Algunas reflexiones sobre el tema de lo inverosímil y maravilloso en el "Persiles de Cervantes ANTONIO GARROSA Entre la infinidad de temas y aspectos dignos de interés y de estuidlo que le obra genial de Cervantes nos presenta, y aunque naturalmente no sea una de los elementos daves en su pensarniento, podemos detenernos a considerar brevemente lo que la literatura cervantina contiene de maravilloso, irreal e inverosímil. Y .me ha •parecido más interesante fijarme principaltnente en Lós Trabajos de Persiles y Sigismunda, por ser en esta novela, la obra póstuma del escritor (mucho menos conodda par supuesto que El Quijote), donde su pensamiento y capacidad creadera reflejen con mayor conocimiento, toda la experiencia de su larga y fecunda vida. Acerca de los componentes inverosímiles de la novela, hemos de tener en cuenta, evidenteniente, el genero bizantino en que esta se inserta, propio de la época en que Cervantes la escribe; genero como es sabido, tan propenso a las .aventuras y acontedmientos maravillosos, desde sus antecedentes y autores más antiguos: Heliodero de Emesa y Aquiles Tacio. 1,06 naufragios, superación de •eligros insalvables, esfuerzos sobrehumanos y encuentros insospechados, abundan por doquier en este genero novelesco, y en nuest-m literatura castellana, varios siglos antes de Cervantes, ya había quedado suficiente constanĉia de este tiPo de aventures y peripecias, en una novela de temática próxfnia a- bizantina: El Libro de Apo. lonio. El Persiles no escapa a esta corriente, sino que, por el contrario, aCent ŭa hasta límites insospechados didhos rasgos, Con abundancia idie hechos y noticias maravillosas, cuyo resultado es, como acertadamente esribe Avalle-Arce, que <todo el • Persiles es un columpiarse entre lo verosírnil - y lo inverosímil» Por lo d'ernás, el mismo Cervantes, al hacer a lo largo de la novela una crítica de su propia narración, sefiala tepetidamente este caránter fantástíco de los hechos novelados, para, no obstante, insistir sobre su veracidad. Así el itailiano Rutilio, untes de comenzar su historia, dice: Tuan Bautista AVALLE-ARCE, edición crítica de Los trabajos cle Persdes y Sigismunda, Clásicos Castalia, Madrid, 1969. La cita, en nota al pie de la p. 88. Todas 1as citas que se hagan del Persiles a lo largo del trabajo, estarán referidas a esta 24 ANTONIO GARROSA «... aunque temo que por ser mis desgracias tantas, tan nuevas y tan extraordinarias, no me habéis de dar crédito alguno» 2• Y, enlazando con esta preyención a la que se refiere el juicio antes indicada de Avalle-Arce, no puede ser más significati ya la respuesta de Periandro: «En las que a nosotros nos han sucedido (desgracias o aventuras) nos hemos ensayado y dispuesto a creer cuantas nos contaren, puesto que 3 ten - gan más de de lo imposible que de lo verdadero». (Persiles, I, 7, pág. 88). Y por no extender los ejernplos, ya casi al final de la obra, encontrarnos otra afirmación de este tipo, mucho •más explícita en este caso, y además puesta,•no en labios de ningŭn personaje, áno en los del propio autor --Cervantes-- quien frecuentemente se hace presente en la narración: «Cosas y casos suceden en el mundo, que si la imaginación, antes de suceder, pudiera hacer que así sucedieran, no acertara a trazarlos; y así muchos, por la raridad can que acontecen, pasan plaza de apócrifos, y no son tenidas por tan yerdaderos como lo son; y así es menester que lés ayuden juramentos, o a •o menos el buen crédito de quien los cuenta; aunque yo digo que mejor sería •no contarlos, segŭn lo aconsejan aquellos versos castellanos, que dicen: 'Las cosas de admiración no las digas ni las cuentes; que no saben todas gentes cómo son'» 4. ( Cervantes usa abundanternente de esta táctica a lo largo de la navela, repitiendo a menudo que las cosas increlbles, aunque ciertas, es mejor no contarlas para no dar lugar a la desconfianza. Pero lo curioso es que Ceryantes, tras esta preparación sicológica de la mente dél lector, no duda. en contarlas por rtnedio de sus personajes y se recrea en ell•s, llevando la yerosimilitud del "Persiles a límites inconcebibles. Cuán lejos nos encontramos en este aspecto 2 •Persiles, 1, 7: ed. cit., p. 88. Con el fin de . no aumentar excesivamente el n ŭmero de . notas a nie de página, la notación de citas tomadas del Persiles, obra comentada, se liará a continuación del texto, indicando, como acabamos de hacer, el nŭmero correspondiente al libro y al capítulo, y la página, referida esta a la mencionada edición de Castalia. 3 «Puesto aue», como equivalente a la conjunción concesiva actual «aunque». 4 Persiles. III. 16, p. 381. Los versos citados pertenecen al Marques de Santillana, Proverbios, LXII. Se ve que Cervantes citó de memoria, pues el texto de Santillana varía ligeramente: «Los casos de admiración / non los cuentes, / ca no saben todas gentes / cómo son». ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 25 de la técnica novelistica del Quijote, donde todas las circunstancias y aventuras maravillosas que se narran, tienen, más pronto o más tarde, su explicación lógica, en la que de paso, Gervantes suele hacer gala de su humorismo 5. Aparte de las aventuras que sobrepasan los límites de la naturaleza humana y de toda probabilidad, de las que está corrupletamente sembrado el Persiles, se dan cita también en la obra, ide forma, si no tan abundante, al menos representativa, toda una serie de noticias y acontecimientos que tienen que ver con la hechicería y las ciencias ocultas en general: adivinaciones, práctica de la astrología judiciaria, casos de brujería y licantroph, conjuros, fil'tros y bebedizos, aparición de animales fantásticos y, sobre todo, los dos casos en los que operan hechizos maléficos sobre el joven bárbaro Antonio (capítulos 9 •al 13 del libro II) y sobre Auristela al final de la novela (capítulos 8 al 10 del libro IV). Cervantes narra todos estos hechos increíbles y, aunque a veces manifiesta sus precauciones, no deja en otras muchas ocasiones de mantener una actitud ambigua frente a los mismos. /11 qué se debe esta actItud cervantina? Cree Cervantes en la magia y la brujería tal como aparecen en su novela? Oirepta la posibilidad de los encantamientos y hechizos, o utiliza todo esto como un recurso o procediniento al servicio de la trama —deliberadamente irreal— de su obra? ,hemos de creer con don Marcelino que «por idebilidad senil» 6 acudió a olos prestigios algo pueriles de la maeia»? 7. En cualquier caso, habremos de volver sobre el tema a lo largo de estas páginas. * * * •Tenemos en el Persiles ejemplos de la práctica de •a «astralogía judiciaria», o ciencia de los astros puesta al servicio de la adivinación. DOS personajes son maestros en esta ciencia: el irlandés Mauricio, que aparece en el capítulo ,12 del Libro I y el sabio español Soldino, a quien los peregrinos encuentran en su viaje a través de Francia (libro III). . • El noble Mauricio atribuirá al exito de sus observaciones y de su ciencia, el feliz encuentro con ,su hija Transila, típico caso de anagnórisis en la novela - tine: bizan «Si mi ciencia no me engaria, y la fortuna no me desfavorece, próspera habrá sido •a mía con este hallazgo». (I, 12, pág. 109). 5 Wase, a modo de ejemplo, la aventura de la cabeza encantada y su explicación posterior, que será una burla más entre las muchas que Don Quijote ha de soportar. Quijote, II, 62. 6 tMENÉNDEZ Y PELAYO, M., Historia de los Heterodoxos Espaitoleš, Madrid, Editorial Católica, 2.• ed. 1975, vol. II, p. 278. 7 MENENDEZ Y PELAYO, M., Op. cit., p. 278. 26 ANTONIO GARROSA completando más tarde la explicación a• respecto, ante eI asornbro de, los personajes que le oyen, al contar sus•ocupaciones tras la desgraciada desaparición de su hija: • «Ya sa.bes, hermosa Transila, querida hija, cOmo en mis estudios y ejercicios, entre otros muchos gustosos y loables, me llevaron tras los de la astrología judiciaria... Vieridote, pues, perdida, note el p ŭnto, observe los astros, mire • el aspecto de los planetes, seriale •los sitios y casas n.ecesatios para que respondiese mi trabajo a mi deseo... Con todb esto, alcance que tu perdición había de durar dos arios, y que te había de cobrar en este día y esta parte». (I, 13, págs. 115-116). Observemos la ex.actitud de los resulta.dos , que a Mauricio le proporciona .su ciencla. A pesar de considerarse u.n aprendiz en la misma, y de no tener el cŭmulo de experiencias .que posee «el rnejor astrOlogo del mundo» que es el dem.onio, segŭn Ma.uricio aclara en este tnismo pasaje, logra alcanzar„ mediente su clencia y , estuclio, el día y el lugar exactos,•la supuesta y semidesierta isla die Golandia, donde reencontrará a su hija. Interesantes en extremo resultan los conceptos aquí expuestos por Cervantes, en torno alos modós y formas de lai práctica judiciarla, y las creenclas en que esta se apoya. En •a misma línea .se inscribe el asunto que da título al capítulo 18 del libro I, «Donde Mauricio sabe por la astrología un mal suceso que les avino en el mar». Ya no nos extrafia que, sin ningu.na preparación deliberada al respecto, Mauricio pueda .prevenir a los navegantes de «que si la buena .s•uerte les escapa.ba 8 d'e una mala que les amenazaba muy propincua. , tendría. buen suceso su viaje; y que el tal peligro, puesto que era de agua, no había de suceder, si sucediese, por .borrasca ni tormenta de mar ni de tierra, sino por traición mezclada y .aun•forjada del todo de deshonestos y lascivos deseos». (I, 18, pág. 219). Y parecidas premoniciones tendrá Mauricio durante .el . s.uefio que ie inquieta en•el mismo capítulo, y dei que•todavía le quedará temor cuando despierte,..hasta que, efectivamente, sus- vaticinios se cumplen y, al final, se ven sorprendidos por el peligro de naufragio, que no procede de los dernenttos, sino, como había pronosticado el .astrólogo, de la traición y lascivos deseos de unos . marineros. (I, 18 y 19, pág. 138). 8 La forma verbal escapaba está aquí utilizada con el valor transitivo, prácticamente hoy en desuso, de la acepción segunda que contempla el Diccionario de la Academia, como equivalente a «librar, sacar de un trabajo, mal o pelígro», pues, en otro caso, estaríamos ante el uso irregular, de acuerdo con la sintaxis actual, del verbo escapar con complemento objeto directo de persona. Nétese además la forma leísta, usual por otra parte en C,ervantes, en que aparece el objeto directo pronominal, •y no sólo referido a persona como en este caso, sino tambien y muy frecuentemente, -referido a cosa. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 27 •: Iguahnente Mauricio previe.ne los peligros que, para nuestros viajeros, represeritan los audaoes y - no muy apropiados deseos amorosos ded viejo rey Folicarpó, quien sirviendose clel engario, proyecta retener en la islá a Auristela para casarse can ella: «Mauricio, también deseoso de volver a su patria, acudió a su ciencia, y halló en ella que grandes dificultades habían de impedir su partida». (II, 7, 2. a parte, pág. 198). Con parecidas características nos presenta Cervantes (dentro del para144mo que la crítica ha serialado entre las dos mitades del Persiles, libros I por un lado y libros III y IV por otro) la figura venerable del sabio Soldino, ancianci espariol, poseedor carno Mauricio del arte de la adivinación, que vive sus ŭltimos aricis llevando a ia práctica el modelo más puro del ideal de .«vida retirada», lejos dei bullicío y las preocupaciones del mundo de la corte. De este modo Cervantes vuelve una vez más en su obra, como ya lo hiciera en La Galatea y en El Quijote, sobre el tema clásico de ia exaltaCión de la naturaleza, que tanta fortuna •tuvo en nuestra literatura del Siglo de Oro, descle Garcilaso a Lope de Vega, pasando ‘por Fr. Antonio de Guevara, Fr. Luis de León y tantos otros autores 9. Soldino es tambien astrólogo y así, tan pronto como aparece, en acción dentro de •a novela, se •e tacha de mago porque adivina el peligro ai que están expuestos los viajeros: «Éste, sin duda, debe ser mágico o adivino, pues predice lo por venir». (III, 18, pág. 393). comenta Croriatno, personaje frances que aparece en esta parte de la narración. Soldino puntualiza, colocándose en su Papel exacto: ' Pero • «No soy mago ni adivino, sino judiciario, cuya ciencia, si bien se sabe, casi enseria a adivinar». (III, 18, pág. 393). Las dotes. adivinatorias de Soldino se ponen de manifiesto una vez más, cuando anuncia la fuga del criado Bartdlome con todo el equipaje de los peregrinos, y su posterior vuelta, ya arrepentído, para devolver las pertenencias de estos, cosa que efectívamente sucede, tal como estaba pronosticada, un poco ás adelante, acredítándose la ciencia del adivino 1°. • " " 9 Cervantes nos presenta en Soldino un personaje capaz de pronosticar los «futuros» exitos de Don Juan de Austria y el triste final del rey Don Sebastián de Portugal; Persiles, III, 18, p. 396. Adviertase tambien, en la exposición que hace Soldino sobre las excelencias del genero de vida que lleva, el paralelismo, al menos parcial, con los razonaMientos que hace Juan Labrador, en la comedia de Lope sobre el mismo tema, El villano en su rincán. • 10 Persiles, III, 18, p. 397 y 19, p. 398-399. 28 • ANTONIO GARROSA En otro orden de cosas, debemos fijar tambien nuestra atención en el pasaje de la cueva de Soldino, que sirve de acceso imprevisible al maravilloso prado —recreación del «locus amoenus»-- donde el anciano español tiene el seguro y apacíble refugio en el que transcurren sosegadamente sus días, dedicados a la contemplación y ai ejercicio de la vida retirada. De nuevo aquí Gervantes se siente en la necesidad de jugar con los litnites de la ctedibilidad de su historia, antes de introducirnos con la imaginación: en ia cueva y en los idílicos prados de Soldino: «Otra vez se ha clicho, que no todas las acciones verisímiles ni probables se han de contar en• las historias, porque si no se les da credito pierden de su valor; pero al historiador no le conviene más de decir la verclad, parezcalo o no lo parezca». (III, 18, pág. 395). Como es corriente en el Persiles, la crítica dubitativa sobre la verosimílitud de lo narrado, estará hecha desde una postura ajena, externa a la novela, atribuyendo la descripción de este «locus amoenus» —sobre cuya veracidad o falsedad no se pronuncia el crítico—, a «el qu :e escribió esta historia», disociando así en el escritor su doble faceta o personalidad de autor-narrador y de autor-crítico de su propia obra. Estamos ante un recurso literario frecuentemente utilizado por Gervantes en el Persiles y de forma más clara aŭn en el Quijote, mediante la genial y original ficción de la figura de Cide Hamete 11• Por lo dernás, el pasaje de la cueva de Soldino, al menos en principio, nos Ileva ineludiblemente a ,pensar en su semejanza con el fantástico episodio de la cueva :de Mantesinos, protagonizado por don Quijote 12. No menos maravilloso que este prado de Soldino .al que nos referimos, de Groenlandia, descrito resulta el elevado lugar de lejana y :nevada final de la novele, en el que se asienta el monasterío de Santo Tomás. E,l narrador. en esta ocasión es Seráfido, ayo de Persiles, quien hable de las excelencias dcl sitio, difícilmente comprensibles para la mentalidad meridional del Italiano Rutilio que le escucha. Y. Cervantes, sirViéndose de su personaje, deja desbordar la imaginación forja•a en sus varias lecturas —documentadas o no-- sobre la geografía de los países septentrionales: «Está la isla sepultada en nieve, y encima de una montariuela está una fuente, cosa maravillosa y digna de que se sepa, la cual derrarna y vierte de sí tanta abundancia de agua y tan callente, que Ilega al mar, it Ha de tenerse en cuenta que este tipo de autocrítica no es nuevo en nuestra literatura, pues, aunque con caracteres y en circunstancias algo distintas, había sido ya practicado por el Infante Don Juan Manuel en su Libro de los estados. 12 Quijote, II, 22 y 23. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. • 29 y por muy gran espacio den•ro dél, no solamente le desnieva, pero 13 • le calienta, de modo que se recogen en aquella parte increíble infinidad de diversos pescados, de cuya pesca se mantiene el monasterio y toda •a is•a, que de allí saca sus tentas y provechos», (IV, 13, pág. 470). Y Cervantes acepta•—o parece aceptar— la •ealidad de esta fantástica descripción, sin hacer ningu•a crítica sobre la rnisma. • Hemos de notar, por otra parte, en lo que .se refiere a los pasajes del Persiles que tratan de las técnicas adivinatorias, que éstas se •reducen prácticaniente a la astrología. Es •osible que C,ervantes conociera al menos algunos de los ejemplos de tales prácticas en nuestra literatura anterior. Detalles sobre adivinación mediante la observación de aos astros, encontramos, entre otros lugares, en el Auto de los Reyes Magos, en ei Libro de Alexandre 14, y en el Sendebar 13 . Pero en la literatura medieval se dan otras prácticas adivinatorias mediante los conjuros, la magia o ia necromancia, fórmulas todas ellas que •ara nada aparecen —con esta finalidad- en el Persiles. Y además, resutlta curioso observar que, como corresponde a las exigetncias de la ciencia que practiean, los dos .astrólogos que Cervantes nos •resenta en su novela, san hombres maduros y prudentes, pero sobre todo son sabios, como sucede también en los ejemplos literacrios a los que antes aludíamos. Otro tipo de anticipación •profética, de enorme facilidad —es naturalpara el autor-narrador Cervantes, pero totalmente •inveros•mil si la consideramos aisladamente desde dentro de la novela, es la que se da en el extraordinario museo dei monseñor romano, donde se encuentran unas tablas que tienen escrito el nombre de poetas famosos que lo «habían de ser en los siglos venideros» y así .aparece a•lí el nombre de Torcuato Tasso y la referencia a su Jerusalén libertada. (IV, 6, pág. 440). Naturalmente que ésta resulta una «adivinación» cómoda para Cervantes, pues escribiendo en el segundo decenio del siglo xvii, se •permite «profetizar» sobre .un poeta que vivió en la segund• mitad del siglo xvi. Y lo curioso es que Cervantes, que ya había utilizado antes este recurso en obras como La Numancia 16, donde sernejante profecía tiene •n valor de exaltación patriótica, lo utiliza •tambi • n en el Persiles sin ninguna justificación aparente —como .no sea la cie la ironía humorística-- • hata tál punto que, coincidiendo con lo que ye hemos apuntado, y por medio de Periandrc>, el autor hace la critical del pasaje, jugando una vez más con los limites entre lo inverosímil y lo francamente increíble: 13 «pero», equivalente al actual «sino que». 14 Véase, por ejemplo, el Libro de Alexandre, estrofa 2604 en la edición de Raymond S. Willis, Jr., texto «O»; Princeton University Press, 1934, p. 449. 15 Sendebar, edición de J. F. Keller, Valencia, Castalia, 1959, p. 5. 16 La Numancia, edición de R. Marrast, Salamanca, Anaya, 1970; Jornada I, versos 441-528, p. 53-56. C,orresponden estos versos a la intervención profética de la personificación del rio Duero. Hay más ejemplos de este tipo en la obra: intervención de la Guerra, Jornada IV, versos 1976-199&. 30 • ANTONIO GARROSA • «Duro se me hace creer que de tan atrás se tome el cargo de aderezar las tablas donde se hayart de pintar los (poetas) que están por venir, que en efeto en esta ciudad, cabeza del mundo, están otras maravillas de mayor admiración» 17• Otros sucesos inverosímiles o maravillosos de diversa índole aparecen también en el Persiles, como la alusión a la extraria lluvia, no procéclente del cielo, áino provocada por da aparición de unos terribles vestiglos o móristruos Marinos, de los que Cervantes tiene ,noticia a través de la versión italiana dé la HiStoria de gentibus septentrionalibus, famoso libro del Arzobispo de Upsala, Olaus Magnus, acerca de la geografía de los países dél norte de Europá. Cervantes denomina erróneamente «náufragos» a estos monstruos márinos, en la acciclentada narración de •as aventuras de Periandro: «En esto vi alzar y poner en el navío ún cuello como de serpiente terrible, que arrebatando un marinero, se le engulló y tragó de improviso, sin tener necesidad de mascarle». (II, 15, pág. 240). •gualmente sorprendente •resu•ta el episodio de la doma_por Periandro de • un caba•lo •salvaje del rey Crati•o de Bituania•, serior de los mares helados. Periandro cu•nta cómo montó esre caballo, y d•ndo un tremendo •alto, le hizo vola• por el aire desde lo alto de una •oca, hasta la superficie helada del mar, resultando absolutamente ieso, cuando todos daban por cierta su muerte. Tan patente resulta la dificultad del hecho, que inmediatamente surge la crítica, expresada en este caso por la duda del noble Mauricio: «Duro se ie hizo a Mauricio el terrible salto del caballo tan sin lisión: que quiera él, por lo menos, que se hubiera quebrado tres o cuatro piernas, .porque no dejara Peria•dro ta .n a la cortesí• de-los• que le escuchaban la creencia de tan desaforadO salto; • pero el crédito que todos tenían de Periandro les hizo no pasar adela•te con la dud• del no creerle: que, así como es pena del mentiroso, que cuando digaverdad no • se le crea, así gloria del bien acreditado el ser creído . cuando diga mentir•». (II, 20, págs. 266-267). Una vez más coloca Cervantes a1 lector en este pasajé, pór • ncima del punto extremo donde puede llegar lá credibilid'ad otorgada a . 1a novela, Pero. sin dar una explicación lógica que justifique la •antaSía derinchada, como. vemos sucede puntualmente en el pisoctio —en alguna forma-similar este17 Persiles, IV, 6, p. 441. Observese la ambigŭedad e imprecisiOn de este párrafo • cervantino, falto seguramente del repaso posterior del autor, que lo hubiera corregido y precisado, haciendolo más claro y, de paso, más correcto desde •el punto de vista sintáctico, ya que la segunda parte del discurso no encaja, de ning ŭn modo, con el aspecto y el sentido l ŭgico de la primera parte del mismo. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 31 citie -aParece en el Quijote: el fabuloso e imaginario viaje de doaa Quijote y Sanclo, caballexos ambos -a domos de Clavilerio 18• DeSde otro punto de vista distinto, hemos de oonsiderar la oreencia fantástica que Sustentan loš habistantes de la Isla Bárbara dande —de acuerdo con da técniCa narrativa de «in media res», comienzan las aventuras de. la noveln'y las primeros peligroS ciertos para los protagonistas de da misma. Repe.tidamente se refiere Cervantes a lo largo de la obra, al «vano asunto» de la profecía y creencias de ks habitantes de da Istla Bárbara, cuyo contenido exacs no . sabémos desde principio por la doncella Taurisa, quien explica a Periandro cómo ha sido traída esta insula, donde dicen que estamos, la cual es habitada de. unos bárbaros, gente indómita y oruel, los cuales tienen entre sí por cosa inviolable y cierta, persuadidos, o ya del demonio, o ya de un antiguo hechicero... que de entre ellos de salir un rey que conquiste y gant gran parte del triundo; este .rey que esperan no saben quién ha de ser, para salyerlo, aquel hechicero les dio esta orden: que sacrificasen todos los hombres que a su ínsula llegasen, de cuyos corazones, digo, de cada • uno de por sí, hiciesen polvos, y los cliesen a beber a los bárbaros más principales de la insula, con expresa orden que, el que los pasase sin torcer :rostro ni dar muestra de que le sabía mal, le alzasen por ha de ser éste el que ccmquiste el mundo, sino un hijo rey; pero Suyo». (I, 2, pág. 57). Como es naturad, Cervantes se burla cuantas veces puede de esta supers. tenida por la imaginación de unos bárbaros, . ante creencia; sos ticiasa y aberr seres inferiores según el plan por êl concebido para su novela. Sería ésta una manera de mostrar de forma patente, la enonme distancia que.en el terreno de do ético, lo anoral y lo intelectuad, existe entre estos primeros y casi anótámos personajes y los protagorlistas, Periandro y Auristela, seres absolutamente idealizados que, bajo la apariencia de ,hermanos y con estos nombres ,fingidos, enoarnan las más elevadas perfecciones humanas que Cervantes puede itnaginar. Es curioso cómo, al resaltar el carácter bárbaro y primitivo de esta .creendia en. los retrasados salvajes, emplea Ceryantes —quiiá no de forma inadvertida— ed arcaísmo «ínsula», en lugar ded vocablo usual en la épocá, «isla» que aparece normalmente en toda da novela.. Pero lo más • norable del caso es. que Cervantes,•que fustiga esta: vana superstición, fundada en 1 -he'chiceria, va caer personalmente, como . veremos: más. adelante, en otras no mucho menos absurchs que inoluye en su narración y ftente a las cuales, en el mejor de los casos, sostendrá como narrador una• actitud ambigua,. * 18 Quijote, II, 41. 32 ANTONIO GARROSA Dentro de este rápido bosquejo que estamos haciendo de los aspectos inverosímiles, maa-avillosos o fantásticos que aparecen en el Persiles, conviene destacar por su importancia, de forma muy especial, tres historias o acontecimientos relacionados directamente oan la prktica de las artes ocultas, hechicería, magia negra y brujería, ingredientes éstos que se dan cita, solos o en conjunto, en la historia de Rutiliiio y eni los episodios correspondientes a las enfermed.ades del joven Antonio y de Auristela. Sin duda tenemos en estos capítulos, los detalles •más interesantes del Persiles en torno a lo maravilloso y lo inverosímil. Y son tanto más para destacar en este postrera obra de Cervantes, cuanto que el escrítor se •a burlado normalmente de estos temas en su producción literaria anterior, si exceptuamos el caso de El coloquio de los perros, donde, con •a historia de las viejas hechiceras Camacha, Montiela y Cariizares, contada por esta úliti .ma, se describen profusarnente ejemplos variados de prácticas de magiu, brujería, conjuros, mutaciones de personas, ungiientos, bebedizos, aquelarres, etc., dando cabida a todo el cŭmulo de creencias supersticiosas, que el vulgo de la época sostenía sobre semejantes mujeres 19• Fijémonos en primer lugar en la historia de Rutilio y en los elementos fantásticos que la adornan, o que, por mejor •ecir, son parte importante de la misma. Como consecuencia de su pasión amorosa, que le hace transgredir los condicionamientos sociales de la época y las barreras morales, Rutilio es condenado a muerte, peligro próximo del que le salvará una hechicera, «... que la alcaidesa de la cárcel había hecho soltar de las prisiones y llevádola a su aposento, a título de que con yerbas y palabras había de curar a una hija suya d'e una enfermedad que los médicos no acertaban a curarla». (I, 8, pág. 89). Notemos ya de entrada, que esta mujer une a su condición de hechicera su actividad como médico, al igual que hacía Celestina, quien, segŭn dice Pármeno en la Tragicomedia, «facíase física de nirios» 2°. Pero este ejercicio de la medicina (empleo de yerbas, como serialia el texto) servirá probablemente como una ,mera compariía o tapadera del otro ejercicio, más fiable para ella y también por ella más practicado, de la hechicería, a la que ciertamente se refiere el texto, cuando habla de las «páabras» con que la mujer piensa obtener la curación de la niria enierma. Y no será ésta, como tendremos ocasión de ver, •a única coincidencia de temas y aspectos parciales, entre el Persiles y La Celestina. 19 El coloquio de los perros, ediciOn de F. Rodríguez Marín en el tomo II de las Novelas Ejemplares, Madrid, Espasa Calpe, (Clásicos Castellanos), 1969. La historia completa que refiere la vieja Cafiizares, en p. 286-312. 20 La Celestina, Auto I. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 33 Caro será el precio que pague Rutiffio por su Ithertad: la promesa de contraer matrimonio con su libertadora hechicera, quien sacándole de cárcel sin ninguna difiaultacl, COTI ayud'a de la caria o palo del que las brujas suelen acompañarse segŭn la creencia populer, le conducirá después desde Italla hasta Noruega, en vuelo sobre su manto mágico. La fantasía de Cervantes no conoce aquí límites, a pesar del contrapunto crítico que como precaución, por lo que atañe al campo de la fe, introduce con las palabras de Rutilio, al confesar éste que «como cristiano bien enseñado, tenía por burla todas estas hechicerías —como es razón que se tengan—...». (I, 8, pág. 90). En definitiva, supuesto lógicamente que Cervantes no creyera en ninguna posibilidad semejante, tenemos a Rutilio amaneciendo en Noruega, después del viaje de cuatro horas en el que, —a pesar de sus protestas anteriores de incredulidad— .manifiesta que cerró los ojos y se dejó «llevar de los diablos, que no son otras lass postas de las hechiceras», (I, 8, pág. 90). Sin embargo, la parte más fantástica de la historia se desarrolla a continuación, cuando Rutilio se siente abrazar por la hechicera y se percata con horror de que ésta se ha convertido en figura de loba. Hace aquí por tanto su aparición sla creencia fantástica en la licantropía, en una manifestación típica del fenómeno, sobre el que la literatura universal presenta abundantes ejemplos 21 • Esta visión, que «hiela el alma» a Rutilio y «le turba los sentidos» •e da f-uerzas, no obstante, ,para librarse del peligro y del repugnante y deshonesto abrazo, con la ayuda de «un cuchillo que acaso en el seno traía, y con furia y rabia se le hinqué por el pecho a la que pensé ser loba, la cual, cayendo en el suelo, perdi6 aquella figura, y hallé muerta y perdiendo sangre a la desventurada encantadora». (I, 8, pág. 91). COn estas palabras de su historia, podría insinuar Cervantes que la visión dé RutiliO •o es atra cosa que el prod'ucto de su imaginación enfebrecida, después del pánico pasado durante el ,pretendido viaje sobre el manto de la hechicera, ya que ésta, una vez cometido el orimen, se le presenta a Rutiilio bajo su normal apariencia femenina. La fantasía del relato quedaría así circunscritta a la inusitada forma de viajar desde Italia a Noruega, que Cervantes mantiene sin aportar ninguna explicación. Pero Cervantes desaprovecha esta posibilidád y no parece sino que se gaza precisamente en aumentar ia confusión del lector, ya que, inmediatamente después del extrafio suceso, nuestro autor, expresán21 Wase un ejemplo clásico en 3 PETRONIO, Satiricón, cap. LXII. 34 ANTONIO GARROS A dose a través de un anónimo personaje al que Rutilio acaba de contar su desgracia, expone unas ideas completamente contradictorias, las cuales no esclarecen en absoluto •si Cervantes creía o no en dichas historias, o si pretendía inclinar en uno u otro sentído el ánimo de sus lectores: «Puedes, buen .hombre, daz infinitas gracias al cielo por haberte librado del poder destas ,maléficas hechiceras, de las cuales hay mucha abundancia en estas septentrionales partes. Cuéntase dellas que se convierten en lobos, así machos como hembras, porque de entrambos géneros hay maléficos y encantadores. Cómo esto pueda ser yo lo ignoro, y como cristiano que •soy católico no •o creo. Pero la experiencia me muestra lo contrario. Lo que puedo alcanzar es, que todas estas transformaciones son ilusiones del demonio, y permisión de Dios y castigo de los abominables pecados deste •maldito aénero de gente». (I, 8, pág. 92). Cervantes sitŭa en las regiones del norte de Europa —absolutamente exóticas y desconocidas ,para el lector español de la•época— la posibilidad de sucesos fantásticos de este tipo, pues ya sabemos cómo la dejanía, desdibujando los límítes de la realided, contribuye a hacer creíbles las histories irreales, o al menos contribuye a que .se admita ia posibilidad de las mismas. Pero, vto quedamos en que esta maga, física o hechicera, hace su aparición en Italia? 1.\To es en Italia donde le ofrece ayuda a Rutilio para salvade de su desgracia? E Italia es, sini embargo, un país mediterráneo y meridlortal, muy semejante a España y alI que Gervantes conocía muy bien, como podemos ver eni otras partes de ia novela, de modo que, en el caso de Italia, 110 sirve l explicación de la lejanía. Es inŭtil buscar justificaciones para este pensamiento ambiguo que refleja •aquí la obra. A mayor abundamiento, y en línea con lo que escribimos, están los prejuicios y precauciones religiosas que Cervantes coloca en este tnismo pasaje. Per0 cuando parece que racionalmente, o movidb por sus convicciones religiosas, el .autor niega toda credibilidad a•la historia, nos sorprende a renglón seguido con la apelación•a la experiencia de los hedhos, que, de modo incontrastable a su •arecer, prueban 1a existencia de estos «trialéficos y encantadores». Todo, como vemos, parece ordenadb delibetadamente, para provocar admiración en•eít lector por la complicación de ia novela y para que en el mismo lector se produzca la «suspensión» del át ŭrno, t-an reiteradamente perseguida y aludida por GerVantes en toda su obra raria. Pero tenemos todavía más detalles como los examinados, qu• confirman esta Pretensión de ambivalencia, cuandb, bastante más adelante y a propósito de la existencia o no de tales hombres convertidos en lobos, se entabla ima discusión en la que partic•pan Maurichlo, RutIlio y Arnaldo. Aquí se aprecian perfectamente las opiniones contrapuestas, pues ante la firme y tajante de Mauricio que asevera: ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 35 • «Eso de convertirse en lobas y lobos algunas gentes destas septentrionales, es un error grand1simo, aunque admitido de muchos». (I, 18, pág. 133). tenemos ffa actitud, no beiligerante, pero dictada ,por la experiencia, del italiano: «No sé —dijo Rutilio— 10 que sé es que maté la loba y hallé muerta a mis pies la hechicera». (I, 18, pág. 135). Cervantes, :por lo tanto, no se idefine de una martera inequívoca al respecto, pues no resultan convincentes los ejemplos y explicaciones de Mauricio, ni da interverición final de éste zanjado el tema: «Todo eso puede ser —replicó Mauricio—; porque la fuerza de los hedhizos de los maléficos y encantadores, que los hay, nos hace ver una cosa por otra; y quede desde aquí asentad'o, que no hay gente alguna que mude en otra su primer naturaleza», (I, 18, pág. 135)22. con lo que Mauricio, que niega tad posibilidad de mudanza en las personas, admite en carribio perfectamente, posibles casos de «tropelía», entendida, seg ŭn define el Diccionario de la Lengua Española, en su acepción quinta, domo «arte mágica que muda las apariencias, de las cosas». Hay otro aspecto ,parcial del aelato de Rutilio que no debemos pasar por alto en este repaso: nos referimos a la advertencia clare y tajante que, en el momento de comenzar 4211 vuelo, da hechicera hace a Rutilio, para que se olvidie de todas sus devociones cristianas y pilegarias. Sobre esta misma orden vuelve la hechicera, cuando ya en pleno vuelo siente los temblonosos rezos del desdichado. Esta manera de proceder es normal en los casos de hechiceda de los que nos habla la literatura, como se puede apreciar, por ejemplo, en los consejos u órdenes que, a este respecto, da a Teófilo el judío del milagro XXIV de Bereeo, cuando aquél es canducidO a la encrucijada —lugar dondé se ha de celebrar el aquelarre o encuentro con el demonio: Prísolo por la mano la nochi bien mediada, sacólo de la villa a una cruzejada; dísol; 'Non te sanctigues nin te temas de nada, ca toda tu fazienda será cras mejorada'»". Tenemos, pues, documentada en la obra de Cervantes, como en general en toda la literatura, la creencia popular en la relación del diablo con todos Es interesante la lectura integra del pasaje en torno a los temas de licantropia y afines. Libro I, 18, p. 133-137. 23 BERCEO, G., Milagros de Nuestra Señora, XXIV, estrofa 733. 36 ANTONIO GARROSA los procesos o fenómenos de hechicería y brujería, razón por la cual, de tales procesos deben alejarse naturalmente los símbolos o prácticas religiosas, que pudieran poner en peligro el resultado perseguido por estos prooedimientos de magia negra. *** El otro tema que cae por completo dentro del capítulo de las artes mágicas, es el de la enfermedad provocada en el joven bárbaro Antonio y en bella Auristela, mediante la intervención de hechizos y conjuros preparados por ias crueles encantadoras Cenotia y Julia. Ambos episodios son enteramente similares en sus causas y desarrollo, y ponen de manifiesto el paralelismo serialado por la crítica entre las dos partes de la novela: los libros I y II, que arios más tarde se amplían (a manera de recapitulación en muchas ocasiones) en la segunda parte, libros III y IV. En los dos casos aparece oomo causante de los funestos sucesos, el amor desordenado que sienten dos mujeres disolutas por el joven Antortio y por Periandro. Este amor, no correspondido lógicamente, por el corazón puro con que Cervantes dota a nuestros personajes, provoca el despecho y el ansia dé venganza en el ánimo de Cenotia e Hipálita, sentimientos malignos que se manifestarán, de forma directa en el caso de Antonio, e indirectamente, —aquejando con el mal a Auristela-- ert el caso de Periandro. En el largo discurso que al hacer su aparición dirige Cenotia al joven Antonio (II, 8, págs. 200-202) observamos el orgullo con que la mujer alude a su condáción de maga y encantadora, diferenciándola netamente de la más baja y despreciable, para ella, de las hechiceras: «...esta ciencia que no nos enseria a ser hechiceras como algunos nos llaman, sino a ser encantadoras y magas, nombres que nos vienen más al propio. Las que son hechiceras, nunca hacen cosa que para alguna cosa sea de provecho; ejercitan sus burlerías con cosas, al parecer, de burlas, como son •habas mordidas, ag,ujas sin punta, alfileres sin cabeza, y cabellos cortados en crecientes o menguantes de luna; usan de caracteres que no entienden, y si algo alcanzan, tal vez, de lo que pretenden, es, no en virtud dè sus simplicidades, sino porque Dios permite, para mayor condenación suya, que el demonio las engarie. Pero nosotras, las que tenemos nombre de magas y de encantadoras, •somos gente de mayor cuantía; tratamos con las estrellas, contemplamos el movimiento de los cielos, •sabemos la virtud de las yerbas, de las plantas, de las piedras, de las palabras , y juntando lo activo a lo pasivo, parece que hacemos milagros, y nos atravemos a hacer cosas tan estupendas, que causan admiración a las gentes, de donde nace nuestra buena o mala fama: buena si hacemos bien con nuestra habilidad, mala si hacemos mal con ella. Pero como la naturaleza parece que nos inclina antes al mal ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 37 que al bien, no podemos tener tan a raya los deseos, que no se deslicen a procurar el mal ajeno... Puesto que en mudar las voluntades, sacarlas de su quicio, como esto es ir contra el libre albedrío, no hay ciencia que lo pueda, ni virtud cle yerbas que lo akancen». (II, 8, páginas 201-202). Merece la•pena haber hecho esta cita, ciertamente larga, de la obra, por los puntos de reflexión que la misma nos ofrece. En primer lugar hemos de pensar un momento en la figura de Cenotia, singular mujer, espariola de nacimiento (natural de Alhama de Granada) y mora de estirpe. Tan extraria como la del bárbaro Antonio, resulta su presencia en estas regiones del norte de Eurapa, desde su Alhama natal. Su condición de maga, de acuerdo con lo manifestado en su largo discurso, está indisolublesnente unida a su raza y familia árabe. Un punto de reflexión, por •tanto, nsería ya éste: la maga o encantadora, en esta ocasión, es una mujer musulmana, no cristiana, ni siquiera morisca, sino mora por su carácter, educación y personalidad. Recordemos a este respecto que, en los casos de •magia que registra nuestra literatura medieval, pred'otnina la figura del mago moro —o judío-- frente a la prácticamente inexistente (sobre todo tratándose de magia negra mal intencionada, como en este caso) del mago cristiano 24. Un segundo punto de meditación lo tenemos en ol desprecio con que Cenotia habla de las hechiceras, icomo si hubiera tanta diferencia entre los conjuros que éstas hacen, co• el concurso de objetos singulares, y los que ella practica, a base de palabras cabalísticas y hierbas medicinales! En definitiva son las mismas .prácticas, y fltO se comprende fácilmente el orgullo exa •tado y algo pueril de Cenotia. Tercer punto de reflexión: resulta Ilamativa cuandb menos, la idea que Cenotia tiene sobre las hechiceras, presentándolas como engaííadas por el dembnio y condenadas por Dios a causa de sus málas 'artes. Se diría que es un severo moralista quien en este pasaje concreto fustiga a tales mujeres, y no precisamente una de las mismas quien así habla. Y lo más incongruente es que ai final, Ceno•ia acaba su larga perorata confesando también su natural ínclinación a buscar el mal ajeno, esto es, a la práctica de •a magia con in, tenciones malévolas. Ninguna diferencia hay por tanto, en los resultados finales que una•y otras consiguen con sus malhadadas artes. Precisamente por la maldad !de sus .maquinaciones, Cenotia ha tenido que salir de su patria, huyendo de la Inquisición, que persigue a todo género de brujas, magas o hechiceras, hasta asentar en la isia de Policarpo, donde, con la ayuda de su ciencia y sus poderes ocultos, vive holgadarnente atesorando bienes de fortuna. Su mala inclinación y lascivos deseos, le inducen a tentar deshones24 Pueden verse al respecto los pasajes relativos a los magos y encantadores musulmanes, que aparecen en el anónimo Poema de Fernán González. 38 ANTONIO GARROSA tamente la virtud del joven Antonio, quien reacciona en forma muy viva, causando, —de modo involuntario— la muerte del maldiciente Clodio, en justo eastigo —segŭn el pensamiento cervantino— de sus muchas culpas 25. El desaire, por lo demás, provocará el despecho y él afán de venganza en Cenotia, quien ejercitará su ciencia maligna en detrimento de Iia salud de Antonio: «....el cual de allí a d'os días se sintió mal dispuesto, y cayó en la cama con •tanto 'd'escaecimiento, que los médicos dijeron que se le acababa la vida, s•n conocer de qué enfermedad». (II, 9, pág. 206). La enfermedad de Antonio proporeiona el motivo a Cervantes, para prolongar la estancia de nuestros personajes en 4a isla del rey Policarpo, cen la consiguiente ampliación de la trama amorosa y argumental de la novela. También Cenotia une a su condición de maga ja de física o curandera, y en este sentido se explica la petición que iie haee Policarpo, para que «... procurase algŭn remedio a la enfermedad de Antonio, la cual por no conocerla los médicos, ellos no sabían hallarle». (II, 9, pág. 206). Pero será el padre det infortunado enfermo, el bárbaro Antonio, quien intuya lo que de verdad ocurre, y que en Cenotia ha de buscar, no sólo la salud de su hijo, sino también la causante de su pérdkla. (II, 10, pág. 217). La confesión que le hizo su hijo, sobre •la causa que indirectamente provocó la muerte de Clodio, le permitirá descubrir claramente el origen de la enfermedad de Antonio, que los médicos no logran alcanzar. Por eso le vemos más adelante recriminar de forma alrada a la ,mora: «Dame, ieh hechicera! a mi hijo vivo y sano, y luego; si no, haz cuenta que el punto de tu muerte ha Ilegado. Mira si tienes su vída envuelta en algŭn envoltorio de agujas sin ojos o de alfileres sin cabeza; mira, ;oh pérfida! , si la tienes escondida en alg ŭn quicio de puerta o en alguna otra parte que sólo tŭ conoces». (II, 11, págs. 217-218). Obsérvese cómo, a despecho de las protestas y la vanagloria de Cenotia en el acto de su presentación, es aquí tratada como una vulgar hechicera, y se le atribuyen además •os mismos procedimientos ridículos que ella había condenade y de los que se ĥabía burlado. Cenotia no sólo no se rebela contra es'tas acusaciones, sino .que incluso su actuación posterior mostrará lo acerrado de las mismas, pues, tras la conversación con el exasperado padte, 25 Tengase presente hasta que punto cuida Cervantes de que la maldad en el hombre reciba siempre su castigo, por uno u otro conducto, aun en el caso, como el presente de Clodio, de personajes relativamente secundarios y sin especial relevancia dentro de la novela. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 39 ella quedó tan entregada al miedo, que alvidándose de todo agravio, sacó del quicio de una puerta los hechizos que había preparado, para consumir la vida poco a poco del riguroso mozo... Apenas hubo sacado Genotia sus endominados paramentos de la puerta, cuando salió la salud perdida de Antonio a plaza, cobrando en su rostro las primeras colores, los ojos vista alegre y las desmayadas fuerzas esforzado brío». (II, 11, pág. 218). «... Llama la atención lô pueril y lõ ingenuo de los procedimientos utilizados por la hechicera y su recurso a colocar en el quicio de una puerte sus hechizos y conjuros, sobre cuyo contenído nada nos aĉlara Cervantes, pues tan sólo encontramos una referencía posterior —en conversación entre padre e hijo-a la duración de los mismos: «La Genotia .te tenía hechizado, y con hechizos de tiempo sthalado, poco a poco, en menos de diez d.ía.s perclieras la vida, si Dios y mi buena diligencia no lo hub•era estorbado». (II, 11, pág. 219). Cervantes deja muy claro en todo caso, como acabamos de ver, el pod'er de Dios sobre cuantas maquinationes puedan urdir las magas del tipo de Cenotia y cuanras se le ,parezcan. Una vez más, hate su aparición aquí la precaución que Cervantes .muestra en todos los ternas que puedan rozar con materla religiosa. Desde otra perspectiva, podríamos comparar la actuación de Cenotia con la de Gelestina. Es de sobra sabido que Cervantes conocía la obra de Rojas, a la que se refiere en terrninos elogiosos y recrirninatoríos ail mismo tiempo, en los conocidos versos: «libro en mi opinión si encubriera más lo huma-» 26. Las artes de Cenotia y Celestina son 'en definitiva las mismas, por más que su edad, apariencia y ascendencia difieran considetablemente; sin embargo, no nos presenta Cervantes el ebigarrado cúmuio de objetos inverosímiles que utiliza la maga de Vallad1id, en El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena, o que Gtlestina recabará para la confección de su filtro amoroso, ni el graridilocuente —y en alguna medide tarnbien ridículo— conjuro celestinesco con que se invoca a «Plutón, señor de ia profuncEdad infernal» Z7 . Pero donde se van a diferenciar netamente estos hechizos y conjuros, es en los efectos que de ellos se Iderivan: mientras el conjuro ogestinesco es capaz de elterar 26 Quijote, versos preliminares de la primera parte (1605), «Del donoso poeta entreverado a Sancho Panza y Rocinante». 27 La Celestina, Auto III. 40 ANTONIO GARROS A la voluntad y cambiar el corazón de Melibea, hasta reducirlo al «crudo y fuerte amor de Calisto» (suponienclo que Melibea no estuviera ya decildida plenamente, por si misma y sin òl concurso de hechizos ni conjuros a semejante cambio de actitud) 23 , el 'hechizo de Cenotia, por el contrario, se a resquebrajar la salud fisica de Antonio, puesto que, como la prapia hechicera ha confesado antes, «... en mover las voluntades, sacarlas de su quicio como esto es ir contra el libre albedrio, no hay ciencia que lo pueda, ni virtud de yerbas que lo alcancen». (II, 8, pág. 202). Apreciamos en este pasaje, junto a las ideas que ya hemos señalado antes, la clarísima y tajante defensa que hace Cervantes de las más profundas e intimas libertades ,humanas: libertad de espiritu, dé pensamiento, etc., que no se verán afectadas ni limitadas, por grandes que sean las dificultades e infortunios que el hombre haya de sopartar. La misma diferencia observamos, al cornparar este episodio del Persiles . antes, par el con otro igualmente literario, pero mucho más cercano a Cerv tlempo y par pertenecer a un genero literario lambien cultivado par nuestro autor: nos referimos al episodio del Libra V de La Diana de Montemayar, en el que la sabia Feliicia, con el concurso de «la agua encantada» concierta las voluntades de los personajes, de modo que, olvidando sus antiguos amores, se muestren todos felices y conformes con el matrimanio que, el destino o los acontecimientos, les han deparaido. El pensamiento que Cervantes muestra sobre este problema dei libre albedrio en el Persiles, resulta absolutamente coherente con las reservas que, en este aspecto partioular, manifiesta hacia La Diana, en el conocido capítulo del escrutinio de la bibliateca de don Quijote: «Y, pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo acuello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi toclos los versos mayares, y quedesele en hora buena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros» 29. Esta coincidencia de criterios resulta más ,natural si, como supone AvalleArce, los libros I y II *del Persiles se redactaron por los afíos 1599-160030. En este cáso, la redacción de los prilmeros capítitios del Quijote y la de los 28 Tengase presente sobre este problema, la opinión que sostiene Salvador de Madariaga: «Melibea» en Mujeres Españolas, Madrid, Espasa Calpe (Austral), 1972. 29 Quijote, I, 6. 30 Introducción a la edición crítica del Persiles en Clásicos Castalia, que manejamos, p. 16. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 41 dos primeros libros del Persiles, pertenecerían, sobre poco más o menos a la misma época, como por otra parte parecen sugerir las palabras del Canónigo toledano, al final del Quijote de 1605, cuando habla de «cierta tentación que he tenido de haoer un libro de caballerías» (alusión ail futuro Persiles que terminaría Cervantes en 1616?) guardando en él las reglas debidas 31. Los hechizos y filtros a los que Cenotia fía su venganza, que no pueden torcer la voluntad humana como hemos visto, no serán, con todo, tan jocosamente inofensivos como el famoso bálsamo de Fierabrás lo fue para Sancho Panza ". Pero, tras la curación del j loven Antonio, a Cenotia, que ve así desbaratados sus planes e incumpaida su venganza, no le quedará otro consuelo que maldecir «su engariadora ciencia y •as ,promesas de sus malditos maestros». (II, 7, ,p. 250). Y, como es habitual en Cervantes, ia historia de los hechizos idle Cenotia termina con: el justo castigo de la hechicera y de su ingenuo cómplice y valedor, el rey Policarpo: «Supieron los ciudadanos... el mall deseo de su rey Policarpo, y los embustes y consejos de la hechicera Cenotia, y aquel mismo día le depusieron del reino y colgaron a Cenotia de una entena». (II, 17, pág: 252). La otra historia de hechizos, conjuros y filtros que se n•rra en el Persiles, tiene una estructura simiiar y ,muchos •untos de relación con la que acabamos de ver, pero difiere en algunos aspectos interesantes que conviene examinar. Cervantes sitŭa este episodio en Roma, •l final ya del viaje de nuestros peregrinos, y nos va a describir bastantes detalles y pormenores dé la ciudad, como resultado de los recuerdos, ya lejanos por cierto, que guatida de sus estancias en Italia durante los arios • e su juven•ud. En el ambiente de los arios setenta, que todavía conserva e• parte los aires de la Roma renacentilsta, Cervantes nós presenta a Hipólita la Ferraresa, dama que nos recuerda a la Señora Lozana de Francisco Delicado, si no en su lenguaje y degradantes actividades, sí al menos en su vida licenciosa y en sus ocupáciones •gualtnente bajas, aunque mucho m•s refinadas que en el caso de la protagonista de La Lozana andaluza. La «seriora Hipólita» conoce a Periandro por ia calle y se enamora sŭbitarnente de él, procurando atraerle con engario a su casa, para lo cual utilizará •os servicios del judío Zabuión. Periandro rechaza cortés, pero energico, lás insinuaciones de en una actitud simil•r a ia que Observa el joven Antonio frente a Cenotia. Y cuando Hipólita comprende qu • tanto sus halagos como sus falsas acusaciones, no le ayudan nada en sus propósitos, Quijote, I, 48. 32 Quijote, I, 17. 31 42 ANTONIO GARROS A decide confiar a la magia el buen suceso de los mismos. Aquí empezarán las diferencias con el caso de Cenotia-Antonio, pues Hipólita no es maga: habrá de recurrir a los servicios de quien lo sea y así nos encontraremos ante un caso de hechicería o rnagia por encargo. Pero además Hipólita es inteligente y comprende que nada conseguirá atacando directamente a Periandro, aparte de que la pasión que siente hacia él le impide hacerle ningŭn dario. Por eso, presintiendo en su corazón mordido por los celos, que no la fraternal, sino otra m.uy diferente, es la verdadera rélación exItente entre Periandro y Auristela, decide que sea ésta quien sufira el rigor de su despecho: « iVálame Dios, que ,me parece que en este ,punto he hallado el de mi remedio Alto! Muera Auristela! Descŭbrase este encantamiento; ...pongamos siquiera en plática este disignio, enferme Auristela; quitemos su sol delante de los ojos de Periandro; veamos si, faltando la hermosura, causa primera de adonde el amor nace, falta también el miismo amor...». (IV, 8, pág. 449). Hasta aquí el propósito de Hipólita, con el que indirectamente pretende conseguir que Periandro correspondia a su pasión amorosa, como si esto bastara para enfriar el enoendido amor que siente por Auristela Y el instrumento, también interpuesto, de su venganza, lo encontrará en otra mujer, pérfida y cruel como Cenotia: la esposa del judío Zabulón, en cuya casa o posada romana se alojan los peregrinos. De nuevo aquí observamos en Cervantes, su clara intención de no mezclar a los cristianos en estas actividades reprobables y, en consecuencia, la hechicera pertenece también a una comunidad racial y religiosa marginal para la sociedad en que vive el autor: será una judía, como antes lo fue lo mora Cenotia. Hipólita concierta una entrevista con Zabulón, «... con quien comunicó todo su disignio, confiada en que tenía una mujer de la mayor fama de hechicera que había en Roma, pidiendole, habiendo antes precedido dádivas y promesas, hiciese con ella, no que mudase la voluntad d'e Periandro, •pues •sabía que esto era imposible, sino que enkrmase la salud de Auristela, y, con limitado término, si fuese menester, le quitase la vida». (IV, 8, pág. 450). Una vez más, deja constancia Cervantes en este párrafo de su respeto por la libertad humana, ail paso que muestra su desprecio para los judíos; cuya ciencia --encaminada ai mal— se compra con dádivas y promesas, pero también con amenazas, como seriala el texto más adelante: «Y a un judío, dádivas o amenazas le hacen prometer y aun hacer imposibles». (IV, 8, pág. 450). ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 43 .E1 encargo que .re.cibe Zabulón resulta «cosa fáciil ail poder y sabiduría de sti mujer» como á mismo confiesa, de fOrma que algo más adelante, vemos cómo, obedeciendo - a los hechizos, la enfermedad acomete a la bella Auristela cen 'diversos sintomas, el más llamativo de ios cuales será la perdida de la hernaosura que a todos admiraba, llenando con ello de gozo a Flipólita, quien pretende así apartar a Periandro de Auristela: «Contentísima estaba Hipólita ver que •as artes de la cruel Julla tan en dario de la salud de Auristela se mostraban, porque en ocho días la pusieron tan otra de lo que ser solía, que ya no la conocían sino por el órgano de la voz; cosa que tenía suspensos a los médicos y admirados a cuantos la conocían». (IV, 10, pág. 456). Aparece aquí citada por su nombre la judía hechicera que, mediante sus artes, ha tomado a su cargo allanar el camino a los deseos amorosos de HiSin embargo, el a.mor de Periandro por Auristela no disnŭnuye lb más mínimo, mientras que, para desesperación de Hipólita, la salud de Periandro se resiente de forma alarmante, como consecuencia de ia enfermedad de Auristela: «Hipólita, pues, habiendo visto... que muriendose Auristela moría tambien Periandro, acudió a la judía a pedirle que templase el rigor de los hechizos que consumían a Auristela, o los quitase del todo... Hízolo a.sí la judía, como si estuviera en su mano la salud o la enfermedad ajena, o como j1 no dependieran todos los males que llaman d'e pena, de la voluntad .de Dios; pero Dios, obligándole, si así se puede decir, por nuestros mismos pecados, para castigo dellos, permite que pueda quitar la . salud ajena esta que llaman hechicería, con que lo hacen las hechiceras». (IV, 10, pág. 457). Este párrafo tiene tambien su importancia, por las contradicciones que en él muestra el pensamiento cervantino sobre los problemas que venimos analizando. Se permite Cervantes ,poner en duda la eficacia de las artes y hechizos de Julia, cuando antes .nos ha dicho que han estado a punto de Ilevar a la tumba. a Auristela y tras ella a Periandro. Al finál, pareciendole quizás excesiva esta duda, termina remitiendo a . Dios, en j1tima instancia, los poderes de la hechicera Iulia. De este .modo, al tiempo que queda en libertad la fantasía creadora del noVelista, tranquiliza Cervantes su conciencia réligiosa, al presentarnos a Dios como e1 árbitro suptemo que permite los efectos del mal y las actividades málignas de ciertas personas, como castigo de los pecadós manos. Pobre visión esta de Dios, si no la complementara Cervantes en otros lugares de su obra con la del Dios amoroso, Padre .previsor que vela por sus criatnras. 44 ANTONIO GARROS A Establecidas por Cervantes, cotmo acabamos de ver, las acostumbradas cautelas en el terreno religioso, no deja de resultar una fantasía y algo totalmente gratuito, el que Dios, para permitir los efeetos del má, puedá estar sujeto, como sugiere Gervantes en esta ocasión, a las prácticas oscuras de una hechieera. Pero en cualquier caso, a pesar de esta vacilación y precauciones, quedan en pie los efectos perniciosos que los filtras y conjuros de Julia han abrado sobre Auristela, sin que por ninguna parte se desmientan. Por el contrario, obedeciendo tambiért a los poderes mágicas de la judía, asistimos a la curación de Auristela, quien recabra, punto por •punto, toda •a hermosura y perfecciones que antes la adornaban. Una ŭltima noticia nos da el Persiles, acerca de las personajes que intervienen en este siniestro episodio de los hechizos. Hipólita conoce los pasos y andanzas de Periandro en Roma, «... por la noticia que dellos le dio la mujer de Za•ulón el judío, bien como aquella que tenía amistad con quien no la tiene con nadie» (IV, 13, pág. 471), frase esta no demasiado clara (quizá debido a la premura con que Cervantes, en vísperas de su muerte, escribe estas ŭltimas páginas de la novela), pero con la que sugiere seguramente las relaciones existentes entre la hechicera Julia y el demonio, personaje no nombrado, pero alualda en las ŭltimas palabras, ya que es el ŭnico ser al que puede convenir la circunstancia de no tener amistad con nadie. El juicio, expresado con literaria concisión, concuerda por otra parte con la idea cristiana, que cancibe al demonio como el enemigo por antonomasia de Dios y del genero humano. El episodio, ŭltimo de carácter fantástico e irreal que aparece en el Persiles, tendrá, despues d la curación de Auristela, un desenlace que no se ajusta a lo habitual. Hemos visto cómo Cervantes se cuida de ejemplificar y moralizar en cuantas ocasiones le brinda la novela, haciendo, entre otras cosas, que las malas acciones reciban el correspondiertte castigo (recordemos a este respecto las muertes violentas de Clodio, Cenotia, •a bruja que conduce a Rutilio, etc.). Pues bien: en esta ocasión nada se nos dice sobre el castigo que reciben los culpables de estos hechizos, que pusieron en peligro la vida de Auristela. Y aunque padríamos explitarnos el perdón tácito de Hipólita, por el arrepentimiento posterior de esta, nada justifica en cambio, el que resulten indetnnes el judío Zabulón y su mujer Julia, autores mateTiales del mal, que desaparecen sigilosamente de la novela sin que e d'en más noticias de ellos. Y esto es tanto más de notar, cuanto que, (seg ŭn ha demostrado el erudito crítico de Cervantes, Juan Bautista Avalle-Arce), en el Persiles se evitan cuidadosamente las formas abiertas o los cabos sueltos, incluso referidós a personajes secund'arios, para concluir la novela con u• perfecto trazado y en una direc- ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 45 ción ŭnica de convergencia de tocla ella 33 . Mientras Cervantes se cuida de ir dando puntual noticia, con sus suoesos, de los personajes que han intervenido en el largo peregrinaje, mediante recapitulaciones generales, como la que hace Arnaldo en el capítulo 8 del IV libro, o la que hace el autor en los dos ŭltimos párrafos de la novela, bien que de forma precipitada esta ŭltima (pero en la que induso se habla del destino de la cruz de diamantes d'e Sigismunda), al viejo escritor se le escapa darnos cuenta del final —previsiblemente fartídico-- de los judíos Zabulón y Julia. Una vez más tenemos que pensar que Ja muerte, tan cercana ya, impidió a Cervantes la corrección ulterior de esta ŭltima parte del Persiles, en la que, descuidos u olvidos como éste, hubiera.n sido muy posiblemente subsanados. *** Al final de este análisis que hemos ido haciendo sobre los componentes fantásticos, inverosímiles e irreales del Persiles, :podernos esbozar con una cierta daridad, algunas conclusiones que se desprenden del mismo. Cervantes, que a lo largo de su vida alternó en su producción la literatura de tipo idealista con la de carácter más realista, dejó para el final la más idealista d'e todas sus obras, precisamente aquella en la que sobreabunda la fantasía más desbordada, junto con •a práctica de las artes ocultas. La magia será un ingrediente importante de la •ovela, al ser elemento dave para la complicación de la trama argumental de ésta y contribuir positivamente a que se mantenga en todo momen.to la «suspensión del ánimo» en el lector. Siguiendo la tradición marcada en nuestra literatura medieval, acepta Cervantes que las actividades prestigiosas, como la ipráctica de la astrología judiciaria, que sobrepasando •as normales facultades humanas, perm•te la adivinación, sean ejercidas por personajes sabios y prudentes y rodeados de una aureola de dignidad, cualidades todas que brillan en Mauricio y Soldino. Excepto en•los casos clarísimos de El coloquio de los perros y La casa de lós celos y la consulta nigromántica que aparece en La Numancia 34, en ninguna otra obra cervantina se dan ejemplos de hechizos, brujería o .magia, con las características que aparecen aquí en el Persiles. Y es evidente, que por incorporar a su •novela estas historias referidas a las artes ocultas, (que al menos parcialmente rozan con el ámbito de da fe), no se le plantea a Cervantes ningŭn problema de conciencia, pues el horribre que debido a estos escr ŭpulos, ha escrito poco antes, en el •prólogo de sus Novelas ejemplares, 33 AVALLE-ARCE, J. B., Nuevos deslindes cervantinos, Barcelona, Ariel, 1975, p. 69-71. 34 La Numancia, ed. cit., Jornada II, versos 1025-1084. 46 ANTONIO GARROSA «... que si por algŭn modo alcanzara que la lecthin de estas Novelas pudiera inducir a quien las leyera a algŭn•mal deseo o pensamiento, antes me cortara la mano con que las escribi que sacarlas en p ŭblico. Mi edad no está ya para burlarse de la otra vida...», hubiera prescindido radicalmente de tales pasajes, sin sacarlos a «la plaza de •nuestra repŭblica», si •su inclusión le •hubiera ocasionado alguna •intranquilidad de tipo religioso, cuando se encontraba ya, prácticamente, a las puertas de la muerte. Por otra parte, •o comprenderíamos la inclusión de relatos que pudieran poner alguna sombra en la pureza de la fe religiosa de Cervantes, precisamente en una obra que ,nuestro autor dedica a tratar de la «verdad como fruto de la fe y del dogma», en una época caracterizada, como acertada .mente seriala Avalle-Arce, •por actitudes tales como que «el vivir fideicentrico había sido solemnemente reafirmado y apentalado por la Reforma Católica, y los edictos del Concilio de Trento se habían convertido en leyes del reino de Esparia» 35. • Cervantes, ya viejo, saca a relucir en el Persiles tranquilamente todos estos temas (en los que seguramente no cree), no por «debilidad senil» como afirma Menéndez y Pela.yo, sino sencillamente porque así le conviene para la •rama y el •ambiente irreal y sernifaintástico qu•, deliberadarnente, ha creado para esta novela. Precisamente esta •tranquilidad le llevará a no extremar las cautelas con respecto a las implicaciones religiosas de dichos temas. Ya no diluirá en un contexto cómico los .supuestos acontecimientos fantásticos, como sucede en el Quijote con las aventuras de los batanes, Clavileño, la cueva de Montesinos o el encantamiento de Dukinea. Por la misma razón, tarnpoco •siente la necesidad en•esta ocasión, de hacer ninguna referencia tranquizadora respecto del Santo Oficio, oomo hace, por ejemplo, después de aclarar el «rnisterio» de la cabeza encantada: «divulgándose por la ciudad que Don Antonio tenía en su casa una cabeza encantada, que a cuantos le preguntaban respondía, temiendo no Ilegase a • los oídos de las despiertas centinelas de nuestra fe, habiendo declarado el caso a los seriores inquisidores, •le mandaron que lar deshiciese, y no pasase más adelante, porque el vulgo ignorante no se escandalizase» 36. Cervantes escribe en el Persiles sobre los •temas de artes mágicas con una gra•experiencia literaria, pues aparte de que pudiera conocer algunas obras ,de .nuesta literatura medieval, como El Laberinto de Fortuna, La Celestina y otras similares, lo que sí resulta daro es que conoce a fondo, como 35 AVALLE-ARCE, J. B., Op. cit., p. 59. 36 Quijote, II, 62. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL TEMA, ETC. 47 demuestra cumplidamente al escribir el Quijote, todo el dilatado mundo de los libros de caballerías, género literario éste en el que lo fantástico e irreal, en toda su amplia gama, constituye uno de los ingredientes principales. También la tradiciOn literaria anterior influye en el tratamiento que Cervantes da a las artes mágicas, y sobre todo a los personajes que las ejercen. Cervantes, como ya hemos apuntado, no suele involucrar a personajes crisL tianos en la práerica diabrillca de magias y hechicerías, coincidiendo en esto con la línea general mareacla al respecto por la literatura eastellana medieval. En este sentido (prescindiendo del caso particular de Celestina, en cuya personalidad caben todas las maldades, y que se relacionaría mejor am las viejas Carnachas, Montielas y Cariizares de El coloquio de los perros), podríamos ver fácilmente, orimo los motos encantad'ores del Poema de Fernán González y el malvado julio del Milagro de Terifilo en Berceo, tienen su no pequeria correspondencia con •a mora C,enotia y la judía Julia del Persiles cervantino. PocItríamos deducir de estos datos la intransigencia de Cervantes •para con las religiones y razas minoritarias en la Penínsua? Probablemente sí, al menos en cuanto a los judíos, a pesar del carácter magnánimo y tolerante de nuestro autor, y su espíritu lleno de comprensión •para el hornbre en general. Es posible que participara de los prejuicios antisemitas de su época y que yeran en él, tantos arios después, los recuerdos amargos de su cautiverio en Argel, donde .sufirió a manos de los árabes y donde los judíos eran considerados con desprecio". Por lo demás, cualquiera de los temas fantásticos y tolacionados con las artes ocultas que encontramos en el Persiles, no resulta más inereíble que los extraordinarios encuentros, anagnórisís y coincidencias que ocurren en el cunso del accidentado viaje de nuestros •eregrínos, hasta el punto de que Cervantes haya de hacer, en ocasiones, la crítica•correspondiente, como sucede durante el relato de las aventuras de Periandro: « yálame Dios oedijo Rutilio en esto--, y por qué rod'eos y con qué eslabones se viene a engarzar la peregrina historia tuya, oh Periandro!». (II, 16, pág. 248). Todo lo que nos parece claramente fantástico dentro de la narración, no es más imposible, por ejemplo, que la inaudita coincidencia eritre el itinerario de los protagonistas desde la ísla de las ermitas, donde se separan del principe Atnaldo, y el posterior viaje d'e éste hasta Roma, pasando por los mismos lugares y encontrándose con los mismos personajes que antes aparecieron, de todos los cuales dará cu•lida y puntual noticia Arnaldo, así como de sus Véase, Américo CAS'rRO, El pensamiento de Cervantes, nueva edición ampliada, Barcelona, Noguer, 1972, p. 291. 48 ANTONIO GARROSA sucesos, al final de la novela (IV, 8, págs. 451-453), cuando se vuelva a encontrar en Roma con Periandro y Auristela, a punto éstos ya de abandonar sus nombres y parentesco fingidos, y aparecer ante •os ojos del mundo como los castos y pacientes enamorados Persiles y Sigismunda, de cuyos nombres precisamente toma título el libro. Todas estas extraordinarias coincidencias son irreales, son increíbles, pero a Cervantes esto le importa paco, pues es precisamente lo que persigue en su novela: forzar al máximo la imaginación, llevando los sucesos al límite de lo itwerosímil, o incluso más allá de éste. Tal es, por lo demás, la opinión de Américo Castro a propósito de esta novela y de sus aspectos fantásticos: «El volar en manta (Rutilio) no es en sí más extraordinario que cualquiera de las cosas que acontecen en esta historia septentrional, conscientemente inverosímil ide la cruz a la fecha. Lo que ocurre... es que Cervantes, enamorado de la aventura en sí, abre la puerta a los temas bizantinos y a las fantasías más peregrinas que él, 'raro inventor' gustaba tanto de fraguar»38. En definitiva, con esta forma de novelar, reuniendo todo este c ŭmulo de acontecimientos y de circunstancias inveros•miles, aprovechando el cauce que le brinda la novela de aventuras y ,aplicando con emperio y habilidad su ingenio literario a la empresa, Cervantes Ileva a •a •ráctica en el Persiles, el ideal novelístico que tiempo atrás había descrito en el Quijote, mediante las atinadísimas palabras y acertados j•icios literarios del Caminigo toledano". 38 CASTRO, A., Op. cit., p. 95. Wanse las interesantísimas observaciones al respecto, que el maestro expone en este lugar del libro y las más extensas sobre «Astrología y hechicería» en Cervantes, p. 94-104 y sobre «Lo verosímil», p. 36-43. 39 Quijote, I, 47. Se ha discutido sobre si la descripción de la novela de aventuras que hace el Canónigo, constituye el embrión o plantilla de lo que despues sería el Persiles, o si, por el contrario, nos encontramos ante un resumen esquematizado de esta novela. Tengase presente que, si los libros I y II del Persiles se escribieron hacia 15991600, como sostiene Avalle-Arce y parece además probable, esta primera parte del Persiles ya estaría redactada (aunque posiblemente sin acabar de pulir), cuando Cervantes escribe el capítulo 47 del Quijote de 1605. El Canónigo hablaría entonces de cómo debería ser una buena novela de aventuras, sobre la base de los ya existentes libros I y II del Persiles, en los que, ciertamente, aparecen «naufragios, tormentas, reencuentros y batallas», lamentables y trágicos sucesos, al tiempo que «alegres y no pensados acontecimientos». Entre los personajes de esta novela ideal encontramos «un capitán valeroso, con todas las partes que para ser tal se requieren» (Periandro = Persiles); «una hermosísima dama, honesta, discreta y recatada» (Auuristela = Sigismunda); «un desaforado bárbaro fanfarrón» (e1 Bradamiro de I, 4?); «un principe cortes, valeroso y bien mirado» (Arnaldo), etc. Pero sobre todo y esto es lo que resulta más importante; esta novela será el sujeto u ocasión donde «un buen entendimiento» (el del escritor Cervantes) puede mostrarse «con • apacibilidad . de estilo y con ingeniosa invención», para lograr, como Cervantes logra evidentemente en el Persiles, «tal perfección y hermosura... que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar juntamente».