[Religión y escuela laica]

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[Religión y escuela laica]
Carta de un ministro francés
Olegario González de Cardedal
El País, 8-9-03
La historia de España no es inteligible desde comienzos del siglo XIX sin varios
acontecimientos centrales de la historia de Francia, desde la revolución de 1789 hasta la
invasión de Napoleón en 1808. Todos los libros revulsivos de la conciencia hispánica
durante el siglo XIX venían de París y hacia París marchaban todos los exiliados. Las
obras de Comte, Renan, Bergson han sido estrellas que alumbraron a los liberales
españoles, políticos, curas o profesores. ¡Los afrancesados! La vecindad entre España y
Francia fue motivo de odio persistente a la vez que de persistente fascinación. Ésta ha
despreciado lo que le caía al sur, mientras que vivía fascinada por Alemania a la vez que
la odiaba. La orientación intelectual de España cambia a comienzos del siglo XX,
volviendo la mirada al mundo anglosajón y luego a Alemania. La Junta para
Ampliación de Estudios enviaba a sus becarios a Berlín con prohibición expresa de
detenerse en París. El testimonio personal es de L. Díez del Corral.
Caídas esas barreras y líneas de Maginot entre las naciones, hoy nos encontramos con
problemas comunes, idénticas tareas por delante, responsabilidades mundiales y no sólo
nacionalistas. Europa está enclavada ante cuatro grandes potencias con las que deberá
decidir su destino en el inmediato futuro: su propia historia reconocida como una pese a
su inmensa diferencia interior; Estados Unidos, antes como valedor en las dos grandes
guerras mundiales ahora como sobresalto; el mundo islámico como potencia emergente
tanto por su riqueza energética como por su tendencia al fundamentalismo; el resto del
mundo. Sobre ese cuadruple horizonte las cuestiones reciben nuevas proporciones, son
otras las primacías y nuevas deben ser las claves de la solución. Si en 1970 los
universos estelares eran la política y la economía, en 2003 la cultura y la religión
reclaman ser oídas, ofreciendo una palabra propia de igual valor e idéntica dignidad y
no están dispuestas a ser subyugadas por aquellas, ser comprendidas como mera función
resultante o esclavas a su servicio.
El 3 de diciembre de 2001, Jacques Lang, consejero de Mitterrand y luego ministro de
Educación Nacional, enviaba una carta a Régis Debray, el antaño revolucionario con el
Che Guevara en las montañas de Bolivia, encargándole una misión importante para la
nación y de especial significación para su partido socialista. Le pedía un informe,
socialmente sensible, históricamente fundado y filosóficamente consistente, sobre "La
enseñanza del hecho religioso en la escuela laica". Daba por supuesto que debía
realizarse teniendo en cuenta el marco laico y republicano de la escuela francesa. Pocos
meses después Régis Debray entregaba su Informe (Rapport) y en septiembre del 2002
explicaba en un artículo los fundamentos teóricos y las razones históricas de sus
propuestas al ministro.
La situación de Francia tenía en aquel momento unas características peculiares:
pluralismo cultural y étnico, ideologías contrapuestas, intensa inmigración de los países
del Magreb, presencia musulmana consciente y beligerante en las principales ciudades
con reclamación de reconocimiento a su cultura y religión. Nos parecía entonces en
España que nosotros seguíamos siendo diferentes. Ha bastado que una niña se empeñase
en llevar el shador (velo) para que comenzasen a temblar los fundamentos de la propia
escuela española. Francia en su momento aceptó ir al fondo de la cuestión general, más
allá de una religión particular o de un problema concreto. ¿Puede tener la enseñanza del
hecho religioso un lugar en la escuela? Esto supone responder a dos cuestiones previas:
¿qué es el hecho religioso y cómo es diferenciable de otros que surgen en su cercanía o
se le asemejan? ¿Qué ha significado en la historia de la humanidad y que sigue
significando hoy?
Régis Debray comienza con la cuestión fundamental: La religión ¿ es "verdad" o es una
ingenuidad arrastrada, una enfermedad de infancia no curada, una mera opinión (doxa)
que se ha perpetuado, a la que habría que desenmascarar mostrando su vacuidad e
inanidad perniciosas? Pero él no intenta prolongar la crítica de la religión llevada hasta
el final por Feuerbach, Marx, Nietzsche y Freud. Después de ellos no quedan sospechas
por elevar, hondones de la conciencia por explorar, culpabilidades por inventariar. Si
ellos no han acabado con la religión es que hay en ella elementos resistentes, sustraidos
a la propia conciencia humana porque son su fundamento. Seguir luchando contra ella,
parece vano o insensato. ¿Cómo fundar los fundamentos?
El camino que eligió fue otro más realista y riguroso: intentar identificar esa realidad.
¿Cómo nombrarla: factor, sentimiento, experiencia, cultura, acontecimiento? Prefiere un
término más aséptico: hecho religioso. Este es un término neutral: abarca todas las
expresiones y tradiciones que se identifican como religiosas. Es algo observable, a
diferencia de las meras experiencias interiores, y está enclavado en la geografía e
historia de los pueblos. Es histórico no mítico, evolutivo no petrificado, ya que sin ser
reducible a un lugar o tiempo, se le puede situar en un antes y un después. Es un hecho
permanente a lo largo de la historia humana y universal en tiempo y lugar. Los franceses
tienen una frase apodíptica con la cual creen poder concluir toda exposición: "C´est un
fait = Es un hecho". Nuestro autor para mayor demostración apela a la fórmula
correspondiente alemana: "Das ist = Existe". "Es gibt = Está dado" repetía Heidegger.
¿Cuáles son sus características? Lo religioso es un hecho social, multidimensional; de
materia y de conciencia; de mentalidad y de sociedad; que afecta al individuo y a la
colectividad; que determina el comportamiento moral y abre a espacios simbólicos, que
se enclava en lugar y tiempo pero que abre a la trascendencia. Sobre todo hay que
reconocerle algo que después de Marx y Braudel es a todos evidente; que si tiene una
dimensión geográfica, económica e incluso política (civilización material) no se agota
en ella y tiene una dimensión significativa y simbólica irreductibes (civilización
espiritual). Facticidad y sentido.
Una enseñanza religiosa pública no puede preocuparse de sentimientos o experiencias
individuales sino de aquellos hechos que tienen volumen, larga duración, repercusión
colectiva de largo alcance, huellas en la cultura y en la vida social, determinación de las
masas. Pero junto a la facticidad está el sentido y junto a las cosas el alma. Por eso su
estudio debe partir siempre de esa relación que instaura el hombre con el Absoluto, al
que ha invocado como Dios, y cuyas huellas ha reconocido en la naturaleza, en la
historia y en la conciencia.
Así fijado histórica y socialmente el hecho religioso, ¿cómo trasmitir su conocimiento?
Hay tres formas de conocer un territorio: mirar un mapa, hacer un viaje por él
recorriendo sus rincones, habitar permanentemente en él. Algo semejante se puede
hacer con el hecho religioso. Se lo puede localizar en regiones de pueblos o culturas
primitivas: allí lo vive de forma confesante el indígena, lo analiza el etnógrafo y lo
fotografía el turista.
Ha sido grande la sorpresa de una cierta intelectualidad europea al comprobar de pronto
que son las generaciones jóvenes más lúcidas, minorías generosas y pensadores
cualificados, los que hoy y aquí se identifican religiosamente. Ya no es posible
considerarlos resto del pasado o reducirlo a curiosidad etnográfica. El hecho religioso
reclama ser estudiado con rigor y tomado absolutamente en serio, por pensable y
vivible, por significativo y actual. Podemos conocerlo objetivamente con un mapa,
podemos visitarlo con seriedad y respeto, podemos implantarnos en ello como forma de
vida. Para unos será objeto de museo, para otros de cultura viva, y para otros de culto.
El historiador lo estudia como objetividad colectiva; el creyente lo vive como una fe. El
hecho religioso tiene esas dos dimensiones: exterior histórica y personal absoluta. El
juego fonético francés lo dice mejor: Le fait est de l´ordre du 'on', anonyme, diffus, mais
constant; la foi est de l´ordre du 'je'.
La altura intelectual de un pueblo y de su cultura se manifiesta en la objetividad con la
que asume toda la realidad, toda la historia anterior y todas las posibilidades presentes.
Hay que discernir para integrar y pensar para anticipar. La escuela es el lugar de ese
ejercicio de comprensión de todos los hechos y de crítica de todos los datos. ¿Cómo se
sitúa en ese marco la enseñanza del hecho religioso? R. Debray contesta: "El dato de la
enseñanza de la literatura son los textos; el de la enseñanza artística son las obras; el de
la historia y la geografía humana son los acontecimientos y los territorios; el de la
filosofía los conceptos. Con esta realidad concreta que está ahí, -con lo sensible, lo
visible, lo audiovisual y lo inteligible- se podría restituir por el comentario, el análisis o
la resituación en contexto, el hecho religioso en lo que tiene de sintético". Y una vez así
situado en su facticidad, hay que interpretar y percibir por una empatía elemental las
inmensas y admirables creaciones literarias, artísticas, morales e institucionales que ha
suscitado.
En la primavera del 2003, el actual ministro de Educación Nacional Luc Ferry escribía
su Carta a todos los que aman la escuela. En ella ha tenido el coraje de romper varios
tabúes. Y el primero, poner en cuestión sometiendo a juicio el curso que la educación ha
tomado desde mayo del 68. ¿No ha sido ésta una segunda traición de los intelectuales?
La primera fue cuando, fascinados por el marxismo, tuvieron medio siglo retenida a
Europa en la ignorancia de las ideas y luego en el sentimiento de los hechos: cárceles de
muerte y campos de concentración. En los últimos treinta años atraídos por Nietzsche
¿no hemos vivido de una utopía falsa, sin el realismo de lo posible, subyugando la vida
real, soñando con una sociedad sin límites, una conciencia sin culpa, un mundo con
recursos ilimitados, un hombre creador de todo desde la nada y un individuo egoista sin
responsabilidad para con su prójimo?
En este contexto se ha hablado de la educación o del profesor como "oficio imposible".
¿Cómo transmitir una verdad cuando se parte de que la libertad, individual o colectiva,
decide todo, es fuente de toda ley, de toda realidad? ¿Es posible educar en una
democracia que no fija sus metas y sus límites, y en la que todo hasta la ciencia, la ética
y la religión se intenta someter a votación? ¿Es posible pensar una escuela con las
categorías de justicia, libertad y solidaridad cuando la sociedad tiene otros baremos para
valorar a las personas, que elige como modelos, y para recompensar a las que premia
como sus guías?
Los dos ministros franceses han desenmascarado problemas reales, reprimidos en la
conciencia colectiva y que, como todo lo reprimido, han vuelto vengándose de sus
represores. Con las peculiaridades derivadas de nuestra historia y cultura, esos son
también nuestros problemas, los de fondo, a los que tienen que mirar el pensamiento y
la política, los profesores y los partidos más allá de las escaramuzas de corral.
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