hugo hoenigsberg

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LA EVOLUCION DE LA COOPERACION Y EL EGOISMO
HUGO HOENIGSBERG
INSTITUTO DE GENETICA EVOLUTIVA Y BIOLOGÍA MOLECULAR
UNIVERSIDAD MANUELA BELTRAN, BOGOTA D.C. COLOMBIA
Stephen Jay Gould, paleontólogo de la Universidad de Harvard, escribió
que en la feria de 1964 sobre la libre empresa en la ciudad de Nueva York
apareció un aviso de una colonia de hormigas que decía “ veinte años de
estancamiento evolutivo. Por qué? Porque la colonia de hormigas es un
sistema socialista y totalitario “.
La colonia de hormigas y el panal de abejas han sido desde tiempos
remotos la más reconocida metáfora de la colaboración humana; por
ejemplo, Shakespeare las consideraba como ejemplos de despotismo
benévolo, viviendo en obediente armonía hacia el monarca. En boca del
Arzobispo a Enrique V el panal era la sociedad jerarquizada de la corte
Inglesa. Lo que se reconoce es que las abejas y las hormigas poseen una
estructura social hacia la cual nosotros los humanos tendemos en
búsqueda del bien común en armonía, sea como comunismo que como
monarquía.
Una sola hormiga es una criatura débil y sentenciada como cualquier
herido en un campo de batalla. Pero participando de la colonia, no
importa el lugar que ocupe, es un validísimo soldado, agricultor,
mensajero, conductor, líder capaz de llevar su ciudad a la conquista. La
hormiguita sirve al bien común de la colonia a expensas de su propia
reproducción, arriesgando hasta su vida. La colonia nace y crece, se
reproduce y muere como todo un individuo. En un parque del barrio de
los Rosales en Bogotá, la reina vive por unos quince a veinte años y en
los primeros cinco de su vida la colonia crece hasta alcanzar 10. 000
trabajadoras. Entre las edades de tres a cinco años la colonia pasa por lo
que los científicos llaman su “odiosa adolescencia”, atacando a sus
vecinos sin provocación alguna, tal como hace un adolescente
chimpancé que está estableciendo su posición en la tropa. A los cinco, la
colonia deja de crecer, como cualquier mono del Asia, y empieza su
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período alado de reproducción: es el equivalente a la edad de madurez
eyaculatoria de espermas y de huevos.
Como resultado de su característico colectivismo, las hormigas, las
abejas y las termitas pueden acceder a estrategias ecológicas, incluyendo
la evaluación y la verificación ambiental, que serían imposible para las
criaturas solitarias. Las abejas pueden buscar el néctar de las mejores
flores en los mejores jardines desechando aquellas y aquellos que no
ofrecen economía; las hormigas pueden escoger, selectivamente, la
basura con eficiencia verdaderamente admirable, reclutando a cientos de
compañeros para saborear la más exquisita mermelada en pocos
minutos. La colmena es como si fuera un solo individuo mamífero con
muchos tentáculos, introduciendo sus dedos en las flores en jardines a
varios kilómetros de distancia. Algunas termitas y hormigas construyen
sus nidos penetrando muchos metros en la tierra, para hacer cámaras
para los estados juveniles y locales para cultivar sus cosechas agrícolas,
usualmente de hongos mezcladas con pedazos de hojas debida y
oportunamente preparadas.
Otras construyen cámaras en donde
esconden a los áfidos secuestrados, arriba en la superficie, a los cuales
les extraen miel, ofreciendo, como hacen las más sofisticadas tropas de
delincuentes humanos, protección a cambio de alimento. Otras colonias,
victimizando y en ataques depravados a sus vecinos, reclutan a cientos
de soldados como trabajadores esclavos para los más “despreciables“
trabajos en las colonias. En otros casos llevan a cabo guerras colectivas
contra las colonias rivales: en estudios llevados a cabo en las llamadas
colonias safaris del África oriental se ha podido determinar que estas
hormigas en número de 20 millones aproximadamente y con un peso
acumulado de 20 Kg., siembran el terror por donde van transitando,
devorando toda materia orgánica que encuentran por su paso. Estas
hormigas construyen un tal ejército que hasta atacan a mamíferos y
reptiles enfermos que no se pueden defender. La hormiga, la abeja y la
termita representan el triunfo de la empresa colectiva por excelencia.
La Amazonía está literalmente dominada por las colonias de
hormigas y de termitas y la biodiversidad que ellas representan en
millones de especies es de tal magnitud que desde un barco que navega
por el río se puede oler el ácido fórmico que emiten desde sus guaridas
en tierra firme.
Estos insectos indudablemente son los maestros
dominantes del planeta.
Los corales de arrecife son en el mar lo que son las hormigas en
los bosques húmedos tropicales. En los ecosistemas marinos, en el
fondo del mar los corales son el equivalente submarino de la vida
colectiva que se lleva a cabo en la selva húmeda tropical del Amazonas.
Los corales son también animales de vida colectiva, la única diferencia
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con respecto a las colonias de hormigas es que ésta vida colectiva está
fija, los individuos no se trasladan de un lugar a otro; los individuos
pueden morir, pero la colonia es prácticamente inmortal. Algunos de los
arrecifes de coral han permanecido vivos en forma continua por 20.000 o
más años y algunos han permanecido desde el último glacial.
La primera vida en la tierra fue esencialmente atomística e
individual. Desde entonces la vida comenzó a hacerse colectiva; las
células en la vida colectiva desarrollan un trabajo en equipo en lugar de
ser una lucha entre individuos aislados. Hace unos 3500 millones de años
las bacterias probablemente estaban organizadas por unos 1000 genes.
Muchos piensan que aún entonces existía el trabajo en equipo. O sea
que, las bacterias se agrupaban para crear cuerpos especiales dedicados
a la reproducción, que se especializaban en la dispersión de sus esporas.
Algunas de las algas azul-verdes, hoy en día forman colonias con ciertos
rudimentos de la división del trabajo. Más adelante, en el recorrido
evolutivo de las bacterias, hace unos 1600 millones de años, los
microorganismos, como individuos, eran células complejas, por lo menos
un millón de veces más grandes que las anteriores bacterias y se
encontraban con un gobierno central organizado por unos 10.000 genes,
o quizá más, a estos organismos se les conoce como protozoarios. Aún
más adelante, hace unos 500 millones de años se organizaron en los
mares ancestrales, cuerpos mucho más complejos que los anteriores,
formados por aproximadamente unas mil millones de células; el más
grande de esos animales era un trilobito - un artrópodo del tamaño de un
ratón. Desde entonces los animales asumieron una estructura anatómica
de tipo bilateral que les permitió hacerse siempre más grandes; las
secuoyas de California de hoy y las ballenas azules, son los mejores
ejemplos de tamaños colosales. Una ballena azul tiene aproximadamente
unos 10 trillones de células en su cuerpo. Sin embargo, hoy en día
tenemos otro nivel de agrupación cooperativística, cual es, la que
corresponde a la social. Cuando surgieron las hormigas hace unos 150
millones de años, ya existían colonias complejas de ellas, formadas por
millones de millones de cuerpos en una de las agrupaciones más exitosas
que jamás se hayan construido en este planeta.
Mucho más acá, hace unos 100 millones de años, mamíferos y
pájaros comenzaron a organizarse con estructuras cooperativas,
socialmente. Por ejemplo, en las estructuras sociales de los leones de
mar los individuos se agrupan en manadas que definen, para efectos
reproductivos en organizaciones sociales jerarquizadas.
En lobos,
sabemos desde Maquiavelo que la organización social de estos animales,
delega en los ejemplares más viejos y fuertes de la manada, las funciones
reproductivas. Hay otros mamíferos en que los machos y las hembras se
intercambian sus funciones para cuidar a los recién nacidos. En el topo
desnudo del Africa Oriental, que vive debajo de tierra en colonias de 70 a
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80 animales, la jerarquía del grupo la establecen por el tamaño; uno de
ellos , el más grande se determina como la reina, rodeada por
trabajadores célibes y otros más que cuidan de ella y del nido. Es una
estructura bastante parecida a la de las termitas o a la de las abejas y
como ellas sacrifican sus vidas en beneficio de sus colonias.
¿En qué momento surgió la evolución colectiva?, ¿Cuáles fueron
los elementos que intervinieron para que se diera el sacrificio individual
en beneficio del trabajo en equipo?, ¿Por qué entre nosotros, los
individuos pluricelulares, se sacrifican algunas células, en su función
reproductiva? Para que selección natural funcione, es necesario que
exista la competencia entre las células, sin embargo, durante el desarrollo
embrional, después de las primeras divisiones que se producen, la
competencia cesa y grupos de células se encaminan, se orientan hacia un
mismo fin, perdiendo su capacidad competitiva. Al principio, más allá del
huevo fecundado, las células van progresivamente perdiendo su
capacidad “totipotente” que quiere decir, la capacidad para asumir
cualquier función. Estas son las llamadas células troncales que más
adelante van a servir para sustituir en las heridas cualquier pérdida en
cualquier tejido y en cualquier momento.
El desarrollo embrional, es el fenómeno más genética y
fisiológicamente importante, porque deja en suspenso la función
inicialmente egoísta con la cual el proceso selectivo mejora a través de la
competencia las funciones biológicas de los individuos. Desde ese
remoto pasado, los conflictos entre las células individuales, cuando aún
no existía el cooperativismo, constituían el dispositivo selectivo que
refinaba la eficacia biológica de cada individuo. Por lo tanto, para que
existiera el próximo paso en la escala evolutiva que va de lo unicelular a
lo pluricelular (de la bacteria, microorganismo unicelular al protozoario
pluricelular) era necesario que se resolviera la fase del conflicto con
genes modificadores que hicieran posible la transferencia al mundo
pluricelular. Si no hubiera sido por eso, los genes “egoístas” de antaño
habrían frenado la evolución en lo unicelular. No habríamos podido
existir los organismos modernos con las 10 trillones de células que
funcionan colectivamente.
EL GEN EGOÍSTA
En los años 60 hubo una revolución en la biología a la luz de los
trabajos de George Williams y de William Hamilton. Esta revolución
podría llamarse la del gen “egoísta”. Por medio de ella, los individuos no
hacen lo que hacen en beneficio del grupo o de sus familias o aún en
beneficio de sí mismos. La teoría revolucionaria es que los individuos
ejercen sus funciones para beneficiar a sus genes, en gracia a que los
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individuos descienden de aquellos genes que precisamente hicieron lo
mismo. Conviene recordar que nuestros ancestros nunca fueron célibes,
todos tuvieron hijos y que sobrevivieron solamente aquellos que tuvieron
genes que mejor desempeñaron sus funciones egoístas.
La teoría revolucionaria de George Williams se inició con la
sugerencia que envejecer y morir es una función contradictoria y contra
productiva para el cuerpo, pero que, si fueran los genes los que
programan la vejez del cuerpo después de la reproducción, sí sería un
resultado darwinianamente conveniente para el individuo y para la
especie. Por lo tanto, es en respuesta a la conveniencia de los genes para
multiplicar su tipo y no en función a lo que conviene al individuo y a la
especie. A estos genes Richard Dawkins los llamó egoístas. Los genes
egoístas compiten entre sí porque no existiría la función colaboracionista
que diera lugar a la conveniencia del bien supremo del individuo, de la
colonia, del arrecife, de la colmena. La despiadada lucha por la
sobrevivencia del más apto en buena lid se refiere a la lucha entre los
genes para multiplicar su tipo.
Se podría decir que los intereses de los individuos y de los
genotipos coinciden, sin embargo no siempre es así: los salmones que
nadan contra la corriente para llegar a desovar en el antiguo lugar donde
nacieron, a menudo mueren en el intento. Las abejas cometen suicidio en
el acto de picar. En otras ocasiones los intereses de los genes requieren
que una criatura haga cosas que beneficien a sus hijos porque de ello
depende la multiplicación de los mismos genes. Sin embargo, se dan
casos en los cuales los pájaros abandonan el nido con polluelos cuando
no hay comida; las hembras de nuestra especie cometen infanticidio
cuando no pueden alimentar la prole. En otros casos los individuos se
esfuerzan por ayudar a sus parientes, porque sus mismos genes están
representados en los parientes; es el caso de los lobos o de las abejas
que ayudan a sus hermanas en la crianza. Los individuos están
diseñados para hacer cosas que incrementan la supervivencia de los
genes o de las copias de los genes. Williams, con su característica
franqueza dice que los biólogos modernos cuando ven un animal
beneficiando a otro, lo primero que asumen es que o está siendo
manipulado por el otro o está siendo sutilmente egoísta ( Paradis y
Williams, 1989).
Esta teoría de Williams y de Hamilton surgió desde dos vertientes:
1) La primera, que selección natural sostiene que los genes que causan
un comportamiento que genera mayor sobrevivencia de esos genes
se mantienen en mayor frecuencia a expensas de los otros genes que
no pueden competir. Se trata, molecular y poblacionalmente que tales
genes exitosos, a través del comportamiento que producen, se
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replican muchas más veces que sus genes competidores y que están
presentes en otros individuos de la población.
2) Esta afirmación darwiniana ha recibido mucha verificación
experimental. Hamilton y otros han demostrado que en los insectos
sociales los que ayudan a sus hermanas en la reproducción o en la
cría de sus hijos dejan un mayor número de copias de sus genes para
las próximas generaciones que los que se reproducen ellos mismos.
Si lo pensamos desde el punto de vista de los genes, el fabuloso
altruísmo de las hormigas trabajadoras no es otra cosa que puro
egoísmo. La visión de la colonia de hormigas como una organización
social de altruista colaboración es pura ilusión: cada hormiga
trabajadora propende por la multiplicación de sus genes hasta llegar
a la eternidad por medio de sus hermanas y de sus hermanos, que
son los hijos de la reina. Se parece mucho a la lucha de los humanos
por prevalecer en su afán por llegar a la cima de la estructura del
poder político, social o económico.
Podríamos decir que las
hormigas y las termitas renuncian a la guerra de Hobbes como
individuos, pero sus genes no!
Esta teoría del gen egoísta produjo en la sociedad una verdadera
conmoción: no solamente con la teoría de la evolución el hombre
quedaba relegado a ser como cualquier otro animal, sino que ahora con el
gen egoísta ni siquiera el origen de su auto importancia presente en las
leyes que inventa, tienen su autoría. El es una excusa, utilizado por sus
genes para multiplicar sus ADNs. Los genes no son el banco de datos
necesarios para mantener vivo el cuerpo. El genoma en esta moderna
visión es una especie de compañía, o un teatro en donde se juega y se
lucha molecularmente entre genes egoístas por prevalecer... mientras el
cuerpo animal es apenas un vehículo para transportarlos (vea a Hamilton,
1996).
EL EMBRIÓN EGOÍSTA
A pesar de las apariencias que nos ofrece el gen egoísta, no hay tal
de que el resultado sea siempre ignorar el bien de los demás, como se
pensaría de los ejemplos del párrafo anterior. Después de todo, el gen
egoísta sí permite un espacio importante para el comportamiento
altruista. Mientras Maquiavelo, Hobbes, Darwin y Huxley propendían por
comportamientos humanos guiados por el interés personal, Williams y
Hamilton, en un cierto sentido rescatan, a través de la maquinaria del
comportamiento guiado por el interés genético del gen egoísta, la
posibilidad que la bondad y el altruismo, en una sociedad cooperativista
al estilo de Kropotkin, pueda presentarse. Lo que sucede es que los
genes egoístas a veces usan a los individuos altruistas para realizar sus
propósitos, que al fin y al cabo son los que van a hacer posible extender a
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la posteridad la presencia de esos genes. Huxley insistiendo en la
competencia entre los individuos se fijó más que todo en la lucha entre
ellos, a la manera de los sociólogos y economistas del siglo XIX y perdió
de vista las muchas maneras en las cuales los individuos no luchan entre
sí. El promover el bien común puede producir efectos genéticos de largo
alcance. Por lo tanto, la biología ablanda la dureza de las predicciones de
los economistas y sociólogos como Spencer y Smith del siglo XIX.
Las perspectivas genéticas hacen surgir un eco sobre los motivos
de las acciones. Si una madre es altruista y bondadosa hacia sus hijos,
porque sus genes están siendo egoístas, ella está, al fin y al cabo como
individuo, comportándose altruísticamente. Cuando yo me lanzo a un río
para salvarle la vida a un náufrago, la mecánica de esa acción me está
diciendo que mis genes egoístas me obligan a ello esperando la
retribución de parte de la persona que se está ahogando. Este
comportamiento eventualmente me redundará en beneficio, porque esa
persona en dificultad no se opondrá a que yo multiplique mis genes
cuando el momento sea propicio. De todas maneras mi actuación ha sido
altruista, así se llama esa acción. Pragmáticamente, no importa que un
hombre salve a su compañero porque el quiera la gloria en vez de hacer el
bien por el bien. En la misma forma en realidad no importa si él está
actuando bajo las órdenes de sus genes, en lugar de responder a una
acción que obedece a su libre voluntad.
Algunos filósofos han sostenido que un animal no puede ser
altruista porque el altruísmo debe implicar una motivación generosa en
vez de un acto generoso. Muchos en el pasado, como San Agustín, han
luchado con este problema. El economista Adam Smith se distanció de su
profesor Francis Hutcheson porque el último argüía que la benevolencia
motivada por la vanidad o el interés personal, ya no era benevolencia.
Smith sostenía lo contrario, él decía que un hombre puede hacer el bien
aunque lo haga por motivos de vanidad.
Consideremos por un momento el caso de la herencia. Se puede
decir que en toda la especie uno de los incentivos para crear una fortuna
es poderla dejar y aventajar a los hijos. En efecto, este instinto humano
no se puede extinguir; con relativamente pocas excepciones la gente trata
de pasar su fortuna a la otra generación en lugar de gastarla toda o de
darla en caridad. No hay lugar en la economía clásica para una motivación
tan generosa, aunque exista. Los economistas tienen que aceptarlo y
tienen que asumirlo aunque no puedan explicarlo, simplemente porque
esas acciones no benefician al individuo. En el mundo moderno, centrado
en una visión humana a través de los genes, aquel sorprendente
altruismo es comprensible, simplemente porque los genes pueden ser la
motivación última, mientras que el dinero sería la acción aparente,
aunque éste (el dinero) abandone al individuo.
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Parecería como si los genes egoístas rescataran a Rousseau de
Maquiavelo y de Hobbes. La benevolencia universal como última utopía
pretendería una armonía total. Esto nos llevaría por lo menos a sospechar
que el interés personal sea la causa de los amotinamientos sin fin.
Hobbes en varias ocasiones argumentó que el estado normal de la
naturaleza no es la armonía y ahora con Williams, Hamilton y Trivers,
modernos abanderados del gen egoísta, discuten en muchos trabajos que
la relación entre padres e hijos o entre las parejas o entre socios, no es
una relación de satisfacción mutua, sino una relación de mutua lucha con
el último fin de explotar la relación.
A manera de ejemplo tomemos el caso del feto en el vientre. Nadie
negaría que la relación entre esa bella pareja sea de mutuo interés. Ella
quiere llevarlo a su término porque es portadora de sus genes
representados en esa nueva generación que se avecina. Por otra parte, el
feto espera que su madre luche por prevalecer porque de lo contrario él
muere. Ambos usan su pulmón para extraer oxígeno, ambos utilizan su
corazón para hacer circular la energía, etc. La relación es completamente
armoniosa; la preñez es un esfuerzo de cooperación. Así pensábamos los
biólogos - genetistas hasta hace unos 20 años. Roberto Trivers,
estudiando las relaciones de conflicto entre vientre y feto y entre recién
nacido y madre, encontró varios ejemplos, incluyendo el momento del
destete. David Haig extendió estos estudios de conflicto al vientre y al
feto y encontró que la madre desea vivir para tener otro feto, pero el feto
lo que desea es que ella dedique todo su esfuerzo a él. La madre tiene en
el feto la mitad de su patrimonio genético y el feto, a su vez, tiene la mitad
del suyo en su madre; si uno de ellos tiene que morir para que el otro
sobreviva, cada uno pretende ser el sobreviviente. Aquí conviene aclarar
que la idea de Haig sobre el conflicto en la preñez no implica una decisión
consciente de luchar, por parte de la madre o del hijo. Solamente implica
un mecanismo fisiológico que ha evolucionado por medio de selección
natural para conseguir ese efecto (Haig, 1993).
A finales de 1993, el profesor Haig publicó una serie de resultados
sorprendentes y preocupantes para aquellos que tenían una visión
“amable” de la cuestión. De todas maneras él encontró que el feto y su
“esclavo”, la placenta, actúan más como sutiles parásitos internos que
como socios, tratando de imponer sus respectivos intereses sobre los
intereses de la madre. Las células del feto invaden la arteria alimentando
con sangre materna a la placenta, destruyendo en el acto las células
musculares que allí se encuentran, en esta forma impidiendo el control
materno de esa arteria. La alta presión sanguínea que a menudo
complican la preñez, en buena medida, es causada por el feto, que
utilizando sus propias hormonas, obliga a la sangre materna a entrar a su
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cuerpo (o sea al feto) e impidiendo que el flujo sanguíneo vaya a
alimentar los otros tejidos de la madre.
En la misma forma se crea una verdadera batalla sobre el azúcar de
la sangre. Durante los últimos 3 meses de preñez, la madre tiene niveles
estables de azúcar en la sangre, sin embargo, al mismo tiempo ella está
produciendo más y más insulina cada día - la insulina es la hormona que
normalmente suprime los niveles del azúcar en la sangre. La explicación
a esta extraña paradoja es muy sencilla: la placenta bajo control fetal
secreta en la sangre de la madre grandes cantidades, siempre en
aumento, de una hormona llamada lactógeno placental humano (LPH), la
cual bloquea el efecto de la insulina; todo esto para evitar suprimir los
niveles del azúcar de la madre y utilizarlos él. Comparativamente
hablando, vastas cantidades de esta hormona se producen durante la
preñez normal, no obstante que en casos ocasionales, en donde no se
produzca ninguna, ni la madre ni el feto sufren por esto. Así pues, ambos,
el feto y la madre se encuentran arrojando cantidades siempre mayores
de hormonas que tienen efectos opuestos y que simplemente se cancelan
sus efectos mutuamente. ¿Qué es lo que está pasando?
Según la moderna genética pediátrica-ginecológica de Haig (1993),
lo que hay es una confrontación entre el feto egoísta, tratando de
apoderarse de la preciosa energía, o sea, del azúcar, haciendo que ella
aumente en la sangre de la madre y ésta última defendiéndose, evitando
que el feto no adquiera más de la cuenta. Lo que se produce a veces es
una diabetes de embarazo, cuando el feto va ganando en la pelea. Más
aún la LPH que hace el feto, es producto de un gen que hereda de su
padre, como si el feto no fuera otra cosa que un parásito paterno dentro
de la madre. Por lo menos conviene verlo como si la mitad del genoma
paterno en el feto fuera suficiente para hacer del feto un parásito y de la
madre un vehículo que proyecte medio genoma a la eternidad.
Sin embargo, desde el nivel madre-hijo, el mecanismo funciona
haciendo de los dos un negocio de cooperación para beneficio de la
mutua sobrevivencia. La dialéctica mecanicista funciona porque detrás de
las acciones desinteresadas y generosas de la madre, se esconden sus
genes egoístas motivados por prevalecer, sea siendo generosos con el
feto extraño (como nuevo genoma propietario de su propia motivación)
que luchando contra él.
AMOTINAMIENTO EN LA COLMENA
El mismo patrón de conflicto en medio de la cooperación se halla
en todos los fenotipos conductuales de colaboración. En cada momento
hay amenazas y hay hechos indiscutiblemente de rebelión desde los
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productos moleculares de los genes en franca lucha contra los de su
anfitrión. El individualismo rebelde que puede destruir el espíritu
colectivo.
Consideremos el celibato de las abejas obreras. Contrariamente a
lo que sucede con las hormigas, las abejas obreras sí pueden producir
hijos. Sin embargo, casi nunca lo hacen! ¿Por qué no? ¿Por qué una
obrera no se rebela contra la increíble tiranía de tener que criar a sus
hermanas? Veamos lo que sucedió recientemente en una colmena
experimental en Australia. Unas pocas obreras comenzaron a escondidas
a depositar sus propios huevos en una alcoba especialmente hecha con
una entrada pequeña para que el cuerpo grande de la hembra no pudiera
pasar. Los huevos se criaron en zánganos como era de esperarse por ser
hijos de huevos no fertilizados. Así es en hormigas, avispas y abejas, la
simple determinación sexual en estos insectos.
El grado de parentela con la reina es mucho mayor que con sus
otras hermanas obreras por que la reina se cruza con unos 15 a 20
zánganos en sus vuelos nupciales y además porque en su cuerpo mezcla
las espermas de todos ellos. Por lo tanto, la mayoría de las obreras son
medias hermanas entre sí, no hermanas completas. Una obrera comparte
la mitad de sus genes con su propio hijo, un cuarto de sus genes con los
hijos de la reina y menos de un cuarto con los hijos de la mayoría de las
otras obreras que son sus medias hermanas. Por lo tanto, cada obrera
que deposita su propio huevo contribuye mayormente a la posteridad que
una que no lo haga. Con lo cual se concluye que en unas pocas
generaciones las obreras que procrean heredarían la colmena y la tierra
¿Entonces por qué no lo hace? ¿Cómo funciona la cosa? ¿Por qué
prefieren sacrificar su propia idoneidad para incrementar la de la
colmena?
Mientras cada obrera prefiere por razones genéticas a sus propios
hijos que a los de la reina; igualmente cada obrera prefiere los hijos de la
reina que la crianza de los de las otras obreras. Con razón las obreras
gastan buena parte de su tiempo inspeccionando la colmena, y al mismo
tiempo, sin proponérselo, sirviendo el bien común de la colmena. Las
obreras simplemente matan la progenie de las otras obreras. La reina
marca con una feromona sus propios huevos y las obreras se comen
aquellos que no tienen esa marca. En un caso excepcional un zángano
“enamorado” le pasó a varias hijas obreras la habilidad genética (un gen
egoísta) capaz de evadir la inspección de los huevos marcados, y en esta
forma pudieron sobrevivir en la colmena sin ser hijos de la reina!
Las reinas de las hormigas resuelven el problema en otra forma:
producen obreras fisiológicamente estériles. Así pues las obreras no
tienen porque revelarse y por otra parte la reina puede ser fiel a un solo
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macho, no necesita mezclar espermas de varios zánganos para disminuir
la parentela genética de las obreras entre sí. O sea, no tiene que
disminuirles la probabilidad de rebelión. En fin, para que las obreras no
tengan dudas sobre a quien criar! Todas las obreras pueden ser y son
hermanas completas. Aunque ellas prefieran a los hijos de sus hermanas
por razones genéticas no pueden procrearlos, son estériles.
El hecho de que la reina de las abejas fuera poliandrógena, que
pudiera cruzarse con varios zánganos, produce una aritmética genética
muy particular. Los machos de las abejas de todas las especies vienen
de huevos no fertilizados, así que todos los machos son clones de la
mitad de los genes de sus madres. En cambio las obreras son hijas de un
padre y de una madre y todas son hembras, naturalmente. Los abejorros
tienen una mayor relación genética entre los hijos de las obreras
hermanas porque la reina se cruza una sola vez (37.5%) y así todas sus
hijas obreras son hermanas completas. Las reinas de los abejorros son
monógamas. Mientras las obreras tienen el 37.5% de sus genes en
común con sus sobrinos (hijos de sus hermanas obreras que dan la ½ de
su genoma a sus hijos machos) en cambio tienen solo 25% en genes
comunes con los hijos machos de la reina. Lo cual explica el que cuando
la colonia comienza a producir machos, las obreras conspiran no, como
en el caso de las abejas, con la reina en contra de las otras obreras, sino
con las otras hermanas obreras contra la reina. En el abejorro las obreras
crían hijos de obreras en vez de hijos de la reina. Esta desarmonía en los
abejorros explica el porqué la reina tiene una colonia relativamente
pequeña que en cada fin de estación se divide y se rompe y la reina se va
a hibernar sola, ninguna obrera la acompaña y nuevamente inicia otro
ciclo el próximo año.
La armonía colectiva se asegura suprimiendo el amotinamiento y
rebelión egoísta de los individuos del grupo. Lo mismo se puede aplicar a
la armonía colectiva del cuerpo, de la célula, del cromosoma y de los
genes. En las mixobacterias, las bacterias se unen para armar un
pedúnculo alto desde el cual lanzar las esporas. Hay un conflicto que
resolver porque las que se prestan a unirse para formar el pedúnculo
mueren sin dejar progenie. ¿Se sacrifican para que se cumpla la fase
reproductiva? ¿Cómo hace la confederación de amebas en los hongos
para persuadir a las amebas para unirse, hacer el pedúnculo especial y
morir sin dejar sus genes? ¿Los clones egoístas prevalecen?
LA REBELIÓN DEL RIÑÓN
Recordando el discurso exitoso de Menenius Agripa en el año 494
antes de Cristo en la antigua Roma, para convencer a la plebe que todos
los miembros del cuerpo social, incluyendo el senado, tienen una función
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importante, se refirió a la semejanza con el cuerpo humano, en la cual el
estómago aunque aparentemente ocioso, tiene su función, la de llevar la
energía de los alimentos por todo el cuerpo.
El cuerpo es un todo porque existen elaborados mecanismos para
suprimir la rebelión egoísta de los participantes. Si pensamos en el riñón
en el cuerpo femenino, tenemos bajo su punto de vista, que él trabaja
constantemente detoxificando la sangre y regulando parte de la química
de la permeabilidad del cuerpo, según la osmoregulación que tenga que
cumplir; todo esto lo hace para nada, después de muerto se pudre y se
acaba, no puede proyectar hacia el futuro su tipo, sus características a
través de sus genes. Unos cuantos centímetros más abajo, están ociosos
los ovarios, sentados pacientemente esperando la inmortalidad. ¿En qué
contribuyen en el trabajo de todos los días? Pues en nada, unas cuantas
hormonas innecesarias. Los ovarios, en este ejercicio científico que
estamos haciendo, serían como parásitos del riñón.
Siguiendo la discusión del Hamilton en su teoría de selección de
parentela, podemos anticipar que al riñón no le debería importar el
parasitismo del ovario porque él mismo es un clon del ovario desde el
punto de vista genético. Siempre que los mismos genes sobrevivan por
medio del ovario no importa que mueran los del riñón.
Pero imaginémonos ahora que un buen día aparezca en el riñón una
célula mutante que tenga una característica especial, se lanza al torrente
sanguíneo, viaja al ovario y reemplaza algunos huevos con copias de sí
mismo. Ese hipotético mutante celular viviría a expensas del riñón de
donde salió, y más aún, gradualmente se extendería. ¿En pocas
generaciones qué tendríamos? Que todos descenderíamos del riñón de
nuestra madre y no de sus ovarios. El mutante celular del riñón no se
fijaría en la lógica del nepotismo de Hamilton, porque cuando aparece por
primera vez, sus genes no estarían compartidos por los ovarios.
VEAMOS EL CÁNCER
En último análisis el cáncer es el fracaso de las células de no parar
en su replicación. Las células que continúan dividiéndose
indefinidamente lo hacen a expensas de las normales. Los tumores
cancerosos que siguen teniendo una apariencia generalizada para
metastasiar, distribuyéndose por todo el cuerpo, terminan por apoderarse
de todo. Por lo tanto, en términos generales, para prevenir el cáncer, el
cuerpo como un todo tendría que persuadir cada una de las miles de
billón (1015) de células que dejen de dividirse cuando el proceso de
crecimiento y de reparación cesen. Sin embargo, lo que las células han
heredado desde hace tres mil o más millones de años es dejar de
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dividirse. La orden de dejar de dividirse tiene que producirse so pena de
sucumbir al cáncer. El mecanismo está obedeciendo otra orden, una
orden de su ancestro unicelular, cuando selección natural le impuso, para
sobrevivir su condición egoísta, puesto que entonces no habían surgido
genes modificadores de conflictos. Según la teoría de los genes
modificadores, estos últimos surgen cuando hay que cooperar, más
adelante en la evolución pluricelular.
Hay que echar reversa y obedecer la nueva orden de parar para
hacer un buen riñón. No sabiendo que hacer, los más peligrosos de los
cánceres se transmiten por medio de virus, o sea en otro cuerpo que no
sea el ovario. El cáncer salta libre, desobediente, egoísta en una cápsula
viral.
GENOMIOS CONFLICTIVOS DEL EMBRIÓN
En el embrión en desarrollo se llevan a cabo conflictos entre las
células egoístas a la espera del mayor bienestar para un peligro todavía
mayor. A medida que el embrión crece, cualquier mutante genético que
haga posible que las células se apropien de las células germinales, o sea
las que van a reproducirse, puede extenderse a expensas de cualquier
otro mutante. Por este motivo el desarrollo debe apresurarse a evitar que
los tejidos con mutantes egoístas, que se salen del contexto coordinado
para el bienestar del embrión, puedan entrar a sustituir las gónadas. Por
qué no sucede esto?
Según una interpretación, el embrión posee dos características que
hacen posible el retiro de las células que pueden amotinarse y conjurar
en contra de la armonía del sistema. En primera línea el huevo materno
está construido con unos genes que bloquean la acción de los mutantes
conflictivos que se presenten; por otra parte, el embrión puede retirar las
células que potencialmente están destinadas a la línea germinal. En los
primeros días de su vida el huevo fertilizado se cierra genéticamente, o
sea, sus genes no pueden ser transcritos. Este es el bloqueo que los
genes maternales, por medio del patrón que asume la distribución de las
proteínas producidas por esos genes (son factores de bloqueo) le
imponen a cualquier señal genética que provenga de las primeras
divisiones celulares. De tal suerte que son los genes maternales en las
primeras divisiones celulares después de la fertilización, los que imponen
el “silencio” genético que va a imposibilitar a los genes egoístas a
intervenir en la organización embrional que conduce a la armonía.
Para cuando los genes del embrión puedan salir de su encierro
materno “obligado”, sus destinos ya estarán en buena parte
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determinados. A esto se le llama totipotencia, cuando todavía tienen la
capacidad de asumir cualquier función incluyendo la función germinal.
Un poco más tarde, en el caso humano unos 60 días después de la
fertilización, la célula germinal se termina de completar y queda aislada
del resto del embrión en desarrollo: las células que van a ser huevos o
espermas del adulto se encuentran segregadas del resto del embrión.
Con esta estrategia el genotipo materno del cigoto impide cualquier daño
de las mutaciones a las líneas germinales y cualquier intento por parte de
los genes egoístas del embrión a intervenir en las divisiones celulares
programadas. Teniéndolos al reparo de cualquier mutación, los otros
tejidos del cuerpo embrional no podrán pretender convertirse en
ancestros a través de los huevos o de los espermas, a expensas de sus
rivales. La posibilidad de amotinamiento ha llegado a su fin.
La predestinación materna y el secuestro temprano de las células
germinales son comprensibles solamente como estrategias del desarrollo
embrional en los organismos pluricelulados para suprimir la fase de
amotinamiento de las células. Esto ocurre solamente en animales, no
ocurre en plantas ni en hongos. Las plantas tienen su manera de suprimir
el amotinamiento o los efectos nocivos de las actuaciones egoístas de los
genes durante el desarrollo, reteniendo la habilidad para convertirse en
células sexuales y utilizando sus fuertes paredes celulares que impiden
que otras células que se movilicen por el cuerpo puedan penetrarlas. El
cáncer sistémico no es posible en plantas. Los hongos tienen una manera
diferente de aproximarse al fenómeno: ellos no tienen células y los genes
continuamente deben jugar a las cartas como en una especie de lotería
infinita para afirmar sus derechos (Buss, 1987).
Así como el cuerpo, en lo que hemos visto es apenas un
desasosegado triunfo de la armonía por encima del egoísmo celular, en la
misma forma la célula resulta de un compromiso delicado del mismo tipo,
en donde los distintos elementos suspendidos en el coloide celular
intervienen para, en alguna forma, conquistar derechos individuales en
detrimento del bienestar común. Dentro de cada célula hay 46
cromosomas, 23 pares, hay ribosomas con material de ARN, mitocondrias
provistos de ADN, aparatos de Golgi, péptidos y aminoácidos en
suspensión. Nuestro genoma está constituido por un equipo bien
formado de cromosomas que trabajan juntos en relativa armonía (para
construir los cromosomas el fenómeno de comparta mentalización
suponemos que tuvo que hacer concesiones) dictando el trabajo que
cada parte debe hacer en la célula.
En medio de tanta armonía pueden existir parásitos tales
como los cromosomas B. En apariencia son idénticos a los cromosomas
ordinarios, aunque un poco más pequeños. Sin embargo, ellos no se
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encuentran en parejas y no contribuyen en casi nada al funcionamiento
de la célula y generalmente no intercambian genes con nadie.
Simplemente están ahí. De todas maneras sí producen en las células que
los hospitan una reducción en crecimiento y en fertilidad. No han sido
muy estudiados, pero en el caso de las mujeres sí se sabe que le
disminuyen la fertilidad. En muchos otros animales y en plantas son más
numerosos.
La pregunta que se hacen muchos biólogos es: qué hacen
ahí? Algunos dicen que sirven para suprimir la variabilidad entre los
genes. Sobre ellos no podremos decir nada definitivo; sin embargo,
parece ser que son parásitos que prosperan, no porque sean de utilidad
para la célula en la cual habitan, sino porque son buenos para sí mismos.
Cuando las células reproductivas se dividen para formar un huevo
desechan al azar la mitad de sus genes (que serán reemplazados por los
genes que vienen del esperma), y los depositan en los llamados cuerpos
polares. Curiosamente los cromosomas B no se dejan colocar en los
cuerpos polares. A pesar de que los animales y las plantas que posean
cromosomas B tienen menos probabilidad de sobrevivir y de reproducirse
que aquellos que no los tienen, los cromosomas B son los mejores
candidatos a representarse en la progenie.
Dentro de cada cromosoma también se encuentran elementos que
se amotinan. Dentro de los ovarios maternos existe un misterioso juego
de cartas, extraordinariamente preciso llamado meiosis, que se lleva a
cabo para producir el huevo. En ese juego de cartas, por llamarlo de
alguna manera, después de la repartición de los “naipes” y de que se han
cortado los paquetes de cartas, que en este símil serían los genes, la
mitad del paquete se suprime, ese otro que queda es usted o yo. Cada
gen tomó su chance en el juego, un chance que le da el 50% de
probabilidades de quedar incluido en el huevo. Los cromosomas y los
genes que perdieron en el juego de cartas, son buenos perdedores y
aceptan que los que quedan van a comenzar su viaje a la eternidad.
Sin embargo, si usted fuera una mosca Drosophila o un ratón,
podría heredar un gen llamado SD (distorsionador de la segregación).
Para que la meiosis funcione para el bienestar del sistema reproductivo,
es necesario que todos los cromosomas y sus genes se repartan
equitativamente a polos opuestos durante el proceso de la meiosis. Pues
bien, lo que sucede con este SD és que él hace trampa, se trata de un gen
“bandido” y egoísta que “quiere” quedar entre los genes que van a iniciar
su viaje a la eternidad: no quiere jugar honestamente a las cartas de la
herencia biológica. Este gen es como los cromosomas B que no le hacen
ningún servicio a la célula o al organismo que les sirve de anfitrión.
AGRADECIMIENTOS
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Agradezco sobre todo a los autores de varias de las teorías expuestas
(Hamilton, Dawkins, Bonner, Buss y otros) porque me sugirieron preparar
una conferencia para un público no biológico y preferentemente de
políticos profesionales que podrían aventajarse con estos conocimientos.
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