MAURICE DURUFLÉ: REQUIEM José Manuel López Blanco 1 ÍNDICE LA MISA DE REQUIEM A LO LARGO DE LA HISTORIA ................................... 2 MAURICE DURUFLÉ ................................................................................................ 5 Su Obra ..................................................................................................................... 5 El Requiem ............................................................................................................... 7 ANÁLISIS MUSICAL ................................................................................................. 9 Introito ...................................................................................................................... 9 Kyrie ....................................................................................................................... 10 Domine Jesu Christe ............................................................................................... 12 Sanctus .................................................................................................................... 16 Pie Jesu ................................................................................................................... 17 Agnus Dei ............................................................................................................... 19 Lux aeterna ............................................................................................................. 19 Libera me ................................................................................................................ 20 In Paradisum ........................................................................................................... 22 Resumen estructural ............................................................................................... 24 COMENTARIOS FINALES ...................................................................................... 25 BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................................ 26 EJEMPLOS ................................................................................................................ 27 2 LA MISA DE REQUIEM A LO LARGO DE LA HISTORIA Contemplada como fuente temática y a la luz de la ingente literatura universal que ha generado, la Missa pro Defunctis -Misa de Difuntos- gregoriana es posiblemente la obra más importante que jamás se haya escrito1. La Misa de Difuntos forma parte de la liturgia de la iglesia católica al menos desde el siglo XI, y ha ido evolucionando a lo largo de los siglos posteriores. Todas las misas tienen una serie de partes invariables, llamadas Ordinario de la misa (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus-Benedictus y Agnus Dei), y otras que cambian según el tiempo litúrgico o la festividad (el llamado Propio de la misa)2. En el caso de la Misa de Difuntos se omiten algunas partes del Ordinario como el Gloria y el Credo, y aparecen partes específicas de esta misa como el Introito (Introducción), Dies Irae (Día de la Ira), Lux Aeterna (Luz Eterna) o Libera me, Domine (Libérame, Señor), confiriendo a esta misa una estructura particular. La palabra Requiem, proviene de la primera frase del canto de entrada, llamado Introito, con que comienzan las celebraciones de las misas de difuntos: "Requiem aeternam dona eis, Domine" (Señor, dales el descanso eterno). El término requiem, cuyo significado es descanso, se convertirá en sinónimo de misa de difuntos y pasará a denominar estas misas de forma general. La dramática secuencia central Dies Irae, cuyo texto se atribuye a Tomás de Celano (siglo XIII)3 fue incorporada al oficio en el siglo XVI, convirtiéndose siglos más tarde en una pieza emblemática y recurrente para los autores románticos. La melodía original aparece citada en la Sinfonía Fantástica de Berlioz, la Danza Macabra de Saint-Saëns, y la Isla de los muertos de Rachmaninoff, entre otras obras. A lo largo de la historia, desde el alto renacimiento, se han compuesto cientos de Misas de Difuntos, casi todas ellas basadas en el texto católico, y en gran número de casos tomando como fuente temática, en muy diversas formas, la monodia gregoriana. Así tenemos desde las elaboraciones polifónicas de Dufay, Ockeghem, Brumel, La Rue, los españoles Pedro de Escobar, Juan García Basurto, Morales y Vitoria, los barrocos Campra, Gilles, hasta los conocidos Requiem de Mozart, Cherubini, Berlioz, Verdi, Liszt, Fauré, Brahms, Britten, Ligeti, entre otros muchos. Recordaremos algunos de ellos. Se conservan dos misas de difuntos escritas por Cristóbal de Morales, una a cinco y otra a cuatro voces. La primera de ellas, fue publicada en Roma, formando parte de su Missarum liber secundus, en 1544. Consta de 8 partes según el propio de la liturgia: Introito, Kyrie, Gradual, Secuencia, Ofertorio, Sanctus, Agnus Dei y Comunión. La melodía gregoriana aparece en la voz superior. El Requiem romano de Morales produce terror; el mejor modo de escuchar esta música es teniendo en cuenta el magnífico grabado impreso al inicio de esta obra: un esqueleto, espada en ristre, cavando una fosa. 1 Raúl Mallavibarrena: Cantus firmus. Enchiriadis 2001 (Ver Bibliografía pag. 26) Grout&Palisca: Historia de la música occidental. Alianza Música 2001 3 Raúl Mallavibarrena: Cantus firmus. Enchiriadis 2001 2 3 La sensación de pérdida, de muerte, de profundo desarraigo en el que Morales nos sitúa, nos advierte también del origen de la melodía y de las creencias del compositor.4 El requiem de Tomás Luis de Vitoria, forma parte de una estructura más amplia: la liturgia de difuntos u Officium Defunctorum, como es universalmente conocida. En este caso se inicia con una Lectio (lección), tomada del libro de Job. El texto comienza así: “¡Estoy hastiado de mi vida! Voy a dar curso libre a mis quejas, a hablar con la amargura de mi alma” El Officium de Vitoria contiene una música de un acaloramiento casi sanguinolento. Vitoria expone una idea de la muerte desgarradoramente poética.5 En el verano (Septiembre - Octubre) de 1791, Mozart recibió el encargo para una misa de requiem, a través del mensajero de un señor anónimo. Así empieza la composición del Requiem en Re menor K.626. Esta fue su última obra, que dejó incompleta pues murió mientras la escribía, el 5 de diciembre del mismo año. De los doce fragmentos de la obra, sólo dos son enteramente de Mozart: el Introitus y el Kyrie. Los seis siguientes los dejó bastante avanzados, y los tres subsiguientes con un menor avance. Los tres últimos fragmentos no le pertenecen. Esta es una obra en que no se trasluce nada de operístico, que en Mozart es tan notorio. En la orquestación predominan los sombríos corni di bassetto, fagotes, y también hay un papel dramático de los trombones (poco usual en su época). Se percibe en el Requiem una tristeza profunda, una inquietud melancólica que se siente aún en los momentos de mayor serenidad. Hay un dramático fin del mundo en el Dies Irae, y una súplica conmovedora en la frase "Salva Me" del Rex Tremendae; El Confutatis nos llena de angustia, y llegamos al reverente Lacrimosa, en cuyo octavo compás murió el genial músico. Las partes avanzadas por Mozart fueron completadas en parte por Joseph Eybler, pero éste no quiso componer los fragmentos menos avanzados. Konstanze le entregó la obra a Maximilian Stadler, quien orquestó los dos movimientos del Offertorium. Luego se dirigió a Franz Süssmayr, quien dijo "haber tocado y cantado con Mozart la obra completa, y discutido con él la forma de completar la obra y la progresión de la instrumentación según sus razones". La obra se terminó a fines de 1792. Süssmayr utilizó el trabajo de Stadler en el Offertorium, y buena parte del de Eybler para la Sequentia; en el Lux Aeterna y en el Cum Sanctis Suis se volvió a utilizar la música del Introitus y el Kyrie. Las otras partes son aceptadas como obra de Süssmayr, dado que no hay pruebas contrarias. A pesar de ser austera y sobrecogedora, conserva una claridad a tono con la época6. Los requiem de Berlioz y de Verdi destacan por ser obras a gran escala que requieren de un efectivo orquestal enorme. Berlioz, en su Grande Messe des Morts, estrenada en 1837, cuenta con una gran orquesta de 140 instrumentistas, entre los que destacan las cuatro bandas de viento, los cuatro tam-tams, los 10 pares de platillos y los 16 timbales, que acompañan a las voces en el Dies Irae7. El requiem de Verdi recibe el nombre de Requiem Manzoni, en honor al escritor italiano a quien está dedicado. 4 Raúl Mallavibarrena: Cristóbal de Morales: Réquiem. Enchiriadis 1998 Raúl Mallavibarrena: Vitoria: Officium Defunctorum. Enchiriadis 2002 6 Gabriel Huároc: Obra vocal de W.A. Mozart. http://www.geocities.com/vienna/4420/mzt.html 7 Grout&Palisca: Historia de la música occidental. Alianza Música 2001 5 4 Brahms escribió su Requiem Alemán en 1868 para soprano y barítono, coro y orquesta. En este caso no se trata de una misa de difuntos exactamente, ya que su texto no pertenece a la liturgia católica, sino que está extraído de pasajes bíblicos de meditación y consuelo en alemán. Más que una obra destinada a la liturgia es un canto de carácter espiritual cuyo tema central es la muerte. El Requiem de guerra (1962), de Benjamin Britten es una impresionante obra coral que utiliza versos del poeta británico Wilfred Owen, de la época de la primera guerra mundial, intercalados con el texto tradicional. Entre los autores más actuales, merece la pena citar al húngaro György Ligeti (n. 1923) cuyo Requiem, construido según su propia técnica de la micropolifonía (un bloque sonoro constante y estático, pero con continuas variaciones e imitaciones en las voces, técnica también usada en su Lux Aeterna) es famoso por aparecer en la banda sonora de la película 2001 de Stanley Kubrick. Destaca también el británico Andrew Lloyd Webber, (n. 1948) que ha alcanzado mundial notoriedad por sus musicales y operas rock (Jesucristo Superstar, Evita, Cats, El fantasma de la ópera, etc.). Su Requiem (1985) escrito sobre los textos tradicionales y compuesto para solistas, coro, órgano y orquesta es una de sus obras más clásicas, aunque son perceptibles sus influencias de la estética del Rock. * * * Desde los tiempos de Morales hasta la actualidad, las misas de Réquiem siempre han infundido un profundo temor en los compositores. Acometer la composición de una misa de difuntos supone enfrentarse al hecho de la propia muerte, abordando unos textos litúrgicos profundamente trágicos. Obviamente, toda la leyenda forjada en torno al Requiem de Mozart, ha contribuido a este reverencial temor. Merece la pena recordar las palabras de Schumann: "Un Requiem es algo que uno compone para sí mismo". Berlioz hizo del Requiem un trabajo de proporciones verdaderamente monstruosas, inaugurando una tradición seguida por Verdi, Dvorák, y por otros compositores menos conocidos como Charles Villiers Stanford. Sus composiciones acentúan el lado más oscuro, infernal de la muerte, según lo ilustrado por el drama intenso de la sección Dies irae que proclama el acercamiento del terrible día del Juicio Final8. El francés Gabriel Fauré (1845-1924) rompió esta tradición con su Requiem de 1888, ofreciendo un aspecto confortante de la muerte, interpretándola como salida de este mundo terrible y llegada a un lugar de paz y descanso. Su íntima instrumentación es una reacción deliberada contra el gigantismo del Réquiem de Berlioz detestado por Fauré por su empleo de grandes masas corales e instrumentales para enfatizar el horror del purgatorio. Fauré elimina la secuencia Dies irae y se puede decir que el suyo es el primer Réquiem que hacer honor a la literalidad de su título. 8 Gary D. Cannon: http://www.garydcannon.net/papers/durufle.html 5 Fauré comentó de su obra: "Se ha dicho que mi Requiem no he conseguido transmitir lo pavoroso de la muerte... Pero es así como yo imagino la muerte: más una entrega plena de paz, que una partida llena de dolor, un anhelo de felicidad en el más allá." De este modo, Fauré inauguró una nueva tradición, de estética típicamente francesa, para la musicalización de la misa de difuntos, a la que se adscribiría Duruflé a la hora de abordar su Requiem. MAURICE DURUFLÉ Maurice Duruflé nació el 11 de enero de 1902 en Louviers. A los diez años ingresó en el coro de la escuela de Rouen, donde realizó sus primeros estudios musicales. Su experiencia como cantor de coro en la catedral, con el maestro Jules Haelling, le influyó profundamente toda su vida. Posteriormente, Duruflé se trasladó a París y estudió con Louis Vierne, mientras era organista asistente de Charles Tournemire en Saint-Clotilde. En el Conservatorio de París estudió con Eugène Gigout (órgano) Jean Gallon (armonía) y con Paul Dukas (1920-28). Obtuvo numerosos premios, entre ellos, el primer premio de composición de la clase de Dukas (1928). En 1929 sustituyó a Vierne como organista de la Catedral de Notre-Dame, París (hasta 1931). En 1930 fue nombrado organista en St.Etienne-du-Mont y desde 1943 fue miembro del cuerpo docente del Conservatorio. También apareció internacionalmente ofreciendo recitales. En 1939 realizó el estreno mundial del Concierto para órgano de Francis Poulenc. Siendo profesor en el Conservatorio conoció a Marie-Madeleine Chevalier, una brillante estudiante de órgano veinte años menor que él, con quien se casó en 1954. Su esposa se convirtió en una importante divulgadora de la obra de Duruflé, sobre todo tras la muerte de este. Un accidente automovilístico sufrido por ambos en 1975 motivó que Duruflé dejara de interpretar. Duruflé murió el 16 de junio de 1986 en París. Su Obra El estilo de Duruflé muestra influencias gregorianas, modales y neoclásicas . Sus piezas se caracterizan por su gran claridad formal y por el uso del contrapunto tradicional, pero la belleza de sus obras radica sobre todo en la elocuencia de sus armonías románticas. Entre sus influencias hay que destacar lógicamente la de su profesor de composición Paul Dukas (1865-1935). Éste a su vez estuvo profundamente influenciado por la 6 música de César Frank (1822-1890) y entre los alumnos de Dukas destaca especialmente la figura de Oliver Messiaen9 (1908-1992) contemporáneo y amigo de Duruflé y organista como él. También comparten ambos músicos una profunda religiosidad. Sin embargo, Duruflé no compartió con Messiaen su interés por la vanguardia musical, optando por una posición “conservadora” como compositor. Su inspiración frecuentemente partía del canto llano y sus modelos los encontramos en los grandes compositores franceses como Debussy, Ravel, y los ya mencionados Fauré y Dukas10 Una de las características que heredó Duruflé de Dukas fue su excesivo perfeccionismo. Dukas destruyó la gran mayoría de su obra. Su reputación como compositor se basa sobre todo en dos obras, el scherzo sinfónico El aprendiz de brujo (1897, pieza brillante basada en una balada del poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe) y la ópera Ariana y Barba Azul (1907, una de las más importantes óperas francesas modernas)11. Por su parte, el repertorio de Duruflé se reduce a poco más de una docena de obras propias, además de algunas reconstrucciones de obras de sus antiguos maestros Vierne, Tournemire y Gallon. Para Duruflé la composición era un lento y laborioso proceso sometido a revisión constante. Por otra parte, su fuerte autocrítica le hacía “sentirse incapaz de añadir nada significativo al repertorio pianístico, ver el cuarteto de cuerda con aprensión y contemplar con terror la idea de componer una canción después de los definitivos ejemplos de Schubert, Fauré y Debussy”12. Sin embargo, su obra representa una de las principales aportaciones al repertorio de la música francesa del siglo XX por su calidad y originalidad13. Duruflé compuso sobre todo para los medios con los que se sentía a gusto: órgano, orquesta y coro. Este es su catálogo completo: Op. 1 Op. 2 Op. 3 Op. 4 Op. 5 Op. 6 Op. 7 Op. 8 9 Tryptique (1927) para piano (dedicado a Louis Vierne) Scherzo (1924) para órgano (dedicado a Charles Tournemire) Prélude, recitatif et variations (1929) para flauta, viola y piano Prélude, Adagio et Choral Varié sur le Veni Creator (1930) para órgano (dedicado a Louis Vierne) Suite (1933) para órgano (dedicado a Paul Dukas) Trois danses (1932) 2 versiones : 1. para orquesta 2. para 2 pianos (inédita) Prélude et Fugue sur le nom d'Alain (1942) para órgano (dedicado a Jehan Alain) Andante et scherzo (1940) para orquesta Centro de Información de Música Clásica 1998-1999: http://members.tripod.com/~mundoclasico/cps/DUKAS_00422.htm 10 Andrew Mcgregor: Duruflé Réquiem. Hyperion 1986 11 http://www.epdlp.com/dukas.html 12 Andrew Mcgregor: op.cit. 13 The New Grove Dictionary of Music and Musicians, London, MacMillan, Second Edition, 2001. 7 Op. 9 Op. 10 Op. 11 Op. 12 Op. 13 Op. 14 Requiem (1947) (dedicado a la memoria de su padre) 3 versiones: 1. para orquesta, órgano y coro 2. para órgano y coro 3. para conjunto instrumental, órgano y coro Quatre Motets sur des themes gregoriens (1960) (dedicado a Auguste Le Guennant) para coro Misa "Cum Jubilo" (1966) (dedicada a Marie-Madeleine Duruflé) 2 versiones: 1. para orquesta, órgano y coro 2. para órgano y coro Fugue sur le callion des heures de la cathédrale de Soissons (1962) para órgano Prélude sur l'Introït de l'Epiphanie (1960s) para órgano Notre Père (1976) (dedicado a Marie-Madeleine Duruflé) 2 versiones: 1. para coro mixto 2. para coro masculino y órgano El Requiem El Requiem, Op. 9, es la obra más larga y probablemente la más importante del compositor. Duruflé estaba trabajando en una Suite para órgano basada en la Misa de Difuntos gregoriana, cuando recibió el encargo de sus editores –la editorial francesa Durand- de escribir un requiem. El trabajo que había realizado hasta entonces para la Suite le sirvió como excelente punto de partida para realizar el encargo. El canto llano se convirtió en la base de la obra. El resultado fue el primer trabajo coral del compositor: un Requiem totalmente único en su uso de la melodía medieval, con un entorno armónico y una orquestación típicas del siglo XX14. En palabras del propio compositor, "Mi Requiem está construido enteramente sobre los temas gregorianos de la Misa de difuntos. El texto es en ocasiones el protagonista supremo, y por lo tanto la orquesta interviene para sostener o para comentar solamente. Otras veces una textura musical original inspirada por el texto asume el control totalmente.... En general, he procurado penetrar la esencia del estilo gregoriano y he intentado reconciliar, lo mejor posible, los ritmos gregorianos, muy flexibles según lo establecido por los benedictinos de Solesmes, con las exigencias de la notación moderna." La originalidad, fuerza y belleza del Requiem de Duruflé, radican en la extraordinaria fusión de elementos dispares que serán analizados más adelante: el canto llano, la modalidad, el contrapunto sutil y la armonía enormemente rica. El frecuente uso de las 14 Gary D. Cannon: http://www.garydcannon.net/papers/durufle.html 8 citas gregorianas literales aporta una libertad rítmica que produce como resultado un fluir natural de texto y música. Estructuralmente, el Requiem de Duruflé está formado por 9 movimientos, cada uno de ellos con una estructura tripartita: Introit, Kyrie, Domine Jesu Christe, Sanctus, Pie Jesu, Agnus Dei, Lux aeterna, Libera me e In paradisum. El modelo seguido es el Requiem de Fauré, aunque por supuesto, no se trata de una mera imitación15. Como ya se ha comentado, Duruflé opta por la estética iniciada por Fauré con una orquestación del réquiem muy íntima y comedida, buscando un resultado confortante y no aterrador. Duruflé usó los mismos textos que Fauré, si bien la división en movimientos es un poco diferente, y conserva el Benedictus en el Sanctus. Ambos utilizan un barítono solista en el Domine Jesu Christe y en el Libera me, y una mezzo soprano para el Pie Jesu (no obstante Duruflé prefería que las partes solistas se cantaran por las cuerdas de barítonos y mezzos al completo). Duruflé abre la obra con la misma tonalidad que Fauré: re menor; sin embargo como veremos más adelante, en el caso de Duruflé la tonalidad es mucho más ambigua, por varias razones. En otros muchos momentos se pueden encontrar paralelismos, como el inicio del Ofertorio (Domine Jesu Christe) y del Pie Jesu, o la estructura del Sanctus, Libera me e In paradisum. Como hemos indicado, Duruflé realizó tres versiones del Requiem. La primera de 1947 para orquesta, órgano y coro era la preferida del autor. Al año siguiente, terminó la segunda versión, una reducción para órgano y coro, con el objetivo de que fuera asequible su realización en la iglesia. Por la misma razón, realizó la tercera trascripción, también en 1948, aunque no fue publicada hasta 1961. Con ella pretendía además mantener las posibilidades dramáticas, tímbricas y expresivas de la orquesta. Esta tercera realización –llamada media- incluye órgano, coro, quinteto de cuerdas, y partes opcionales para un arpa, dos o tres trompetas, y tres o cuatro timbales (en orden de preferencia). En el prefacio de la edición, Duruflé razona sus sucesivas revisiones: “En la práctica, es raramente posible disponer de una orquesta completa, coro y órgano en una iglesia. La alternativa, la reducción para órgano solo y coro, puede resultar inadecuada en ciertas partes del Requiem donde es necesario el timbre expresivo de las cuerdas. Esta versión intermedia proporciona un amplio margen al órgano para incorporarse a la textura o yuxtaponerse con los otros instrumentos”16. El estreno de la primera versión del Requiem de Duruflé tuvo lugar en París, en noviembre de 1947. 15 16 Andrew Mcgregor: Duruflé Réquiem. Hyperion 1986. Andrew Mcgregor: op.cit. 9 ANÁLISIS MUSICAL Como ya hemos señalado, el canto llano es el armazón estructural de todo el Requiem. Duruflé utiliza este material temático de muy diversas formas, incluyendo la cita literal completa, que aparece en numerosas ocasiones, la fragmentación en motivos o células, la variación, el desarrollo, la aumentación, imitaciones y cánones, etc. Veremos a continuación, número a número cómo combina todas estas técnicas con materiales de creación propia, en un ambiente armónico modal y de carácter neoclásico. Nos encontraremos con una gran variedad de recursos rítmicos, armónicos, tímbricos, etc., que nos ilustrarán sobre la maestría de Duruflé en el uso del lenguaje musical del siglo XX. Introito El principio de la obra es bastante sorprendente y nos pone en antecedentes de lo nos vamos a encontrar. El primer acorde que suena es re menor con séptima, lo que nos sitúa en una tonalidad inicial de re menor, pero ya con bastante ambigüedad. La orquestación, como en toda la obra, es muy ligera y sutil. En los vientos, sólo suenan los clarinetes, tocando la tríada menor de re, y una trompa tocando la séptima (do). En cuanto a las cuerdas, los bajos (contrabajos y cellos) también atacan la tríada de re, iniciando los cellos primeros una melodía modal claramente centrada en esta nota. Es de destacar que los violines permanecen en silencio, y son las violas las que tienen el protagonismo inicial, circunstancia que se repetirá varias veces en toda la obra. Las violas inician una melodía en semicorcheas basada en el arpegio descendente de re menor séptima, comenzando en do, y utilizando la escala eolia (menor natural) 17. Esta melodía, en contraposición con la de los cellos primeros, nos acerca auditivamente a la tonalidad de fa mayor o jónico, por la preponderancia del do y la escasa importancia de la nota re. La ambigüedad tonal que se produce en el primer compás, se decanta claramente hacia fa mayor con la entrada de las voces masculinas del coro en el segundo compás. Los hombres cantan la melodía gregoriana original en modo Tritus, siempre con si bemol, comenzando en la nota finalis del modo (fa). La primera sección (de las tres que forman el introito) consta de tres frases del tema gregoriano cantadas por los bajos y tenores al unísono, a las que responden las mujeres con una especie de ecos. El soporte armónico de la orquesta permanece en el ámbito de re menor, con acordes por terceras, y abundantes sonidos añadidos. La armonía se desliza en algún momento hacia los modos dórico, frigio y mixolidio de re, para finalmente cadenciar a fa mayor con las voces. Los cellos mantienen un largo pedal de tónica, lo que nos encontraremos en muchos otros finales de sección. 17 Ver ejemplo 1 (pag. 27) 10 Desde el inicio queda establecida la importancia capital del gregoriano (y por tanto también del coro) en la obra. A ello contribuye firmemente el ritmo, totalmente libre para respetar el espíritu del canto llano. Así se van alternando compases de subdivisión binaria y ternaria, de forma irregular, al servicio del fluir de la melodía. La segunda sección comienza en la tonalidad de la menor. Llegamos a ella no por medio de una modulación sino por lo que podríamos llamar un “deslizamiento suave”, de carácter melódico18, recurso que Duruflé usará en otras muchas ocasiones a lo largo del Requiem. En este caso, las violas venían haciendo una melodía sobre las notas redo, que transforman en mi-re a modo de “dominante”. A continuación oboes y clarinetes tocan el acorde de la menor, y las trompetas hacen oír la séptima. Sobre este acompañamiento a cargo del viento, las sopranos solas cantan la siguiente frase del gregoriano, en este caso transportada a la, y por tanto trocada a modo menor (en el original gregoriano, esta frase, como todo el introito pertenece al modo Tritus con si bemol). En este caso, la flexibilidad del ritmo se consigue con tresillos en la melodía, en lugar de cambios de subdivisión. En el final de la melodía, la armonía hace sonar el modo dórico, que nos acerca a la siguiente tonalidad: mi menor. En este caso, son los violines primeros quienes nos conducen melódicamente a la nueva tónica, tras oírse un eco del final de la melodía de las sopranos, a cargo de las violas. Esta nueva subsección es una especie de repetición de la anterior, en mi menor, con la melodía a cargo de las contraltos (también “minorizada”) y la armonía realizada por las flautas y clarinetes. Igualmente termina con una armonía dórica, y un eco melódico (en este caso, cellos). La armonía deriva cromáticamente hacia la de re menor en la que empezará la tercera sección (reexposición). En esta transición alternarán las notas si bemol y si natural, así como do sostenido y do natural, produciendo una ambigüedad tonal muy característica, hasta la presentación del tema inicial por las violas. En la reexposición, la melodía gregoriana está a cargo de los violines primeros, contestados en canon a la cuarta inferior por los violines segundos un tiempo después. Sopranos y tenores empiezan cantando un pedal de do, tras el que entra todo el coro cantando por primera vez a cuatro voces, produciendo un brillante final del movimiento. La estructura de este primer número es por tanto una típica forma ternaria ABA. Si consideramos la tonalidad principal de la parte A, re menor (aunque la cadencia es en fa, y como hemos dicho, por efecto del gregoriano, esta nota funciona más como polaridad en toda la sección), nos encontramos con un ciclo de tonalidades por quintas (re-la-mi, para volver a re), lo que parece bastante normal, pero es muy poco habitual en esta obra, donde encontraremos más frecuentemente relaciones de segunda y sobre todo de tercera. Kyrie La estructura de este segundo movimiento es prácticamente idéntica al anterior. Es significativo que Duruflé ha encadenado ambos movimientos (es el único caso), lo que 18 Ejemplo 2 11 acentúa la sensación de continuidad. Consta pues también de tres secciones ABA, siendo la tonalidad de la parte A, fa mayor (en este caso, sin ambigüedad), y transcurriendo la subsección B por las tonalidades de la y mi (menores y dóricos). En este caso, sin embargo, el ritmo es totalmente regular, estando toda el movimiento en compás de 3/4. También es completamente diferente la realización, pues en este caso se trata prácticamente de un motete polifónico. En efecto, la primera parte es un contrapunto imitativo entre las cuatro voces del coro. Al estilo de la polifonía clásica, los bajos inician el tema en fa19 (basado en el original gregoriano, aunque nunca se expone completo literalmente en ninguna de las voces), siendo contestados por los tenores en el siguiente compás en do, completando ambas voces su frase en cuatro compases, tras los que contraltos y sopranos repiten idéntico esquema. Hasta aquí, la orquesta se limita a doblar a las voces (Duruflé asigna esta función al órgano, y sólo en su ausencia, lo realizarían vientos y contrabajos). Tras la exposición del tema por sopranos y contraltos, aparece una quinta voz. Se trata de las trompetas y trombones que tocan (en octava) la melodía gregoriana en aumentación, durando cada nota un compás, lo que nos recuerda la técnica polifónica del cantus firmus. Esta melodía aumentada es la que determina la duración de esta primera sección. Toda ella permanece inmutablemente sobre fa mayor, con alguna aparición esporádica al principio de la nota si natural, que melódicamente parece sugerir una aproximación a la tonalidad de do mayor que nunca se produce, por lo que parece más lógico interpretarlo como un color del modo lidio. La armonía de todo el número es el resultado del movimiento de las voces, por lo que se producen con toda libertad numerosas “disonancias” que en cualquier caso resultan muy naturales y adecuadas a la textura utilizada. Como es habitual en el Kyrie, Duruflé también hace coincidir cada sección musical con una de las invocaciones del texto litúrgico (Kyrie eleison-Christe eleison-Kyrie eleison). Se da la circunstancia que en la misa de difuntos gregoriana, la melodía del Christe eleison es idéntica a la del primer Kyrie. Duruflé en cambio opta aquí por una nueva melodía para esta parte, basada en la original: la línea melódica empieza de forma similar a la gregoriana de la palabra eleison, para luego desarrollarse libremente.. Al igual que en el primer movimiento, en este caso llegamos a la tonalidad de la menor de la segunda sección a través de recursos melódicos y no armónicos. En este caso se trata de una frase de los contrabajos (u órgano), que también se imita contrapuntísticamente por violines y violas que aparecen aquí. Esta segunda parte es también polifónica, en este caso a cargo de las cuerdas (a las que se irán sumando los vientos), y de las contraltos y sopranos, que se van imitando constantemente. La armonía se desliza –a lo que ya nos hemos acostumbrado- de la eolio a través de la dórico a mi eolio y también dórico para volver suavemente a fa mayor, sin interrupción, donde podemos considerar que comienza la tercera sección. 19 Duruflé nuevamente respeta por tanto las notas de la escritura original del gregoriano, aunque como sabemos, esto no significa que se cantara en la misma altura. 12 Los bajos hacen una brillante aparición en ff con el tema gregoriano correspondiente al último Kyrie eleison que, como cabe esperar es imitado seguidamente por las otras tres voces en orden ascendente. En esta parte, la armonía de fa mayor es coloreada con la aparición ocasional de la nota mi bemol (que, como ocurría en la primera sección en el caso de la nota si natural, parece sugerir una cierta aproximación tonal a si bemol, que nunca se consuma con claridad, por lo que podemos considerarlo como utilización de la escala mixolidia). Tras esta frase, de gran brillantez, de nuevo trompetas y trombones exponen el tema del principio en aumentación, en una repetición casi idéntica de la primera sección, que conduce al final del número. Nuevamente, como en el primer movimiento, se termina con un largo pedal de tónica, al que se llega por un movimiento melódico ascendente de los bajos que evita la contundencia funcional de las fórmulas cadenciales clásicas. Domine Jesu Christe Llegamos a uno de los momentos culminantes de la obra, que curiosamente Duruflé sitúa en el primer tercio aproximadamente. El inicio es sorprendente: a pesar de tener una armadura de tres sostenidos, sobre una nota pedal (la) a cargo de trombones y tubas, los clarinetes tocan una melodía que aparentemente nada tiene que ver con La mayor o Fa# menor. En realidad, este motivo melódico20 que deriva libremente de un fragmento de los finales de algunas frases del correspondiente tema gregoriano 21 está construido siguiendo la escala octófona, o simétrica de ocho sonidos, característica de compositores como Stravinsky o Messiaen (quien la incorpora a su teoría de los Modos de Transposición Limitada como 2º Modo). Podemos considerar que la polaridad del fragmento corresponde a la nota la, que está sonando, aunque, por las características de simetría de esta escala, también podríamos situarla en fa# que sonará inmediatamente. En efecto, esta primera frase “resuelve” finalmente en la tonalidad de fa# menor, que será la tonalidad principal del número. En concreto, contrabajos y cellos inician una melodía en la que se reconoce más fácilmente el tema gregoriano del “Domine Jesu Christe”, aunque tampoco está tomado literalmente. A continuación lo repiten con algunas variaciones rítmicas mientras las trompas lo imitan simultáneamente en una suerte de contrapunto una quinta más alta. Las trompas tocan a tres voces en una especie de mixtura modal que nos sitúa en la escala dórica de fa#22. Es de destacar que tanto la melodía gregoriana, como las variaciones que realiza Duruflé sólo abarcan la extensión de una cuarta por encima de la tónica, y el grado inferior de la misma23. Por ello, la imitación a la quinta superior, en la escala dórica reproduce exactamente los mismos intervalos. Esta característica de simetría de la escala dórica la utilizará más adelante como recurso para producir ambigüedad tonal, aunque en este caso, la polaridad está claramente centrada sobre el fa#. 20 Ejemplo 3 Ejemplo 4 22 Ejemplo 5 23 La melodía gregoriana completa pertenece al Modo II, o Protus Plagal. En ella aparece la cuarta inferior (la), pero nunca la nota si que le proporciona el “sabor” dórico a este modo. 21 13 Tras esta extensa e interesante introducción orquestal, que nos anticipa la intensidad del número, las contraltos cantan la primera frase del texto, que tampoco se ciñe a la literalidad del canto llano. La armonía va fluctuando por diversas tonalidades: fa# dórico, La mixolidio, mi eolio, hasta la impresionante entrada del resto del coro en Do mixolidio. Tras una frase luminosa, la armonía empieza a oscurecerse (entendemos que ilustrando el texto “ne cadant in obscurum”) plagándose de disonancias hasta resolver en sib dórico, al inicio de la parte siguiente. En esta trepidante sección, las cuerdas inician un motivo enormemente rítmico (en tresillos de corchea, con un tempo de negra de 132), también derivado del canto llano. Duruflé vuelve a utilizar la simetría de la escala dórica, situando este motivo sobre el quinto grado de la escala (fa). A continuación, las trompetas inician otra melodía, siempre basada en variaciones sobre el mismo material melódico, y con su centro también en fa, que el coro (al unísono y octava) imita canónicamente sobre sib una negra después. Como ocurría en la melodía de contraltos, la armonía deriva hacia el “relativo mayor” (reb), escala mixolidia. Posteriormente, se repite todo casi literalmente una tercera menor más alto (do#). Tras esta repetición, en el número 30 de ensayo, viene una de las partes con más interés armónico de toda la obra, en nuestra opinión. Por efecto de la repetición aludida, se espera oír la siguiente sección otra tercera menor alta, es decir en mi menor. De hecho, en el compás inmediatamente anterior, la orquesta ya ha anticipado esta tonalidad, armónica y melódicamente (en las trompetas). Sin embargo, la armadura que aparece es ¡cuatro bemoles! Veamos lo que ocurre en los siguientes seis compases24. En los dos primeros, el coro canta su texto sobre el acorde de sib mayor con séptima menor, acompañado por cuerdas agudas y flautas. Considerando que poco después, en el 31 de ensayo, la tonalidad es claramente fa menor, y atendiendo a la armadura que ya aparece aquí, interpretamos este acorde como IV grado de fa, en la escala dórica. Sin embargo, los bajos del metal y la cuerda tocan simultáneamente una melodía centrada en la nota mi. Esto por sí solo no resulta definitivo, pues podemos interpretar el mi como sensible de fa (aunque estaría un poco forzada aquí). Pero en el compás siguiente los vientos hacen sonar el acorde de mi menor con 6 mayor, mientras las trompetas tocan una escala que va de mi a si (con el fa#). De este modo, la referencia a mi (escala dórica) es inevitable. Los dos compases siguientes son repetición idéntica del primer fragmento sobre el acorde de sib, y nuevamente aparece un compás en mi (en este caso, mayor), para finalmente triunfar definitivamente la tonalidad de fa menor en el 31 de ensayo, como hemos dicho. Es sorprendente esta fluctuación tonal entre dos tonalidades aparentemente tan alejadas como mi menor y fa menor. Pero se puede encontrar un inesperado punto de unión si atendemos a uno de los materiales compositivos que Duruflé ya ha usado en este mismo número: la escala octófona. En efecto, el acorde de sib mayor con séptima pertenece enteramente a la escala octófona de mi (primer modo). De este modo, podemos considerar todo el fragmento de seis compases centrado sobre la “tónica” mi (que era lo 24 Ejemplo 6 14 que cabía esperar, por la progresión que se sugería) con uso de diferentes escalas (octófona, dórica25 y mayor). Pero esto no es todo, pues si consideramos el uso de esta escala simétrica de 8 sonidos, hemos de tener en cuenta que el segundo modo de la escala de fa, es justamente la misma escala que el mencionado primer modo de mi. De esta forma, podemos analizar todo el fragmento referido a la polaridad de la nota fa, pues con esta escala estarían explicados tanto el mi de los bajos como el acorde de mi menor 6 y el de mi mayor (aunque en este caso no estarían incluidas algunas notas como el fa#, que habría que considerar “notas de paso” cromáticas). Así pues, creemos que este fragmento es un magnífico ejemplo de la maestría de Duruflé en el uso del lenguaje armónico del siglo XX. Por supuesto, la elección para este momento de una realización tan compleja no es gratuita. En este caso estamos en el clímax del número 3 (que como hemos dicho, es uno de los dos puntos culminantes del Requiem). De manera que el fragmento funciona como una especie de “dominante” que resuelve brillante y espectacularmente con la consolidación de la tonalidad de fa menor en el número 31 de ensayo (con la indicación dinámica fff). Cabe aún destacar una virtud más del compositor: pese a lo que pudiera parecer tras el análisis, este episodio (como la totalidad de la obra) no representa una gran dificultad de afinación para el coro. Seguimos adelante y tras tres compases en fa menor suena circunstancialmente un lab menor para después oírse la repetición de una frase ya conocida: “ne absorbeat...in oscurum”. En su primera aparición la frase vagaba de Do mixolidio a sib dórico, y en este caso hace lo propio desde Fa mixolidio a mib dórico. Aquí sin embargo tenemos una pequeña diferencia que cabe destacar: En la primera ocasión, el primer acorde de la frase (fa#, mi, sib, re) era más ambiguo, y no contenía la nota do. En este caso sin embargo, se trata claramente de un Fa mayor con séptima menor (muy propio del modo mixolidio). La peculiaridad estriba en que contrabajos, trombones y tubas, tocan como bajo de la armonía ¡si natural!, es decir, el tritono de la fundamental. Estamos ante un original caso de armonía con sonido añadido que Duruflé utiliza en varias ocasiones en la obra. En todos los casos, resulta una disonancia bastante atenuada por la habilidad de la orquestación. En un ambiente modal como el que estamos, también podemos considerar este sonido como perteneciente a la escala acústica, o lo que es lo mismo, escala lidia-mixolidia. El carácter reexpositivo continúa en el mi b dórico, donde vuelve el ritmo frenético en tresillos con tempo de negra de 132, pero rápidamente se ralentiza, y Duruflé utiliza otra escala sintética: la de tonos enteros, comenzando en re natural, utilizada durante dos compases tanto para la melodía de cellos, clarinetes y fagotes (siempre basada en fragmentos de finales de frase del gregoriano) como para el acompañamiento. Estos dos compases de escala hexátona sirven de puente suave entre la tonalidad de mib dórico en que estábamos y la de fa# dórico en la que se reexpone el contrapunto de cellos (y 25 También el acorde de mi menor con 6 mayor aparece en el primer modo de la escala octófona de mi, aunque no ocurre así con el fa#. 15 contrabajos) y trompas. Volvemos a comprobar aquí la predilección de Duruflé por las modulaciones a distancia de tercera (frecuentemente menor). Sin embargo, la siguiente modulación será a distancia de quinta (do# dórico), aunque con recursos nada convencionales: las violas y los cellos en divisi nos conducen a ella a través de una serie de acordes a tres voces alternándose tríadas con acordes por cuartas, hasta que los violines hacen sonar el acorde de la nueva tónica26. Nuevamente no se trata de un proceso cadencial claro sino de un deslizamiento suave y ambiguo en el que la nueva tonalidad sólo se consolidad por la prolongación en el tiempo del acorde tónico. Las sopranos cantan una nueva frase de la liturgia: “Sed signifer sanctus Michael...” en este caso, siguiendo el original gregoriano de manera bastante literal. Aprovechando nuevamente la simetría de la escala dórica, un oboe solo empieza un compás antes con la misma melodía a distancia de cuarta inferior, en un hermoso y transparente contrapunto imitativo. Las primeras notas de soprano son do-re-mib-fa, de forma que el oboe toca antes sol-la-sib-do, conduciéndonos suavemente a la entrada de las sopranos. El último motivo de la melodía de soprano es imitado (libremente) un compás después por los cellos en forma de eco, uno de los efectos característicos de toda la obra. Tras ellos, las trompas vuelven a citar variaciones sobre los diseños melódicos de los finales de frase de la melodía gregoriana. A continuación la siguiente frase es un dúo de sopranos y contraltos en Mi mayor, con final en do# menor, acompañado sólo por órgano, produciendo un ambiente muy espacial y que transmite gran serenidad, que enseguida se verá cuestionada por la intensidad de la siguiente sección correspondiente al solo de barítono. Las violas comienzan un trémolo con las notas mi y sol que nos sugieren un mi menor. El corno inglés toca una nueva versión del fragmento melódico que ya hemos oído en anteriores ocasiones, pero con nuevas alteraciones27, produciéndose una segunda aumentada. Como ya nos hemos acostumbrado al uso de escalas sintéticas en este número, pronto comprobamos que en este caso se trata de la escala simétrica de seis sonidos (construida mediante la alternancia de distancias de semitono y tono y medio). El barítono inicia su frase en sol, construida sobre la escala octófona de mi. Inmediatamente cellos y violas hacen sonar la tríada de lab mayor, y la melodía de barítono se traslada a la escala octófona de esta nota, para después cantar, en el punto culminante de su melodía (siempre sobre la armonía de lab mayor) un fragmento ya conocido: las notas do-re-mib-fa, tetracordo que puede pertenecer tanto a la escala dórica de fa, como a la de do (en este caso sería eolio por la armonía), sin que en rigor pertenezca a ninguna, pues no ha sonado el acorde de ninguna de las posibles tónicas. Melodía y armonía continúan fluctuando, hasta terminar el solo con el motivo inicial en mi octófono. Tras el solo, las violas a dos voces nos conducen del intervalo mi-sol, a do#-fa#, donde entra el órgano completando el acorde de la nueva tónica: Fa# mayor. Esta transición se produce utilizando sonidos de la escala octófona de mi y octófona de fa#. Es una 26 27 Ejemplo 7 Notas sol-lab-do-si. Ejemplo 8 16 especie de modulación en la que, al estilo clásico, se utiliza un acorde pivote (en realidad, intervalo): mi-sol, perteneciente a ambas escalas28. Ya en Fa# mayor (escala jónica), las mujeres repiten el dúo que habíamos oído. El número termina en esta tónica, con una nueva versión del fragmento melódico gregoriano a cargo de las trompas, con la alteración de si#, que nos evoca el modo lidio. Sanctus Este es el movimiento más marcadamente rítmico del Requiem. Esta escrito básicamente en 3/4, aunque contiene algún cambio de compás a 2/4 y 4/4 para ajustar el texto, que en cualquier caso, no desmiente su carácter regular. El ritmo es asentado claramente desde el principio por el pizzicato de cellos y contrabajos, y sobre todo, por el diseño de la melodía acompañante de las violas en seisillos de semicorchea. El esquema del número es claramente ternario. Su parte central, de gran sonoridad y espectacularidad tiene una fuerza rítmica arrolladora desde que en el número 46 de ensayo hace su entrada el timbal en la segunda mitad de cada tiempo, en perfecta alternancia y empaste tímbrico con cellos y contrabajos29. Los paralelismos de este movimiento con el primero son abundantes. El Introito también comienza en 3/4, con una melodía acompañante en violas en figuras breves. Como en el primer número, aquí los violines también doblan las voces de las mujeres. Pero la analogía más notable es la ambigüedad tonal. En este caso también estamos a caballo entre Fa mayor y re menor. El coro (sólo voces femeninas) y los violines comienzan con la tríada de Fa, mientras que la melodía de las violas se basa en el arpegio de re menor con séptima. Ya en el ataca suena la nota re en violas y el acorde de fa en violines. Pero además, para mayor colorido, la nota de cellos y contrabajos es sol, lo que supone nuevamente un caso de armonía con sonido añadido en el bajo. En el caso de contrabajos y cellos segundos, en pizzicato, podríamos considerarlo exclusivamente como un efecto rítmico-percusivo, pero esta interpretación la desmienten los cellos primeros que mantienen la nota durante una blanca cada compás (bien es verdad que con sordina, lo que nuevamente atenúa la disonancia). Las mujeres cantan la primera frase a tres voces, siendo la voz superior la melodía gregoriana original30. La frase cadencia en el acorde de Re mayor, para inmediatamente sonar la armonía inicial (nota re en violas, sol en bajos, acorde de fa en violines y coro). Ahora las mujeres cantan una disposición más aguda del acorde de fa con lo que el tema del canto llano aparece literal en la segunda voz (sopranos 28 Ejemplo 9 Ejemplo 10 30 El gregoriano de esta parte es muy peculiar, y no se adapta a la clasificación convencional. La nota de recitación, o repercusio es si, lo que normalmente se suele evitar en el gregoriano trasladándola a do. En cualquier caso, ello nos sugiere, junto con la extensión y el diseño melódico, un modo Tetrardus Plagal o hipomixolidio (por tanto, con sonoridad más cercana a nuestro modo mayor, de ahí probablemente que las mujeres canten un acorde mayor). Pero sorprendentemente, el final no recae en la nota sol sino en la. Ejemplo 11 29 17 segundas). Nuevamente aparecerá la misma frase (ahora no literal) sobre el acorde de Do mayor (en el que cellos y contrabajos tocan la nota re). El coro femenino continúa con la melodía gregoriana, ahora más centrada en re menor hasta que termina la frase “Hosanna in excelsis”, sobre el acorde de la menor. Aquí Duruflé abandona el gregoriano (al que volverá al final del número para completar la cita), para ilustrar este “Hossana en las alturas” de forma magistral. Se incorpora el timbal como ya hemos explicado antes, y desde una dinámica en pianísimo, contraltos y sopranos inician un canon en Re mayor, que será respondido por tenores y bajos conduciendo la armonía a Mi b mayor. La dinámica se va acrecentando gradualmente, incorporándose voces e instrumentos, hasta la explosión final del acorde de Mi bemol en la tesitura más brillante y con indicación dinámica de fff. Súbitamente, sin transición, vuelve a sonar re menor, y se inicia un descenso tensivo gradual, hasta finalizar esta sección central con un mínimo sonoro: únicamente la nota re en las trompas, en pp, con una parada del ritmo. Las cuerdas y clarinetes vuelven a arrancar la armonía y el ritmo inicial, y de nuevo sólo las voces femeninas cantan, en este caso el “Benedictus”, para finalizar en el acorde de re menor, mediante una cadencia plagal de claro sabor modal. Como viene siendo habitual, el acorde final se prolonga durante varios compases, produciendo una sensación de gran reposo, en concordancia con la intención expresa del autor. Pie Jesu Duruflé decide situar justo en mitad de la obra el anticlímax. De hecho, así podemos considerar este movimiento por un buen número de razones. En primer lugar, el efectivo sonoro. Lo primero que destaca es la ausencia del coro, que venía siendo el protagonista principal. En su lugar, como sabemos, nos propone un solo de mezzosoprano (también hemos de destacar que no elige una voz brillante como soprano). En cuanto a la orquesta, está reducida al mínimo, y con una característica a la que ya estamos acostumbrados en la música del siglo XX, pero insólita hasta entonces: la ausencia de violines. En efecto, la orquesta se reduce a la cuerda grave (violas, cellos y contrabajos) incluyendo un violoncello solo que alternará contrapuntísticamente con la mezzo, y dos intervenciones esporádicas del órgano. La tonalidad elegida para este número (nuevamente ambigua entre do frigio y la bemol mayor), es la más grave de toda la obra, lo que podemos entender como intencionado, según analizaremos más adelante. Hay que señalar que el texto litúrgico del “Pie Jesu” corresponde al final de la secuencia “Dies irae”. Como sabemos, Duruflé renunció a musicalizar esta secuencia completa, por considerarla demasiado tenebrosa y aterrorizadora, lejana a su concepción del Requiem. Sin embargo, sí reparó en esta frase, incluyendo la melodía gregoriana en la que basa libremente el número. Entre las libertades que se toma para ello, también está el cambio de lugar, pues litúrgicamente debería situarse antes del “Domine Jesu Christe”. 18 Ya hemos señalado la ambigüedad tonal. La armadura de clave es de cuatro bemoles, que puede corresponder tanto a do frigio como a La b mayor. En este caso, la comparación con el original gregoriano tampoco nos resuelve la incógnita, pues el Pie Jesu, como todo el Dies irae está escrito en Modo Protus auténtico, o sea dórico. La melodía no está tomada literalmente, sino simplemente basada en el contorno melódico del canto llano31. Lo primero que escuchamos es tan solo el intervalo armónico de tercera do-mib en las violas, durante un compás, lo que obviamente nos sugiere la tríada de do menor, que parece desmentirnos la entrada de la mezzo en la bemol, siendo pues esta la primera tríada completa que se escucha. Tras la primera frase de soprano, aparece el cello solo en un nuevo efecto de eco, imitándola libremente. Este juego polifónico continúa durante toda la primera sección. En la segunda parte, el tempo se anima, y la música asciende hasta el punto culminante en el 58 de ensayo, donde sobre un acorde de Si mayor, la solista canta la nota más aguda de su melodía (fa#) en ff. Es interesante lo que ocurre ahora con la armonía. Después del Si mayor, suenan los siguientes acordes32, uno por compás: fa#m, LaM, do#m, mim, Sol (un breve reposo: repite mim y SolM, y sigue la secuencia), sim, ReM, fam, lam, dom, y MibM (tres compases). Es decir, una larguísima serie de terceras ascendentes, la mayoría menores, consecutivas y relativamente breves, encadenadas manteniendo las notas comunes, que por supuesto no nos llegan a situar en ninguna tonalidad concreta, sino que la música simplemente fluye. Es un efecto sugerentemente impresionista que nos recuerda la influencia de Debussy. El tempo se ralentiza para llegar a la tercera sección con carácter reexpositivo. En este caso, primero sí suena completa la tríada de do menor, para inmediatamente sonar la bemol mayor en la reexposición de la melodía inicial que ahora corre a cargo del violoncello solo. En toda la tercera parte (más breve que las anteriores) la mezzosoprano se limita a recitar el texto sobre la nota do grave, acentuando así su importancia. El cello solista también concluye en do, y en los compases antepenúltimo y penúltimo, es el acorde que suena, por lo que todo parece indicar que será la tonalidad (más bien modalidad) definitiva. Sin embargo, inesperadamente, en el último compás vuelve a aparecer La bemol mayor. ¿Cadencia “rota”? No parece una interpretación muy lógica. Pudiera suponerse que a Duruflé el modo frigio no le parece suficientemente estable como para establecer en él una cadencia final de movimiento, algo similar a lo que ocurre en ocasiones con la música nacionalista española, que cuando está en modo frigio (o en sus variantes andaluza y española) a veces cadencia en el IV grado. Sin embargo, como veremos al final de la obra, a Duruflé no le asustan los “exotismos” en las cadencias, por lo que nos limitaremos a dejar constancia del hecho sin hacer interpretaciones. Tan solo, cabe recordar nuevamente que nos encontramos en el anticlímax de la obra, por lo que parece un momento indicado también para este tipo de ambigüedades. Sin embargo, las cuatro primeras notas coinciden (la-sol-fa-mi), aunque no –obviamente-las alteraciones. Es un nuevo ejemplo del interés de Duruflé por explicitar claramente la procedencia del material original. 32 Varios acordes incluyen séptimas o sonidos añadidos, además de notas de paso entre ellos. 31 19 Agnus Dei En este movimiento encontramos la mayoría de las características que venimos destacando en la obra: orquestación ligera, con abundante uso de contrastes tímbricos, texturas claras, armonías y melodías modales, y el canto llano como material temático. Se abre la obra en la tonalidad de do mayor, con una melodía emparentada con el gregoriano a cargo de dos clarinetes sobre un suave fondo de las cuerdas (nuevamente sin violines) y el arpa, que nos conduce a la exposición literal del tema gregoriano 33 por parte de las contraltos. Los fagotes imitan la última frase sobre una armonía dórica de do, que después volverá a do mayor. Una nueva melodía en los violines nos conduce a la repetición del tema una quinta superior por los tenores, tras los que sopranos y contraltos lo cantan dos veces más, en forma de sencillo canon a la cuarta, en las tonalidades de sib mayor y mib mayor. La orquestación se va haciendo paulatinamente más densa hasta la entrada del coro completo en la siguiente sección, basada en el texto “dona eis requiem”, que termina en una hermosa cadencia modal sobre Sib mayor, formada por VI rebajado-VII rebajado-I mayor (acordes de intercambio modal menor-mayor). Las violas repiten la melodía de los violines, para dar entrada a los bajos, que eran los únicos que no habían tenido una frase solos. De nuevo entra el coro al completo con el mismo texto, y la misma cadencia modal, en esta ocasión en Sol mayor. En la última sección –brevísima recapitulación- se reexpone el tema de clarinetes por parte de las trompas, también en Do mayor y sobre el mismo acompañamiento orquestal, para terminar cadenciando modalmente de nuevo en Sol mayor. Lux aeterna Este número está fuertemente emparentado con el anterior, y encontraremos elementos muy similares, por ejemplo, la sutil orquestación, y el canto llano literal, aunque en este caso “transportado”, y transformado modalmente por efecto de la armonía. Encontramos también un paralelismo importante con el Pie Jesu: La armadura es de dos bemoles, y la tonalidad inicial es re frigio, pero la tonalidad final es si bemol mayor. En este caso, sin embargo, la cadencia final es la correspondiente a la última sección, sin cambios inesperados. Otra característica, que en este caso nos recuerda al Introito es la utilización constante de compases dispares (7/8, 10/8, 9/8 dispar) y cambios de compás, que permiten al gregoriano fluir constantemente con absoluta libertad. Es destacable también que sólo en este movimiento aparece el coro a capella. Tenemos la sensación que a medida que avanza la obra hacia el final, Duruflé la va simplificando y reduciendo efectivos. Nos espera, en el siguiente número, otro punto culminante importante, para después terminar con la máxima sutileza como veremos. 33 También aquí aparece en la altura original 20 Sobre una armonía de re frigio, a cargo exclusivamente de flautas y clarinetes, los fagotes tocan una variación del tema gregoriano que repiten a continuación sobre un colchón de cuerdas sin violines. A continuación entra el coro: sopranos cantan la melodía gregoriana y el resto de las voces acompañan armónicamente con la vocal “u”. Duruflé escribe la reducción del coro en el órgano con la indicación “ad libitum”. Lo más frecuente en la mayoría de las interpretaciones es dejar el coro a capella. Por otra parte, en la versión para órgano y coro, es así como aparece. Como hemos señalado, la melodía corresponde fielmente al gregoriano. Sin embargo, el original pertenece al modo mixolidio. Duruflé en cambio lo armoniza sobre el modo frigio34. A continuación, el corno inglés repite el primer tema, con sutilísimas variaciones, una quinta superior (la frigio), nuevamente con acompañamiento de flautas y clarinetes, y el coro vuelve a cantar su parte en la nueva tonalidad. En esta ocasión, una flauta sola repite en forma de canon a la octava y un tiempo después la melodía de las sopranos. Llegamos a la siguiente sección, correspondiente al texto “Requiem aeternam...luce at eis”. En el original gregoriano, esta frase esta basada en un recitado con marcada preponderancia de la nota do35. Duruflé aprovecha esta circunstancia para transformar esta nota en pedal de toda la sección. Los violines la abren con un calderón sobre esta nota a la octava, que mantendrán todo el tiempo. A continuación, el resto de la cuerda toca una hermosa sección homofónica en fa mayor, mientras sopranos y tenores recitan el texto, también en la nota do exclusivamente. A partir de aquí, se inicia la reexposición de lo ya escuchado: Primero, un oboe, con acompañamiento de la cuerda, repite el primer tema, de nuevo en re frigio, introduciendo a su vez variaciones muy ligeras. El coro canta esta vez sólo el final de su parte y la cuerda su sección homofónica, ahora en si bemol mayor (nota pedal fa). El recitado corresponde en esta ocasión a contraltos y bajos. Siguiendo una pauta ya conocida, el acorde final se prolonga durante tres compases. Libera me Llegamos al segundo punto culminante de la obra, que comparte muchas características con el tercer movimiento Domine Jesu Christe. Estás son algunas de las más importantes: La tonalidad principal (fa# menor), la extensión y variedad de secciones, el barítono solista, y el abundante uso de recursos armónicos y melódicos propios del siglo XX, mucho más marcado que en otros movimientos, como son fuertes disonancias, escalas sintéticas, modulaciones bruscas, etc. También encontraremos con mayor frecuencia dinámicas en forte y fortísimo, poco habituales en el resto de los números. 34 35 Ejemplos 12 y 13 Ejemplo 12 21 Conviene destacar que tanto este número como el siguiente no pertenecen propiamente a la Missa pro Defunctis, que termina poco después del Agnus Dei, sino que forman parte de la liturgia más amplia (donde está comprendida la propia misa), del Officium Defunctorum, del que hemos hecho mención en la primera parte de este trabajo. El principio del movimiento es insólito: Tres trombones tocan la nota do# con la indicación forte. Es el único movimiento que se abre con esta dinámica, pues todos los demás lo hacen piano36. Tras siete números de “sosiego” en el inicio, este ataque nos sobresalta, avisándonos de la intensidad que nos vamos a encontrar. Es de destacar el uso de la tímbrica de los metales, así como que la nota sea la dominante de la tonalidad principal, cuya función tradicional es por tanto la de tensión. Sin embargo, tras un calderón sobre este ataque, un regulador rebaja la tensión, para aparecer en el tercer compás el acorde de tónica en las trompas, ya en piano. Sobre él, los bajos, con acompañamiento de cuerdas, inician la primera frase de la melodía, que en este caso, es una variación del gregoriano. Destaca aquí otra originalidad del autor: En esta primera exposición, la melodía es modulante. Tendremos luego ocasión de escuchar el mismo tema, pero sin modular, al final del movimiento. Las tonalidades por las que transcurre son, además de la inicial fa# menor, la menor, Do (lidio-mixolidio) y Mi bemol37, es decir, nuevamente recorre un ciclo de terceras menores doble, pues volverá a repetirse íntegramente, hasta llegar a su punto culminante sobre un acorde de Mi bemol mayor. En este ciclo, se va engrosando la plantilla instrumental y se van incorporando el resto de las voces del coro en forma de canon. Además el tempo se acelera gradualmente hasta la brillante resolución en ff. En la armonía, además de lo ya señalado, destaca la nueva aparición de acordes con cuarta aumentada en el bajo, entre ellos, el acorde final de la sección. En este caso, el tritono se encuentra en el timbal y en los contrabajos, a gran distancia del resto de las voces, suavizando así la disonancia como en anteriores ocasiones, y transformándola más bien en un “color tensivo”. Tras esta cadencia, las cuerdas mantienen la tensión en cuanto a ritmo (semicorcheas) y dinámica, para dar paso al solo de barítono. El solo es muy breve e intenso, con la indicación agitato y también muy modulante, ilustrando perfectamente el texto: “Tremens factus sum ego, et timeo, dum discussio venerit, atque ventura ira”38 El coro responde con una frase construida sobre la octófona de re. La siguiente sección corresponde al texto “Dies illa, dies irae, calamitatis et miseriae...” Vemos pues que en este movimiento, Duruflé sí decide incorporar algunos de los textos dramáticos y aterradores del ritual católico, aunque sólo como excepción. La música, construida sobre el modo frigio de la, es sencilla pero intensa. Sobre un redoble de timbal los violines atacan el acorde de tónica en trémolo, destacando la disonancia mi36 El número 5 empieza pianísimo, como corresponde a su carácter de anticlímax. En varios modos incluyendo la escala octófona, que como vemos vuelve a aparecer en el último clímax de la obra. 37 38 Estremecido y aterrado me siento, por la llegada del juicio y su consiguiente ira. 22 fa, y los bajos del coro cantan la frase por primera vez, siendo repetida por todo el coro y casi la totalidad de la orquesta39 en fff. Este es el último momento de gran intensidad que oiremos en el Requiem. A partir de aquí se irá relajando la tensión para volver a transportarnos en el clima de serenidad y confianza que persigue la obra. La siguiente frase, muy breve, es una repetición del contrapunto imitativo escuchado al inicio del movimiento. En este caso, la imitación se reduce a sopranos y bajos, mientras contraltos y tenores acompañan armónicamente a las primeras. A continuación, las sopranos cantan una frase de intenso sabor gregoriano, a lo que contribuye en gran medida el ritmo, de nuevo en compases dispares. El movimiento termina con la primera frase “Liberame domine...”, cantada al unísono y octava por todo el coro (salvo el final). En este caso, toda la frase está en fa# menor, sin las modulaciones del principio, lo que acrecienta, junto con el unísono del coro, la sensación de reposo. Destaca el uso en el final de la escala menor armónica, en concreto, destacando la segunda aumentada (siempre descendente) entre el VII y el VI grado, lo que le confiere un curioso color modal, además de recordar escalas sintéticas ya utilizadas, como la simétrica de seis sonidos. In Paradisum Duruflé reserva algunos recursos sorprendentes para este breve pero intensísimo número final. Uno de ellos es tímbrico: la aparición de la celesta, que junto con el arpa (frecuentemente tocando armónicos) y la sutil orquestación restante, nos arrebata a un auténtico ambiente celestial. El movimiento está en Fa# mixolidio, y es el único de los 9 movimientos que no modula, probablemente para no alterar el estado de absoluto reposo que nos transmite. Sin embargo la armonía es enormemente rica y original. Destaca el constante uso de disonancias, sobre todo en forma de sonidos añadidos, en los primeros acordes en las cuerdas, y de terceras ampliadas, como veremos en el final, así como notas pedales y retardos. Hablamos de disonancias en sentido morfológico, y no sintáctico, pues su efecto no es en ningún momento tensivo, con la excepción del comienzo: Las violas y los violines más graves (de un divisi a 6) comienzan haciendo sonar la segunda do#-re#, a la que se van sumando las siguientes notas: fa#, la natural, do natural, re natural y mi#. Este acorde funciona como una especie de dominante que resuelve bellamente sobre un peculiar acorde de tónica (con 6 y 9 y en segunda inversión), dando entrada a la primera sección a cargo de las sopranos40. Entre las posibles interpretaciones de este primer acorde, nos atrevemos a hacer una bastante poco ortodoxa pero atractiva. Las tres primeras notas forman el acorde con sexta (y sin tercera) de la tónica. Las cuatro siguientes (la, do, re y fa 41 naturales) 39 Sólo falta la celesta que aparece únicamente en el número final. Es por tanto uno de los momentos de mayor despliegue instrumental, junto con los clímax de los números 3 y 4. 40 Ejemplo 14 41 Enarmonización de mi#. 23 forman el acorde de re menor con séptima42, que era el primer acorde de la obra. Así pues, podemos atrevernos a suponer que Duruflé esconde al principio del último movimiento una especie de recapitulación cíclica43. Las sopranos cantan la primera parte del original gregoriano. En esta ocasión se trata también de un canto litúrgico que no pertenece a la Misa de Requiem sino al final del Officium Defunctorum. Se trata, en todo caso, de un texto muy apropiado para las intenciones del autor. El acompañamiento suavísimo corre a cargo de cuerdas (en este caso agudas, sin cellos ni contrabajos, que se incorporan más tarde) y las ya mencionadas celesta y arpa. En los finales de cada frase, una trompa hace el conocido efecto de eco, en este caso, con imitaciones melódicas muy libres. Otra característica señalada de este número, es que es el único con estructura bipartita, y que carece de reexposiciones a diferencia de todos los anteriores. La segunda parte del tema musical gregoriano corre a cargo del órgano (o de las flautas en su defecto). Sobre su melodía, el coro hace su entrada cantando el acorde de tónica sin tercera, en pp, con el texto “Chorus angelorum te suscipiat”44 Realmente, bien podemos imaginarnos como aparece un coro de ángeles a través de la suavidad de la música. Esta última sección tiene un suave crescendo, sólo hasta un mf, para volver muy lenta y gradualmente a un ppp tras un molto ritardando, acabando en un calderón con la indicación “muy largo”. El efecto es espectacular. La imagen visual que nos sugiere, si se nos permite la licencia poética, es el descenso desde las alturas de un coro de ángeles que viene a recoger el alma del difunto para llevársela a las alturas, mientras los vemos desaparecer entre las nubes. La armonía, que como hemos dicho no abandona la tonalidad principal, está coloreada de efectos modales (lidio, eolio), para terminar en una sorprendente cadencia locria, con los grados VI rebajado (en segunda inversión)-V rebajado (también en segunda inversión)-I con séptima (menor) y novena45. Además del exotismo de la cadencia locria, con el V grado rebajado, que pudiera parecernos poco adecuado como penúltimo acorde, es de destacar el uso para el final de un acorde con morfología clásica de dominante, y que sin embargo, aquí cierra la obra de manera magistral46. Duruflé reafirma en el final del Requiem su opción por la armonía modal, utilizando la escala más inusual, con la que consigue un magnífico resultado tanto por su originalidad como por su belleza. O bien Fa mayor con sexta, la “otra” tónica del primer movimiento. En cualquier caso, se trata una hipótesis, pues no conocemos la intención del autor. 44 “Que un coro de ángeles te reciba”. 45 Ejemplo 15 46 El acorde, en definitiva, no es más que un acorde por terceras en el modo mixolidio. 42 43 24 Resumen estructural Nos detendremos ahora en la estructura global de la obra, y en la articulación de los movimientos entre sí. Comprobamos que la relación entre las tonalidades elegidas para cada número es muy poco habitual. Este es el esquema estructural : Fa# dórico Fa jónico Re eolio 1 2 3 Fa jónico Re eolio 4 Re frigio Sib jónico Do frigio Lab jónico Do jónico Sol jónico 5 6 Fa# eolio Fa# mi xol. 8 9 7 Como ya habíamos visto, en varios números encontrábamos una gran ambigüedad tonal en los principios y finales. En este esquema hemos puesto las dos opciones, para recordarlas, pero consideraremos las escritas en la parte superior que a nuestro entender son las más claras47 (coincide que también son las más agudas). A la vista del esquema, destacan varias características: 47 La altura de las tonalidades coincide de manera bastante exacta con el desarrollo tensivo de toda la obra. La gráfica resultante refleja pues también este desarrollo. Los puntos culminantes48 (número 3 y 8) están cerca de los extremos, y no en la mitad o en la sección áurea. Justamente en la mitad está el anticlímax, lo que produce un esquema tensivo inverso al clásico, aunque como vemos simétrico. Las tonalidades utilizadas están en un ámbito muy pequeño. Concretamente se trata de la mitad de la octava, o lo que es lo mismo, una cuarta aumentada, intervalo de gran importancia en el siglo XX. Si nos fijamos en las notas elegidas como tonalidades principales, despreciando las alteraciones (sostenidos), nos encontramos con tres notas: FA, RE y DO. Estas notas están muy presentes en las melodías gregorianas: Introito y Kyrie empiezan en fa. El principio de Domine Jesu Christe y Liberame Domine está compuesto por las tres notas. Por otra parte, ya hemos visto cómo las destaca Duruflé: las tres notas tienen gran importancia en el principio de la obra, y son las que suenan (las tres alteradas ascendentemente) al principio del último movimiento. No parece pues casual que también las haya elegido como tónicas. El esquema tensivo inverso al esperable, tiene también otras manifestaciones: Con la excepción quizás del cuarto movimiento, en el que hay muchos argumentos para considerar re menor como la tonalidad principal. 48 Curiosamente, sus tónicas son “menores”. Sin embargo, las tonalidades de los extremos son mayores. 25 o El punto culminante de los movimientos más brillantes, tiene lugar en tonalidades más graves que la principal: Número 3, en fa# dórico: clímax en fa menor Número 4, en fa jónico: clímax en mi bemol mayor Número 8, en fa# eolio: clímax en mi bemol mayor o Como ya hemos señalado, se utiliza una voz solista grave (barítono) para los puntos culminantes y una voz más aguda (mezzosoprano) para el anticlímax. COMENTARIOS FINALES Como ya valorábamos en la introducción, el Requiem op. 9 es la obra más importante de Duruflé. Una vez analizada y comprobada la maestría y genialidad de su realización, nos hacemos una idea más precisa del grado de perfeccionismo del autor. Es de lamentar que por ello no nos haya dejado un repertorio más extenso. Maurice Duruflé no es de los autores más conocidos o citados del siglo XX. Ello se debe probablemente tanto a lo limitado de su producción, como a que no aportó novedades significativas a la evolución del lenguaje musical. Sin embargo, como hemos tenido sobrada ocasión de comprobar a lo largo de estas páginas, sí supo empaparse plenamente de las aportaciones técnicas de su época y trasladarlas magistralmente a su música, siempre dentro, eso sí, de su tendencia neoclásica y modal. No encontramos pues aquí ninguna influencia del Dodecafonismo. El Requiem es la primera obra para coro de su autor. Sin embargo, el tratamiento de las voces es excelente. Duruflé consigue un magnífico resultado musical, sin una excesiva dificultad para los interpretes. La parte orquestal tampoco exige un gran virtuosismo49, por lo que resulta una obra excelente para ser abordada también por formaciones no profesionales, lo que es de agradecer en un autor del siglo XX. Por esta razón, así como por su belleza, es una obra que encontramos programada con relativa frecuencia en conciertos. Parece ser que a Duruflé le resultó grata la experiencia de armonizar para coro melodías gregorianas, pues su siguiente obra fue otro trabajo para coro, en este caso a capella: sus Cuatro motetes para coro, op. 10, de 1960. Estas hermosas piezas también las encontramos habitualmente en el repertorio de muchos coros, profesionales o no. Por ello, podemos decir que la producción de Duruflé, aunque escasa, sí tiene una destacada importancia en el repertorio actual, al menos en lo que al mundo coral se refiere. Recíprocamente, esta presencia de su obra, contribuye a difundir el conocimiento de un autor, que como hemos señalado, no es de los más valorados, quizás injustamente, aunque esto habrá de juzgarlo la historia, cuando se cuente con algo más de perspectiva. 49 No podemos decir lo mismo del órgano en la versión para este instrumento solo y coro. No en vano, Duruflé era un virtuoso de este instrumento, como sabemos. 26 BIBLIOGRAFÍA Libros D. Grout & C. Palisca: Historia de la música occidental. Alianza Música 2001 The New Grove Dictionary of Music and Musicians, London, MacMillan, Second Edition, 2001. Robert P. Morgan: La música del Siglo XX. Akal Música 1999 R. Mario Jiménez López: Temas de Teoría. Edición por el autor Vicent Persichetti: Armonía del Siglo XX. Real Musical 2001 Diether de la Motte: Armonía. Idea Música 1998 P. Samuel Rubio: La Polifonía Clásica. Biblioteca “La ciudad de Dios” 1983 Giulio Confalonieri: Historia de la música y sus compositores. Euroliber 1992 Discos Raúl Mallavibarrena: Cantus firmus. Enchiriadis 2001 Raúl Mallavibarrena: Cristóbal de Morales: Réquiem. Enchiriadis 1998 Raúl Mallavibarrena: Vitoria: Officium Defunctorum. Enchiriadis 2002 Andrew Mcgregor: Duruflé Réquiem. Hyperion 1986 Páginas web Centro de Información de Música Clásica 1998-1999: http://members.tripod.com/~mundoclasico/cps/DUKAS_00422.htm Gabriel Huároc: Obra vocal de W.A. Mozart. http://www.geocities.com/vienna/4420/mzt.html Gary D. Cannon: http://www.garydcannon.net/papers/durufle.html http://www.epdlp.com/dukas.html * * * Este trabajo no hubiera sido posible sin mi profesor de análisis Enrique Igoa, que apoyó la idea desde el principio, mis alumnos de armonía del coro Magerit, que compartieron conmigo el trabajo de análisis, y mis coros Microcosmos y Magerit que han tenido el placer de cantar la obra. Mi agradecimiento para todos ellos. 27 EJEMPLOS Los ejemplos de Duruflé están tomados de la partitura del Requiem para Solistas, Coro, Orquesta y Órgano (Ed. Durand 1950) y de la Reducción para Canto y órgano por el autor (Ed. Durand 1948). Los ejemplos de canto gregoriano pertenecen al Liber usualis.