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Derechos y flores
Lunes, 11 de Marzo de 2013 12:40
Mientras a un grupo nos resulta natural ejercer derechos que consideramos básicos, otras en el
mismo país, ocultas por la segregación urbana, sólo los sueñan: algunas —no pocas— tienen
escasa o mala educación; no acceden a trabajos decentes ni ejercen autonomía económica.
Por Pamela Díaz-Romero, Directora Fundación Equitas
Circula por internet una imagen alusiva a la conmemoración del día internacional de la mujer en
el que se lee: el 8 de marzo queremos derechos, no flores. Los videos de la Primera Dama y
las ministras invitando a sumarse a la "semana de la mujer" muestran que el gobierno no
entiende por qué; al contrario, su slogan es "tenemos mucho que celebrar".
No entiende porque no ve que no es el día o semana de la mujer, sino de las mujeres. Y ese
plural es indispensable para capturar la enorme diversidad —y la asimetría— que existe entre
nosotras.
En el Chile actual, algunas sí tenemos motivos para celebrar: no tocamos el piano ni
mantenemos jardines enormes, pero somos profesionales, con trabajos protegidos,
motivadores y con ingresos adecuados; con el tipo de familia que cada una eligió formar,
disfrutando del número de hijos y el espaciamiento entre ellos que decidimos junto a nuestras
parejas; en un entorno de pares donde la discriminación por motivos de género y las conductas
o declaraciones machistas son —al menos— mal vistas y nuestra opinión es respetada y
valorada.
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Derechos y flores
Lunes, 11 de Marzo de 2013 12:40
Mientras a un grupo nos resulta natural ejercer derechos que consideramos básicos, otras en el
mismo país, ocultas por la segregación urbana, sólo los sueñan: algunas —no pocas— tienen
escasa o mala educación; no acceden a trabajos decentes ni ejercen autonomía económica
Desde este lugar privilegiado, donde son bienvenidas las flores, sabemos que hemos avanzado
mucho y también que queda un largo camino por recorrer. Enfrentamos una no despreciable
brecha salarial y estamos lejos de compartir equilibradamente las responsabilidades
domésticas y familiares, asumiendo una conciliación que desde el mercado y las políticas
públicas recae en nosotras, con las sabidas consecuencias en nuestros ingresos y trayectorias.
Estamos sub-representadas en los espacios de toma de decisiones públicos y privados
y la legislación e instituciones presuntamente modernas reproducen prácticas
discriminatorias. Ejemplos abundan: sólo el padre puede abrir una cuenta de ahorro
para nuestros hijos, las Isapre nos cargan la reproducción de la sociedad, las AFP
rebajan nuestras pensiones por cuenta de la esperanza de vida estadística, como si
fuera idéntica para las mujeres en La Dehesa y en La Legua.
Y nada es igual para esas otras mujeres. Mientras a un grupo nos resulta natural ejercer
derechos que consideramos básicos, otras en el mismo país, ocultas por la segregación
urbana, sólo los sueñan: algunas —no pocas— tienen escasa o mala educación; no acceden a
trabajos decentes ni ejercen autonomía económica; muchas no tienen el control sobre su
sexualidad ni su capacidad reproductiva; la mayoría no encuentra espacios para que su voz se
escuche y menos para que su opinión sea considerada.
Los contrastes se ocultan en promedios, como ocurre con el publicitado aumento en la
participación laboral femenina. Sí, hay más mujeres en la fuerza de trabajo y aumenta el
número de asalariadas. Pero incluso entre quienes tienen contrato, son más las que enfrentan
la precariedad y la inestabilidad laboral: según el análisis de la Fundación Sol a la encuesta de
empleo del INE (trimestre noviembre–enero 2012), "El 72 % de la variación de las mujeres
asalariadas corresponde a empleos por subcontrato, suministro de trabajadores o
enganchadores".
Según la misma fuente, del total de nuevos empleos creados para las mujeres durante la actual
administración, el 31,2 % corresponde a trabajos "por cuenta propia, personal de servicio
doméstico y familiar no remunerado"
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ocupaciones que no aseguran protección, estabilidad, ni garantizan el salario mínimo.
Abundan entonces los motivos para que todas sigamos exigiendo derechos, no flores.
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