Palabra de vida (marzo 2012) El único maestro “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. (Evangelio de Juan, 6, 68) A la gente que iba a su encuentro, Jesús le hablaba del Reino de Dios(1). Lo hacía con palabras simples, tomadas de la vida de cada día, pero su modo de hablar tenía una fascinación particular. La gente quedaba impactada por sus enseñanzas ya que hablaba como quien tiene autoridad, no como los escribas (2). Incluso cuando los sumos sacerdotes y los fariseos les preguntaron a los guardias que debían arrestarlo por qué no habían ejecutado la orden, ellos respondieron: “Nadie habló jamás como este hombre” (3). El evangelio de Juan refiere también conversaciones luminosas con personas como Nicodemo o la samaritana. Jesús va más hondo aún con sus apóstoles: habla abiertamente del Padre y de las cosas del cielo, sin usar semejanzas (4); ellos se sienten conquistados y no se echan atrás ni siquiera cuando no comprenden del todo sus palabras, o cuando les parecen demasiado exigentes. “¡Es duro este lenguaje!” (5) le dijeron algunos discípulos cuando escucharon que les habría dado a comer su carne y a beber su sangre. Al ver que los discípulos se alejaban de él y dejaban de acompañarlo, Jesús se dirigió a los doce: “¿También ustedes quieren irse?” (6). Pedro, unido a él para siempre, fascinado por las palabras que le había oído pronunciar desde que lo había encontrado, respondió en nombre de todos: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Pedro había comprendido que las palabras de su maestro eran diferentes a las de otros. Las palabras que van de la tierra a la tierra tienen el destino de la tierra. Las palabras de Jesús son espíritu y vida porque vienen del cielo: una luz que desciende de lo alto con toda su potencia. Sus palabras tienen una consistencia y una profundidad que otras no tienen, aunque pertenezcan a filósofos, políticos o poetas. Son “palabras de vida eterna” (7) porque contienen, expresan y comunican la plenitud de una vida que no tiene fin porque es la de Dios. Jesús resucitó y sus palabras, aunque hayan sido pronunciadas en el pasado, no son un recuerdo. Las suyas son palabras dirigidas a todos y a cada uno en cualquier tiempo y cultura: palabras universales y eternas. Las palabras deben haber sido el arte más exquisito de Jesús. El Verbo que habla con palabras humanas. ¡Qué contenidos, qué intensidad y qué acento en su voz!. “Un día – refiere Basilio el grande (8) – como despertando de un largo sueño vi la luz maravillosa de la verdad del evangelio y descubrí la vanidad de la sabiduría de este mundo”. Teresa de Lisieux escribe, en una carta fechada el 9 de mayo de 1897: “A veces, cuando leo ciertos escritos espirituales . . . mi pobre y pequeño espíritu no tarda en cansarse. Cierro el libro de los sapientes que rompe mi cabeza y seca mi corazón y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces, todo se vuelve luminoso, una sola palabra le abre a mi alma horizontes infinitos y la perfección me parece fácil” (9). Las palabras divinas sacian al espíritu hecho para lo infinito; iluminan no sólo la mente, sino todo el ser, porque son luz, amor y vida. Dan paz – esa paz que Jesús dice suya – aún en los momentos de turbación y angustia. Dan alegría plena aún en medio del dolor que a veces oprime el alma. Dan fuerza cuando sobreviene el desconcierto por el desaliento. Abren el camino de la verdad. La palabra de este mes nos recuerda que el único maestro que debemos seguir es Jesús, aún cuando sus palabras puedan parecer duras o demasiado exigentes: ser honestos en el trabajo, perdonar, ponerse al servicio del otro en lugar de pensar de manera egoísta, ser fieles en la vida familiar, asistir a un enfermo terminal sin ceder a la idea de la eutanasia. Abundan maestros que proponen soluciones fáciles y componendas. Nosotros queremos escuchar al único maestro que dice la verdad y tiene “palabras de vida eterna”. En este período de Cuaresma, cuando nos preparamos para la gran fiesta de la Resurrección, tenemos que ponernos realmente en la escuela de único Maestro y ser sus discípulos. También en nosotros debe nacer un amor apasionado por la palabra de Dios. Debemos recibirla con atención cuando es proclamada en las iglesias, cuando la leemos, la estudiamos o la meditamos. Estamos llamados a vivirla como la misma Escritura enseña: “Pongan en práctica la palabra y no se contenten sólo con oírla de manera que no se engañen a ustedes mismos” (10). Al vivir una palabra de Jesús estamos viviendo todo el evangelio, porque en cada una se da por entero y viene a vivir en nosotros. Es como una gota de la sabiduría divina del Resucitado que lentamente penetra en nosotros y cambia nuestro modo de pensar, de querer y de actuar en cada circunstancia de la vida. Chiara Lubich 1. Palabra de vida publicada por primera vez en marzo de 2003. 1) Lucas, 9, 11; 2) Mateo, 7, 29; 3) Juan, 7, 24; 4) Juan, 16, 25 y 3, 12; 5) Juan, 6, 60; 6) Juan, 6, 67; 7) Juan, 6, 68; 8) Basilio (330 – 379) obispo de Cesarea y uno de los Padres de la Iglesia; 9) Carta 202, 10) Santiago 1, 22.