Visiones de la crisis económica: Boron, Toussaint, Chesnais, Bach,

Anuncio
Visiones de la crisis económica: Boron, Toussaint, Chesnais, Bach,
Lecciones para recordar
Atilio Borón
Página 12 / 13-10-2008
Las crisis son las grandes maestras de la historia. Ponen de manifiesto la esencia
de un régimen económico-social al derribar el espeso velo de fetichismos y
racionalizaciones que ocultan la naturaleza inherentemente explotadora y
predatoria del capitalismo. Con ellas se torna visible la gigantesca estafa del
sistema: Richard Fuld, antaño todopoderoso CEO de Lehman Brothers, declara en
el Congreso de Estados Unidos haber percibido 350 millones de dólares en los
últimos ocho años por concepto de sueldos, comisiones y otras gabelas mientras
el banco se fundía dejando tras de sí un tendal de víctimas. A su vez el actual
secretario del Tesoro, Henry Paulson –un buitre con treinta años de actividad en
Wall Street– tiene buenas razones para actuar flemáticamente: en sus siete años
al frente de Goldman Sachs ganó 117 millones de dólares. Si hay crisis será para
otros, no para él: para los asalariados de Estados Unidos, que durante la era de
Bush vieron disminuir sus ingresos en unos 2000 dólares, y para los pueblos del
mundo subdesarrollado, por la vía de la caída del valor de sus exportaciones y la
desvalorización de su fuerza de trabajo.
Crisis, pero ¿qué clase de crisis? No se trata, como algunos se ilusionan, del
derrumbe del capitalismo; desgraciadamente éste no caerá si no irrumpe un sujeto
social y político que lo haga caer. Y en el corazón del sistema, por ahora, ese
sujeto está ausente. Pero lo que sí se ha derrumbado es el neoliberalismo, el
paradigma que definió la articulación entre mercado, Estado y sociedad en los
últimos treinta años y que tantos estragos causara en nuestro país. Si hay algo
que celebrar es que ese modelo, en donde el capital gozó de ventajas,
prerrogativas y privilegios sin precedentes, murió en medio de un colosal big bang
financiero. Ahora se abre una nueva etapa y sus características dependerán de la
forma en que se desenvuelvan las contradicciones sociales que brotarán en los
espacios nacionales y en el ámbito internacional. También del grado de conciencia
y de la capacidad organizativa de los oprimidos por el sistema y de las políticas
que adopten los gobiernos.
Esta crisis constituye un gran desafío para la izquierda; la respuesta inicial del
capital será, como siempre, socializar las pérdidas y garantizar la apropiación
privada de los beneficios. Como observa Chomsky, para tranquilizar al capital
habrá Estado, mucho Estado; de los asalariados ya se hará cargo el mercado.
Habrá que luchar con todas las fuerzas para evitar que tal cosa ocurra y que la
salida de la crisis –por izquierda, porque no hay otra– nos instale en un terreno
desde el cual avanzar en la construcción de una alternativa socialista, la única
capaz de resolver los ingentes problemas sociales, económicos y políticos,
ecológicos que genera el capitalismo. Como decía Danton en el torbellino de la
Revolución Francesa, en épocas como ésta se requiere de audacia, más audacia,
siempre audacia. ¿La tendrá nuestro Gobierno? ¿La tendrán los gobiernos del
deslavado “centroizquierda”? La ambigüedad y el “realismo posibilista” que los han
guiado son la ruta segura para la profundización de la crisis y una nueva
frustración.
Aparte de exhibir la degradación moral del sistema, la crisis deja otras
enseñanzas. Primero: demostró que la tan mentada “independencia de los bancos
centrales” era una falacia que ocultaba la total subordinación de esas instituciones
a las necesidades del capital financiero. No bien estalló la crisis, los bancos
centrales de los capitalismos centrales arrojaron por la borda toda esa
charlatanería para consumo de la periferia y, obedeciendo las órdenes de los
gobiernos, acudieron de inmediato en auxilio del capital. Es imperativo, por lo
tanto, subordinar el Banco Central a las prioridades establecidas por el Estado
democrático. Segundo: que el papel del Estado sigue siendo central y que la
prédica de quienes siguen proponiendo el slogan procesista de “achicar el Estado
para agrandar la nación” es el taparrabos detrás del cual se esconde el ilimitado
despotismo del capital. En nuestro país reconstruir el Estado, destruido hasta lo
indecible por décadas de políticas neoliberales, es prioridad número uno. Esta
tarea todavía no comenzó, y para ello la Casa Rosada debe encarar, hoy mismo,
una reforma integral de nuestro escandalosamente regresivo régimen tributario y
del asfixiante centralismo que impide el desarrollo de las dormidas energías
nacionales. Tercero: en un mundo donde el proteccionismo se acentuará al
compás de la crisis, es imprescindible contar con una estrategia de desarrollo
orientada hacia el fortalecimiento del mercado interno y que coloque al país a
salvo de las violentas oscilaciones que registran los mercados internacionales.
Para esto se requiere una activa política de distribución de ingresos y riquezas. El
Gobierno argentino todavía está en deuda en este tema: ha hablado mucho y
actuado poco. Cuarto: abandonar la ortodoxia propuesta incansablemente por los
“gurúes” económicos, charlatanes y embaucadores a sueldo del capital. Gran
responsabilidad tiene en esta materia el Banco Central de Suecia que, salvo
excepciones, concedió los premios Nobel de Economía –otorgando respetabilidad
intelectual y moral– a algunos apóstoles del neoliberalismo como Friedman o Von
Hayek –o a mediocres alquimistas que inventaban fórmulas para crear nuevos
instrumentos de especulación para beneficio de los tahúres del casino global–.
Ellos son los autores intelectuales de este desastre.
13-10-2008
Interconexión de las crisis capitalistas
Éric Toussaint
CADTM
La explosión de las crisis alimentaria, económica y financiera en 2007-2008
demuestra hasta qué punto están interconectadas las economías del planeta. Para
resolver estas crisis, es necesario tratar el mal en la raíz.
La crisis alimentaria
En 2007-2008, más de la mitad de la población mundial ha visto degradarse
fuertemente sus condiciones de vida porque ha tenido que enfrentarse a una gran
subida de los precios de los alimentos. Esto ha originado protestas masivas, por lo
menos en una quincena de países, en la primera mitad de 2008. El número de
personas afectadas por el hambre llega a varias decenas de millones, y cientos de
millones más han visto restringido su acceso a los alimentos (y, en consecuencia,
a otros bienes y servicios vitales (1)). Todo esto como consecuencia de las
decisiones tomadas por un puñado de empresas del sector del «agronegocio»
(productoras de biocombustibles) y del sector de las finanzas (los inversores
institucionales que contribuyen a la manipulación de los precios de los productos
agrícolas), que se han beneficiado del apoyo del gobierno de Washington y de la
Comisión Europea (2). Pero la parte correspondiente a las exportaciones de la
producción mundial de alimentos sigue siendo escasa. Sólo una parte insuficiente
del arroz, el trigo o el maíz producidos en el mundo se exporta, una porción
aplastante de la producción se consume en el lugar de origen. Sin embargo, los
precios de los mercados de exportación son los que determinan el precio en los
mercados locales. Es decir, los precios de los mercados de exportación se fijan en
Estados Unidos, principalmente en tres Bolsas (Chicago, Minneapolis y Kansas
City). En consecuencia, el precio del arroz, el trigo o el maíz en Tombuctú, México,
Nairobi o Islamabad está influido directamente por la evolución del precio de
dichos productos en los mercados bursátiles de Estados Unidos.
En 2008, con urgencia y por el peligro de que las derribasen los motines, en los
cuatro puntos cardinales del planeta, las autoridades de los países en desarrollo
tuvieron que tomar medidas para garantizar el acceso de los ciudadanos a los
alimentos básicos.
Si se llegó a esa situación es porque durante varios decenios los gobiernos
renunciaron progresivamente al sostenimiento de los productores locales de
granos –en su mayoría pequeños productores- y siguieron las recetas neoliberales
dictadas por instituciones como el Banco mundial y el FMI en el marco de los
planes de ajuste estructural y los programas de reducción de la pobreza. En
nombre de la lucha contra la pobreza, estas instituciones convencieron los
gobiernos para establecer políticas que reprodujeron, incluso reforzada, la
pobreza. Además, durante los últimos años, numerosos gobiernos han firmado
tratados bilaterales (en particular los tratados de libre comercio) que han agravado
todavía más la situación. Las negociaciones comerciales en el marco del ciclo de
Doha de la OMC también han acarreado consecuencias funestas.
¿Qué ha pasado?
Acto primero:
Los países en desarrollo renunciaron a las protecciones aduaneras que permitían
proteger a los campesinos locales de la competencia de los productores agrícolas
extranjeros, principalmente de las grandes empresas «agroexportadoras»
estadounidenses y europeas. Éstas invadieron los mercados locales con
productos agrícolas vendidos por debajo del coste de producción de los
agricultores y ganaderos locales, lo que originó su quiebra (muchos de ellos
emigraron a las grandes ciudades de sus países o a países más industrializados).
Según la OMC , los subsidios que pagan los gobiernos del norte a sus grandes
empresas agrícolas en el mercado interior no constituyen una infracción de las
reglas contra el dumping. Como ha escrito Jacques Berthelot: «Mientras que para
el hombre de la calle existe dumping si se exporta a un precio inferior al coste
medio de producción del país exportador, para la OMC no hay dumping en tanto
que se exporta al precio interior, incluso si es inferior al coste medio de
producción» (3). En resumen, los países de la Unión Europea , Estados Unidos u
otros países exportadores pueden invadir los mercados de los demás con
productos agrícolas que se benefician de cuantiosas subvenciones internas.
El maíz exportado a México por Estados Unidos es un caso emblemático. A causa
tratado de libre comercio (TLC) firmado entre Estados Unidos, Canadá y México,
este último abandonó sus protecciones aduaneras frente a sus vecinos del norte.
Las exportaciones de maíz de Estados Unidos a México se han multiplicado por
nueve entre 1993 (último año antes de la entrada en vigor del TLC) y 2006.
Cientos de miles de familias mexicanas tuvieron que renunciar a producir maíz
porque éste costaba más caro que el maíz procedente de Estados Unidos
(producido con tecnología industrial y fuertemente subvencionado). Esto no sólo
constituyó un drama económico, sino que además acarreó una pérdida de
identidad porque el maíz es el símbolo de la vida en la cultura mexicana,
especialmente en los pueblos de origen maya. Una gran parte de los cultivadores
de maíz abandonaron sus campos y salieron a buscar trabajo en las ciudades
industriales de México o en Estados Unidos.
Acto segundo
México, que para alimentar a su población depende del maíz de Estados Unidos,
se enfrenta a una subida brutal del precio de este cereal originada, por una parte,
por la especulación en las Bolsas de Chicago, Kansas City o Minneapolis y, por
otro lado, por la producción, en casa de su vecino del norte, de etanol de maíz.
Los productores mexicanos de maíz ya no tienen capacidad para satisfacer la
demanda interna y los consumidores mexicanos se enfrentan a un estallido del
precio de su alimento de base, la tortilla, esa tortita de maíz que sustituye al pan o
al tazón de arroz consumido en otras latitudes. En 2007, enormes protestas
populares sacudieron México.
En condiciones específicas, las mismas causas produjeron, grosso modo, los
mismos efectos. La interconexión de los mercados alimentarios a escala mundial
está establecida a un nivel jamás conocido anteriormente.
La crisis alimentaria mundial pone al descubierto el motor de la sociedad
capitalista: la búsqueda del máximo beneficio privado a corto plazo. Para los
capitalistas, los alimentos sólo son una mercancía que hay que vender con el
mayor beneficio posible. El alimento, elemento esencial de la conservación de la
vida de los seres humanos, se ha transformado en un simple instrumento de
beneficio. Hay que poner fin a esta lógica mortífera. Hay que abolir el control del
capital sobre los grandes medios de producción y comercialización y dar la
prioridad a una política de soberanía alimentaria.
La crisis económica y financiera
También en 2007- 2008 ha estallado la mayor crisis internacional económica y
financiera desde 1929. Si no existiera la intervención masiva y concertada de los
poderes públicos que se han lanzado al auxilio de los banqueros ladrones, la crisis
actual ya habría adquirido mayores proporciones. También en este terreno la
interconexión es sorprendente. Entre el 31 de diciembre de 2007 y finales de
septiembre de 2008, todas las Bolsas del planeta conocieron unas bajadas muy
importantes, que han ido del 15 al 30% en las Bolsas de los países más
industrializados hasta el 50% en China pasando por el 40% en Rusia y Turquía. El
montaje colosal de deudas privadas, pura creación de capital ficticio, acabó por
estallar en los países más industrializados empezando por Estados Unidos, la
economía más endeudada del planeta. En efecto, la suma de la deuda pública y
privada de Estados Unidos asciende, en 2008, a 50 billones de dólares (contando
las deudas del Estado, los hogares y las empresas, N. de T.), es decir el 350% del
PIB. Esta crisis económica y financiera, que ya ha golpeado a todo el planeta,
afectará cada vez más a los países en desarrollo de los que algunos todavía se
creen a salvo. La globalización capitalista no desconectó unas economías de
otras. Al contrario, países como China, Brasil, la India o Rusia tampoco han podido
librarse de esta crisis. Y estamos empezando.
La crisis climática
Los efectos del cambio climático, de momento, han desaparecido del primer plano
de la actualidad, sustituidos por la crisis financiera. Sin embargo el proceso está
en marcha a escala planetaria, y también en este asunto la interconexión es
evidente. Ciertamente las poblaciones de los países «pobres» resultarán más
afectadas que las de los países «ricos», pero nadie saldrá indemne.
La conjunción de estas tres crisis muestra a los pueblos la necesidad de liberarse
de la sociedad capitalista y de su modelo de producción. La interconexión de las
crisis capitalistas pone por delante la necesidad de un programa anticapitalista y
revolucionario a escala mundial. Las soluciones, para que sean favorables para
los pueblos y para la naturaleza, deben ser internacionales y sistémicas. La
humanidad no podrá conformarse con parches.
Notas
(1) En efecto, con el fin de comprar alimentos cuyos precios aumentaron
fuertemente, las familias pobres redujeron los gastos de salud y educación, así
como los gastos en materia de vivienda.
(2) Damien Millet y Eric Toussaint « Repaso de las causas de la crisis alimentaria
mundial », agosto de 2008 y Eric Toussaint « Une fois encore sur les causes de la
crise alimentaire », octubre de 2008.
(3) Jacques Berthelot « Démêler le vrai du faux dans le flambée des prix agricoles
mondiaux », 15 de julio de 2008, p. 47.
Original en francés: http://www.cadtm.org/spip.php?article3780
Éric Toussaint, es el presidente del CADTM Bélgica, y autor de la obra Banque du
Sud et nouvelle crise internationale, CADTM/Syllepse, 2008.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y
mencionar al autor, a la traductora y la fuente.
01-10-2008
Situación mundial
Como la crisis del 29, o más… Un nuevo contexto mundial
François Chesnais
Herramienta
"La crisis va a desenvolverse de tal modo que las primeras y realmente brutales
manifestaciones de la crisis climática mundial que hemos visto van a combinarse
con la crisis del capital en cuanto tal"
La tesis que voy a presentar sostiene que el año pasado se produjo una verdadera
ruptura que deja atrás una larga fase de expansión de la economía capitalista
mundial; y que esa ruptura marcó el inició de un proceso de crisis con
características que son comparables con la crisis de 1929, aunque se desarrollará
en un contexto muy distinto.
Lo primero que hay que recordar es que la crisis de 1929 se desarrolló como
unproceso: un proceso que tuvo comienzo en 1929, pero cuyo punto culminante
se dio bastante después, en 1933, y que luego abrió paso a una larga fase de
recesión. Digo esto para subrayar que, en mi opinión, estamos viviendo las
primeras etapas, pero realmente las primeras, primerísimas etapas, de un proceso
de esa amplitud y esa temporalidad. Y que lo que por estos días está ocurriendo y
tiene como escenario los mercados financieros de Nueva York, de Londres y de
otros grandes centros bursátiles, es solamente un aspecto -y tal vez no sea el
aspecto mas importante- de un proceso que se debe interpretar como un proceso
histórico.
Estamos frente a uno de esos momentos en los que la crisis viene a expresar los
límites históricos del sistema capitalista. No se trata de alguna versión de la teoría
de "la crisis final" del capitalismo o algo por el estilo. De lo que sí se trata, en mi
opinión, es de entender que estamos enfrentados a una situación en la que se
expresan estos límites históricos de la producción capitalista. Y aunque no quisiera
aparecer como un Pastor con su Biblia marxista, quiero leerles un pasaje de El
capital:
El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital;es el hecho de
que, en ella, son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de
partida y la meta, el motivo y el fin de la producción; el hecho de que aquí la
producción sólo es producción para el capi tal y no, a la inversa, los medios de
producción simples medios para ampliar cada vez más la estructura del proceso
de vida de la sociedad de los productores. De aquí que los límites dentro de los
cuales tiene que moverse la conservación y valorización del valor-capital, la cual
descansa en la expropiación y depauperación de las grandes masas de los produc
tores, choquen constantemente con los métodos de producción que el capital se
ve obligado a emplear para conseguir sus fines y que tienden al aumento ilimitado
de la producción, a la producción por la producción misma, al desarrollo
incondicional de las fuerzas sociales productivas del trabajo. El medio empleado desarrollo incondicional de las fuerzas sociales productivas- choca
constantemente con el fin perseguido, que es un fin limitado: la valorización del
capital existente. Por consiguien te, si el régimen capitalista de producción
constituye un medio histórico para desarrollar la capacidad productiva material y
crear el mercado mun dial correspondiente, envuelve al propio tiempo una
contradicción cons tante entre esta misión histórica y las condiciones sociales de
producción propias de este régimen. [1]
Bueno, seguramente hay algunas palabras que hoy ya no utilizaríamos, como
esas de "misión histórica"... Pero creo que lo que iremos viendo en los años que
vendrán, se dará precisamente sobre la base de que ya se ha creado en toda su
plenitud ese mercado mundial intuido por Marx. Es decir, tenemos un mercado y
una situación mundial diferentes a las de 1929, porque en ese entonces países
como China y como India eran todavía semicoloniales, en tanto que ahora ya no
tienen ese carácter; son grandes países que, más allá de que tengan un carácter
combinado que requiere un cuidadoso análisis, son ahora partícipes de pleno
derecho dentro de una economía mundial única, una economía mundial unificada
en un grado desconocido hasta esta etapa de la historia. La cita puede ayudarnos
a entender el momento actual y la crisis que se ha iniciado precisamente en este
marco de un sólo mundo.
Un nuevo tipo de crisis
En mi opinión, en esta nueva etapa, la crisis va a desenvolverse de tal modo que
las primeras y realmente brutales manifestaciones de la crisis climática mundial
que hemos visto van a combinarse con la crisis del capital en cuanto tal. Entramos
en una fase que plantea realmente una crisis de la humanidad, dentro de
complejas relaciones en las que están también los acontecimientos bélicos, pero
lo más importantes es que, incluso excluyendo el estallido de una guerra de gran
amplitud que en el presente solo podría ser una guerra atómica, estamos
enfrentados a un nuevo tipo de crisis, a una combinación de esta crisis económica
que se ha iniciado con una situación en la cual la naturaleza, tratada sin la menor
contemplación y golpeada por el hombre en el marco del capitalismo, reacciona
ahora de forma brutal. Esto es algo casi excluido de nuestras discusiones, pero
que va a imponerse como un hecho central.
Por ejemplo, muy recientemente, leyendo el trabajo de un sociólogo francés, me
enteré de que los glaciares andinos de los que fluye el agua con que se abastecen
La Paz y El Alto, están agotados en más de un 80% y se estima que dentro de
quince años La Paz y El Alto ya no tendrán agua... y sin embargo, esto es algo
que nunca se trató, nunca se discutió un hecho de tal magnitud que puede hacer
que la lucha de clases en Bolivia, tal como la conocimos, se modifique
sustancialmente, por ejemplo haciendo que el tan controvertido traslado de la
capital a Sucre se imponga como algo "natural", porque se acabe el agua en La
Paz.
Estamos entrando a un período de ese tipo y el problema es que casi no se habla
de eso, mientras que en los ambientes revolucionarios se sigue discutiendo de
cosas que en este momento resultan minucias, cuestiones completamente
mezquinas en comparación con los desafíos a los que estamos enfrentados.
Límites inmanentes del capitalismoPara seguir con la cuestión de los límites del
capitalismo, quiero llamar la atención sobre una cita de Marx, inmediatamente
anterior a la ya citada: "La producción capitalista aspira constantemente a superar
estos límites inmanentes a ella, pero solo puede superarlos recurriendo a medios
que vuelven a levantar ante ella estos mismos límites todavía con mayor
fuerza".[2] Esta indicación nos introduce al análisis y a la discusión de los medios
a los que se recurrió, durante los últimos treinta años, para superar los límites
inmanentes del capital.
Esos medios han sido, en primer lugar, todo el proceso de liberalización de las
finanzas, del comercio y de la inversión, todo el proceso de destrucción de las
relaciones políticas surgidas a raíz de la crisis del 29 y de los años treinta,
después de la Segunda Guerra Mundial y de las guerras de de liberación
nacional... Todas esas relaciones, que expresaban la dominación del capital pero
representaban al mismo tiempo formas de control parcial del mismo capital, fueron
destrozadas y, por algún tiempo, al capital le pareció que con esto se superaban
los límites puestos a su actuación.
La segunda forma que se eligió para superar esos límites inmanentes del capital
ha sido recurrir, en una escala sin precedentes, a la creación de capital ficticio y de
medios de crédito para ampliar una demanda insuficiente en el centro del sistema.
Y la tercera forma, la más importante históricamente para el capital, ha sido la
reincorporación, en cuanto elementos plenos del sistema capitalista mundial, de la
Unión Soviética y sus "satélites", y de China.
Sólo en el marco de las resultantes de estos tres procesos es posible captar la
amplitud y la novedad de la crisis que se inicia.
Liberalización, mercado mundial, competencia…Comencemos por interrogarnos
sobre qué ha significado la liberalización y la desregulación llevadas a cabo a
escala mundial, con la incorporación del antiguo "campo" soviético y la
incorporación y modificación de las relaciones de producción en China... El
proceso de liberalización y desreglamentación ha significado el desmantelamiento
de los pocos elementos regulatorios que se habían construido en el marco
internacional al salir de la Segunda Guerra Mundial, para entrar en un capitalismo
totalmente desreglamentado. Y no sólo desreglamentado, sino también un
capitalismo que ha creado realmente el mercado mundial en el pleno sentido del
término, convirtiendo en realidad lo que era en Marx una intuición o anticipación.
Puede ser útil precisar el concepto de mercado mundial e ir tal vez más allá de la
palabra mercado. Se trata de la creación de un espacio libre de restricciones para
las operaciones del capital, para producir y realizar plusvalía tomando este
espacio como base y proceso de centralización de ganancias a escala
verdaderamente internacional. Ese espacio abierto, no homogéneo pero con una
reducción drástica de todos los obstáculos a la movilidad del capital, esa
posibilidad para el capital de organizar a escala universal el ciclo de valorización,
está acompañada por una situación que permite poner en competencia entre sí a
los trabajadores de todos los países. Es decir, se sustenta en el hecho que el
ejército industrial de reserva es realmente mundial y que es el capital como un
todo el que rige los flujos de integración o de repulsión, en las formas estudiadas
por Marx.
Este es entonces el marco general de un proceso de "producción para la
producción" en condiciones en que la posibilidad para la humanidad y las masas
del mundo de acceder a esa producción es totalmente limitada... y por lo tanto, el
cierre exitoso del ciclo de valorización del capital, para el capital en su conjunto, y
para cada capital en particular, se hace cada vez más difícil. Y por eso se
incrementan y se hacen más determinantes en el mercado mundial "las leyes
ciegas de la competencia". Los bancos centrales y los gobiernos pueden
proclamar que acordarán entre sí y colaborarán para impedir la crisis, pero no creo
que se pueda introducir la cooperación en el espacio mundial convertido en
escenario de una tremenda competencia entre capitales. Y ahora, la competencia
entre capitales va mucho más allá de las relaciones entre los capitales de las
partes más antiguas y más desarrolladas del sistema mundial con los sectores
menos desarrollados desde el punto de vista capitalista. Porque bajo formas
particulares e incluso muy parasitarias, en el marco mundial se han dado procesos
de centralización del capital por fuera del marco tradicional de los centros
imperialistas: en relación con ellos, pero en condiciones que también introducen
algo totalmente nuevo en el marco mundial.
Durante los últimos quince años, y en particular durante la última etapa, se han
desarrollado, en determinados puntos del sistema, grupos industriales capaces de
integrarse como socios de pleno derecho en los oligopolios mundiales. Tanto en la
India como en China se han conformado verdaderos y fuertes grupos económicos
capitalistas. Y en el plano financiero, como expresión del rentismo y del
parasitismo puro, los llamados Fondos Soberanos se han convertido en
importantes puntos de centralización del capital bajo la forma dinero, que no son
meros satélites de los Estados Unidos, tienen estrategias y dinámicas propias y
modifican de muchas maneras las relaciones geopolíticas de los puntos clave en
que la vida del capital se hace y se hará.
Por eso, otro elemento a tener en cuenta es que esta crisis tiene como otra de sus
dimensiones la de marcar el fin de la etapa en que los Estados Unidos pudieron
actuar como potencia mundial sin parangón... En mi opinión, hemos salido del
momento que analizara Mézáros en su libro de 2001, y los Estados Unidos serán
sometidos a prueba: en un plazo temporal muy corto, todas sus relaciones
mundiales se han modificado y deberá, en el mejor de los casos, renegociar y
reordenar todas sus relaciones en base al hecho de que deberán compartir el
poder. Y esto, por supuesto, es algo que nunca se produjo de forma pacífica en la
historia del capital... Entonces, primer elemento: uno de los métodos elegidos por
el capital para superar sus límites se ha transformado en fuente de nuevas
tensiones, conflictos y contradicciones, indicando que una nueva etapa histórica
se abrirá paso a través de esta crisis.
Creación incontrolada de capital ficticioEl segundo medio utilizado para superar los
limites para el capital de las economías centrales fue que todas ellas recurrieron a
la creación de formas totalmente artificiales de ampliación de la demanda efectiva,
las que, sumándose a otras formas de creación de capital ficticio, generaron las
condiciones para la crisis financiera que se está desarrollando hoy. En el artículo
que los compañeros de Herramienta tuvieron la gentileza de traducir al castellano
y publicar,[3] abordé con cierto detenimiento esta cuestión del capital ficticio y los
nuevos procesos que se han dado dentro del proceso mismo de acumulación de
capital ficticio. Para Marx, el capital ficticio es la acumulación de títulos que son
"sombra de inversiones" ya hechas pero que, como títulos de bonos y de acciones
aparecen con el aspecto de capital a sus poseedores. No lo son para el sistema
como un todo, para el proceso de acumulación, pero sí lo son para sus
poseedores y, en condiciones normales de cierre de los procesos de valorización
del capital, rinden a sus poseedores dividendos e intereses. Pero su carácter
ficticio se revela en situaciones de crisis. Cuando sobrevienen crisis de
sobreproducción, quiebra de empresas, etcétera, se advierte que ese capital no
existía... por eso también puede leerse a veces en los periódicos que tal o cual
cantidad de capital "desapareció" en algún sacudón bursátil: esas sumas nunca
habían existido como capital propiamente dicho, a pesar de que, para los
poseedores de esas acciones, representaban títulos que daban derecho a
dividendos e intereses, a percibir ganancias…
Por supuesto, uno de los grandes problemas de hoy es que en muchísimos países
los sistemas de jubilación están basados en capital ficticio, con pretensiones de
participación en los resultados de una producción capitalista que puede
desaparecer en momentos de crisis. Toda la etapa de la liberalización y
globalización financiera de los años 80 y 90 estuvo basada en acumulación de
capital ficticio, sobre todo en manos de Fondos de inversión, Fondos de
pensiones, Fondos financieros... Y la gran novedad desde finales o mediados de
los años 90 y a todo lo largo de los años 2000 fue, en los Estados Unidos y en
Gran Bretaña en particular, el empuje extraordinario que se dio a la creación de
capital ficticio en la forma de crédito. De crédito a empresas, pero también y sobre
todo de créditos a los hogares, créditos al consumo y más que nada créditos
hipotecarios. Y eso hizo dar un salto en la masa de capital ficticio creado,
originando formas aún más agudas de vulnerabilidad y fragilidad, incluso frente a
choques menores, incluso frente a episodios absolutamente predecibles. Por
ejemplo, en base a todo lo estudiado anteriormente, se sabía que un boom
inmobiliario se termina, que inexorablemente hay un momento en el que, por
procesos internos muy bien estudiados, se acaba; y si puede ser relativamente
comprensible que en el mercado accionario existiera la ilusión de que no había
límites para la suba en el precio de las acciones, en base a toda la historia previa
se sabía que eso no podía ocurrir en el sector inmobiliario: cuando se trata de
edificios y casas es inevitable que llegue el momento en que el boom acaba. Pero
se colocaron en tal situación de dependencia que ese acontecimiento
completamente normal y previsible se transformó en una crisis tremenda. Porque
a todo lo que ya dije, se añadió el hecho de que durante los dos últimos años los
préstamos se hacían a hogares que no tenían la menor posibilidad de pagar. Y
además, todo eso se combino con las nuevas "técnicas" financieras que traté de
explicar con un grado aceptable de vulgarización en mi artículo de Herramienta,
permitiéndose así que los bancos vendieran bonos en condiciones tales que nadie
podía saber exactamente qué estaba comprando… hasta el fuerte estallido de los
"subprime", en 2007.
Ahora están en el proceso de desmontaje de ese proceso. Pero dentro de ese
desmontaje hay procesos de concentración del capital financiero. Cuando el Bank
of America compra Merrill Lynch, estamos ante un proceso de concentración
clásico. Y vemos además estos procesos de estatización de las deudas, que
implican la creación inmediata de más capital ficticio. La Reserva Federal de los
Estados Unidos crea más capital ficticio para mantener la ilusión de un valor del
capital que está a punto de derrumbarse, con la perspectiva de tener en algún
momento dado la posibilidad de aumentar fuertemente la presión fiscal, pero en
realidad no puede hacerlo porque eso significaría el congelamiento del mercado
interno y la aceleración de la crisis en tanto crisis real. Asistimos, pues, a una fuga
hacia adelante que no resuelve nada. Dentro de ese proceso existe también el
avance de los Fondos Soberanos que buscan modificar la repartición
intercapitalista de los flujos financieros a favor de los sectores rentistas que han
acumulado estos fondos. Y esto es un factor de perturbación aun mayor en el
proceso.
Quiero recordar, para terminar con este punto, que ese déficit comercial de 5
puntos del PBI es lo que ha conferido a los Estados Unidos la particularidad de
ese lugar clave para la concreción del ciclo del capital en el momento de
realización de la plusvalía, para el proceso capitalista en su conjunto. Enfrentados
ahora a una casi inevitable retracción económica, se plantea como el gran
interrogante si, en un corto lapso, la demanda interna China podrá pasar a ser el
lugar que garantice ese momento de realización de la plusvalía que se daba en los
Estados Unidos. La amplitud de la intervención del Tesoro es muy fuerte y logró
que la contracción de la actividad en los Estados Unidos y la caída en las
importaciones haya sido hasta ahora muy limitada. El problema es saber cuánto
tiempo se podrá tener como único método de política económica crear más y más
liquidez... ¿Será posible que no haya límites a la creación de capital ficticio bajo la
forma de liquidez para mantener el valor del capital ficticio ya existente? Me
parece una hipótesis demasiado optimista, y entre los mismos economistas
norteamericanos, muchos lo dudan.
¿Sobreacumulación en China?
Para terminar, llegamos a la tercer manera en la cual el capital superó sus limites
inmanentes, que es en definitiva la más importante de todas y plantea los
interrogantes más interesantes. Me refiero a la extensión, en particular a China, de
todo el sistema de relaciones sociales de producción del capitalismo. Algo que
Marx mencionó en algún momento como una posibilidad, pero que sólo se hizo
realidad durante los últimos años. Y se realizó en condiciones que multiplican los
factores de crisis.
La acumulación del capital en China se hizo en base a procesos internos, pero
también en base a algo que está perfectamente documentado, pero poco
comentado: el traslado de una parte importantísima del Sector II de la economía,
el sector de la producción de medios de consumo, desde los Estados Unidos hacia
China. Y esto tiene mucho que ver con el grueso de los déficits norteamericanos
(el déficit comercial y el fiscal), que sólo podrían revertirse por medio de una
"reindustrialización" de los Estados Unidos.
Esto significa que se establecieron nuevas relaciones entre los Estados Unidos y
China. No se trata ya de las relaciones de una potencia imperialista con un
espacio semicolonial. Los Estados Unidos crearon relaciones de un tipo nuevo,
que ahora tiene dificultades en reconocer y en asumir. En base al superávit
comercial, China acumula millones y millones de dólares, que luego presta a los
Estados Unidos. Una ilustración de las consecuencias que esto trae, lo tenemos
con la nacionalización de esas dos entidades llamadas Fannie Mae y Freddy Mac:
parece ser que la banca de China tenía el 15% de los fondos de estas entidades y
le comunicó al gobierno americano que no aceptaría su desvalorización. Son
relaciones internacionales de un tipo totalmente nuevo.
Pero ¿qué ocurre en el seno mismo de China? En mi artículo en Herramienta ya
citado, había una sola página sobre esto, y al final, pero de alguna manera es la
cuestión más decisiva para la próxima etapa de la crisis. En China se ha dado
internamente un proceso de competencia entre capitales, que se combinó con
procesos de competencia entre sectores del aparato político chino, y de
competencia para atraer a empresas extranjeras, todo lo cual ha resultado en un
proceso de creación de inmensas capacidades de producción, además de
violentar a la naturaleza en una escala grandísima: en China se concentra una
sobreacumulación de capital que en un momento dado se tornará insostenible. En
Europa es evidente la tendencia a una aceleración de la destrucción de
capacidades productivas y de puestos de trabajo, para trasladarse al único paraíso
del mundo capitalista que hoy es China. Considero que este traslado de capitales
a China ha significado una reversión de procesos anteriores hacia un alza de la
composición orgánica del capital. La acumulación es intensiva en medios de
producción y es intensiva y muy dilapidadora de la otra parte del capital constante,
es decir las materias primas. La masiva creación de capacidades de producción
en el Sector I estuvo acompañada por todos los mecanismos y el empuje
económico que caracteriza el crecimiento de China, pero el mercado final para
sostener toda esa producción es el mercado mundial, y una retracción de éste
pondrá en evidencia esa sobreacumulación de capital. Alguien como Aglietta, que
ha estudiado específicamente esto, afirma que realmente hay sobreacumulación,
hay un acelerado proceso de creación de capacidad productiva en China, un
proceso que, en el momento en que se termine -y tiene que terminar- la
realización de toda esa producción va a plantear problemas. Además, China es
realmente un lugar decisivo, porque incluso pequeñas variaciones en su economía
determinan la coyuntura de otros muchos países en el mundo. Fue suficiente que
la demanda china de bienes de inversión cayera un poco para que Alemania
perdiera exportaciones y entrara en recesión. Las "pequeñas oscilaciones" en
China tienen repercusiones fuertísimas en otros lugares, como debería ser
evidente para el caso de la Argentina.
Para seguir pensando y discutiendo
Y vuelvo a lo que decía en el comienzo. Aunque sean comparables, las fases de
esta crisis van a ser distintas a las del 29, porque en aquel entonces la crisis de
sobreproducción de los Estados Unidos se verificó desde los primeros momentos.
Después se profundizó, pero se supo enseguida que se estaba ante una crisis de
sobreproducción. Ahora, en cambio, con diversas políticas están aplazando ese
momento, pero no podrán hacerlo mucho más. Simultáneamente, y como
ocurriera también con la crisis de 1929 y los años 30, aunque en condiciones y
bajo formas distintas, la crisis se combinará con la necesidad, para el capitalismo,
de una reorganización total de la expresión de sus relaciones de fuerzas
económicas en el marco mundial, marcando el momento en el que los Estados
Unidos verán que su superioridad militar es solamente un elemento, y un elemento
bastante subordinado, para renegociar sus relaciones con China y otras partes del
mundo. O llegará el momento en el cual dará el salto a una aventura militar de
imprevisibles consecuencias.
Por todo ello, concluyo que esto es mucho más que una crisis financiera, incluso si
estamos por ahora en esa fase, incluso si el artículo publicado por Herramienta
debió concentrarse en tratar de iluminar los enredos del capital ficticio y permitir
entender por qué es tan difícil el desmontaje de ese capital, pero estamos ante un
una crisis muchísimo más amplia. Ahora bien, tengo la impresión, por el tenor de
las distintas preguntas u observaciones que se me hicieron, que muchos opinan
que estoy pintando un escenario de tipo catastrofista, de derrumbe del
capitalismo... En realidad, creo que estamos ante el riesgo de una catástrofe, pero
no ya del capitalismo, sino de una catástrofe de la humanidad. En cierta forma, si
tomamos en cuenta la crisis climática, posiblemente ya existe algo de eso... Yo
opino (junto con Mészáros, por ejemplo, pero somos muy pocos los que damos
importancia a esto) que estamos ante un peligro inminente. Lo dramático es que,
por el momento, esto afecta directamente a poblaciones que no son tomadas en
cuenta: lo que pueda estar pasando en Haití pareciera que no tiene la menor
importancia histórica; lo que ocurre en Bangladesh no tiene peso más allá de la
región afectada; tampoco lo ocurrido en Birmania, porque el control de la Junta
militar impide que trascienda. Y lo mismo en China: se discuten los índices de
crecimiento pero no sobre las catástrofes ambientales, porque el aparato represivo
controla las informaciones sobre las mismas.
Y lo peor es que esa "opinión", que está siendo constantemente construida por los
medios, está interiorizada muy profundamente, incluso en muchos intelectuales de
izquierda. Yo había comenzado a trabajar y a escribir sobre todo eso, pero con el
comienzo de la crisis de alguna manera debí volver a ocuparme de las finanzas,
aunque no lo hago con mucho gusto, porque lo esencial me parece que se juega
en un plano distinto.
Para terminar: el hecho de que todo esto ocurra después de esa tan larga fase, sin
paralelo en la historia del capitalismo, de 50 años de acumulación ininterrumpida
(salvo una pequeñísima ruptura en 1974/1975), así como también todo lo que los
círculos capitalistas dirigentes, y en particular los bancos centrales, aprendieron de
la crisis del 29, todo ello hace que la crisis avance de manera bastante lenta.
Desde septiembre del año pasado, el discurso de los círculos dominantes viene
sosteniendo, una y otra vez, que "lo peor ya pasó", cuando lo cierto es que, una y
otra vez, "lo peor" estaba por venir. Por eso insisto en el riego de minimizar la
gravedad de la situación, y sugiero que en nuestros análisis y forma de enfocar las
cosas deberíamos incorporar la posibilidad, como mínimo la posibilidad, de que
inadvertidamente estemos también interiorizando ese discurso de que, en
definitiva "no pasa nada"...
-------------------------------------------------------------------------------* Exposición realizada en el encuentro organizado por Herramienta el 18 de
septiembre de 2008. La desgrabación y preparación para su publicación es de
Aldo Casas.
** Destacado marxista, es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director
deCarré rouge, y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que
colabora asiduamente. La finance capitaliste, último libro publicado bajo su
dirección, está siendo traducido para ser publicado por Ediciones Herramienta.
[1] Carlos Marx, El capital México, FCE, 1973, Vol. III, pág. 248.
[2] Idem.
[3] "El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera", en Herramienta Nº
37, marzo 2008.
Suplementos / EconoCrítica Nº 6
Jueves 25 de septiembre de 2008
Falacias del “humanismo” keynesiano
Paula Bach
La actual crisis financiera estallada en el corazón del capitalismo amenaza
convertirse en una intensa recesión internacional. La catarata de condenas desde
el espectro de los economistas y comentaristas “progresistas” a los “paradigmas
hegemónicos”, a las “ideas de la ortodoxia liberal”, al “libre mercado” y a la
“desregulación financiera global” impulsadas por los principales países capitalistas
durante los últimos 30 años, no se hizo esperar. La actual debacle financiera sería,
según ellos, el resultado de las políticas neoliberales de las últimas tres décadas.
La “tesis” que se pretende novedosa y llega disfrazada de anhelos redistributivos y
humanistas no es más que un nuevo (viejo) intento de librar de toda culpa al
verdadero “mal de todos los males”, el modo capitalista de producción. No sólo la
actual crisis no es producto del “neoliberalismo”, sino que el neoliberalismo se
construyó como respuesta al fracaso de las políticas keynesianas que desde la
década del ’70 se demostraron impotentes para revitalizar al capital, a partir del
momento en que sus leyes, tales como la caída de la tasa y masa de ganancias,
empezaron a evidenciarse induciendo el fin del boom económico de la segunda
posguerra.
Lord John Maynard Keynes: “…del lado de la educada burguesía”
Corrientemente desde los economistas y comentaristas “progresistas” suele
asociarse el keynesianismo a las ideas de “redistribución del ingreso” contra su
concentración, “intervención estatal” en la economía contra el laissez faire (dejar
hacer) de los mercados, “capital productivo” contra “capital especulativo”. Dicho de
otro modo, suele asociarse el keynesianismo a un supuesto capitalismo
“humanizado” contra la violencia destructiva del neoliberalismo. Pero esta
dicotomía es falsa. Cuando se habla de keynesianismo se hace referencia a los
postulados de política económica basados en las teorías del economista inglés
John Maynard Keynes cuya obra más conocida La teoría general sobre el empleo,
el interés y el dinero fue publicada en el año 1936, es decir en medio de la hoy tan
en boga “crisis de la década del ’30”. Pero Keynes no fue un humanista ni nada
que se le parezca. Lord John Maynard Keynes fue un economista lúcido que unos
cuantos años antes de 1936, sugirió que para salvar al capital amenazado tanto
por sus propias leyes como por los vientos revolucionarios que soplaban desde la
Unión Soviética, ya no alcanzaban los principios clásicos que habían dominado la
teoría económica durante más de un siglo, por lo que se planteaba la necesidad
de diseñar nuevas políticas. En cuanto a su posicionamiento de clase y su anhelo
de salvar al capital Keynes no dejó lugar a dudas: “Puedo estar influido por lo que
me parece ser justicia y buen sentido, pero la guerra de clases me encontrará del
lado de la educada burguesía” (J.M. Keynes, 1925).
Los postulados de política keynesiana y la depresión de los años ’30 El crack
bursátil de 1929, punto de partida de la depresión mundial de los años ’30 tuvo
importantes precedentes. La conflagración mundial de 1914 no había logrado
resolver la crisis de hegemonía imperialista mientras continuaba la decadencia del
imperio británico. Alemania había quedado tremendamente endeudada tras la
guerra y azotada por la crisis económica. La revolución obrera había triunfado en
Rusia y aparecía como amenaza para un capitalismo mundial en estado crítico.
Aunque las condiciones económicas y políticas eran altamente inestables, el
fracaso de procesos revolucionarios como el de Alemania o el de Hungría dieron
aire al capital para una recuperación relativa. Aquello que se conoció como la belle
époque de los años ’20, fue un período de estabilización económica e intensa
especulación financiera. La no resolución de las contradicciones interimperialistas
y la revolución rusa constituyeron otros tantos factores que, aún cuando se
alcanzó una estabilización durante los años ’20, no favorecieron el
restablecimiento de un equilibrio capitalista que permitiera el desarrollo de un
nuevo ciclo “normal” de acumulación. Es en este contexto que la belle époque
deviene, tras el crack de 1929, en la fatal époque de los años ’30 con una
depresión económica que arrojó la friolera de 14 millones de desocupados en
Estados Unidos, 6 millones en Alemania, 3 millones en Gran Bretaña, por dar sólo
algunos ejemplos. En un contexto de paralización de la economía internacional se
hizo evidente que las profundas contradicciones que se habían desarrollado junto
con el capital, no permitían ya que los mecanismos cíclicos clásicos de recesión y
recuperación económica funcionaran aceitadamente como antaño. He aquí
cuando una mayor participación e injerencia del Estado sobre la economía para
intentar salvar a un sistema herido de muerte, deviene una necesidad
insoslayable. Sin embargo, la mentada “participación del Estado” –a diferencia de
lo que suele creerse– no tuvo una sola cara sino dos. El New Deal americano
asociable a las recomendaciones de política keynesianas, muy lejos estaba de
buscar algo similar a una “mejora en la redistribución del ingreso”. Perseguía en
realidad, además de contener y subordinar al movimiento de masas, recomponer
las colapsadas relaciones capitalistas de producción en una situación en la cual al
decir del ex presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt “Bajo la
inexorable ley de la oferta y la demanda, los bienes ofrecidos llegaron a
sobrepasar de tal manera la demanda que podía pagarlos, que la producción
debió frenarse bruscamente”. En este contexto, el Estado norteamericano ejerció
un fuerte respaldo a la inversión a través de facilidades crediticias y de la
realización de obras públicas absorbiendo parte del desempleo y reestimulando la
demanda para que los capitalistas pudieran reabrir fábricas pudiendo realizar
(vender) sus mercancías. Se buscaba con ello restablecer la producción y
realización de plusvalor que permitiera el impulso a un nuevo ciclo de acumulación
ampliada del capital, además de salvar a la banca a través de medidas de
intervención estatal. Pero desde otro escenario, en la Alemania destruida, el
fascismo no perseguía objetivos distintos a los americanos en lo que a las
necesidades de salvar al capital se refiere, sólo que lo hacía bajo otros “métodos”.
Como señalara León Trotsky “El Estado fascista legaliza oficialmente la
degradación de los trabajadores y la depauperización de las clases medias en
nombre de la salvación de la ‘nación’ y de la ‘raza’, nombres presuntuosos bajo los
que se oculta el capitalismo en decadencia. La política del New Deal, que trata de
salvar a la democracia imperialista por medio de regalos a la aristocracia obrera y
campesina sólo es accesible en su gran amplitud a las naciones verdaderamente
ricas, y en tal sentido es una política norteamericana por excelencia”. (Trotsky, “El
marxismo y nuestra época”, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y de la
economía de transición, CEIP). Por desgracia para los “humanistas” keynesianos y
para el historial del capital que parafraseando a Marx “vino al mundo chorreando
sangre y lodo”, el fascismo alemán con su preparación para la guerra ha sido más
efectivo que el New Deal en el terreno de la recuperación capitalista. En 1936
Alemania había absorbido la casi totalidad de los desocupados mientras que
Estados Unidos, aún cuando logró salir de la terrible depresión del los años ’29’33, recién logró recuperar los niveles anteriores a la crisis del ’29 cuando, a partir
del año 1938, comenzó su política armamentística para su posterior entrada en la
segunda guerra mundial. De modo que la “intervención estatal” no constituyó un
rasgo característico de las políticas keynesianas signado por la intención de
“redistribuir el ingreso”. La intervención del Estado en la economía era una
necesidad de los países imperialistas para salvar al capital condenado a muerte.
En un país rico como Estados Unidos adoptó la forma “benéfica” –aunque no tan
eficiente– del New Deal, en Alemania destruida adoptó la forma brutal del
fascismo. Pero la variante propiamente americana resultó verdaderamente
efectiva sólo cuando imitó el curso de su “rival” fascista y comenzó a armarse para
participar en la carnicería imperialista.
Segunda guerra mundial, posguerra y boom económico
En última instancia y llevada hasta las últimas consecuencias, la necesidad del
Estado capitalista de intervenir en la economía, debía alcanzar su forma más
nítida en la preparación de las “naciones” para la guerra acabando en una nueva
gran conflagración mundial. La segunda guerra tenía entre sus tareas resolver lo
que la primera había dejado inacabado: el problema de la hegemonía imperialista.
Además todos los contrincantes imperialistas compartían un objetivo común:
destruir al Estado Obrero soviético que, aún en el marco de la degeneración
stalinista, continuaba representando una seria amenaza para el capitalismo
mundial. Si bien el bando aliado triunfó en la guerra, los resultados no fueron tan
buenos como los deseados. El ejército fascista fue vencido finalmente por el
Ejército Rojo en territorio soviético, lo que lejos de destrozar el fantasma del
“comunismo”, dio renovados aires a la Unión Soviética, aunque lamentablemente
también a la camarilla stalinista. La inmediata posguerra se caracterizó por una
serie de ascensos revolucionarios que traicionados uno a uno por los Partidos
Comunistas allanaron el camino a la consolidación de la hegemonía
norteamericana que junto a la enorme destrucción de fuerzas productivas
(materiales y humanas) legada por la guerra, abrió el camino a la recuperación del
capital muy especialmente en los países centrales. Baja composición orgánica del
capital, necesidades de reconstrucción asociadas a la “tierra arrasada” dejada por
la guerra, masas de hombres hambrientos dispuestos a trabajar por un pedazo de
pan, derrotas de los procesos revolucionarios particularmente en los países
centrales y clara hegemonía mundial norteamericana, fueron todos factores que
reestablecieron el equilibrio capitalista desde su ruptura en 1914 y crearon
condiciones para la obtención de una alta tasa de ganancia para el capital. Sin
embargo, las condiciones de la formación de un “pluscapital” es decir de la
acumulación ampliada, nuevamente debieron ser sostenidas por una participación
sin precedentes de los Estados en la economía. El Plan Marshall que data del año
1947 y constituyó una enorme inyección de capital por parte del Estado
norteamericano sobre las destruidas economías de Europa, junto con la previa
creación de organismos multilaterales tales como el FMI o el Banco Mundial,
resultan sendos ejemplos de dicha participación. Las políticas keynesianas de
estímulo de la demanda efectiva (gasto de consumo, gasto de inversión y gasto
público) a través de la inflación del crédito, resultaron por vez primera
verdaderamente exitosas en cuanto a garantizar mecanismos aceitados de
producción y realización del plusvalor. Sin embargo el “éxito” del “círculo virtuoso”
que apelando a mecanismos keynesianos caracterizó a los llamados “30 años
gloriosos” del capital debe considerarse en el marco de dos aspectos
fundamentales. El primero es que los mecanismos keynesianos que habían
arrojado resultados poco satisfactorios en los años ’30, funcionaron de manera
efectiva sólo tras la destrucción de la guerra y las derrotas mencionadas. El
segundo es que estos mecanismos, que fundamentalmente en los países
centrales permitieron un boom de producción y consumo con fuertes ganancias y
salarios en alza, hallaron su límite ni bien hacia fines de la década del ’60, una
composición orgánica creciente del capital volvió a poner en escena la ley de la
caída de la tasa media de ganancia que se puso de manifiesto a través de la
disminución de la masa de ganancias del capital.
Década del ’70, políticas keynesianas y giro neoliberal
Caída de la tasa de ganancia del capital, recuperación de Alemania y Japón que
empiezan a cuestionar la hegemonía americana, ascenso de masas que comienza
en el año 1968, fin del orden monetario de Bretton Woods que había establecido la
paridad dólar-oro, son otros tantos factores que señalan que las condiciones
excepcionales del boom de posguerra llegaban a su fin. En este escenario, las
políticas keynesianas vuelven a mostrar su impotencia. La continuidad del
estímulo estatal de la demanda efectiva a través de los mecanismos del crédito,
no consigue evitar un nuevo estancamiento económico y sólo contribuye a
estimular la inflación. Durante los años ‘70 el crecimiento es muy débil (hay
estancamiento económico) y la inflación se vuelve imparable. La combinación de
estos aspectos está en la base de un nuevo fenómeno que se conoció con el
nombre de estanflación. La estampida de la crisis se produce en el año 1973 con
la disparada de los precios del petróleo. Esta suba está asociada a la entrada en
escena de la OPEP que tras soportar años de bajos precios petroleros provoca
una estampida en el precio del crudo. Nuevamente, y como síntoma particular de
la época de decadencia capitalista, las dificultades para la producción y la
realización del plusvalor entran en escena y, muy a pesar de los mecanismos
keynesianos de estímulo estatal de la demanda y la inversión, se traducen en
procesos violentos de especulación financiera. En este marco, el alza de los
precios del petróleo generó (además de contribuir a una mayor caída de la ya
debilitada tasa de ganancia) ingentes masas de capitales que sin hallar espacio
para la valorización, fueron depositados bajo la forma de eurodólares a los bancos
europeos. La escasa rentabilidad así como la masa de mercancías invendibles en
los países centrales (sobreacumulación y sobreproducción) –otra vez el
keynesianismo no podía con las contradicciones estructurales del capital– estuvo
en la génesis de otro proceso especulativo que esta vez adoptó la forma de masas
de capitales que fueron prestados a los países periféricos en principio a bajas
tasas de interés. Uno de los objetivos de la colocación de estas deudas “externas”
era dar salida al exceso de mercancías de los países centrales. Pero en el año
1979, fundamentalmente como reacción frente a la devaluación del dólar
provocada por la inflación, la Reserva Federal impulsa un fuerte aumento de las
tasas de interés, con lo cual las deudas contraídas devienen totalmente
impagables. Estalla una profunda crisis financiera. Las políticas keynesianas, a
falta de fuertes elementos estructurales como los conquistados por el capital en la
segunda posguerra, mostraban toda su impotencia. El giro neoliberal con punto de
partida en el ’79 se pone de manifiesto más claramente a partir de los años ’80
con el Reaganismo-Tatcherismo y las derrotas de los mineros ingleses y de los
controladores aéreos norteamericanos, dando lugar a las políticas neoliberales de
los últimos aproximadamente 30 años. Hoy, cuando el espectro de la crisis vuelve
a aparecer con profunda virulencia, los intentos por revitalizar la “vía keynesiana”
no son más que lamentos desesperados por salvar a un capitalismo mal herido,
mediante el olvido intencional del tendal de fracasos y desastres que el
“humanismo” keynesiano nos ha legado.
Descargar