Travesías Fragmentadas A TODA MADRE Omar Cadena* Madre! Ternura de mi madre! Patria mía pequeña! ABIGAEL BOHÓRQUEZ DESIERTO MAYOR En el siglo pasado, lo que sucedía a una madre, sucedía a todas. A toda madre, decía el hijo a su madre y por su madre; a toda madre, afirmaba la madre del santo, el cínico y el pequeño tirano. A toda madre, decía la madre a su hijo y por su hijo, cuando soportaba el desprecio en el reino patriarcal de los abusos. Lo que sucedía a un hijo, sucedía a todos: aprendía la impaciencia masculina y olvidaba la servidumbre femenina; mientras ella padecía el sacrificio y él presenciaba el espectáculo. Aunque la madre era el eje olvidado y roto que irradiaba todo lo bueno y malo de la vida, pronto se volvió en el punto de referencia, la causa y consecuencia del destino humano, desde la vehemente Helena hasta la virgen de Guadalupe. Vivir “a toda madre” se convirtió en una negación para la madre: la promesa postergada, el ojalá, una prórroga perpetua. A la manera de un octaedro, la frase mostraba cada dimensión de una madre, pero ocultaba cuánto valor se necesitaba para ser madre y cuánto para no serlo. Porque muchas veces fueron madres a expensas del padre y, sobre todo, del hijo. Sobre todo de aquellos hijos convertidos en la copia del tirano de la madre y de sí mismos… ¿Todos los hijos vueltos padres fueron hijos fallidos que sacrificaron el sueño de sus madres? Algunos convertidos en falsos querubes, “Gordolfos Gelatinos", “Hermelindas Lindas”, seres llenos de defectos y, sin embargo, fueron perfectos frutos del árbol de una madre. Aunque la paz sólo llegaba a la hora del sepulcro, la madre se convirtió en el héroe anónimo de una guerra perdida, donde obtenía a cambio una ceremonia en cuerpo presente, pero sin el gozo entre los vivos. Tarde llegaba el castigo merecido: más notoria fue la madre en su ausencia, más ausente en su presencia, cuando llegaba la hora más solitaria del día, o cuando llegaba esa otra ceremonia, el día de las madres. ¿Con qué sentimiento de culpa festejaban a su madre? ¿Acaso todos –madre incluida- estaban a toda madre…? A veces el sol brillaba a la madre y la felicidad reanimaba su rostro, que despertaba y florecía de nuevo cuando tenían del hijo lo negado cotidianamente: el cariño, el amor y la atención, aunque fuera sólo una tregua en el calendario. De todas las celebraciones dedicadas a la madre permanecen algunas flores y florilegios que, cual objetos de ornato, fueron testimonio de la relación filial de una madre y un poeta, a la manera de una Gabriela Mistral, un Carlos Pellicer y un Abigael Bohórquez. El poema se volvió el puente entre dos silencios, que restauró la comunicación, es decir, la comunión perdida entre el poeta y su madre. Perdida a causa de la ambivalencia, de quien amaba y apartaba, acercaba y excluía a la madre… ¿porque el amor entre la madre y el hijo olía a pavoroso incesto? ¿Acaso estaba prohibido el amor puro?, ¿el amor del hijo hacia su madre? Se negaba el amor y la ternura a la madre por una moral equivocada, pero tarde se descubría el error y, entonces, llegaban las reconsideraciones: todo lo irradiaba una madre porque, latido a latido mudaba de forma (en ese tiempo-espacio en el horario y en el calendario, donde recibían sus condecoraciones): madre estrella, madre casa, madre guía, madre lecho, madre angustia; madre algarabía, madre alcahueta, madre cómplice; madre agua, madre niagara, madre río; mientras la madre se volvía más que un sustantivo un adjetivo, en esa realidad adjetivada; porque el hijo convertía a la madre en una realidad sustantivada: el calor madre, el olor madre, la sonrisa madre, porque entre los olores, sonrisas y colores, siembre habrá colores madre. A nombre de esa tradición perdida y recuperada de cuando en cuando, toma el pulso de este poema de un homónimo, que no de un tocayo mío, que entregaré a la mía, a la tuya, a toda madre: SÜAVE MATRIA La mar, de niño, fueron los mechones de tu pelo:/ olas de agua acariciadas por el viento,/ donde mis dedos diminutos aparecían/ y desaparecían en cada uno de esos ríos, /que fueron lago y luego manantial sereno./ De todas las formas dóciles del mundo/ fue la primera lluvia de destellos,/ donde mis manos fueron velas y fueron remos,/ fueron anclas y banderas fueron,/ un par de viajeros a la vera de esos sueños./ Ahí mis pies se posaron en tu cuerpo salpicado por tu pelo,/ porque fuiste barco y fuiste nube y fuiste sueño/ entre el relámpago y el trueno de otros tiempos./ Pero fue en la mar de tu pelo, negro como la fragua,/ donde la luz emitió su brillo:/el primer presagio, la luz apenas comprensible. *Asistente del Programa Salud Pública de El Colegio de Sonora, ocadena@colson.edu.mx