavía no dejaba en ningún burdel… Eso fue lo único bueno que tuvo mi embarazo de Verania” (41). La trasgresión de la narradora es un reflejo inconsciente del deseo, dentro de un contexto mayor y social - de emerger como sujeto histórico y moldear una voluntad política. Al vivir experiencias diferentes a las establecidas por la norma patriarcal. 20 Dentro del proceso de concientización de la narradora/protagonista el sentimiento de rechazo hacia la meternidad es parte de la lucha por la integración del sujeto como individuo. Catalina es la madre/esposa desde el sentido moral. Ella misma se percibe de esta manera durante sus destellos de conciencia a lo largo de su evolución: “Yo preferí no saber que hacía Andrés. Era la mamá de sus hijos, la dueña de su casa, su señora, su criada, su costumbre, su burla “ (72). Catalina se refiere a todos los aspectos de la maternidad pero omite el aspecto erótico. Ella no se ve como la amante de Andrés: “Quién sabe quién era yo” (72). El no saberlo da por sentado la negación del erotismo de de la mujer que es madre y esposa debido a que su sexualidad es un fetiche (caso contrario ocurre en la puta, en la cual se reafirma el erotismo femenino y se niega su maternidad). En breve, dentro del discurso nacionalista vemos la negación del erotismo de la madre/esposa y la validación del erotismo masculino. Pero este erotismo negado puede llegar a reinvertir la relación entre dominante y dominado, la relación que articula la sujeción/obediencia y el poder. En la novela Catalina subvierte el sentido moral de la madre/esposa. Cuando Catalina vive y experimenta su erotismo (lo que automáticamente la convierte en puta dentro del orden patriarcal) sugiere la creación de un 21 espacio al darse lo que Marcela Lagarde define como “el conocimiento de sí misma y de los otros” (97). El conocer su cuerpo y vivir su erotismo – en sus relaciones extramaritales – es una trasgresión que facilita el proceso de concientización. Poco a poco vamos pelando las capas superpuestas sobre una identidad hasta encontrar en el centro a una narradora/protagonista que ha logrado convertirse en un sujeto independiente y libre. Cuando Andrés se convierte en gobernador de Puebla, el papel de esposa del gobernador le permite a Catalina enterarse de cómo funciona la política caudillista. Es así como la protagonista/narradora empezará a cuestionar el discurso hegemónico y a compararlo con sus propias experiencias como esposa del gobernador hasta llegar a convertirse en la enemiga de éste. Catalina no cede nunca ante el poder hegemónico, pero su cohabitación con él le permite, dentro de las márgenes del espacio asignado, crear un espacio propio que la habilita para actuar en contra de Andrés y ayudar a otros a liberarse. Catalina hilvana una especie de hermandad con varias de las mujeres a su alrededor. Recordemos cuando libera a una loca que no está loca, le da empleo a una sirvienta – Lucina -que ha sido despedida por estar embarazada, y logra que ambas mujeres resuelvan sus 22 problemas. La narradora nos presenta todo un tejemaneje de la dialéctica del poder en el cual las mujeres se unen para ayudarse. Paulatinamente Catalina adopta una actitud de resistencia frente al status quo. De mujer pasiva y cómplice tácita de su marido se empieza a convertir en su enemiga, rearticulando las características esenciales de la madre/esposa, quien es además la custodia y transmisora del orden nacionalista. Como lo ha establecido Lagarde, esta función resulta en la configuración del poder maternal, el cual puede ser utilizado para oprimir a otros o para reafirmarse a sí misma. Aunque el poder de la madre/esposa, no es absoluto (porque el sujeto que lo ejerce es a otra escala sujeto de opresión), sí puede ser utilizado para subvertirse (417). Con este poder la madre/esposa manipula, dirige, gobierna, enfrenta a otros, e incluso usa su cuerpo para dominar a otros. Catalina utiliza, en su relación con Andrés, el poder que le confiere el ser la madre de sus hijos y su esposa – no su erotismo – para obtener lo que desea. Utiliza los testimonios de otras mujeres para exponernos la manera macabra en que se dan el abuso del poder caudillista, los crímenes y la demagogia en el Puebla de aquella época. Valiéndose de que conoce las andanzas y los negocios de su marido, Catalina utiliza la verdad de 23 los hechos para chantajear a Andrés y recuperar a su caballo: “ - Quiero que Heiss me devuelva al Mapache -. Tratos son tratos, Catín. Tu papá ya no está con Amed. Pero ustedes mataron a los campesinos de Atencingo.” (91). Catalina le cuenta a Andrés cómo la única sobreviviente de la matanza le había contado que las gentes de Heiss y las de Andrés, ayudados por el ejército, habían masacrados a los campesinos, incluyendo a niños, que defendían las tierras que Heiss le había quitado a De Velasco. Más adelante relata: “Bajé corriendo. Entré a las caballerizas gritándole. Ahí estaba con su mancha blanca entro los ojos y su cuerpo elegante.” (91-92). Aunque Catalina usa el poder del conocimiento para su propio fin, este ejemplo sirve de alegoría para representar el poder del subalterno dentro de su condición de inferioridad dentro de la novela. En Catalina vemos la negación de lo maternal y la afirmación del erotismo explícito y subversivo, elementos que proporcionan la posibilidad de una independencia de pensamiento y de acción. En la madre/esposa, en cambio, la inversión de estos elementos no se da, lo que le permite a esta sumisa mujer, incluso ante hechos moralmente cuestionables, apoyar a su marido y no cuestionar sus acciones, porque su erotismo es negado y esta castración psicológica la convierte en un ser 24 núbil en el que se niega en problema del misterio coicidentia oppositorum o la unión de opuestos. Catalina, al contrario, ejerce su poder, cuestiona, manipula y exige. La relación con sus amantes se configura a través del erotismo. El verdadero catalizador de su trasgresión es el deseo que siente por otros hombres diferentes a Andrés: “Desde que vi a Fernando Arizmendi me dieron ganas de meterme a una cama con él. Lo estaba oyendo hablar y estaba pensando en cuánto me gustaría morderle una oreja, tocar su lengua con la mía y ver la parte de atrás de sus rodillas… Se me notaron las ansias… Me metí bajo las sábanas y pensaba en Fernando mientras me tocaba como la gitana. Después me dormí..” (101-102). Cuando asiste al edificio de Bellas Artes nos confiesa abiertamente la profunda atracción que siente por Carlos Vives: “Yo estaba mirando a Carlos. Le miraba la espalda y los brazos yendo y viniendo. Le miraba las piernas. Lo miraba como si él fuera la música…” (175). Ahora bien, las experiencias eróticas de Catalina nos muestran que su sexualidad es simplemente un aspecto más de la configuración del sujeto, no una unidad o una condición femenina que deba ser negada o fetichizada. Catalina redefine su cuerpo como espacio político al convertirse en la dueña de él como un espacio autónomo. Si bien la 25 trasgresión de Catalina no logra tocar la esencia misma del poder, sí logra establecer lo disfuncional del discurso caudillista, creando condiciones distintas a las determinadas históricamente por el poder hegemónico. A medida que Catalina ejerce su poder dentro de su espacio vamos encontrándonos con una mujer segura de su sexualidad, ávida, a veces vengativa, y muy conciente de su opresión. Al referirse a cómo fue evolucionando su relación con Andrés nos confiesa: Sin decidirlo me volví distinta… Mandé a abrir una puesta entre nuestra recámara y la de junto y me cambié pretextando que necesitaba espacio… A veces dormía con la puerta cerrada… Cuando estaba abierta él iba a dormir en mi cama… Aprendí a mirarlo como si fuera un extraño, estudié su manera de hablar, las cosas que decía, el modo en qué iba resolviéndolas. Entonces dejó de parecerme impredecible y arbitrario. Casi podía saber qué decidiría en qué asuntos, a quién mandaría en qué negocio… (271). La narradora nos cuenta hechos que suceden de manera casi sub-textual en la que podemos ver la configuración de una red de poder subalterno dentro de la esfera doméstica. Catalina ayuda a otras mujeres en diversas ocasiones, 26 utilizando su poder de esposa del gobernador de Puebla, pero a su vez es ayudada por sus amigas y cómplices. Dentro de esta red aparece el personaje de Carmela, la viuda de Fidel Velásquez, quien al igual que la gitana se mueve en un mundo subterráneo y se convierte en otra aliada de Catalina al conseguirle a ésta el té para las dolencias de Andrés. Su marido fue otro de los asesinados por los matones de Andrés Ascencio y Heiss en el ingenio de Atenzingo. Cuando Andrés muere a causa de una sobredosis del “té de Carmela” se consuma la venganza de ésta y la venganza de todos aquellos oprimidos y asesinados por Andrés –por el sistema caudillista-. Irónicamente, la sobredosis ocurre no porque Catalina desee asesinar a Andrés y por eso le dé grandes cantidades del té, sino porque éste, en su arrogancia, se niega a tomar en serio los consejos de la sirvienta Matilde y de Catalina, quienes le advierten que lo está tomando con demasiada frecuencia. Cómo en las grandes tragedias, Andés es víctima de su Hubris y de su deseo vehemente de mantener un universo que él mismo ha construido y que se rige con sus propias leyes y juicios. Rosario Peñaranda Medina en “Enunciar-denunciar desde los márgenes: Ángeles Mastretta en Arráncame la vida” plantea que en la novela se nos presenta una perspectiva 27 subalterna de la Historia, narrada desde la intimidad, “periférica del discurso social y público” (88). Peñaranda Medina sugiere que esta labor dimensiona las perspectivas marginales y desmitifica la Historia contada por los que tienen el poder (88). Lo interesante de este planteamiento de Peñaranda Medina es que al articularse una visión marginal y crítica de la Historia, irónicamente se transgrede el discurso hegemónico/nacionalista que la ha construido. Lo que hace Mastretta es adjudicarle voz al subalterno – Catalina - y convertirle en narrador de sus experiencias y de la Historia; éste consigue objetivar y denunciar la enajenación y el aislamiento caudillista. Por otra parte, se logra desarticular el discurso dominante que ha colocado al subalterno en las márgenes de la sociedad. Continuamente Catalina deconstruye el mundo familiar y social que Andrés simboliza: “… me costaba disimular el cansancio, frente aquellos señores que tomaban a sus mujeres del codo como si sus brazos fueran el asa de una tacita de té” (74). Peñaranda Medina se refiere a la tensión que radica entre la enajenación del objeto-mujer de la historia y la “resistencia a esa condición por parte del sujeto-mujer que se apropia del discurso” (90). Para Peñaranda es precisamente en esta disyuntiva donde se abre la brecha entre “la conciencia crítica de objeto enajenado 28 de Catalina en tanto protagonista y su resistencia a esa realidad en tanto narradora” (90). Sin embargo, este distanciamiento permite un nuevo discurso articulado en la desmitificación del discurso nacionalista. Catalina transgrede todo lo institucionalizado por el poder hegemónico:“Siempre me río de las bodas” (16). Cuando nos relata su propia boda nos presenta la ceremonia de una manera paródica, con el desfile de sus hermanos para firmar: “- Si firma Rodolfo también que firmen mis hermanos… - Estás loca, si son puros escuincles…”(19). Catalina se burla del matrimonio como institución y de sus símbolos, los garabatos de las firmas de sus hermanos menores se introducen en el registro civil al mismo nivel que las firmas de los testigos/caudillos de Andrés y del Juez. En el mundo masculino de la novela encontramos una serie de elementos que simbolizan la feminización del macho, si se quiere emplear esta imagen. En contraposición a lo que Andrés Ascencio llama despectivamente “el maravilloso mundo de la mujer” Catalina nos muestra una visión periférica del mundo de los caudillos. Esta visión muestra lo grotesco y lo cursi de los dueños del poder. Por ejemplo, en su ansia falocéntrica, Andrés y otros caudillos participan en un concurso privado de medición de falos. Una 29 testigo oculta le cuenta a Catalina: “Da emoción uno, pero no una bola de encuerados. Estaban ridículos. Se tentoneaban. Se paraban cadera con cadera y a ver a quién le llegaba más lejos la cosa” (266). Finalmente, vemos que lo que se plantea en la novela es el lado oscuro de una sociedad que ha relegado al subalterno al silencio y a le ha negado la necesidad de definirse. Una sociedad cuyo marco de referencia es el caudillo corrupto y malvado. No obstante, narrar desde la periferia los tejemanejes del poder en la zona dominante es una trasgresión que hace emerger lo negativo del discurso hegemónico. A través de la concientización y trangresión del subalterno, Mastretta desbarata la oposición entre lo íntimo y lo público, entre el subalterno y el opresor, y las barreras que separan lo masculino de lo femenino en el orden nacionalista. Al final de la novela vemos a las élites posrevolucionarias vis-à-vis las voces subalternas, Andrés le confiere a Catalina su individualidad: “- No me equivoqué contigo, eres lista como tú sola, pareces hombre... Eres mi mejor vieja, y mi mejor viejo, cabrona” (211). La voz del subalterno es la que cuenta la Historia y desmitifica a sus héroes permitiéndole concientizarse de su otredad y ver las innumerables posibilidades que yacen en 30 esta condición para la desarticulación del centro y de las estructuras tradicionales del poder hegemónico. 31 Bibliografía Allub, Leopoldo. “Indagaciones sobre el empleo, la cultura y las prácticas políticas en sociedades segmentadas.” Trabajo y Sociedad 4.3 (2002): 1-13. Alberoni, Francesco. El Erotismo. Barcelona: Gedisa, 1986. Foucault, Michael. Discipline and Punish. Trans. Alan Sheridean. New York: Pantheon Books, 1977. _____. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. México: Siglo XXI, 1980. _____. History of Sexuality. Trans. Robert Hurley. New York: Pantheon Books, 1978. _____. “Subject and Power.” Michael Faucault: Beyond Structuralism and Hermeneutics, by Hubert Dreyfus and Paul Rabinow. Chicago: Universtiy of Chicago Press, 1982. pp. 208-226 Franco, Jean. 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