El gallo y su libertad Santiago Maunez Vizcarrondo “A ti declamaron, y fueron liberación; en ti confiamos, y no fueron confundidos” (Salmo 22:6). Ese gallo, de peleas como dicen, se presentó temprano una mañana en el frente de mi casa. Tenía un moquillo atroz y “estornudada”, No había plumas donde debía haber un rabo. Era un pollo bolo que andaba solo como andan los hombres libres. Caminó, tranquilamente, por todo el terreno de la casa comiendo gusanos, piedrecillas y jobos agridulces. Se adueñó de todo el patio. Se sentía libre al estar allí ocupándose tan solo de su existencia, alimentándose, sin nada más que hacer y sin compañía. Dormía yo no sé dónde. ¿De quién era? No lo sabía. Le deje disfrutar de su libertad. Me encantan los seres libres. Mi diccionario dice que libertad es: Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. En otras palabras, uno tiene la «facultad», la capacidad, el poder de ser libre o, simplemente, de aceptar ser un esclavo. Cada quien elige su ruta. Ese gallo buscaba su libertad. Traté de hablar con él, me miró y siguió comiendo. No le interesaba relacionarse conmigo ni con nadie, sólo quería ser libre. Según dice el psicoanalista alemán Erich Fromm. en su libro «Miedo a la Libertad», «Las luchas por la libertad fueron sostenidas por los oprimidos, por aquellos que buscaban nuevas libertades en oposición con los que tenían privilegios que defender». Espartaco, esclavo tracio, nacido 100 años antes de Cristo, era un «gallo de pelea», un gladiador. Hastiado de tener que pelear tan sólo para divertir a sus amos, organizó un ejército de gladiadores y durante años aterrorizó al pueblo romano, derrotando sus ejércitos y saqueando sus propiedades. Finalmente fue capturado y, junto a millares de sus seguidores, le crucificaron en la Vía Apia. El gallo «bolo» echó plumas en su rabo y se curó del moquillo. Se convirtió en un hermoso gallo giro de pelea que no interesaba pelear y si ansiaba su libertad. Una madrugada sentí un alboroto en el solar de mi vecino. «Mi» gallo se había metido en el patio de mi vecino y su perro lo tenía ya en su boca listo para liquidarlo. El gallo gritaba y luchaba como buen gladiador. Mi vecino logró liberarlo de las fauces del perro. Al día siguiente apareció su «dueño» reclamándolo, pero no pudieron cogerle. Como a la semana de ese incidente, «mi»' gallo cometió el mismo error, volvió a la casa de mi vecino. Esta vez le capturaron y lo entregaron al «dueño«. Escuché cuando gritaba diciendo que el era un gallo libre y reclamaba su derecho de vivir en paz. Ellos no le entendieron. Le enjaularon y acondicionaron para una pelea. Le llevaron a la gallera. Peleó y triunfó. Su "dueño" curo sus heridas y le enjaulo para la próxima pelea. No sé cómo planeó su fuga de nuevo, esta vez en grande. Tampoco sé cómo lo logró, pero Io hizo: escapó con todos los gallos, más de cien. También desapareció el perro del vecino. El vecindario se unió para capturar a todos los gallos que campeaban por su respeto. Por fin todos fueron capturados incluyendo a «mi» gallo. A él le condenaron a convertirse en carne para un asopao pero, cuando todo estaba listo para torcerle c! pescuezo, logró escapar. Voló hasta la carretera en el precise momento en que pasaba un camión, desapareciendo del barrio. La verdad es que ese gallo y yo nos comunicábamos, no sé cómo. En el Génesis 11 se lee algo así: «Era la tierra toda de una sola lengua y de unas mismas palabras. Y los hombres dijeron: «Vamos a edificar una torre que toque a los cielos y nos haga famosos». Bajó Yahvé a ver la torre que estaban haciendo los hijos de los hombres, y se dijo: «He aquí a un pueblo, uno pues tienen una lengua sola. (El idioma es el «alma» de un pueblo). Bajemos, pues, y confundamos su lengua, de modo que no se entiendan unos a otros». Y los disperse) Yahvé por toda la faz de la tierra, y cesaron de edificar la torre. Por eso se llamó Babel, porque allí confundió Yahvé la lengua de toda la tierra. El pueblo que pierde su lengua, que es su ALMA, desaparece o se suicida. Una mañana sentí a un gallo cantar sobre el techo de mi casa. Salí al patio, miré al techo y vi a «mi» gallo cantando muy campechano. Me miró, me saludó y alzó el vuelo como un gavilán perdiéndose entre las nubes en ruta a eI Yunque. Jamás lo he vuelto a ver. Ahora es un gallo feliz con su Libertad lograda. ¿Será cierto que el pueblo de Puerto Rico tiene dos lenguas?.