Cancel, Mario R. Intento dibujar una sonrisa Carolina: Terranova, 2005. 176 págs. En un estudio sobre el relato “El hombre de arena” del escritor alemán E. T. A. Hoffman, Sigmund Freud denominó alguna vez como el umheimlich aquello que produce un absoluto sentido de extrañeza, de falta de familiaridad, de desubicación. Si el heimlich es lo que brinda hospitalidad, lo que nos acerca a aquello que conocemos, lo que nos proporciona un asiento seguro, el umheimlich, por el contrario, es la fuerza que nos aparta, desarraiga y desvincula de nuestro entorno consuetudinario para instalarnos en una zona de anomalías, desconcierto y confusión. La narrativa fantástica desde La Odisea hasta Kafka o Borges, ha recurrido constantemente a fórmulas de lo umheimlich: el enigma de las recurrencias, la figura del doble o doppelganger, la oscilación de lo real y lo irreal, la entronización de lo onírico, las alucinaciones, entre otras muchas manifestaciones. Intento dibujar una sonrisa de Mario R. Cancel viene a formar parte de esta corriente de lo fantástico, precisamente en un momento en que la experiencia de lo umheimlich deja sentir su peso sobre la nueva generación de narradores en Puerto Rico. Pienso en Cada vez te despides mejor de José Liboy, Caleidoscopio de Francisco Font, Réquiem de Ana María Fuster y Marcos sin retratos de Hugo Ríos. Lo que es realmente revelador de la narrativa de Cancel es que sus cuentos conforman una crónica de la extrañeza. Por fortuna, Cancel no se puede desembarazar de su oficio de historiador y en la mayoría de los cuentos que conforman Intento dibujar una sonrisa ése es el tono que prevalece. Los personajes de este libro se encuentran constantemente indagando, hurgando, buscando una explicación, un sentido. A continuación, comentaré brevemente cuatro cuentos para fines exegéticos: “El niño briol,” “La bala,” “El olvido” y “El libro.” En el cuento “El niño briol”, el protagonista compra un amuleto con la cara de un niño en el anverso y la palabra humunie en el reverso. Nunca conoce la procedencia del objeto adquirido ni la acepción de la palabra inscrita en amuleto. Por lo que comienza a indagar al respecto, sin hallar claves que puedan revelarles la procedencia del amuleto y el significado de humunie. Los encuentros y desencuentros con Felipe, el artesano que vende el niño briol al protagonista-narrador, durante prolongados períodos de tiempo y la falta de información sobre su simbolismo van minando el deseo indagatorio del protagonista. La repentina desaparición de Felipe patentiza la experiencia del umheimlich. Por otro lado, cabe preguntar, ¿será humunie, la palabra desconocida y secreta, una especie de aleph, donde se concentra el todo y la nada? Tal vez es el traspaso hacia otra realidad alternativa que conlleve una profunda transformación del ser, como en el caso de Felipe. Lo cierto es que “El niño briol” nos instala en planos alternativos de la existencia, donde los símbolos al igual que las vivencias nos lanzan a lo que el filósofo italiano Gianni Váttimo denominó como una nueva experiencia del ser. El cuento “La bala” remite al movimiento dialéctico del devenir y la permanencia, sin lograr una síntesis. Nadie sabe cómo llegó allí esa bala de cañón y desde cuándo reposa entre las pertenencias del abuelo. Sólo se conoce su existencia inmutable, mientras giran los acontecimientos a su alrededor. El objeto bala deja de ser una cosa, para transformarse en un cronista silencioso desde el cual el narrador entreteje la historia cuentada. Incluso, lleva al narrador a inventar uno o varios orígenes para justificar su presencia allí ante los visitantes que le asedian: Yo sólo sabía que, a pesar de la falta de memoria, allí estaba la bala, y que yo era un historiador, el ujier de las mentiras piadosas, el inventor de falsías, el colector de libros y de sueños. El sueño es otro motif constante en la literatura fantástica universal. En “El olvido” el personaje principal despierta en un rostro y cuerpo que le son ajenos. Ha perdido todas las señales de ruta en un espacio que no conoce; y hallándose en pleno extravío de la lógica se le figura esa realidad como “una rebelión de las cosas” donde incluso lo que se profiere ocurre “al margen de toda materialidad.” La dislocación del espacio y el tiempo se convierte así en un estado liminal. Precisamente, en El proceso ritual, su conocido estudio de las tradiciones del África Central, el antropólogo Víctor Turner señala lo siguiente: Los atributos de la liminalidad o de las personas liminales (“gentes del umbral”) son necesariamente ambiguos, ya que esta condición y estas personas eluden o se escapan del sistema de clasificaciones que normalmente establecen las situaciones y posiciones en el espacio cultural. Los entes liminales no están ni en un sitio ni en otro; no se les puede situar en posiciones asignadas y dispuestas por la ley, las costumbres y el ceremonial. En “El olvido” esta liminalidad es signo de indeterminación: “arriba y abajo no tiene mucho sentido cuando no se sabe nada del lugar en que uno se encuentra.” Luego de que la sombra que el protagonista persigue desapareciera por un “umbral oscuro,” éste se halla de nuevo en el punto de partida: al entrar en la habitación descubre un hombre vestido como él al inicio del cuento. Si la repetición es el retorno constante a lo mismo, ¿cómo podría instalarse allí la extrañeza, o sea, la diferencia? El cuento no nos da respuestas al respecto. Pero podría especular que la experiencia de lo distinto dentro de la circularidad de las acciones, convierte esa experiencia en evento. Por lo tanto, para la consciencia individual cada evento es único e irrepetible. De ese modo, lo que aparenta ser un problema existencial a primera vista, se torna en un asunto epistemológico. No en balde, los libros, los papeles, las palabras, las inscripciones abundan aquí como depósitos de un conocimiento que necesita ser descifrado o recompuesto. Finalmente, y para mantener un hilo conductor con la idea anterior, quisiera comentar el relato “El libro,” que a mi juicio es el más emblemático de la narrativa de Mario R. Cancel. En éste cuento el personaje principal, homónimo del autor del libro, va en busca de Esteban Moreno, un oscuro escritor que redacta sus memorias en un pueblo remoto: El cuento está allí sobre la mesa desde siempre y yo estoy cansado. Está allí desde que entraste, desde que te vi en el pueblo y te dije que vivía por esta carretera, desde que te dije bajo el árbol de algarrobo que yo mismo vivía por aquí. Está allí desde hace treinta y dos años cuando puse las primeras palabras que ya casi no se entienden. Ya no puedo batallar contra el silencio y la oscuridad. Léelo y, cuando lo leas habrá dejado de llover, podrás regresar al pueblo y le contarás la historia que encuentres en sus páginas a alguien que querrá venir a verlo y así hasta el infinito. Esteban es poseedor de un conocimiento oculto, que el protagonista intenta obtener. El libro sería, pues, esa vía para conocer el secreto de Esteban. Pero el libro contiene palabras evanescentes. No obstante, el libro de Esteban, al igual que las circunstancias que rodean este personaje, escapa a todo razonamiento lógico. De aquí que Esteban resulte una figura múltiple cuando adopta formas diversas para comunicarse con el protagonista. Con Intento dibujar una sonrisa Mario R. Cancel se consagra como uno de los escritores más notables de la Generación del Ochenta y uno de los autores actuales cuyo trabajo creativo se convierte en lectura obligada. Alberto Martínez-Márquez Poeta y Profesor Universitario