“Anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15) Homilía en la fiesta de San Marcos 25 de abril de 2012 Pilar (Bs.As.), “El Cenáculo” 103ª Asamblea Plenaria de la CEA Luego de la liberación milagrosa del apóstol Pedro, éste “se dirigió a casa de María, la madre de Juan, llamado Marcos, donde un grupo numeroso se hallaba reunido en oración” (Hch 12,12). Así leemos en el cap. 12 del libro de los Hechos de los Apóstoles. Esta fiesta del evangelista San Marcos nos pone en presencia de un discípulo que por su primer nombre “Juan”, participa de una clara identidad judía; y por el segundo “Marcos”, se presenta como partícipe del mundo grecorromano. Según el texto de los Hechos, recién citado, la casa de su madre en Jerusalén era frecuentada por la primera comunidad de discípulos. Lo mismo que su primo Bernabé, es oriundo de Chipre, y como éste fue compañero de viaje de Pablo (cf. Hch 12,25), hasta que se produjo una tensa separación del apóstol de los gentiles (cf. Hch 15,36-41). Más tarde fue compañero de Pedro, como hemos escuchado en la primera lectura de esta Misa: “La Iglesia de Babilonia, que ha sido elegida como ustedes, los saluda, lo mismo que mi hijo Marcos” (1Ped 5,13). Sabemos que la Babilonia a la que alude Pedro es el nombre despectivo de Roma, y de hecho, el evangelio de Marcos evidencia estar redactado para los cristianos de Roma. En más de un rasgo de color testimonial, parece remitirnos a la predicación de Pedro. Por último, ya reconciliado, lo vemos junto a Pablo en la Carta a los Colosenses, donde el apóstol dice: “Lo mismo que Marcos, el primo de Bernabé, acerca del cual ya recibieron instrucciones: si él va a verlos, recíbanlo bien” (Col 4,10). Incluso es llamado por él en su ancianidad, a través de Timoteo: “Trae contigo a Marcos, porque me prestará buenos servicios” (2Tim 4,11). De este cuadro resulta que estamos ante alguien que ha tenido profundo contacto con las grandes figuras de la Iglesia primitiva, como Pedro, Bernabé y Pablo. Estuvo, por tanto, inmerso en la gran aventura misionera de los primeros años. El estudio de su pequeña obra nos revela que prioriza el relato de la actividad de Jesús, sus hechos y milagros, más que la transmisión de sus palabras. Pero son esos hechos y milagros los que nos van llevando a descubrir progresivamente el “secreto” de Jesús: su condición de Mesías e Hijo de Dios. Su finalidad al componer su obra, puede descubrirse en las palabras iniciales: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Mc 1,1). La descripción amplia y colorida de la actividad taumatúrgica de Cristo, que ejercía misericordia con los hombres que salían a su encuentro, puede ayudarnos a sentir deseos de colaborar con él en su obra de aportar remedio a los numerosos males que aquejan a nuestra sociedad, cuidando, en primer lugar, de iluminar las mentes con la fe y sanar el corazón mediante la conversión: “Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). Lo mismo que Cristo, que curaba toda clase de enfermedades y expulsaba los demonios, que multiplicó los panes y sanó al leproso que le imploraba de rodillas, así como al paralítico, al sordomudo, al ciego y a la hemorroísa, la Iglesia está llamada a dar un testimonio constante de la misericordia divina. Pero en su testimonio permanente de compasión, Cristo privilegió la fe por encima de la salud física. Ante el paralítico comienza por el perdón de los pecados y da más relieve a la salud espiritual que a la curación física. Los milagros que obraba acontecían en respuesta a la fe u orientados a suscitarla. Nunca ocurren al margen de un significado de salvación. La falta de fe lo inhibe para obrar milagros, pues estos no tienen por finalidad centrar la mirada en lo maravilloso sino en la invitación de Dios al cambio de vida. El evangelista deja constancia de que en Nazaret “él se admiraba de su falta de fe” (Mc 6,6). El final del Evangelio de San Marcos, contiene el perenne mandato misionero, que es la razón de ser por la cual existe la Iglesia como institución: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15). Este deber de anunciar el Evangelio es el motivo profundo que debe sustentar y dar sentido a todos nuestros esfuerzos, a todas nuestras estructuras y proyectos. También en las nuevas circunstancias mantienen vigencia las promesas del Señor: “Estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán” (Mc 16,17-18). El cambio cultural, acelerado y profundo, puede llenarnos de estupor y pesimismo ante el avance inexorable de leyes que sin duda causarán efectos muy negativos en la formación de niños y jóvenes, e incidirán en la configuración de un tipo de sociedad de espaldas al Evangelio y a la dignidad del hombre. Ante la magnitud de los desafíos, sentimos la desproporción evidente entre nuestros ideales y las fuerzas de que disponemos. Si creemos con fe viva, y tenemos amplitud de miras para contemplar nuestra propia historia bimilenaria y sacar lecciones de ella, nuestros ojos se abrirán a la contemplación de los prodigios prometidos. Haremos frente a demonios y serpientes, y gustaremos el sabor del veneno. Los demonios de la mentira y de la construcción de verdades acomodadas al paladar de los deseos desordenados; las serpientes de los ataques a cuantos encarnan la fidelidad a la verdad expresada en la ley divina y natural; el veneno de la mentalidad que intoxica la cultura y vacía la vida del hombre de su verdadero significado. Pero ante los demonios, las serpientes y el veneno, nos promete el Señor hablar “nuevas lenguas” y nos regala el poder de imponer las manos a los enfermos y curarlos. Estamos llamados a expresar el mismo e inmutable mensaje del Evangelio en los lenguajes nuevos que resultarán del diálogo con nuestro tiempo, sin nunca tergiversar su sentido original. E impondremos nuestras manos sobre las múltiples enfermedades de los hombres, tantas veces esclavos inconscientes de propuestas de muerte que confunden con la vida. 2 Que por la intercesión del evangelista San Marcos, se digne el Señor renovarnos en la misma lógica y en el mismo ardor de aquella generación que evangelizó al mundo antiguo. + ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 3