“Antígona” y el quiebre entre ley promulgada y ley no escrita ¿Puede la ley natural ser cambiada justamente por la autoridad humana? ¿Existe una ley objetiva y otra subjetiva? ¿Existe una ley objetiva para toda la humanidad que debe ser respetada? Éstos son algunos de los interrogantes que nos interpelan desde Antígona ,o tal vez desde la época de Sófocles, y que marcan parte del pensamiento y sentimiento social de la época. Antígona va a cuestionar a Creonte por una decisión arbitraria, que contradice la ley divina, ante una masa popular voluble ,que adhiere al que la deslumbra con atractivos argumentos y poco piensa por sí misma. Finalmente el planteo subyacente irá aflorando a la superficie, y a Creonte y Tebas les costará caro su aprendizaje. Parece existir leyes que son divinas, las cuáles ningún humano tiene derecho a manipular a su antojo sin sufrir las consecuencias. ¿No es esto lo que pasa con el poder de la “democracia” griega? ¿no son los sofistas aliados a los caudillos los que manejan la voluntad del poder a su antojo? ¿No es molesto por eso Sócrates, el tábano de Atenas?....Una ciudad signada por el relativismo y el nihilismo reinante que trastoca los valores.¿No debe ser arrancada con él la verdad que molesta? Pero luego de él vendrán ya no uno ,sino muchos filósofos jóvenes que pedirán cuentas a la ciudad, esas personas que Sócrates guiaba y acompañaba en el descubrimiento de la virtud. ¿Podrá la muerte tapar la verdad cuándo ésta rezuma por los poros? Argumento de la obra Las tragedias de Sófocles se caracterizan por desarrollar su obra en el medio de una historia que ya empezó en el pasado y de la cuál se ven las consecuencias. Edipo habría dado a sus hijos la orden de turnarse en el poder un año cada uno. Esto no había sido cumplido por Etéocles, Polinices habría decidido entonces aliarse a poderes extranjeros a Tebas, los Ageos, para recuperar el poder. Durante la batalla ambos habrían muerto, sin embargo sólo Polinices había “traicionado” a su pueblo. Creonte promulga la ley de enterrar con honores a Etéocles, por morir éste heroicamente; y que a su hermano Polinices nadie le honre con sepultura ni lo llore. Antígona lo entierra y luego los centinelas vuelven a desenterrarlo. Por lo que Antígona lo entierra por segunda vez y es capturada. Creonte la interroga del porqué de sus acciones y sus ofensas contra la ley impuesta por él. Antígona dice que rompió con la ley promulgada porque no se ajustaba a ley divina (ley que nadie sabe cuándo apareció pero que parece universal y eterna según el texto); por eso ella debía cumplir la ley divina temiendo más el castigo de los dioses que el de los hombres. Creonte, ante esta situación, decide matar a Antígona, como decreta su ley. Hemón, le dice a su padre que esta faltando a la justicia si la mata, según lo que juzga la ciudad. El anciano Tiresias presagia al rey muchos males sino se vuelve atrás para con lo decretado y hecho con el cadáver de Polinicies, pero él se niega y lo acusa de hablar por dinero. Pero el anciano insiste: “alguien de tu casa morirá”. El coro recomienda volverse atrás, liberar a la muchacha, a quien Creonte tenía apresada, y preparar la sepultura al que yacía insepulto. Finalmente Creonte se vuelve atrás reconociendo que no es la mejor resolución el vivir observando las leyes establecidas. Pero llega tarde: al ver que Antígona se ahorcó en su prisión, Hemón se ha suicidado: todo culpa de la sentencia del padre. Creonte reconoce su culpa, reconoce la justicia pero la catástrofe sigue: Eurídice (su mujer) también se ha quitado la vida. Creonte se vuelve a culpar y pide ser expulsado. El coro destaca la necesidad de la prudencia para ser feliz. Relación con los sofistas y el período pre-socrático de la Filosofía “Antígona” representa de alguna manera cierta crisis que se dio en el pensamiento de su época en Grecia, entre los s. V y IV a.C. Hasta entonces la filosofía se había ocupado del cosmos, del orden del universo. Desde los inicios de la filosofía está el cuestionamiento acerca del principio constitutivo, del origen del universo, de la causa que da inicio a todo lo que existe. El mundo estaba ordenado de acuerdo a un régimen de justicia, del que participaba el hombre gracias a su capacidad de conocer estos principios. Así, el hombre, con su “administración” de la justicia, participa del orden del universo, no sólo ordenándose a sí mismo, sino también ordenando al mismo universo. Lo que se ha dicho, se ve reflejado en “Edipo Rey” y en “Antígona” (que es continuación de la primera). Culpa de las injusticias de los hombres, se desordena el mundo en que viven: sobrevienen catástrofes naturales (se arruinan las cosechas, la tierra está infectada; hay hambre); y desastres entre los mismos hombres: así por culpa de la impiedad de Edipo y de Creonte, mueren a su alrededor muchas personas. Pero esta mentalidad comienza a resquebrajarse. Los filósofos de la “physis” han dado lugar a los del “ser”. Se han dado cuenta de lo intrincada que es la realidad, la dificultad de penetrarla y conocerla a través de la razón; descubren que a través del razonamiento se puede llegar a conclusiones erróneas... y llegarán, algunos, incluso a desilusionarse al descubrir el potencial que encierran la razón y el lenguaje en sí mismos, al punto de afirmar que TODO es demostrable, que por lo tanto sólo cabe la opinión, que no existe objetivamente la verdad. Esto plantea una crisis en el mundo democrático. ¿La democracia participa realmente de la verdad? ¿La verdad y lo justo es lo que se decide por consenso? ¿Todo lo que determinemos es lo recto y lo que se debe hacer, simplemente por estar decidido por aquellos en quienes se depositó la autoridad? Antígona lleva nuestra mirada hacia una verdad objetiva y una justicia que están más allá de las determinaciones de los hombres. El deber de enterrar a TODOS los muertos está inscrito por los dioses en el corazón, y es inamovible. La justicia humana, la ley del hombre, no es buena en sí misma: debe adherir a un principio que está más allá; a un orden que ya está determinado. La ley, entonces, no determina el orden del universo. El universo ya está ordenado. Creonte ha promulgado una ley que contradice lo escrito por los dioses antes de ninguna ley humana. Ha obrado por capricho, y su ley, de hecho, no es justa... Aquí cabe la pregunta: ¿La justicia humana es verdadera y justa en sí misma? Incluso Creonte da sustento a su decisión: hay un traidor y un héroe. Al héroe se lo debe enterrar; al traidor NO. Pero ¿todo es cuestión de opinión? ¿La razón es capaz de justificar, y más aún, de HACER JUSTA cualquier “verdad”, cualquier ley? ¿En qué plano está la razón, la filosofía, frente a la verdad? Incluso en “Antígona”, podemos interpretar cierto golpe a la idealización de la democracia. El CORO (la ciudad) se muestra, al principio, a favor de la decisión de Creonte, luego adherirá a la decisión de Antígona, pero será dominado por el temor. Así vemos que la mayoría puede ser manejada, puede equivocarse, puede no conocer la verdadera justicia. La democracia no es absoluta. La verdad no es opinión ni consenso. Los sofistas relativizan todos los sistemas humanos y hacen filosofía por dinero, prestando más atención a la forma que al fondo de las cuestiones. Creonte ha relativizado su poder, su autoridad, desligándola de una verdad objetiva y absoluta: la determinada por los dioses. Él es la LEY. Antígona nos dice que hay una verdad objetiva, que hay una cuestión más profunda. Nos dice que hay una orden, y que ese orden está en todo hombre, que es inmutable y universal, y que el hombre es parte de ese orden, pero no su dueño. De hecho, ante el descubrimiento del potencial de la razón y de la palabra, de la capacidad del hombre, a la vez que de su límite y de su “participación” dentro de un orden que él no establece; el eje de la filosofía comenzará a desplazare desde al COSMOS hacia el HOMBRE. Autores: Pedro Giudice, Martín Clavijo, Guillermo Reales, Sebastián Achcar, Tomas Sodor, Matías Palacios, Gustavo Kinbaum.