LA NUEVA POSICIÓN DE VALORES La sección B dice así: «Suponiendo que hemos reconocido hasta qué punto no es lícito ya interpretar el mundo con estas tres categorías, y que después de comprender esto el mundo comienza a volverse carente de sentido para nosotros: entonces tenemos que preguntarnos de dónde viene nuestra creencia en estas tres categorías, ¡probemos si no es posible negarles a ellas nuestra creencia! Si hemos desvalorizado estas tres categorías, la demostración de que no son aplicables al todo deja de ser una razón para desvalorizar el todo. Resultado: la creencia en las categorías de la razón es la causa del nihilismo: hemos medido el valor del mundo respecto de categorías que se refieren a un mundo puramente ficticio. * Resultado final: todos los valores con los que hasta ahora hemos buscado, en primer lugar, hacernos apreciable el mundo y por ello mismo, finalmente, lo hemos desvalorizado al demostrarse que eran inaplicables, todos estos valores, recalculados psicológicamente, son resultados de determinadas perspectivas de utilidad para conservar y acrecentar formaciones de dominio humanas: y sólo falsamente proyectadas en la esencia de las cosas. Sigue siendo la ingenuidad hiperbólica del hombre lo que le hace ponerse a sí mismo como sentido y medida del valor de las cosas.» Decíamos que aquí se habla un lenguaje diferente, aquel que por cierto ya resuena en A y sobre todo en su frase final. Ahora ya no se dice: el nihilismo, en cuanto estado psicológico «tendrá que sobrevenir»; ya no se habla del nihilismo como de un fenómeno que, por así decirlo, sólo podría encontrarse historiográficamente. Ahora se trata de nosotros mismos y se obra sobre nosotros mismos. Por eso ahora se dice: «Suponiendo que hemos reconocido hasta qué punto no es lícito ya interpretar ...»; y se dice: «entonces tenemos que ...» ; y se dice: « ¡probemos...!» Si hemos hecho esta prueba, se establece una relación totalmente diferente con el «todo». Sólo entonces se ha alcanzado el «resultado» de la historia. Este «resultado» es recogido por la sección final en un «resultado final». Sólo hay «resultados» cuando se calcula y se computa. En efecto, el razonamiento de Nietzsche, en cuanto razonamiento nihilista, es un calcular; de qué tipo, lo dice en la sección final: «todos estos valores, recalculados psicológicamente, son resultados» de esto y de aquello. Se trata de un recálculo y un cómputo «psicológico» de los valores , un cómputo en el que nosotros mismos también estamos puestos en cuenta. Pues pensar «psicológicamente» quiere decir: pensar todo como forma de la voluntad de poder. Recalcular psicológicamente significa: estimar todo en referencia al valor y computar los valores en referencia al valor fundamental, la voluntad de poder; sacar la cuenta de en qué medida y de qué modo los «valores» son estimables de acuerdo con la voluntad de poder y de ese modo, demostrables como válidos. Lo que se requiere y se exige en B es el intento explícito y consciente, y que se justifique conscientemente, de desvalorizar los valores supremos válidos hasta el momento, de destituirlos como valores supremos. Pero esto significa, al mismo tiempo, la decisión de tomarse en serio el estadio intermedio que provoca la desvalorización de los valores supremos mientras se mantiene este mundo como realidad única, la decisión de tomárselo en serio y de ser en él como estadio histórico. Ahora el nihilismo ya no es un proceso histórico que, como espectadores, tenemos simplemente frente a nosotros, fuera de nosotros o incluso detrás de nosotros; el nihilismo se revela como la historia de nuestra propia época, una historia que le marca su espacio de acción y por la que somos requeridos. No estamos en esta historia como en un espacio indiferente en el que se podrían adoptar a discreción posiciones y puntos de vista. Esta historia es el modo mismo en el que estamos y nos movemos, el modo mismo en que somos. La desvalorización de los valores supremos válidos hasta el momento llega al estadio de su destitución y de su derribo. Pero puesto que incluso al derribarlos se trata aún de los valores que deben determinar el ente en su totalidad, puesto que con la caducidad de los valores supremos válidos hasta el momento el ente, en el sentido de lo real accesible aquí y ahora, se vuelve carente de valor, pero no desaparece sino que, por el contrario, se hace valer más aún como aquello que, por el derribo de los valores anteriores, está necesitado de nuevos valores, por ello la destitución de los valores válidos hasta el momento está en sí misma y necesariamente en camino hacia una nueva posición de valores. Con la destitución de los valores válidos hasta el momento, el mundo que antes era sólo este mundo de aquí se vuelve lo único que es en su totalidad; el ente en su totalidad está ahora, por así decirlo, fuera de la distinción entre aquí y más allá. La destitución de los valores supremos válidos hasta el momento lleva consigo, pues, un cambio del ente en su totalidad, con lo que se torna cuestionable dónde y cómo es aún licito hablar de ente y de ser. Dicho de otro modo: la nueva posición de valores no puede ya llevarse a cabo de manera tal que en el mismo lugar de los valores supremos válidos hasta el momento, lugar que, claro está, entretanto habría quedado vacío, se pusieran simplemente, en lugar de aquellos, nuevos valores. Junto con los valores supremos se suprimen al mismo tiempo el «arriba» y la «altura», el «más allá», el lugar en el que podrían ponerse valores. Esto significa: la posición de valores tiene que convertirse, en sí misma, en algo diferente. Porque aquello para lo que deberán ser valores los nuevos valores tampoco será, después de la supresión del más allá, algo de aquí abajo. Pero esto implica: tiene que transformarse el modo en que los valores son valores, tiene que transformarse la esencia de los valores. La transformación radical que se halla detrás de la «desvalorización» de los valores supremos válidos hasta el momento se muestra en que es necesario un nuevo principio de la posición de valores. Pero puesto que la desvalorización de los valores supremos es una destitución de los valores anteriores que surge de fenómenos claramente sabidos y es, por lo tanto, una destitución consciente, la nueva posición de valores tiene que tener su origen en un estado de conciencia nuevo y más elevado (cálculo). Así pues, el principio de una nueva posición de valores sólo puede imponerse si se despierta y extiende un nuevo saber sobre la esencia de los valores y sobre las condiciones de la estimación de valor. La transvaloración de todos los valores válidos hasta el momento tiene que ejercerse y erigirse desde el estado de conciencia sumo de una conciencia propia de la esencia y de la posición de valores. Sólo en la posición de valores así entendida llega a su acabamiento la caducidad de los valores válidos hasta el momento. Sólo mediante la transvaloración de todos los valores el nihilismo se vuelve clásico. Lo caracterizan el saber acerca del origen y de la necesidad de los valores y con ello, el conocimiento de la esencia de los valores válidos hasta el momento. Sólo aquí la idea de valor y el poner valores llegan a sí mismos; no simplemente en el modo en el que un actuar instintivo al mismo tiempo se conoce a sí mismo y ocasionalmente se observa, sino de manera tal que esta conciencia se vuelve un momento esencial y una fuerza motriz de todo actuar. No ocurre solamente que lo que designamos con el equívoco nombre de «instinto» se transforma de algo previamente inconsciente en algo consciente, sino que la consciencia, el calcular y «recalcular psicológico» se convierten en el auténtico «instinto». Mientras que en la sección B el nihilismo es experimentado como estadio intermedio y se lo convierte en criterio del pensar y del actuar, la sección final del fragmento 12 alcanza la posición del nihilismo clásico. Se ha calculado el «resultado final», en el que se computa nuevamente el ente en su totalidad y se expresa sin encubrimientos el saber de la esencia de los valores y de la posición de valores. Repitamos la oración principal del párrafo final: «todos estos valores, recalculados psicológicamente, son resultados de determinadas perspectivas de utilidad para conservar y acrecentar formaciones de dominio humanas: y sólo falsamente proyectadas en la esencia de las cosas. Sigue siendo la ingenuidad hiperbólica del hombre lo que le hace ponerse a sí mismo como sentido y medida del valor de las cosas.» Con esto queda dicho: la esencia de los valores tiene su fundamento en «formas de dominio». Los valores están esencialmente referidos al «dominio». Dominio es el estar-en-poder del poder. Los valores están referidos a la voluntad de poder, son dependientes de ella en cuanto auténtica esencia del poder. Lo no verdadero e insostenible de los valores supremos válidos hasta el momento no radica en ellos mismos, en su contenido, en que se busque un sentido, se ponga una unidad y se fije una verdad. Lo no verdadero lo ve Nietzsche en que esos valores sean trasladados a un ámbito que «es en sí», dentro del cual y a partir del cual habrían de valer en sí mismos y de modo incondicionado; mientras que, por el contrario, tienen su origen y su ámbito de validez sólo en una determinada especie de la voluntad de poder. Si volvemos a pensar el título del fragmento n.12, «Caducidad de los valores cosmológicos», desde la sección final, se verá ahora que ese título sólo cubre la totalidad del fragmento si comprendemos de antemano el nihilismo del que habla Nietzsche como historia, es decir, al mismo tiempo de modo positivo como etapa previa a una «nueva» posición de valores, y esto de manera tan decidida que experimentemos precisamente al nihilismo más extremo no como total decadencia sino como transición hacia nuevas condiciones de existencia. Esta visión general de la esencia del nihilismo fue fijada por Nietzsche en la época de la redacción del fragmento 12 en la siguiente nota: «Visión general. Efectivamente, todo gran crecimiento lleva consigo un enorme desmoronarse y perecer. el padecer, los síntomas de declinación pertenecen a las épocas de un enorme avance; todo movimiento fértil y poderoso de la humanidad ha creado al mismo tiempo un movimiento nihilista. En determinadas circunstancias, el hecho de que llegara al mundo la forma más extrema de pesimismo, el nihilismo en sentido propio, sería el signo de un crecimiento decisivo y sumamente esencial, de la transición a nuevas condiciones de existencia. Esto he comprendido.» (n. 112; primavera-otoño de 1887) De la misma época es esta otra nota: «El hombre es el animal monstruoso [Untíer] y el superanimal [Übertíer]; el hombre superior es el hombre monstruoso y el superhombre: ésa es la relación. Con cada crecimiento del hombre en dirección de la grandeza y la altura crece también hacia lo profundo y lo terrible: no se debe querer lo uno sin lo otro, o más bien: cuanto más hondamente se quiere lo uno, con tanta mayor hondura se alcanza precisamente lo otro.» (n. 1027) Martin Heidegger