Algunas consecuencias de la vocación a la santidad a través de las realidades temporales 1. La misión de la Obra en el mundo es promover la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado en medio del mundo, a través del trabajo profesional y de las demás circunstancias de la vida ordinaria (Catecismo, n. 3). En esa breve frase se encierra toda la riqueza del espíritu de la Obra, toda la densidad de la tarea que la Iglesia le pide al Opus Dei. Lo específico, lo que nos define, y sin separarnos nos identifica, es el empeño en santificar las estructuras temporales a través de un trabajo realizado como hijos de Dios en el Hijo de Dios, a través del trabajo, con ocasión del trabajo, en el lugar y en el tiempo del trabajo, con los colegas del trabajo… Ese empeño es enorme, y ocupa –así es la vida del Opus Dei – todas las dimensiones de nuestra vida: el trabajo, la familia, las amistades, el descanso y el deporte… 2. El objetivo es lograr verdaderamente cambiar un mundo de costumbres, de relaciones, de situaciones, que se muestran empobrecidas porque han perdido la riqueza humana y cristiana: las relaciones laborales, el entramado de lazos familiares, el tono de las diversiones, la profundidad del pensamiento que muchas veces desconoce la trascendencia de nuestro destino… La Obra está llamada, en la Iglesia, desde la Iglesia, a ser un factor que fecunde el mundo (cfr. Es Cristo que pasa, 129), logre efectos visibles, haga nuestros ambientes más vivibles. 3. Hay muchos caminos en la Iglesia, y los fieles de la Obra, si queremos ser fieles a lo que Dios y la Iglesia nos pide, tenemos que volcar toda nuestra capacidad vital en sacar adelante esa tarea, en la medida en que Dios lo conceda. Otros caminos existen en la Iglesia y los bendecimos y admiramos, sin que nos saquen de nuestra especificidad: espiritualidades variadas, funciones en instituciones eclesiales, participación en actividades de otras realidades eclesiales, reciben todo nuestro apoyo y aprobación, pero no deben distraernos de lo que es nuestro camino, nuestra misión. Dejamos para aquellos a quienes está destinado otro tipo de realidades: por ejemplo, bendecimos el modo en que Dios se hace presente a través de apariciones marianas o revelaciones privadas, que alcanzan difusión, pero no nos comprometemos con algo que nos sacaría de nuestro lugar corriente, ordinario, donde ha de darse el milagro de nuestra santidad. 4. El empeño de los fieles del Opus Dei en participar en la misión de la Redención, según el espíritu que le es propio, debería ser manifiesto: nos mostramos verdaderamente comprometidos en esa tarea. Pero el vernos disponibles a lo que Dios pide, puede llevar a que alguna vez se nos proponga participar en actividades o instituciones que, siendo santas, no son nuestro camino y nos distraerían de lo propio: con elegancia y agradecimiento hemos de declinar aquellas invitaciones que nos impidieran ocuparnos de nuestra tarea. 5. No es raro que se pida a una persona que asiste habitualmente a la Santa Misa en una Parroquia, que participe en alguna actividad que se está desarrollando: conferencias, grupos de oración, actividades solidarias… En general, se ha de considerar que tenemos ya otras tareas que nos ocupan el tiempo disponible. Pudiera suceder que ese tiempo estuviera disponible, pero que pudiera ser llenado por actividades más típicas de nuestro propio espíritu: Círculos de cooperadores, tertulias, visitas a los enfermos y un largo etcétera. La petición proveniente de alguna autoridad jerárquica- un obispo –, tal vez, debería ser atendida con mayor atención, pero se ha de hablar antes con los Directores para medir la necesidad de esa colaboración. 6. Un caso que se ha dado varias veces es la invitación a ejercer en una parroquia el Ministerio extraordinario de la Comunión. Entendiendo que las circunstancias pueden llevar a que, en un determinado lugar, quienes tienen facultades, llamen a fieles de la Prelatura a ejercer ese ministerio, hemos de seguir el ejemplo y las indicaciones precisas que nos dejaron nuestro Padre y don Álvaro para defender nuestra vida de personas corrientes, nuestro espíritu secular, que constituye la fisonomía de nuestra vocación: que nada nos distinga de la generalidad de los fieles cristianos. Teniendo en cuenta estas cosas, y que la mayoría de los laicos no son ministros extraordinarios de la Comunión, cuando se propusiera esa tarea, se ha de declinar con toda libertad y elegancia, agradeciendo el ofrecimiento, pero señalando con claridad que no se desea ejercer esa facultad, sino dedicarse a servir al Señor de otro modo. 7. La posibilidad de servir en esas otras actividades ha de llevarnos a pensar qué más podemos hacer para sacar adelante nuestros apostolados específicos. 2-III-15