La vida a la velocidad de la luz - ¿Estamos mejor con las nuevas tecnologías? JEREMY RIFKIN Todo el mundo se apresura a unirse a la Revolución de la Era de la Información. Todos quieren estar conectados. De hecho, desde hace un tiempo creemos que el único debate que vale la pena sostener en la 'nueva era' es cómo garantizar que todos tengan acceso al mundo del ciberespacio. Ahora empieza a perfilarse una pregunta igualmente importante: ¿es demasiado acceso tan problemático como demasiado poco? ¿Es posible que la revolución de la información y de las telecomunicaciones esté acelerando la actividad humana a un ritmo tan alarmante que nos estemos arriesgando a causar un grave daño a nosotros mismos y a la sociedad? Dos increíbles experimentos publicados recientemente por la comunidad científica deberían darnos a todos nosotros una razón para detenernos por un momento a pensar adónde nos dirigimos en esta nueva era de conexiones electrónicas mundiales instantáneas. En el primero, dos equipos científicos diferentes asociados con la Universidad de Harvard consiguieron reducir la velocidad de la luz hasta pararla en seco, retenerla en un limbo y permitirle a continuación seguir su camino. La luz viaja a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo y se piensa que es la forma de energía más rápida del universo. Ésta es la primera vez que se ha parado la luz y se ha almacenado temporalmente, y los investigadores esperan que esto conduzca a un nuevo tipo de revolución tecnológica denominada informática cuántica y comunicación cuántica. Las tecnologías cuánticas podrían acelerar enormemente la informática y las comunicaciones en el próximo siglo. En el segundo experimento, científicos del Instituto de Investigación NEC de Princeton, Nueva Jersey, consiguieron, por primera vez, que un púlsar de luz viajase a varias veces la velocidad de la luz. Aunque los investigadores se apresuraron a señalar que nada con 'masa' puede superar la velocidad de la luz, los científicos creen ahora que un 'púlsar' de luz sí puede. Los físicos que han realizado el experimento esperan que su trabajo conduzca a una gran aceleración de las velocidades de transmisión óptica. Estos experimentos nos llevan al comienzo de una nueva era en la historia humana: estamos empezando a organizar la vida a 'la velocidad de la luz'. Cada día, se introducen nuevos programas informáticos y tecnologías de la información para comprimir el tiempo, acelerar la actividad y procesar mayores cantidades de información. Vivimos cada vez más en la cultura del nanosegundo. Los maestros de la tecnología nos habían prometido que el acceso instantáneo haría la vida más cómoda, nos liberaría de tareas innecesarias, aligeraría nuestras cargas y nos concedería más tiempo. Ahora, después de todos los miles de millones de dólares de inversión en las nuevas tecnologías, empieza a aflorar una incómoda pregunta: ¿es posible que las propias maravillas tecnológicas que supuestamente nos iban a liberar hayan empezado, por el contrario, a esclavizarnos en una red de conexiones cada vez más aceleradas de la que no parece haber escapatoria fácil? Un nuevo término, 24/7 -actividad permanente, 24 horas al día, 7 días a la semana-, ha entrado en el vocabulario en los últimos seis meses y está empezando rápidamente a definir los parámetros de la nueva frontera temporal. Nuestros aparatos de fax, correo electrónico, buzón de voz, ordenadores, agendas electrónicas y teléfonos móviles; nuestros mercados de valores de 24 horas, los servicios instantáneos, las 24 horas, de cajero automático y banca, los servicios de comercio electrónico e investigación que funcionan durante toda la noche, programas informativos y de entretenimiento en televisión las 24 horas, servicios de restaurante, farmacéuticos y de mantenimiento las 24 horas, todos intentando atraer nuestra atención. Y a pesar de haber creado todo tipo de aparatos para ahorrar esfuerzo y tiempo, y actividades para cubrir las necesidades y los deseos de todos en esta nueva esfera, estamos empezando a tener la sensación de que tenemos menos tiempo para nosotros que cualquier otro humano de la historia. Eso se debe a que lo único que consigue la gran proliferación de servicios para ahorrar esfuerzo y tiempo es aumentar la diversidad, el ritmo y el flujo de actividad comercial y social que nos rodea. Por ejemplo, el correo electrónico resulta muy cómodo. Sólo que ahora nos encontramos con que nos pasamos la mayor parte del día respondiendo frenéticamente a los mensajes que nos enviamos unos a otros. El teléfono móvil ahorra mucho tiempo. Sólo que ahora estamos siempre potencialmente al alcance de cualquiera que desee nuestra atención. En varias ocasiones he oído por casualidad a hombres de negocios que respondían a llamadas de trabajo mientras estaban sentados en un retrete público. ¿Duda alguien de que el tiempo se está convirtiendo rápidamente en el recurso más escaso? Hoy, nos encontramos insertos en un mundo temporal mucho más complejo e interdependiente, compuesto de redes de relaciones y actividades humanas siempre cambiantes; un mundo en el que cada minuto disponible se convierte en una oportunidad para realizar otra conexión. La máxima de Descartes 'pienso, luego existo' ha sido sustituida por otra nueva: 'Estoy conectado, luego existo'. ¿Qué ocurre cuando nuestras vidas se ven inmersas en relaciones de 24 horas que se mueven a la velocidad de la luz? Los signos que indican nuestra nueva angustia por el tiempo están en todas partes. Las enfermedades relacionadas con el estrés están aumentando drásticamente en todo el mundo. Según los expertos, buena parte de ello es atribuible a la sobrecarga de información y al agotamiento que experimentan cada vez más personas al sentirse incapaces de soportar el ritmo, el flujo y la densidad de la actividad humana posibilitados por las nuevas tecnologías que avanzan a la velocidad del rayo. En Estados Unidos adquirió proporciones epidémicas en la pasada década. El 43% de todos los adultos sufren efectos adversos para la salud debido al estrés, y se calcula que el estrés en el trabajo cuesta miles de millones de dólares a la economía estadounidense a causa del absentismo, el descenso de la productividad, la rotación de trabajadores y los costes médicos. Según un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), uno de cada 10 adultos de todo el mundo sufre estrés, depresión y agotamiento. La OIT predice un aumento drástico del estrés al introducirse tecnologías incluso más rápidas y acelerarse la mundialización. Enfermedades relacionadas como la depresión, las enfermedades coronarias, los derrames cerebrales, el cáncer y la diabetes- están aumentando con tanta rapidez que, según algunos especialistas, el estrés se puede convertir en la principal causa de baja médica de la Era de la Información. La nueva sociedad de 24/7 y de ritmo acelerado está teniendo otras consecuencias profundas para la vida de las personas. La actividad comercial y social durante las 24 horas ha conducido a un grave descenso del número de horas dedicadas al sueño. En 1910, el adulto medio seguía durmiendo entre 9 y 10 horas diarias; ahora, el adulto medio de los países altamente industrializados duerme menos de siete horas diarias. Esto se traduce en 500 horas más despiertos al año. El problema es que los relojes biológicos humanos están adaptados a la rotación del planeta y a los ritmos temporales diarios, mensuales y estacionales. Estamos biológicamente diseñados para dormir cuando se pone el sol y despertar al amanecer. Una falta masiva de sueño, producida por el nuevo ritmo de vida frenético, se asocia cada vez más a enfermedades graves como la diabetes, el cáncer, los derrames cerebrales y la depresión. En ningún sitio está teniendo la sociedad a 'la velocidad de la luz' más impacto que en la generación electrónica. A millones de niños (especialmente varones) se les diagnostica en Estados Unidos Alteración Hiperactiva por Déficit de Atención (AHDA), y el fenómeno está comenzando a aparecer en Europa y en otras partes del mundo. Los niños afectados de AHDA se distraen fácilmente, son incapaces de centrar la atención, excesivamente impulsivos, y se frustran fácilmente. ¿Acaso es de extrañar? Si un niño crece en un ambiente rodeado por el rápido ritmo de la televisión, los videojuegos, los ordenadores y la constante estimulación de los medios, y se acostumbra a esperar una gratificación instantánea, tiene muchas posibilidades de que su desarrollo neuronal le condicione a un lapso de atención corto. Si aumentamos el ritmo, nos arriesgamos a aumentar la impaciencia de una generación. Los conservadores sociales, a su vez, hablan del descenso del civismo, y lo achacan a la pérdida de una brújula moral y de los valores religiosos. ¿Se ha molestado alguien en preguntar si la cultura de la hipervelocidad nos está haciendo a todos más impacientes y menos dispuestos a escuchar y aplazar, a considerar y reflexionar? Ya están comenzando a aparecer nuevos patrones de comportamiento antisocial relacionado con el estrés, y con implicaciones alarmantes. 'Furia en el trabajo', 'furia en la carretera' y 'furia en el aire' se han convertido en parte del léxico popular conforme más y más gente manifiesta su estrés con brotes de violencia en el trabajo, en el coche o incluso en los aviones. En la cultura del clic, clic, no debería sorprendernos el que todos nos inclinemos cada vez más hacia una respuesta violenta. Quizá debamos preguntarnos qué tipo de 'conexiones' cuentan realmente y qué tipo de 'accesos' importan verdaderamente en la era de la economía electrónica. Si esta nueva revolución tecnológica es sólo cuestión de velocidad e hipereficiencia, podríamos perder algo incluso más precioso que el tiempo: nuestro sentido de lo que significa ser un ser humano bondadoso. Hasta ahora sólo nos hemos planteado la cuestión de cómo integrar mejor nuestra vida en la nueva revolución tecnológica. Ahora debemos plantearnos una pregunta más profunda: ¿cómo podemos crear una visión social que convierta a estas tecnologías de 'velocidad de la luz' en un poderoso complemento de nuestra vida, sin permitirles que se apoderen de ella?