Postmodernismo, modernidad y articulación espacio-temporal global: Algunos apuntes Margarita Barañano Cid (Texto) -- Daniel Alonso Martínez (Resumen) I. Introducción Las ciencias sociales y las humanidades han renovado su atención a la constitución espacio-temporal de la vida social. Algunas tesis, como la atribuida a Marx, insisten en la necesidad de recuperar la dimensión espacial, olvidada por la teoría social en detrimento de la atención a lo temporal. Otras, como la de Manuel Castells, afirman que es el espacio el que organiza el tiempo en la era de la información. Como último ejemplo, Fredric Jameson define el espacio como una dominante cultural del postmodernismo. También podemos encontrar aportaciones defensoras de una prioridad inversa (la de desentrañar la dimensión temporal de la vida social). Muchos han convenido en la pertinencia de la dimensión espacio-temporal en la estructura social, y ese interés se ha acompañado de un esfuerzo teórico y conceptual por comprender los principales perfiles del espacio-tiempo en las sociedades. Para Anthony Giddens, la modernidad se sustenta sobre el espacio-tiempo y no se pueden entender las transformaciones de estas últimas fuera de la modernidad. El punto de partida de este trabajo es el reconocimiento de la peculiaridad de cada articulación espacio-temporal específica, cuya configuración se aborda como parte de un proceso multidimensional, producto de factores estructurales activados por el juego de los actores sociales y atravesado por la tensión entre lo global y lo local. II. El hiperespacio global, abstracto y estandarizado del postmodernismo La centralidad del espacio como denominador común para los enfoques postmodernos fue anticipada por Michel Foucault al decir que “vivimos en una era del espacio”. Jameson, en la misma línea, afirma que “la cultura postmoderna es, de alguna manera, más espacial que las demás”, reivindicando así un nuevo materialismo no sólo histórico sino también geográfico. Sin embargo, a la luz del legado de la física, las perspectivas postmodernas reconocen la inseparabilidad del tiempo y del espacio. Harvey, autor del término compresión espaciotemporal (uno de los principales procesos constitutivos de las secuencias modernizadoras que desembocan en la “condición postmoderna”) sigue esta línea, así como Soja, empeñado en la reconstrucción de la lógica binaria “tiempo-sociedad” en una ternaria “espacio-tiempo-sociedad”. Lo que sí se cuestionan buena parte de los teóricos es la jerarquía establecida entre espacio-tiempo, que suele resultar en la supremacía del tiempo. Frente a esto, defienden el dominio contemporáneo de lo espacial (Castells y el tiempo atemporal de la sociedad red, Albrow y su referencia al espacio como referencia principal en la era global, Robertson y la especialidad de la cultura local, etc.). Jameson, defensor del predominio espacial en la cultura postmoderna, atribuye el rescate del espacio a Lefebvre (cada modo de producción no sólo se despliega en un espacio-tiempo, sino que también los produce activamente) de quien toma inspiración para definir la expansión del capitalismo como el motor de la progresiva mercantilización de sucesivas esferas que inicia un proceso de abstracción cuyo telón de fondo es el ensanchamiento del capital y cuyo cenit es el postmodernismo (completa colonización de la cultura por la lógica del capitalismo tardío) Este proceso atraviesa tres etapas históricas distintas, entre las cuales existe una tensión dialéctica (no simple sustitución): El capitalismo de mercado se acompaña del ascenso de una dominante cultural realista, una concepción del espacio geométrica y el abandono del tiempo pasado reemplazado por “lo nuevo”. Lefebvre (y con él Jameson) detectó un desplazamiento del espacio absoluto hacia el espacio abstracto. El concepto mercantil y monetario del valor, a pesar de aparecer como una posibilidad de conocimiento cierto similar al del espacio de acuerdo con la lógica geométrica y euclidiana, comienza a perder contenido en un proceso que culminará con su completa desterritorialización en el capitalismo tardío. El capitalismo monopolista se expande a la cultura modernista, con una temporalidad narrativa historicista y un espacio imperialista internacionalizado. La abstracción encuentra su lugar de expresión en el nerviosismo y las formas estéticas de la nueva metrópolis, pero su carácter incompleto se traduce en una exacerbación de la innovación frente a la tradición, configurando a su vez, grupos entusiastas o recelosos de esta modernidad. El sujeto comienza a darse cuenta de la dificultad de cartografiar el mapa cognitivo de este escenario espacialmente ensanchado, y su experiencia vital desborda los límites espaciales en los que se desarrolla. El capitalismo tardío completa su modernización en los años 50, con la expansión multinacional, las nuevas tecnologías comunicativas, grandes empresas transnacionales y la división internacional del trabajo. Jameson (tomando a Braudel) expone que, con la globalización, el capital desarrolla la financiera, donde la abstracción penetra en la forma misma del dinero. La cultura, con su mercantilización definitiva, se solapa con la economía, disolviendo la distinción entre base y superestructura. La modernidad misma se agota y las diferenciaciones entre la naturaleza y la cultura se cancelan en un mundo global donde pierden su significado tradicional. Cuando lo moderno corona su triunfo (es decir, cuando sólo existe lo moderno), se transforma en postmoderno (puesto que lo moderno es consecuencia de una modernización incompleta). Este tipo de metamorfosis explica el predominio del espacio sobre el tiempo. Cuando la separación entre lo viejo y lo nuevo se difumina y pasado y presente son colonizados por el futuro, la temporalidad se especializa y la geografía desbanca a la cronología. La memoria del ayer no desaparece, sino que se transforma en un simulacro de lo que fue antaño, coexistiendo desordenadamente con restos o signos de tiempos distintos. Emerge un nuevo hiperespacio que resignifica los vestigios del espacio anterior y los inserta en su red global. El rasgo que más destaca Jameson de este hiperespacio es su desubicación, su carencia de centro correlativa a la pérdida de orden y fijeza lo que conduce al ascenso del “nolugar”, ejemplificado con la habitación de un motel o el vestíbulo de un aeropuerto. El espacio del lugar se debilita o desaparece, saturado, indistinguible de la cultura y disolviéndose en un espacio social indiferenciado. Este hiperespacio propicia el collage de estilos diferentes en un pastiche que evoca irónicamente el progreso. Languidece la voluntad de planificación reformadora para dejar paso a una celebración de lo existente en un espacio donde conviven lo más desarrollado y lo más pobre sin estar fenomenológicamente delimitados, polarización que además se encuentra globalizada. En resumen, el hiperespacio es la red global en que se despliega el capitalismo tardío multinacional inseparable de la cultura (también global). Jameson presenta además como dilema político de primera magnitud la coordinación de lo global y lo local, niveles espaciales entre los que existe una discontinuidad, correlativa de la experiencia fenomenológica cotidiana (local y concreta) y el hiperespacio abstracto y global (irrepresentable para el sujeto). Jameson equipara esta disyuntiva con la apuntada por Lacán ante lo imaginario y lo real, con lo simbólico como elemento mediador. Concluye en esta línea apuntando a la construcción de una cartografía cognitiva espacial global como única vía capaz de saturar las discontinuidades espaciales y sociales. Sólo enfrentando este problema de representación puede la postmodernidad transcodificarse en una versión abierta a la intervención política de instancias activas. III. El “tercer espacio” de “las geografías postmodernas” La propuesta de reconstrucción y reconstitución de una teoría social crítica integradora de las dimensiones espacial y temporal de la vida social ha recibido un importante refuerzo con la obra de Edward W. Soja, quien defiende por varias razones la necesidad de reequilibrar ambas dimensiones en una nueva teorización transdisciplinar. En primer lugar, por la postergación del espacio en la teoría social heredada de paradigmas modernistas. En segundo lugar, porque el espacio, más que el tiempo, constituye la clave hoy de los procesos de reestructuración en curso. Por último, porque su condición de geógrafo avala esa atención al espacio. Soja tiene una voluntad integradora, donde cabría una combinación creativa de las perspectivas modernistas y postmodernistas, y ha conseguido enriquecer sus planteamientos marxistas iniciales (cercanos a Jameson) con la literatura feminista y la de crítica postcolonial. Otras fuentes de Soja serían Lefebvre y Jameson, a quienes guarda cercanía en su aproximación a las transformaciones contemporáneas en el contexto de una crisis inducida por la reestructuración de finales de los 60 y comienzos de los 70. Sigue a Jameson al distinguir cuatro grandes secuencias modernizadoras desde mediados del siglo XIX, que conducen a unas “culturas del tiempo y del espacio” específicas (este término pertenece a Kern) que dan cuenta de las cambiantes reconfiguraciones del triángulo espacio-tiempo-sociedad. Establece así un paralelismo entre el fin del siglo pasado expuesto por Kern y la época actual (esta vez presidida por la mudanza del espacio frente a la del tiempo). Ambas etapas se habrían desarrollado bajo el impulso de la expansión capitalista. En su obra más reciente ha perseguido ampliar su perspectiva de análisis suavizando el excesivo peso concedido al capital. Trataría así de avanza a una geografía del “tercer espacio” (el “primer espacio” sería el material y el “segundo espacio” serían las formas de pensar y concebir el espacio), es decir, una consideración simultánea de lo percibido, lo concebido y lo vivido, integrado en un tratamiento unificado de espacio-tiemposociedad. Soja coge esta distinción de Lefebvre (“prácticas espaciales”, “representaciones del espacio” y “espacios de representación”) persiguiendo con ello expandir la imaginación moderna para dar cuenta de la complejidad de una especialidad y temporalidad que son vividas, pensadas y percibidas, abstractas y concretas, objetivas y subjetivas. Soja se aleja así de un tratamiento evolutivo con etapas históricas distintas y se abre a aproximaciones multidimensionales. El espacio-tiempo-sociedad se produce y reproduce en un proceso continuo en que lo subjetivo (concreto, heterogéneo) se reafirma contra y se yuxtapone a lo objetivo (abstracto, homogéneo) de igual forma que lo global y lo local, pues el espacio-tiempo postmoderno es simultáneamente global, fragmentado y jerarquizado, igualador y diferenciador. Su encarnación final no se traduce sólo en una extensión del hiperespacio desterritorializado. Simultáneamente a los procesos de abstracción tienen lugar procesos de reterritorialización. El espacio de los lugares aparece como vivo y viable, dejando de tener relevancia la necesidad de confeccionar una “cartografía cognitiva” (Jameson). Pues más que discontinuidad, aparece tensión dialéctica, generalizable y peculiar a cada territorio concreto. Reconoce así Soja la pluralidad de las postmodernidades y postmodernismos, el juego entre apropiación y expropiación. Su línea de investigación más acabada se desarrolla en torno al proceso de urbanización postmetropolitano. En este espacio se despliegan múltiples modalidades urbanas que, tanto prolongarían rasgos preexistentes, como incorporarían pautas nuevas: la proliferación de exópolis, difusión extrema del centro o recentralización metropolitana. Esta visión plural le permite hacer un estudio comparativo entre Norteamérica (ejemplo en Los Ángeles, Orange County) y Europa (Ámsterdam). Soja atribuye la polarización de las exópolis de Los Ángeles o la integración de paisajes y modos de vida postmodernos en Ámsterdam a la diferencia de implantación entre ambas de instancias políticas y regulativas (en Los Ángeles por su menor protagonismo, en Ámsterdam por su importancia). Asimismo, Soja pone en consideración otros muchos factores (peculiaridades culturales, rasgos asociativos de cada localidad, especificidad del territorio, cristalizaciones espaciales previas) de tal modo que, por ejemplo, en Europa, la memoria acumulada en las calles y edificios habría intervenido en su reactualización como lugares únicos cargados de significado para sus habitantes y visitantes, mientras que en Norteamérica la ausencia de estos factores se traduce en “heterópolis” (o “suburbios en busca de ciudad”). No obstante, la pregunta por la persistencia de los lugares, así como la articulación de lo local y lo global se escapan al esquema de Soja. Tampoco consigue integrar en su propuesta teórica lo que Thrift y Amin denominan “espesor institucional”, concepto clave en la configuración espacial europea, o cómo los procesos de reterritorialización se presentan vinculados a la recuperación o mantenimiento de espacios fragmentados que, por tener o ambicionar la identidad del lugar, se dibujan como espacios de resistencia. Puede ser que para los que habitamos el “viejo continente” sea más difícil imaginar la hegemonía del “no-lugar”, y no podamos identificarnos con el sentimiento de desorientación frente al espacio-tiempo, ya que los procesos de globalización en curso no parecen haber abierto aquí una brecha tan acusada. IV. Modernidad, distanciamiento espacio-temporal y devenir del “lugar” Los principales teóricos de la modernización reflexiva, Giddens, Beck y Lash, han coincidido en prestar atención a los cambios en la articulación espacio-temporal moderna, especialmente en el caso de Giddens que se acompaña de un esfuerzo teórico por reconceptualizar la contextualidad espacio-temporal de la vida social. Giddens parte de una consideración del espacio-tiempo como elementos constitutivos de los sistemas sociales y no sólo como objetos específicos de disciplinas próximas pero no sociológicas. En su libro de 1979 ya aparece la referencia a la intervención de las “relaciones espacio-temporales” en toda actividad social, que luego se completará con la recomendación de un examen histórico de la vinculación de dichas relaciones con los sistemas sociales, primero desde la clasificación de los tipos de sociedad, después desde la disconformidad histórica entre la era moderna y la tradicional o premoderna. Giddens vincula la modernidad con la transformación del espacio-tiempo, basada centralmente en el distanciamiento espacio-temporal. Este distanciamiento se entiende en relación con la articulación entre la integración social y la sistémica. En las sociedades tradicionales el bajo distanciamiento espacio-temporal implica una superoposición de ambos tipos de integración social, así como una noción de territorialidad con la cual sostienen la legitimidad de su poder. Estas sociedades premodernas se caracterizan por el enraizamiento en unos lugares de los que no han logrado abstraerse ni espacio ni tiempo. Desde esta perspectiva, la pregunta por el devenir de los lugares en la modernidad se encauza a cómo se desarrollan las tensiones entre lo local y lo global, o entre procesos de desanclaje y reanclaje. Las sociedades modernas se caracterizan por su distanciamiento espacio-temporal, la separación del espacio y el lugar vinculada a su vez al vaciamiento del espacio-tiempo y a la separación de ambas dimensiones en la vida social. Todos estos fenómenos citados, como la propia modernidad, tienen vocación globalizadota y se intensificarán con la modernidad tardía. Las instituciones de la modernidad (el capitalismo, el industrialismo, la vigilancia y el poder militar de los estados-nación) delimitan la nueva territorialidad garantizada por la noción de identidad nacional y el recurso a la violencia, además de por las fronteras (borders) precisas que sustituyen a las anteriores (frontiers) difusas, incluyéndose en un marco de relaciones más o menos estables con otros estados-nación. La interpretación de Giddens resulta semejante a la de Lash y Urry y coincide con la de Beck en la centralidad del estado nación en la primera modernidad. Destaca su consideración del estado nación como el lugar por excelencia de la primera modernidad (topomonogámica). Con ello pretende: primero, dar cuenta de la fijeza cultural y territorial y del carácter tradicional de unos estados nación orientados “puertas adentro”; segundo, insistir en el inevitable enraizamiento de la vida social en un lugar fijo durante esta etapa. Esto tiene que ver con el carácter incompleto de la primera modernización, donde predomina un espacio unilocal, y con la sustitución de la primera modernidad por una segunda en la que se entronizan la globalización, los espacios transnacionales y la multilocalidad. La sociedad mundial se convierte en un lugar regido por un único eje temporal en el contexto de la globalidad. Este lugar convive con otros en un marco de topopoligamia por el que cualquiera de ellos se configura translocalmente, formando nuevas realidades plagadas de paradojas y cuya comprensión sólo sería posible sustituyendo la lógica disyuntiva de lo que denomina el paradigma de las “diferenciaciones exclusivas” por la lógica integradora de las inclusivas. V. Modernización reflexiva y articulación espacio-temporal global Giddens, Beck y Lash comparten el interés por la globalización, y aunque sus análisis difieren, comparten importantes denominadores comunes. Todos se alejan de los bipoglobalizadores como Hirst y Thompson (que cuestionan la existencia del fenómeno) y de los hiperglobalizadores como Ohmae (para quien la globalización convierte a los estados nación en ficciones sin contenido), así como conectan la globalización con la reflexividad (a pesar de sus distintas interpretaciones de esta última y la relación entre ambas). La inclusión de la reflexividad constituye uno de los principales elementos de desacuerdo entre estas teorizaciones y las postmodernas (como las examinadas anteriormente). Lash, junto con Urry, ha mostrado su acuerdo con la descripción de Jameson del espacio postmoderno desterritorializado que corresponde a la red asimétrica de flujos de las nuevas economías descentradas del capitalismo desorganizado. En este contexto global avanza aún más el vaciamiento del espaciotiempo, llegando a alcanzar una abstracción tan completa que se acaban por disolver los últimos restos de orientación espacial y se clausura la confianza en el futuro que estimulaban los vanguardismos y utopías, siendo sustituidas por una instantaneidad que sobrepasa la capacidad de registro humana. La abstracción y homogeneización no serían los únicos procesos en juego, sino que se desarrollarían simultáneamente procesos opuestos que abrirían nuevas posibilidades para la recomposición transformada. Ejemplo de ello es el avance en la consideración del mundo como comunidad acarreada por el ascenso de tres grandes fenómenos: la globalización, el tiempo glacial y la recombinación institucional abierta por el vaciamiento del espacio-tiempo. Giddens entiende la globalización como una consecuencia de la modernidad, de carácter multidimensional que ni se reduce a lo económico ni se agota en el “globalismo”. Como Beck, afirma que este proceso supone una reformulación de las identidades personales y colectivas que afecta a las naciones, que ven incrementada su influencia al tiempo que se convierten en factores de fragmentación y elementos de unificación La territorialidad de los estados nación pierde la hegemonía anterior coexistiendo con otras territorialidades transnacionales y las “fronteras” de los estados nación van sustituyendo a sus anteriores “límites” rígidos. El distanciamiento espacio-temporal, como la propia globalización, presenta una doble faz: constriñe y posibilita a la vez. Ello desencadena procesos opuestos e incluso contradictorios, discrepando con Jameson quien, sin embargo, ha equiparado la idea de desanclaje con su propia referencia a la abstracción. En Giddens hay una continua insistencia en la tensión entre apropiación y reapropiación, en el desenraizamiento (precondición de la recomposición institucional que, de otro modo, no estaría abierta a la reflexividad). Esta inclusión de la reflexividad, así como el modo en que el reanclaje es comprendido, distancian la concepción de Giddens de la de Jameson. También se separa de Soja, puesto que ambos se enmarcan en elaboraciones teóricas difícilmente comparables: Giddens se refiere a una tensión presente en todos los órdenes de la vida social, mientras que Soja está más interesado en los procesos de creación y recreación de la identidad de los espacios vividos, desarrollados desde prácticas y subjetividades radicales. Para Giddens, el ascenso de lo global no sólo no anularía lo local, sino que lo estimularía. Lo local se transforma bajo el impulso de influencias distantes que se entremezclan con las propias, de modo que el concepto de “local” se acerca al de “localidad globalizada” de Massey, alejándose al mismo tiempo del concepto de lugar, que Giddens reserva al mundo pre-moderno. Los análisis de Giddens concuerdan con la tesis relativa a la configuración contemporánea de una articulación espacio-temporal global como la sustitución de una convergencia espacio-temporal “estatal-nacional” por otra global. La dualidad de las tensiones dialécticas ofrece un buen punto de partida para la aproximación a los procesos de desterritorialización y reterritorialización en los que Giddens se apoya en su libro de 1984, cuando afirma la condición de centro de las dimensiones institucionales modernas y su extensión global en la modernidad radicalizada. Aún bajo nuevas versiones, elementos importantes de las mismas siguen estructurando la sociedad civil global naciente, la “primera sociedad global” de la humanidad. VI. Conclusiones En este repaso de algunas de las propuestas de análisis de las transformaciones en curso en este fin de siglo hemos podido ver que casi todas ellas comparten un interés por las dimensiones espacial y/o temporal de dichas transformaciones y de la vida social en general, desplegándose en un doble campo temático: la preocupación por avanzar formulaciones teóricas y conceptuales; y el intento de re(de)construir los rasgos dominantes del espacio-tiempo contemporáneos. Todo ello acompañado de una notable proliferación terminológica que ha estimulado debates oscuros y de difícil salida, pero que han permitido indagar en cuestiones de la mayor relevancia. Una contribución también importante ha sido la defensa de un tratamiento integrado de lo espacio-temporal, que había sido poco considerado. En este sentido es central la aportación de Giddens. Otros teóricos como Beck o Lash han mostrado interés en este terreno, pero circunscrito al examen de los cambios en curso o más bien tardío. Por su parte, teóricos del postmodernismo como Jameson, Harvey o Soja han defendido un enfoque integrador del espacio-tiempo proveniente de su inspiración en Lefebvre, iniciador de una aproximación original. Los cercanos a estos planteamientos han puesto un mayor énfasis en el espacio, llegando a eliminar en algunos casos las referencias a un tiempo completamente subsumido o evacuado con el historicismo modernista. Todas las aportaciones presentadas han puesto el acento en la variabilidad social de la constitución espacio-temporal, más específicamente en los rasgos propios de su configuración dominante en este fin de siglo. Se ha defendido en este trabajo la tesis de la cristalización de una nueva articulación espacio-temporal caracterizada como global, que habría venido a suplantar a aquella otra, preferentemente nacional, de la primera modernidad. Esta vinculación de la globalización con los cambios en espacio-tiempo se ha explicado de muy diversa forma. Se podrían resumir las propuestas en este terreno en una triple clasificación: la primera, dicotómica, que distinguiría entre las lecturas de la globalización que abren a la reflexividad (teóricos de la modernización reflexiva) y las que no consideran esta posibilidad (postmodernos); la relación de lo global con lo nacional, que seguiría una ruta parecida, pero más presente en teóricos europeos; y la relación con lo local, en la que podríamos diferenciar tres posiciones: en términos de discontinuidad entre el espacio abstracto de la red global y el espacio concreto de lo local (Jameson); la relectura en términos de tensión dialéctica, interacción e influencia mutua (Giddens o Soja); y la comprensión local de la relación. Una última clasificación que podría aludir a la concepción multidimensional o no de la propia globalización, como Giddens, que incorpora al capitalismo como condición y resultado, junto con otras instituciones entre las que destaca el sistema de los estados-nación. La tesis sostenida es equiparable a la de la contextualización de la articulación entre espaciotiempo en el marco de una tensión dialéctica entre lo nacional y lo global. Según nos aproximamos a los conceptos de territorio y lugar nos adentramos en ese ámbito de interés, pero también de oscuridad, al que se referían el inicio de estas conclusiones. Es tal la amplitud de las cuestiones consideradas al hilo de esta problemática que resulta difícil responderlas fielmente al margen de una depuración de los conceptos empleados (recomendada ya por Parkes y Thrift en 1980 en cuanto a la vaguedad del término “lugar”) donde la polivalencia de su significado se acompaña de una ambigüedad de contenido. Pese a las imprecisiones en juego, el recurso a dichos términos se ha producido en el contexto de un interés por dar cuenta del hondo calado de los cambios espaciotemporales actuales. Se ha perseguido completar la atención convencional al espacio-tiempo cuantitativos con la inclusión del espacio-tiempo subjetivos. Se ha aludido a la necesidad de tener en cuenta la pluralidad de los tiempos y espacios vividos y representados, y a que el espacio social se agota cada vez menos en las formas territoriales, que están sufriendo una profunda alteración. Los flujos globales tendrían un papel cada vez más relevante en la nueva articulación espacio-temporal, caracterizada por la tensión entre las tendencias a la desterritorialización y los procesos de reapropiación del espacio de los lugares. Las referencias a la descronificación, al “tiempo atemporal”, la instantaneidad o la “simultaneidad crónica” completarían el cuadro de estos cambios espacio-temporales. Las aportaciones consideradas han abordado estos últimos términos y problemáticas en consonancia con sus respectivas concepciones del cambio. Son las reconstrucciones abiertas al carácter dialéctico de los procesos las que presentan mayor interés, pero tratan de una cuestión que requiere de mayor indagación teórica e investigación empírica.