La metafísica de la poesía La poesía se forma o se comunica en el abandono más puro o en la espera más profunda: si se toma por objeto de estudio es ahí donde hay que mirar: en el ser, y muy poco en sus alrededores. Paul Valéry, Teoría poética y estética Hablar de metafísica implica el cuestionamiento profundo y la reflexión sobre algo, el desenmarañamiento de todo su ser, de toda su consistencia. Para Ramón Xirau, (cito) “la metafísica es aquella parte de la filosofía que se ocupa de determinar el porqué de las cosas. Maestra de todas las ciencias [...] nos conducirá a entender cómo está organizado el mundo y cuál es el puesto del hombre en este mundo”1 (fin de cita). La metafísica, entonces, se encarga de examinar a fondo la constitución de los entes para llegar a su origen y analiza su relación con los demás entes que integran el universo; entendiendo por “ente” todas las cosas y todos los seres vivos, desde la más ínfima partícula hasta la más inmensa masa molecular que habita o roza el universo, y de las cuales son concientes los humanos. El presente trabajo tiene la intención de analizar la metafísica que se encuentra en la poesía y su importancia dentro de la valoración estética, con la finalidad de descubrir un poco más el conocimiento que la conforma y para resguardar su lugar dentro de las máximas expresiones artísticas, dando argumentos que la crítica considerará para su valoración. 1 Ramón Xirau, Introducción a la historia de la filosofía, pág.: 63. Para Aristóteles, la metafísica se encarga de los primeros principios y de las primeras causas de las cosas; la “causa” es el agente generador de un efecto y, por tanto, el que determina su ser 2. En la poesía estos primeros principios y estas primeras causas derivan de la percepción del poeta respecto a la realidad, de sus inquietudes, de su pensamiento, de su sensibilidad para enfrentarla; de aquí que lo legible de su creación se apoye en el ritmo, en la forma y en las imágenes, ya que las causas a las que se debe la poesía son, primeramente, sensoriales, pues si bien es cierto que la razón es el medio por el que adquirimos conocimiento, también es cierto que la intuición desprende un cierto tipo de conocimiento que se apoya en la razón para ser definido. Así entonces, los recursos de los que se vale el poeta son los más factibles para sumergir al lector en aquella atmósfera que rapta sus sentidos y le revela algo. Siguiendo la metafísica aristotélica, los elementos de la realidad poseen una sustancia que es indispensable para entender la metafísica de las cosas 3. Las diversas entidades están clasificadas en las tres clases de sustancias que se consideran: la “sustancia sensible y perecedera”, que pertenece a la cosas cambiantes, las que sufren la transición de un principio, un desarrollo y un fin, como es el caso de los seres vivos. La “sustancia sensible y eterna”, que se refiere a los astros y a las esferas celestes que Aristóteles consideraba dentro del mundo sensible, eternas porque nunca cambian en su movimiento circular. Por último, “la sustancia inmóvil”, que corresponde a aquélla entidad generadora de todas las entidades cambiantes; se trata de un “primer motor inmóvil” incapaz de producir movimiento, pues de lo contrario, se caería en una interminable secuencia de causas y efectos que no tendría 2 Ibidem, pág.: 82 ni principio ni fin y, por consiguiente, la validez de este argumento para explicar las causas de los entes resultaría nula. Obviamente, este “primer motor inmóvil” es la idea aristotélica de Dios. Un Dios que no se preocupa por el mundo, que guarda una estabilidad contrastante con un mundo en constante movimiento. Aristóteles llegó a la conclusión de que la única posibilidad de ser que tenía este Dios, ya que como generador de todas las cosas tenía que estar inmóvil, era la del pensamiento, pues ésta es la única actividad que no requiere de un movimiento físico y es capaz de generar a todos los demás seres. De aquí que este Dios, este “primer motor inmóvil”, resulte la causa final de todos los entes, no es la causa eficiente (aquella que provoca activamente un movimiento y un cambio), es el punto al que quieren llegar todas las cosas, es precisamente la causa que provoca el movimiento en los entes. El pensamiento de Dios es auténticamente puro, no puede ser el resultado de otro pensamiento externo a él, es el pensamiento de sí mismo. Si Dios es la “mejor sustancia”, sus pensamientos se deben a lo más divino y lo más preciado, de tal manera que, su pensamiento es lo primero, lo perfecto, el origen; su “pensamiento es pensamiento del pensamiento”, por eso, nuestro movimiento se debe a que estamos buscando la manera de llegar a ser ese pensamiento puro y perfecto que es Dios 4. Ahora bien, Valéry afirma en su Teoría poética y estética [cito]: “Valoro de la esencia de la Poesía que sea, según las diversas naturalezas de los espíritus, o de valor nulo o de importancia infinita: lo que la asimila al mismo Dios 5. [fin de cita] Esta consideración es 3 Ibidem., pág.: 83 Cfr. Ibidem., “Sobre la metafísica aristotélica”. 5 Ibidem., pág.: 29 4 pertinente para ubicar el valor de la esencia poética: si para Aristóteles, Dios es ese “primer motor inmóvil”, para Valéry es la magnificencia que hace a un lado los cánones de valoración e importancia, porque ya no tienen cabida. Quedamos así en la resultante de comprender la esencia de Dios; ahí se ubica la eternidad, la belleza, el pensamiento puro, el origen, la causa. Yo coincido con la valoración de Valéry en cuanto a la esencia poética, ésta, nos guste o no, es semejante a la que suponemos tiene Dios o lo divino, y el movimiento que sufre es también producto de aquella causa final a la que queremos llegar. La poesía, por ser expresión humana, contiene de bello y de eterno lo que sólo los humanos somos capaces de contener y generar, y es ésta la primordial aportación no solo de la poesía, sino del arte entero: demostrar hasta qué punto y de qué manera los humanos podemos concebir lo sagrado, lo divino. Es por eso que lo sagrado y lo divino que hay en nosotros y que nos obliga a concebir a un dios y a toda una teogonía, así como entenderlos, es lo mismo que conduce a los humanos a crear expresiones tan magníficas y bellas; y esto mismo, indudablemente, tiene que aparecer en la poesía, en su esencia. La esencia de la poesía, considero, la podemos percibir en las sensaciones que nos produce, sin embargo, como se deben a la percepción del lector, éstas encuentran un límite al tratar de explicarlas. Es esa parte que sentimos inconclusa porque ya no podemos percibir más, porque tal belleza es infinita, inaprensible y, por desgracia, nuestra percepción es finita y no podemos alcanzarla, abarcarla; de ahí la insatisfacción de sabernos seres finitos, de saber que el placer que nos llena de gozo, de alguna manera, conlleva un dejo de dolor. De la concepción que Schopenhauer dio de la intuición: una intuición no sólo sensible sino también intelectual, la metafísica de Bersong concilia el instinto y la inteligencia en la intuición como medio de conocimiento que concede un valor profundo y de importancia vital, siendo este el medio por el cual podemos adentrarnos en la metafísica de la realidad. Así entonces, la intuición se convierte en el medio para conocer la metafísica de la poesía, para poder llegar a su esencia. Lo que percibimos a través de sus palabras e imágenes, es un decir algo sin emplear palabra alguna, es su belleza y su alma las que hablan en su único lenguaje. Todos alguna vez hemos sido presas débiles de aquella esencia seductora y mágica que guarda la poesía. Tal vez, a muchos de los lectores de poesía nos ha ocurrido que olvidamos el autor del poema y hasta el título de éste, porque hemos entrado en una atmósfera que se nos hace pesada y que desvía toda nuestra atención y sentidos hacia la poesía misma. Y es en ese instante en el que nos damos cuenta de que está sucediendo algo, algo que se nos ha metido en lo profundo del cuerpo, que nos ha estremecido de manera violenta, en fin, que nos ha robado todo lo que hasta entonces nos constituía, sin dejarnos una posibilidad de defensa. Sentimos, en ocasiones, que nos ha ultrajado, que nos ha humillado o, al contrario, que por fin hemos encontrado las palabras precisas para definir eso que tanto queríamos nombrar, así, con esa exactitud. Por necesidad, y, ante ello, sentimos un tremendo placer, un gusto desbordante. Pero todas estas sensaciones, por muy transgresoras que sean, para el goce o para el dolor mismo, nos gustan, nos mantienen ahí, junto a ellas, de vez en cuando provocándolas, cuidando de no desgastarlas tanto para que no pierdan su tan extraña magia. Son estas sensaciones que acontecen en el acto de lectura, precisamente, las que nos gritan algo en el silencio de lo inefable, en ese silencio que bien sabemos que guarda los significados que ni todas las lenguas que pueda emplear el humano jamás podrán definir, es aquella sensación que nos deja mudo porque nos ha revelado algo profundo y verdadero, y es esto lo que he definido como la constitución anímica de la poesía. Le ha otorgado las cualidades de estar integrada por un cuerpo, que sería su forma; una mente, en la que entra su contenido y su intención, y el alma, intangible, indefinible e inconmensurable, delatada únicamente por las sensaciones que provoca la poesía. Es en este territorio sensorial donde ubico a la esencia de la poesía y, por tanto, donde entra la metafísica, pues esta parte es la que nos revelará el saber que guarda la poesía, el por qué, el para qué y el cómo de su realización, especificando con ello su lugar en el arte, en la actividad humana y, sobre todo, deduciendo por sí misma los cánones de valoración que a ella conciernen. La imagen poética Sabemos de ante mano que la construcción de imágenes en la poesía es inprescindible e inevitable. La poesía misma desencadena un sin fin de imágenes logradas por las diversas figuras retóricas, consiguiendo que la creación poética no encuentre un límite en la producción de imágenes y en la manipulación del lenguaje. Es en este ámbito donde la poesía contiene su infinitud, es lo que el hombre tiene de infinito, y lo plasma ahí, en la oportunidad de creaciones interminables de imágenes y transformaciones lingüísticas. La imagen en la poesía contiene en gran medida a la esencia poética, ya que este recurso le permite al poeta referir, lo más fiel posible, esas emociones que encuentra en la realidad, cuya existencia nos advierten de la vitalidad de los humanos; no descarto la importancia de la rima y de las estrategias lingüísticas en donde también se aloja esta esencia, sólo que la imagen es el recurso por el que los referentes encuentran un campo más amplio para su codificación y descodificación. Parménides explica la concepción de lo humano y de lo ente en la antigüedad. Afirma que “lo ente pertenece al ser porque es él el que la exige y determina. Lo ente es aquello que surge y se abre y que, en tanto que aquello presente, viene al hombre como a aquel que está presente, esto es, viene a aquel que se abre él mismo a lo presente desde el momento en que lo percibe. (...) el hombre (...) es contemplado por lo ente, por eso que se abre a la presencia reunida en torno a él. Contemplada por lo ente, incluida y contenida dentro de su espacio abierto, y soportada de este modo por él, involucrada en sus oposiciones, y señalada por su ambigüedad: ésta era la esencia del hombre durante la gran época griega.6 En la época moderna la imagen se debe a la “representabilidad”; entendiendo esto como poner ante sí y traer en sí, es decir, referir a sí mismo aquello que está frente a nosotros, con ello, el hombre queda situado respecto a lo ente en la imagen, y él mismo se convierte en imagen, surge entonces el “ser imagen”. Este lugar lo ocupa el hombre establecido por él mismo, y desde esta posición la humanidad emprende su desarrollo y transforma el mundo; lo nuevo se convierte en parte primordial dentro de este avance. Como resultado de esta concepción del hombre, la posición de éste se comprende como visión del mundo, por tanto, como visión de la vida. En la época moderna la imagen es el fenómeno primordial, el que construye y refleja la realidad, el que nos manipula y nos habla. La imagen es la representación de la realidad, 6 Heidegger, Martín, Caminos del Bosque, pág. 74 sin embargo , deja vacío todo aquello que es incalculable e inefable, el cual sólo será llenado con el cuestionamiento y la reflexión humana. En este espacio vacío, la imagen poética está saturada de la esencia que guarda conocimiento vital. Es ahí donde la metafísica tiene que especular, pues es ahí donde la poesía dice lo más certero y profundo del ser. Conclusiones La metafísica en la poesía corresponde a esa carga que nos advierte y revela algo profundo y verdadero y que sólo el alma humana puede llegar a entender, es eso inefable que dota a la poesía de trascendencia, que le da un valor único y la mantiene viva, pues precisamente su vitalidad se debe al alojo de estas sensaciones y emociones, al placer de lo bello y al desahogo de nuestros espíritus insaciables. Por ello, a pesar de que en mi ponencia no expongo los medios por los que la metafísica puede ser estudiada en la poesía, ya que no hay método capaz de totalizar el poder mágico de ésta, pretendo recalcar la importancia de ésta en el sentido de que su presencia en cualquier poema y en la poesía en general es la que le ha colocado en una expresión artística y le confiere un alto crédito estético que se debe mantener para expresiones poéticas posteriores; ya que si en la poesía no existe esto que he llamado el alma de la poesía, la que guarda un conocimiento verdadero y humano, entonces no podremos hablar de Poesía. Dicho trabajo, el de un poema sin metafísica, se quedará en un intento de que seguramente tendrá otros aspectos meritorios, nada desdeñables, pero que no quedará considerado como poema. Esta ponencia se suma a las que se preocupan por la valoración estética en la poesía, y, finalmente, considero que si ésta descuida su campo metafísico quedará mutilada y poco a poco será consumida por el tiempo; así entonces, creo que la crítica literaria debe contemplar el estudio de la metafísica en la poesía para acercarnos más al lo que respecto al humano nos puede enseñar y para que su producción sea más cuidada. Toda teoría poética necesitará replantearse el término metafísica, que tantas veces ha sido puesto en cuestión, para re-apropiarse de un lenguaje que, aunque metafísico, es lo único que tenemos. No pienso en una metafísica moral o totalizadora, sino en aquella que nos seduce tras los poemas que día a día leemos para insaciablemente saciarnos en ellas, una metafísica “otra, absolutamente otra” que ilumine aquello que la poesía revela, pese a que somos incapaces de definir. BIBLIOGRAFÍA: Heidegger, Martín, “La imagen del mundo” en Caminos del Bosque, Barcelona: Alianza, 2001. Xirau, Ramón, Introducción a la historia de la filosofía, México: UNAM, 2003. Valery, Paul, Teoría poética y estética, Madrid: Visor (la balsa de la Medusa, 39), 1990.