Visiones de la crisis económica: Boron, Toussaint, Chesnais, Bach, Lecciones para recordar Atilio Borón Página 12 / 13-10-2008 Las crisis son las grandes maestras de la historia. Ponen de manifiesto la esencia de un régimen económico-social al derribar el espeso velo de fetichismos y racionalizaciones que ocultan la naturaleza inherentemente explotadora y predatoria del capitalismo. Con ellas se torna visible la gigantesca estafa del sistema: Richard Fuld, antaño todopoderoso CEO de Lehman Brothers, declara en el Congreso de Estados Unidos haber percibido 350 millones de dólares en los últimos ocho años por concepto de sueldos, comisiones y otras gabelas mientras el banco se fundía dejando tras de sí un tendal de víctimas. A su vez el actual secretario del Tesoro, Henry Paulson –un buitre con treinta años de actividad en Wall Street– tiene buenas razones para actuar flemáticamente: en sus siete años al frente de Goldman Sachs ganó 117 millones de dólares. Si hay crisis será para otros, no para él: para los asalariados de Estados Unidos, que durante la era de Bush vieron disminuir sus ingresos en unos 2000 dólares, y para los pueblos del mundo subdesarrollado, por la vía de la caída del valor de sus exportaciones y la desvalorización de su fuerza de trabajo. Crisis, pero ¿qué clase de crisis? No se trata, como algunos se ilusionan, del derrumbe del capitalismo; desgraciadamente éste no caerá si no irrumpe un sujeto social y político que lo haga caer. Y en el corazón del sistema, por ahora, ese sujeto está ausente. Pero lo que sí se ha derrumbado es el neoliberalismo, el paradigma que definió la articulación entre mercado, Estado y sociedad en los últimos treinta años y que tantos estragos causara en nuestro país. Si hay algo que celebrar es que ese modelo, en donde el capital gozó de ventajas, prerrogativas y privilegios sin precedentes, murió en medio de un colosal big bang financiero. Ahora se abre una nueva etapa y sus características dependerán de la forma en que se desenvuelvan las contradicciones sociales que brotarán en los espacios nacionales y en el ámbito internacional. También del grado de conciencia y de la capacidad organizativa de los oprimidos por el sistema y de las políticas que adopten los gobiernos. Esta crisis constituye un gran desafío para la izquierda; la respuesta inicial del capital será, como siempre, socializar las pérdidas y garantizar la apropiación privada de los beneficios. Como observa Chomsky, para tranquilizar al capital habrá Estado, mucho Estado; de los asalariados ya se hará cargo el mercado. Habrá que luchar con todas las fuerzas para evitar que tal cosa ocurra y que la salida de la crisis –por izquierda, porque no hay otra– nos instale en un terreno desde el cual avanzar en la construcción de una alternativa socialista, la única capaz de resolver los ingentes problemas sociales, económicos y políticos, ecológicos que genera el capitalismo. Como decía Danton en el torbellino de la Revolución Francesa, en épocas como ésta se requiere de audacia, más audacia, siempre audacia. ¿La tendrá nuestro Gobierno? ¿La tendrán los gobiernos del deslavado “centroizquierda”? La ambigüedad y el “realismo posibilista” que los han guiado son la ruta segura para la profundización de la crisis y una nueva frustración. Aparte de exhibir la degradación moral del sistema, la crisis deja otras enseñanzas. Primero: demostró que la tan mentada “independencia de los bancos centrales” era una falacia que ocultaba la total subordinación de esas instituciones a las necesidades del capital financiero. No bien estalló la crisis, los bancos centrales de los capitalismos centrales arrojaron por la borda toda esa charlatanería para consumo de la periferia y, obedeciendo las órdenes de los gobiernos, acudieron de inmediato en auxilio del capital. Es imperativo, por lo tanto, subordinar el Banco Central a las prioridades establecidas por el Estado democrático. Segundo: que el papel del Estado sigue siendo central y que la prédica de quienes siguen proponiendo el slogan procesista de “achicar el Estado para agrandar la nación” es el taparrabos detrás del cual se esconde el ilimitado despotismo del capital. En nuestro país reconstruir el Estado, destruido hasta lo indecible por décadas de políticas neoliberales, es prioridad número uno. Esta tarea todavía no comenzó, y para ello la Casa Rosada debe encarar, hoy mismo, una reforma integral de nuestro escandalosamente regresivo régimen tributario y del asfixiante centralismo que impide el desarrollo de las dormidas energías nacionales. Tercero: en un mundo donde el proteccionismo se acentuará al compás de la crisis, es imprescindible contar con una estrategia de desarrollo orientada hacia el fortalecimiento del mercado interno y que coloque al país a salvo de las violentas oscilaciones que registran los mercados internacionales. Para esto se requiere una activa política de distribución de ingresos y riquezas. El Gobierno argentino todavía está en deuda en este tema: ha hablado mucho y actuado poco. Cuarto: abandonar la ortodoxia propuesta incansablemente por los “gurúes” económicos, charlatanes y embaucadores a sueldo del capital. Gran responsabilidad tiene en esta materia el Banco Central de Suecia que, salvo excepciones, concedió los premios Nobel de Economía –otorgando respetabilidad intelectual y moral– a algunos apóstoles del neoliberalismo como Friedman o Von Hayek –o a mediocres alquimistas que inventaban fórmulas para crear nuevos instrumentos de especulación para beneficio de los tahúres del casino global–. Ellos son los autores intelectuales de este desastre. 13-10-2008 Interconexión de las crisis capitalistas Éric Toussaint CADTM La explosión de las crisis alimentaria, económica y financiera en 2007-2008 demuestra hasta qué punto están interconectadas las economías del planeta. Para resolver estas crisis, es necesario tratar el mal en la raíz. La crisis alimentaria En 2007-2008, más de la mitad de la población mundial ha visto degradarse fuertemente sus condiciones de vida porque ha tenido que enfrentarse a una gran subida de los precios de los alimentos. Esto ha originado protestas masivas, por lo menos en una quincena de países, en la primera mitad de 2008. El número de personas afectadas por el hambre llega a varias decenas de millones, y cientos de millones más han visto restringido su acceso a los alimentos (y, en consecuencia, a otros bienes y servicios vitales (1)). Todo esto como consecuencia de las decisiones tomadas por un puñado de empresas del sector del «agronegocio» (productoras de biocombustibles) y del sector de las finanzas (los inversores institucionales que contribuyen a la manipulación de los precios de los productos agrícolas), que se han beneficiado del apoyo del gobierno de Washington y de la Comisión Europea (2). Pero la parte correspondiente a las exportaciones de la producción mundial de alimentos sigue siendo escasa. Sólo una parte insuficiente del arroz, el trigo o el maíz producidos en el mundo se exporta, una porción aplastante de la producción se consume en el lugar de origen. Sin embargo, los precios de los mercados de exportación son los que determinan el precio en los mercados locales. Es decir, los precios de los mercados de exportación se fijan en Estados Unidos, principalmente en tres Bolsas (Chicago, Minneapolis y Kansas City). En consecuencia, el precio del arroz, el trigo o el maíz en Tombuctú, México, Nairobi o Islamabad está influido directamente por la evolución del precio de dichos productos en los mercados bursátiles de Estados Unidos. En 2008, con urgencia y por el peligro de que las derribasen los motines, en los cuatro puntos cardinales del planeta, las autoridades de los países en desarrollo tuvieron que tomar medidas para garantizar el acceso de los ciudadanos a los alimentos básicos. Si se llegó a esa situación es porque durante varios decenios los gobiernos renunciaron progresivamente al sostenimiento de los productores locales de granos –en su mayoría pequeños productores- y siguieron las recetas neoliberales dictadas por instituciones como el Banco mundial y el FMI en el marco de los planes de ajuste estructural y los programas de reducción de la pobreza. En nombre de la lucha contra la pobreza, estas instituciones convencieron los gobiernos para establecer políticas que reprodujeron, incluso reforzada, la pobreza. Además, durante los últimos años, numerosos gobiernos han firmado tratados bilaterales (en particular los tratados de libre comercio) que han agravado todavía más la situación. Las negociaciones comerciales en el marco del ciclo de Doha de la OMC también han acarreado consecuencias funestas. ¿Qué ha pasado? Acto primero: Los países en desarrollo renunciaron a las protecciones aduaneras que permitían proteger a los campesinos locales de la competencia de los productores agrícolas extranjeros, principalmente de las grandes empresas «agroexportadoras» estadounidenses y europeas. Éstas invadieron los mercados locales con productos agrícolas vendidos por debajo del coste de producción de los agricultores y ganaderos locales, lo que originó su quiebra (muchos de ellos emigraron a las grandes ciudades de sus países o a países más industrializados). Según la OMC , los subsidios que pagan los gobiernos del norte a sus grandes empresas agrícolas en el mercado interior no constituyen una infracción de las reglas contra el dumping. Como ha escrito Jacques Berthelot: «Mientras que para el hombre de la calle existe dumping si se exporta a un precio inferior al coste medio de producción del país exportador, para la OMC no hay dumping en tanto que se exporta al precio interior, incluso si es inferior al coste medio de producción» (3). En resumen, los países de la Unión Europea , Estados Unidos u otros países exportadores pueden invadir los mercados de los demás con productos agrícolas que se benefician de cuantiosas subvenciones internas. El maíz exportado a México por Estados Unidos es un caso emblemático. A causa tratado de libre comercio (TLC) firmado entre Estados Unidos, Canadá y México, este último abandonó sus protecciones aduaneras frente a sus vecinos del norte. Las exportaciones de maíz de Estados Unidos a México se han multiplicado por nueve entre 1993 (último año antes de la entrada en vigor del TLC) y 2006. Cientos de miles de familias mexicanas tuvieron que renunciar a producir maíz porque éste costaba más caro que el maíz procedente de Estados Unidos (producido con tecnología industrial y fuertemente subvencionado). Esto no sólo constituyó un drama económico, sino que además acarreó una pérdida de identidad porque el maíz es el símbolo de la vida en la cultura mexicana, especialmente en los pueblos de origen maya. Una gran parte de los cultivadores de maíz abandonaron sus campos y salieron a buscar trabajo en las ciudades industriales de México o en Estados Unidos. Acto segundo México, que para alimentar a su población depende del maíz de Estados Unidos, se enfrenta a una subida brutal del precio de este cereal originada, por una parte, por la especulación en las Bolsas de Chicago, Kansas City o Minneapolis y, por otro lado, por la producción, en casa de su vecino del norte, de etanol de maíz. Los productores mexicanos de maíz ya no tienen capacidad para satisfacer la demanda interna y los consumidores mexicanos se enfrentan a un estallido del precio de su alimento de base, la tortilla, esa tortita de maíz que sustituye al pan o al tazón de arroz consumido en otras latitudes. En 2007, enormes protestas populares sacudieron México. En condiciones específicas, las mismas causas produjeron, grosso modo, los mismos efectos. La interconexión de los mercados alimentarios a escala mundial está establecida a un nivel jamás conocido anteriormente. La crisis alimentaria mundial pone al descubierto el motor de la sociedad capitalista: la búsqueda del máximo beneficio privado a corto plazo. Para los capitalistas, los alimentos sólo son una mercancía que hay que vender con el mayor beneficio posible. El alimento, elemento esencial de la conservación de la vida de los seres humanos, se ha transformado en un simple instrumento de beneficio. Hay que poner fin a esta lógica mortífera. Hay que abolir el control del capital sobre los grandes medios de producción y comercialización y dar la prioridad a una política de soberanía alimentaria. La crisis económica y financiera También en 2007- 2008 ha estallado la mayor crisis internacional económica y financiera desde 1929. Si no existiera la intervención masiva y concertada de los poderes públicos que se han lanzado al auxilio de los banqueros ladrones, la crisis actual ya habría adquirido mayores proporciones. También en este terreno la interconexión es sorprendente. Entre el 31 de diciembre de 2007 y finales de septiembre de 2008, todas las Bolsas del planeta conocieron unas bajadas muy importantes, que han ido del 15 al 30% en las Bolsas de los países más industrializados hasta el 50% en China pasando por el 40% en Rusia y Turquía. El montaje colosal de deudas privadas, pura creación de capital ficticio, acabó por estallar en los países más industrializados empezando por Estados Unidos, la economía más endeudada del planeta. En efecto, la suma de la deuda pública y privada de Estados Unidos asciende, en 2008, a 50 billones de dólares (contando las deudas del Estado, los hogares y las empresas, N. de T.), es decir el 350% del PIB. Esta crisis económica y financiera, que ya ha golpeado a todo el planeta, afectará cada vez más a los países en desarrollo de los que algunos todavía se creen a salvo. La globalización capitalista no desconectó unas economías de otras. Al contrario, países como China, Brasil, la India o Rusia tampoco han podido librarse de esta crisis. Y estamos empezando. La crisis climática Los efectos del cambio climático, de momento, han desaparecido del primer plano de la actualidad, sustituidos por la crisis financiera. Sin embargo el proceso está en marcha a escala planetaria, y también en este asunto la interconexión es evidente. Ciertamente las poblaciones de los países «pobres» resultarán más afectadas que las de los países «ricos», pero nadie saldrá indemne. La conjunción de estas tres crisis muestra a los pueblos la necesidad de liberarse de la sociedad capitalista y de su modelo de producción. La interconexión de las crisis capitalistas pone por delante la necesidad de un programa anticapitalista y revolucionario a escala mundial. Las soluciones, para que sean favorables para los pueblos y para la naturaleza, deben ser internacionales y sistémicas. La humanidad no podrá conformarse con parches. Notas (1) En efecto, con el fin de comprar alimentos cuyos precios aumentaron fuertemente, las familias pobres redujeron los gastos de salud y educación, así como los gastos en materia de vivienda. (2) Damien Millet y Eric Toussaint « Repaso de las causas de la crisis alimentaria mundial », agosto de 2008 y Eric Toussaint « Une fois encore sur les causes de la crise alimentaire », octubre de 2008. (3) Jacques Berthelot « Démêler le vrai du faux dans le flambée des prix agricoles mondiaux », 15 de julio de 2008, p. 47. Original en francés: http://www.cadtm.org/spip.php?article3780 Éric Toussaint, es el presidente del CADTM Bélgica, y autor de la obra Banque du Sud et nouvelle crise internationale, CADTM/Syllepse, 2008. Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente. 01-10-2008 Situación mundial Como la crisis del 29, o más… Un nuevo contexto mundial François Chesnais Herramienta "La crisis va a desenvolverse de tal modo que las primeras y realmente brutales manifestaciones de la crisis climática mundial que hemos visto van a combinarse con la crisis del capital en cuanto tal" La tesis que voy a presentar sostiene que el año pasado se produjo una verdadera ruptura que deja atrás una larga fase de expansión de la economía capitalista mundial; y que esa ruptura marcó el inició de un proceso de crisis con características que son comparables con la crisis de 1929, aunque se desarrollará en un contexto muy distinto. Lo primero que hay que recordar es que la crisis de 1929 se desarrolló como unproceso: un proceso que tuvo comienzo en 1929, pero cuyo punto culminante se dio bastante después, en 1933, y que luego abrió paso a una larga fase de recesión. Digo esto para subrayar que, en mi opinión, estamos viviendo las primeras etapas, pero realmente las primeras, primerísimas etapas, de un proceso de esa amplitud y esa temporalidad. Y que lo que por estos días está ocurriendo y tiene como escenario los mercados financieros de Nueva York, de Londres y de otros grandes centros bursátiles, es solamente un aspecto -y tal vez no sea el aspecto mas importante- de un proceso que se debe interpretar como un proceso histórico. Estamos frente a uno de esos momentos en los que la crisis viene a expresar los límites históricos del sistema capitalista. No se trata de alguna versión de la teoría de "la crisis final" del capitalismo o algo por el estilo. De lo que sí se trata, en mi opinión, es de entender que estamos enfrentados a una situación en la que se expresan estos límites históricos de la producción capitalista. Y aunque no quisiera aparecer como un Pastor con su Biblia marxista, quiero leerles un pasaje de El capital: El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital;es el hecho de que, en ella, son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el fin de la producción; el hecho de que aquí la producción sólo es producción para el capi tal y no, a la inversa, los medios de producción simples medios para ampliar cada vez más la estructura del proceso de vida de la sociedad de los productores. De aquí que los límites dentro de los cuales tiene que moverse la conservación y valorización del valor-capital, la cual descansa en la expropiación y depauperación de las grandes masas de los produc tores, choquen constantemente con los métodos de producción que el capital se ve obligado a emplear para conseguir sus fines y que tienden al aumento ilimitado de la producción, a la producción por la producción misma, al desarrollo incondicional de las fuerzas sociales productivas del trabajo. El medio empleado desarrollo incondicional de las fuerzas sociales productivas- choca constantemente con el fin perseguido, que es un fin limitado: la valorización del capital existente. Por consiguien te, si el régimen capitalista de producción constituye un medio histórico para desarrollar la capacidad productiva material y crear el mercado mun dial correspondiente, envuelve al propio tiempo una contradicción cons tante entre esta misión histórica y las condiciones sociales de producción propias de este régimen. [1] Bueno, seguramente hay algunas palabras que hoy ya no utilizaríamos, como esas de "misión histórica"... Pero creo que lo que iremos viendo en los años que vendrán, se dará precisamente sobre la base de que ya se ha creado en toda su plenitud ese mercado mundial intuido por Marx. Es decir, tenemos un mercado y una situación mundial diferentes a las de 1929, porque en ese entonces países como China y como India eran todavía semicoloniales, en tanto que ahora ya no tienen ese carácter; son grandes países que, más allá de que tengan un carácter combinado que requiere un cuidadoso análisis, son ahora partícipes de pleno derecho dentro de una economía mundial única, una economía mundial unificada en un grado desconocido hasta esta etapa de la historia. La cita puede ayudarnos a entender el momento actual y la crisis que se ha iniciado precisamente en este marco de un sólo mundo. Un nuevo tipo de crisis En mi opinión, en esta nueva etapa, la crisis va a desenvolverse de tal modo que las primeras y realmente brutales manifestaciones de la crisis climática mundial que hemos visto van a combinarse con la crisis del capital en cuanto tal. Entramos en una fase que plantea realmente una crisis de la humanidad, dentro de complejas relaciones en las que están también los acontecimientos bélicos, pero lo más importantes es que, incluso excluyendo el estallido de una guerra de gran amplitud que en el presente solo podría ser una guerra atómica, estamos enfrentados a un nuevo tipo de crisis, a una combinación de esta crisis económica que se ha iniciado con una situación en la cual la naturaleza, tratada sin la menor contemplación y golpeada por el hombre en el marco del capitalismo, reacciona ahora de forma brutal. Esto es algo casi excluido de nuestras discusiones, pero que va a imponerse como un hecho central. Por ejemplo, muy recientemente, leyendo el trabajo de un sociólogo francés, me enteré de que los glaciares andinos de los que fluye el agua con que se abastecen La Paz y El Alto, están agotados en más de un 80% y se estima que dentro de quince años La Paz y El Alto ya no tendrán agua... y sin embargo, esto es algo que nunca se trató, nunca se discutió un hecho de tal magnitud que puede hacer que la lucha de clases en Bolivia, tal como la conocimos, se modifique sustancialmente, por ejemplo haciendo que el tan controvertido traslado de la capital a Sucre se imponga como algo "natural", porque se acabe el agua en La Paz. Estamos entrando a un período de ese tipo y el problema es que casi no se habla de eso, mientras que en los ambientes revolucionarios se sigue discutiendo de cosas que en este momento resultan minucias, cuestiones completamente mezquinas en comparación con los desafíos a los que estamos enfrentados. Límites inmanentes del capitalismoPara seguir con la cuestión de los límites del capitalismo, quiero llamar la atención sobre una cita de Marx, inmediatamente anterior a la ya citada: "La producción capitalista aspira constantemente a superar estos límites inmanentes a ella, pero solo puede superarlos recurriendo a medios que vuelven a levantar ante ella estos mismos límites todavía con mayor fuerza".[2] Esta indicación nos introduce al análisis y a la discusión de los medios a los que se recurrió, durante los últimos treinta años, para superar los límites inmanentes del capital. Esos medios han sido, en primer lugar, todo el proceso de liberalización de las finanzas, del comercio y de la inversión, todo el proceso de destrucción de las relaciones políticas surgidas a raíz de la crisis del 29 y de los años treinta, después de la Segunda Guerra Mundial y de las guerras de de liberación nacional... Todas esas relaciones, que expresaban la dominación del capital pero representaban al mismo tiempo formas de control parcial del mismo capital, fueron destrozadas y, por algún tiempo, al capital le pareció que con esto se superaban los límites puestos a su actuación. La segunda forma que se eligió para superar esos límites inmanentes del capital ha sido recurrir, en una escala sin precedentes, a la creación de capital ficticio y de medios de crédito para ampliar una demanda insuficiente en el centro del sistema. Y la tercera forma, la más importante históricamente para el capital, ha sido la reincorporación, en cuanto elementos plenos del sistema capitalista mundial, de la Unión Soviética y sus "satélites", y de China. Sólo en el marco de las resultantes de estos tres procesos es posible captar la amplitud y la novedad de la crisis que se inicia. Liberalización, mercado mundial, competencia…Comencemos por interrogarnos sobre qué ha significado la liberalización y la desregulación llevadas a cabo a escala mundial, con la incorporación del antiguo "campo" soviético y la incorporación y modificación de las relaciones de producción en China... El proceso de liberalización y desreglamentación ha significado el desmantelamiento de los pocos elementos regulatorios que se habían construido en el marco internacional al salir de la Segunda Guerra Mundial, para entrar en un capitalismo totalmente desreglamentado. Y no sólo desreglamentado, sino también un capitalismo que ha creado realmente el mercado mundial en el pleno sentido del término, convirtiendo en realidad lo que era en Marx una intuición o anticipación. Puede ser útil precisar el concepto de mercado mundial e ir tal vez más allá de la palabra mercado. Se trata de la creación de un espacio libre de restricciones para las operaciones del capital, para producir y realizar plusvalía tomando este espacio como base y proceso de centralización de ganancias a escala verdaderamente internacional. Ese espacio abierto, no homogéneo pero con una reducción drástica de todos los obstáculos a la movilidad del capital, esa posibilidad para el capital de organizar a escala universal el ciclo de valorización, está acompañada por una situación que permite poner en competencia entre sí a los trabajadores de todos los países. Es decir, se sustenta en el hecho que el ejército industrial de reserva es realmente mundial y que es el capital como un todo el que rige los flujos de integración o de repulsión, en las formas estudiadas por Marx. Este es entonces el marco general de un proceso de "producción para la producción" en condiciones en que la posibilidad para la humanidad y las masas del mundo de acceder a esa producción es totalmente limitada... y por lo tanto, el cierre exitoso del ciclo de valorización del capital, para el capital en su conjunto, y para cada capital en particular, se hace cada vez más difícil. Y por eso se incrementan y se hacen más determinantes en el mercado mundial "las leyes ciegas de la competencia". Los bancos centrales y los gobiernos pueden proclamar que acordarán entre sí y colaborarán para impedir la crisis, pero no creo que se pueda introducir la cooperación en el espacio mundial convertido en escenario de una tremenda competencia entre capitales. Y ahora, la competencia entre capitales va mucho más allá de las relaciones entre los capitales de las partes más antiguas y más desarrolladas del sistema mundial con los sectores menos desarrollados desde el punto de vista capitalista. Porque bajo formas particulares e incluso muy parasitarias, en el marco mundial se han dado procesos de centralización del capital por fuera del marco tradicional de los centros imperialistas: en relación con ellos, pero en condiciones que también introducen algo totalmente nuevo en el marco mundial. Durante los últimos quince años, y en particular durante la última etapa, se han desarrollado, en determinados puntos del sistema, grupos industriales capaces de integrarse como socios de pleno derecho en los oligopolios mundiales. Tanto en la India como en China se han conformado verdaderos y fuertes grupos económicos capitalistas. Y en el plano financiero, como expresión del rentismo y del parasitismo puro, los llamados Fondos Soberanos se han convertido en importantes puntos de centralización del capital bajo la forma dinero, que no son meros satélites de los Estados Unidos, tienen estrategias y dinámicas propias y modifican de muchas maneras las relaciones geopolíticas de los puntos clave en que la vida del capital se hace y se hará. Por eso, otro elemento a tener en cuenta es que esta crisis tiene como otra de sus dimensiones la de marcar el fin de la etapa en que los Estados Unidos pudieron actuar como potencia mundial sin parangón... En mi opinión, hemos salido del momento que analizara Mézáros en su libro de 2001, y los Estados Unidos serán sometidos a prueba: en un plazo temporal muy corto, todas sus relaciones mundiales se han modificado y deberá, en el mejor de los casos, renegociar y reordenar todas sus relaciones en base al hecho de que deberán compartir el poder. Y esto, por supuesto, es algo que nunca se produjo de forma pacífica en la historia del capital... Entonces, primer elemento: uno de los métodos elegidos por el capital para superar sus límites se ha transformado en fuente de nuevas tensiones, conflictos y contradicciones, indicando que una nueva etapa histórica se abrirá paso a través de esta crisis. Creación incontrolada de capital ficticioEl segundo medio utilizado para superar los limites para el capital de las economías centrales fue que todas ellas recurrieron a la creación de formas totalmente artificiales de ampliación de la demanda efectiva, las que, sumándose a otras formas de creación de capital ficticio, generaron las condiciones para la crisis financiera que se está desarrollando hoy. En el artículo que los compañeros de Herramienta tuvieron la gentileza de traducir al castellano y publicar,[3] abordé con cierto detenimiento esta cuestión del capital ficticio y los nuevos procesos que se han dado dentro del proceso mismo de acumulación de capital ficticio. Para Marx, el capital ficticio es la acumulación de títulos que son "sombra de inversiones" ya hechas pero que, como títulos de bonos y de acciones aparecen con el aspecto de capital a sus poseedores. No lo son para el sistema como un todo, para el proceso de acumulación, pero sí lo son para sus poseedores y, en condiciones normales de cierre de los procesos de valorización del capital, rinden a sus poseedores dividendos e intereses. Pero su carácter ficticio se revela en situaciones de crisis. Cuando sobrevienen crisis de sobreproducción, quiebra de empresas, etcétera, se advierte que ese capital no existía... por eso también puede leerse a veces en los periódicos que tal o cual cantidad de capital "desapareció" en algún sacudón bursátil: esas sumas nunca habían existido como capital propiamente dicho, a pesar de que, para los poseedores de esas acciones, representaban títulos que daban derecho a dividendos e intereses, a percibir ganancias… Por supuesto, uno de los grandes problemas de hoy es que en muchísimos países los sistemas de jubilación están basados en capital ficticio, con pretensiones de participación en los resultados de una producción capitalista que puede desaparecer en momentos de crisis. Toda la etapa de la liberalización y globalización financiera de los años 80 y 90 estuvo basada en acumulación de capital ficticio, sobre todo en manos de Fondos de inversión, Fondos de pensiones, Fondos financieros... Y la gran novedad desde finales o mediados de los años 90 y a todo lo largo de los años 2000 fue, en los Estados Unidos y en Gran Bretaña en particular, el empuje extraordinario que se dio a la creación de capital ficticio en la forma de crédito. De crédito a empresas, pero también y sobre todo de créditos a los hogares, créditos al consumo y más que nada créditos hipotecarios. Y eso hizo dar un salto en la masa de capital ficticio creado, originando formas aún más agudas de vulnerabilidad y fragilidad, incluso frente a choques menores, incluso frente a episodios absolutamente predecibles. Por ejemplo, en base a todo lo estudiado anteriormente, se sabía que un boom inmobiliario se termina, que inexorablemente hay un momento en el que, por procesos internos muy bien estudiados, se acaba; y si puede ser relativamente comprensible que en el mercado accionario existiera la ilusión de que no había límites para la suba en el precio de las acciones, en base a toda la historia previa se sabía que eso no podía ocurrir en el sector inmobiliario: cuando se trata de edificios y casas es inevitable que llegue el momento en que el boom acaba. Pero se colocaron en tal situación de dependencia que ese acontecimiento completamente normal y previsible se transformó en una crisis tremenda. Porque a todo lo que ya dije, se añadió el hecho de que durante los dos últimos años los préstamos se hacían a hogares que no tenían la menor posibilidad de pagar. Y además, todo eso se combino con las nuevas "técnicas" financieras que traté de explicar con un grado aceptable de vulgarización en mi artículo de Herramienta, permitiéndose así que los bancos vendieran bonos en condiciones tales que nadie podía saber exactamente qué estaba comprando… hasta el fuerte estallido de los "subprime", en 2007. Ahora están en el proceso de desmontaje de ese proceso. Pero dentro de ese desmontaje hay procesos de concentración del capital financiero. Cuando el Bank of America compra Merrill Lynch, estamos ante un proceso de concentración clásico. Y vemos además estos procesos de estatización de las deudas, que implican la creación inmediata de más capital ficticio. La Reserva Federal de los Estados Unidos crea más capital ficticio para mantener la ilusión de un valor del capital que está a punto de derrumbarse, con la perspectiva de tener en algún momento dado la posibilidad de aumentar fuertemente la presión fiscal, pero en realidad no puede hacerlo porque eso significaría el congelamiento del mercado interno y la aceleración de la crisis en tanto crisis real. Asistimos, pues, a una fuga hacia adelante que no resuelve nada. Dentro de ese proceso existe también el avance de los Fondos Soberanos que buscan modificar la repartición intercapitalista de los flujos financieros a favor de los sectores rentistas que han acumulado estos fondos. Y esto es un factor de perturbación aun mayor en el proceso. Quiero recordar, para terminar con este punto, que ese déficit comercial de 5 puntos del PBI es lo que ha conferido a los Estados Unidos la particularidad de ese lugar clave para la concreción del ciclo del capital en el momento de realización de la plusvalía, para el proceso capitalista en su conjunto. Enfrentados ahora a una casi inevitable retracción económica, se plantea como el gran interrogante si, en un corto lapso, la demanda interna China podrá pasar a ser el lugar que garantice ese momento de realización de la plusvalía que se daba en los Estados Unidos. La amplitud de la intervención del Tesoro es muy fuerte y logró que la contracción de la actividad en los Estados Unidos y la caída en las importaciones haya sido hasta ahora muy limitada. El problema es saber cuánto tiempo se podrá tener como único método de política económica crear más y más liquidez... ¿Será posible que no haya límites a la creación de capital ficticio bajo la forma de liquidez para mantener el valor del capital ficticio ya existente? Me parece una hipótesis demasiado optimista, y entre los mismos economistas norteamericanos, muchos lo dudan. ¿Sobreacumulación en China? Para terminar, llegamos a la tercer manera en la cual el capital superó sus limites inmanentes, que es en definitiva la más importante de todas y plantea los interrogantes más interesantes. Me refiero a la extensión, en particular a China, de todo el sistema de relaciones sociales de producción del capitalismo. Algo que Marx mencionó en algún momento como una posibilidad, pero que sólo se hizo realidad durante los últimos años. Y se realizó en condiciones que multiplican los factores de crisis. La acumulación del capital en China se hizo en base a procesos internos, pero también en base a algo que está perfectamente documentado, pero poco comentado: el traslado de una parte importantísima del Sector II de la economía, el sector de la producción de medios de consumo, desde los Estados Unidos hacia China. Y esto tiene mucho que ver con el grueso de los déficits norteamericanos (el déficit comercial y el fiscal), que sólo podrían revertirse por medio de una "reindustrialización" de los Estados Unidos. Esto significa que se establecieron nuevas relaciones entre los Estados Unidos y China. No se trata ya de las relaciones de una potencia imperialista con un espacio semicolonial. Los Estados Unidos crearon relaciones de un tipo nuevo, que ahora tiene dificultades en reconocer y en asumir. En base al superávit comercial, China acumula millones y millones de dólares, que luego presta a los Estados Unidos. Una ilustración de las consecuencias que esto trae, lo tenemos con la nacionalización de esas dos entidades llamadas Fannie Mae y Freddy Mac: parece ser que la banca de China tenía el 15% de los fondos de estas entidades y le comunicó al gobierno americano que no aceptaría su desvalorización. Son relaciones internacionales de un tipo totalmente nuevo. Pero ¿qué ocurre en el seno mismo de China? En mi artículo en Herramienta ya citado, había una sola página sobre esto, y al final, pero de alguna manera es la cuestión más decisiva para la próxima etapa de la crisis. En China se ha dado internamente un proceso de competencia entre capitales, que se combinó con procesos de competencia entre sectores del aparato político chino, y de competencia para atraer a empresas extranjeras, todo lo cual ha resultado en un proceso de creación de inmensas capacidades de producción, además de violentar a la naturaleza en una escala grandísima: en China se concentra una sobreacumulación de capital que en un momento dado se tornará insostenible. En Europa es evidente la tendencia a una aceleración de la destrucción de capacidades productivas y de puestos de trabajo, para trasladarse al único paraíso del mundo capitalista que hoy es China. Considero que este traslado de capitales a China ha significado una reversión de procesos anteriores hacia un alza de la composición orgánica del capital. La acumulación es intensiva en medios de producción y es intensiva y muy dilapidadora de la otra parte del capital constante, es decir las materias primas. La masiva creación de capacidades de producción en el Sector I estuvo acompañada por todos los mecanismos y el empuje económico que caracteriza el crecimiento de China, pero el mercado final para sostener toda esa producción es el mercado mundial, y una retracción de éste pondrá en evidencia esa sobreacumulación de capital. Alguien como Aglietta, que ha estudiado específicamente esto, afirma que realmente hay sobreacumulación, hay un acelerado proceso de creación de capacidad productiva en China, un proceso que, en el momento en que se termine -y tiene que terminar- la realización de toda esa producción va a plantear problemas. Además, China es realmente un lugar decisivo, porque incluso pequeñas variaciones en su economía determinan la coyuntura de otros muchos países en el mundo. Fue suficiente que la demanda china de bienes de inversión cayera un poco para que Alemania perdiera exportaciones y entrara en recesión. Las "pequeñas oscilaciones" en China tienen repercusiones fuertísimas en otros lugares, como debería ser evidente para el caso de la Argentina. Para seguir pensando y discutiendo Y vuelvo a lo que decía en el comienzo. Aunque sean comparables, las fases de esta crisis van a ser distintas a las del 29, porque en aquel entonces la crisis de sobreproducción de los Estados Unidos se verificó desde los primeros momentos. Después se profundizó, pero se supo enseguida que se estaba ante una crisis de sobreproducción. Ahora, en cambio, con diversas políticas están aplazando ese momento, pero no podrán hacerlo mucho más. Simultáneamente, y como ocurriera también con la crisis de 1929 y los años 30, aunque en condiciones y bajo formas distintas, la crisis se combinará con la necesidad, para el capitalismo, de una reorganización total de la expresión de sus relaciones de fuerzas económicas en el marco mundial, marcando el momento en el que los Estados Unidos verán que su superioridad militar es solamente un elemento, y un elemento bastante subordinado, para renegociar sus relaciones con China y otras partes del mundo. O llegará el momento en el cual dará el salto a una aventura militar de imprevisibles consecuencias. Por todo ello, concluyo que esto es mucho más que una crisis financiera, incluso si estamos por ahora en esa fase, incluso si el artículo publicado por Herramienta debió concentrarse en tratar de iluminar los enredos del capital ficticio y permitir entender por qué es tan difícil el desmontaje de ese capital, pero estamos ante un una crisis muchísimo más amplia. Ahora bien, tengo la impresión, por el tenor de las distintas preguntas u observaciones que se me hicieron, que muchos opinan que estoy pintando un escenario de tipo catastrofista, de derrumbe del capitalismo... En realidad, creo que estamos ante el riesgo de una catástrofe, pero no ya del capitalismo, sino de una catástrofe de la humanidad. En cierta forma, si tomamos en cuenta la crisis climática, posiblemente ya existe algo de eso... Yo opino (junto con Mészáros, por ejemplo, pero somos muy pocos los que damos importancia a esto) que estamos ante un peligro inminente. Lo dramático es que, por el momento, esto afecta directamente a poblaciones que no son tomadas en cuenta: lo que pueda estar pasando en Haití pareciera que no tiene la menor importancia histórica; lo que ocurre en Bangladesh no tiene peso más allá de la región afectada; tampoco lo ocurrido en Birmania, porque el control de la Junta militar impide que trascienda. Y lo mismo en China: se discuten los índices de crecimiento pero no sobre las catástrofes ambientales, porque el aparato represivo controla las informaciones sobre las mismas. Y lo peor es que esa "opinión", que está siendo constantemente construida por los medios, está interiorizada muy profundamente, incluso en muchos intelectuales de izquierda. Yo había comenzado a trabajar y a escribir sobre todo eso, pero con el comienzo de la crisis de alguna manera debí volver a ocuparme de las finanzas, aunque no lo hago con mucho gusto, porque lo esencial me parece que se juega en un plano distinto. Para terminar: el hecho de que todo esto ocurra después de esa tan larga fase, sin paralelo en la historia del capitalismo, de 50 años de acumulación ininterrumpida (salvo una pequeñísima ruptura en 1974/1975), así como también todo lo que los círculos capitalistas dirigentes, y en particular los bancos centrales, aprendieron de la crisis del 29, todo ello hace que la crisis avance de manera bastante lenta. Desde septiembre del año pasado, el discurso de los círculos dominantes viene sosteniendo, una y otra vez, que "lo peor ya pasó", cuando lo cierto es que, una y otra vez, "lo peor" estaba por venir. Por eso insisto en el riego de minimizar la gravedad de la situación, y sugiero que en nuestros análisis y forma de enfocar las cosas deberíamos incorporar la posibilidad, como mínimo la posibilidad, de que inadvertidamente estemos también interiorizando ese discurso de que, en definitiva "no pasa nada"... -------------------------------------------------------------------------------* Exposición realizada en el encuentro organizado por Herramienta el 18 de septiembre de 2008. La desgrabación y preparación para su publicación es de Aldo Casas. ** Destacado marxista, es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director deCarré rouge, y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora asiduamente. La finance capitaliste, último libro publicado bajo su dirección, está siendo traducido para ser publicado por Ediciones Herramienta. [1] Carlos Marx, El capital México, FCE, 1973, Vol. III, pág. 248. [2] Idem. [3] "El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera", en Herramienta Nº 37, marzo 2008. Suplementos / EconoCrítica Nº 6 Jueves 25 de septiembre de 2008 Falacias del “humanismo” keynesiano Paula Bach La actual crisis financiera estallada en el corazón del capitalismo amenaza convertirse en una intensa recesión internacional. La catarata de condenas desde el espectro de los economistas y comentaristas “progresistas” a los “paradigmas hegemónicos”, a las “ideas de la ortodoxia liberal”, al “libre mercado” y a la “desregulación financiera global” impulsadas por los principales países capitalistas durante los últimos 30 años, no se hizo esperar. La actual debacle financiera sería, según ellos, el resultado de las políticas neoliberales de las últimas tres décadas. La “tesis” que se pretende novedosa y llega disfrazada de anhelos redistributivos y humanistas no es más que un nuevo (viejo) intento de librar de toda culpa al verdadero “mal de todos los males”, el modo capitalista de producción. No sólo la actual crisis no es producto del “neoliberalismo”, sino que el neoliberalismo se construyó como respuesta al fracaso de las políticas keynesianas que desde la década del ’70 se demostraron impotentes para revitalizar al capital, a partir del momento en que sus leyes, tales como la caída de la tasa y masa de ganancias, empezaron a evidenciarse induciendo el fin del boom económico de la segunda posguerra. Lord John Maynard Keynes: “…del lado de la educada burguesía” Corrientemente desde los economistas y comentaristas “progresistas” suele asociarse el keynesianismo a las ideas de “redistribución del ingreso” contra su concentración, “intervención estatal” en la economía contra el laissez faire (dejar hacer) de los mercados, “capital productivo” contra “capital especulativo”. Dicho de otro modo, suele asociarse el keynesianismo a un supuesto capitalismo “humanizado” contra la violencia destructiva del neoliberalismo. Pero esta dicotomía es falsa. Cuando se habla de keynesianismo se hace referencia a los postulados de política económica basados en las teorías del economista inglés John Maynard Keynes cuya obra más conocida La teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero fue publicada en el año 1936, es decir en medio de la hoy tan en boga “crisis de la década del ’30”. Pero Keynes no fue un humanista ni nada que se le parezca. Lord John Maynard Keynes fue un economista lúcido que unos cuantos años antes de 1936, sugirió que para salvar al capital amenazado tanto por sus propias leyes como por los vientos revolucionarios que soplaban desde la Unión Soviética, ya no alcanzaban los principios clásicos que habían dominado la teoría económica durante más de un siglo, por lo que se planteaba la necesidad de diseñar nuevas políticas. En cuanto a su posicionamiento de clase y su anhelo de salvar al capital Keynes no dejó lugar a dudas: “Puedo estar influido por lo que me parece ser justicia y buen sentido, pero la guerra de clases me encontrará del lado de la educada burguesía” (J.M. Keynes, 1925). Los postulados de política keynesiana y la depresión de los años ’30 El crack bursátil de 1929, punto de partida de la depresión mundial de los años ’30 tuvo importantes precedentes. La conflagración mundial de 1914 no había logrado resolver la crisis de hegemonía imperialista mientras continuaba la decadencia del imperio británico. Alemania había quedado tremendamente endeudada tras la guerra y azotada por la crisis económica. La revolución obrera había triunfado en Rusia y aparecía como amenaza para un capitalismo mundial en estado crítico. Aunque las condiciones económicas y políticas eran altamente inestables, el fracaso de procesos revolucionarios como el de Alemania o el de Hungría dieron aire al capital para una recuperación relativa. Aquello que se conoció como la belle époque de los años ’20, fue un período de estabilización económica e intensa especulación financiera. La no resolución de las contradicciones interimperialistas y la revolución rusa constituyeron otros tantos factores que, aún cuando se alcanzó una estabilización durante los años ’20, no favorecieron el restablecimiento de un equilibrio capitalista que permitiera el desarrollo de un nuevo ciclo “normal” de acumulación. Es en este contexto que la belle époque deviene, tras el crack de 1929, en la fatal époque de los años ’30 con una depresión económica que arrojó la friolera de 14 millones de desocupados en Estados Unidos, 6 millones en Alemania, 3 millones en Gran Bretaña, por dar sólo algunos ejemplos. En un contexto de paralización de la economía internacional se hizo evidente que las profundas contradicciones que se habían desarrollado junto con el capital, no permitían ya que los mecanismos cíclicos clásicos de recesión y recuperación económica funcionaran aceitadamente como antaño. He aquí cuando una mayor participación e injerencia del Estado sobre la economía para intentar salvar a un sistema herido de muerte, deviene una necesidad insoslayable. Sin embargo, la mentada “participación del Estado” –a diferencia de lo que suele creerse– no tuvo una sola cara sino dos. El New Deal americano asociable a las recomendaciones de política keynesianas, muy lejos estaba de buscar algo similar a una “mejora en la redistribución del ingreso”. Perseguía en realidad, además de contener y subordinar al movimiento de masas, recomponer las colapsadas relaciones capitalistas de producción en una situación en la cual al decir del ex presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt “Bajo la inexorable ley de la oferta y la demanda, los bienes ofrecidos llegaron a sobrepasar de tal manera la demanda que podía pagarlos, que la producción debió frenarse bruscamente”. En este contexto, el Estado norteamericano ejerció un fuerte respaldo a la inversión a través de facilidades crediticias y de la realización de obras públicas absorbiendo parte del desempleo y reestimulando la demanda para que los capitalistas pudieran reabrir fábricas pudiendo realizar (vender) sus mercancías. Se buscaba con ello restablecer la producción y realización de plusvalor que permitiera el impulso a un nuevo ciclo de acumulación ampliada del capital, además de salvar a la banca a través de medidas de intervención estatal. Pero desde otro escenario, en la Alemania destruida, el fascismo no perseguía objetivos distintos a los americanos en lo que a las necesidades de salvar al capital se refiere, sólo que lo hacía bajo otros “métodos”. Como señalara León Trotsky “El Estado fascista legaliza oficialmente la degradación de los trabajadores y la depauperización de las clases medias en nombre de la salvación de la ‘nación’ y de la ‘raza’, nombres presuntuosos bajo los que se oculta el capitalismo en decadencia. La política del New Deal, que trata de salvar a la democracia imperialista por medio de regalos a la aristocracia obrera y campesina sólo es accesible en su gran amplitud a las naciones verdaderamente ricas, y en tal sentido es una política norteamericana por excelencia”. (Trotsky, “El marxismo y nuestra época”, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y de la economía de transición, CEIP). Por desgracia para los “humanistas” keynesianos y para el historial del capital que parafraseando a Marx “vino al mundo chorreando sangre y lodo”, el fascismo alemán con su preparación para la guerra ha sido más efectivo que el New Deal en el terreno de la recuperación capitalista. En 1936 Alemania había absorbido la casi totalidad de los desocupados mientras que Estados Unidos, aún cuando logró salir de la terrible depresión del los años ’29’33, recién logró recuperar los niveles anteriores a la crisis del ’29 cuando, a partir del año 1938, comenzó su política armamentística para su posterior entrada en la segunda guerra mundial. De modo que la “intervención estatal” no constituyó un rasgo característico de las políticas keynesianas signado por la intención de “redistribuir el ingreso”. La intervención del Estado en la economía era una necesidad de los países imperialistas para salvar al capital condenado a muerte. En un país rico como Estados Unidos adoptó la forma “benéfica” –aunque no tan eficiente– del New Deal, en Alemania destruida adoptó la forma brutal del fascismo. Pero la variante propiamente americana resultó verdaderamente efectiva sólo cuando imitó el curso de su “rival” fascista y comenzó a armarse para participar en la carnicería imperialista. Segunda guerra mundial, posguerra y boom económico En última instancia y llevada hasta las últimas consecuencias, la necesidad del Estado capitalista de intervenir en la economía, debía alcanzar su forma más nítida en la preparación de las “naciones” para la guerra acabando en una nueva gran conflagración mundial. La segunda guerra tenía entre sus tareas resolver lo que la primera había dejado inacabado: el problema de la hegemonía imperialista. Además todos los contrincantes imperialistas compartían un objetivo común: destruir al Estado Obrero soviético que, aún en el marco de la degeneración stalinista, continuaba representando una seria amenaza para el capitalismo mundial. Si bien el bando aliado triunfó en la guerra, los resultados no fueron tan buenos como los deseados. El ejército fascista fue vencido finalmente por el Ejército Rojo en territorio soviético, lo que lejos de destrozar el fantasma del “comunismo”, dio renovados aires a la Unión Soviética, aunque lamentablemente también a la camarilla stalinista. La inmediata posguerra se caracterizó por una serie de ascensos revolucionarios que traicionados uno a uno por los Partidos Comunistas allanaron el camino a la consolidación de la hegemonía norteamericana que junto a la enorme destrucción de fuerzas productivas (materiales y humanas) legada por la guerra, abrió el camino a la recuperación del capital muy especialmente en los países centrales. Baja composición orgánica del capital, necesidades de reconstrucción asociadas a la “tierra arrasada” dejada por la guerra, masas de hombres hambrientos dispuestos a trabajar por un pedazo de pan, derrotas de los procesos revolucionarios particularmente en los países centrales y clara hegemonía mundial norteamericana, fueron todos factores que reestablecieron el equilibrio capitalista desde su ruptura en 1914 y crearon condiciones para la obtención de una alta tasa de ganancia para el capital. Sin embargo, las condiciones de la formación de un “pluscapital” es decir de la acumulación ampliada, nuevamente debieron ser sostenidas por una participación sin precedentes de los Estados en la economía. El Plan Marshall que data del año 1947 y constituyó una enorme inyección de capital por parte del Estado norteamericano sobre las destruidas economías de Europa, junto con la previa creación de organismos multilaterales tales como el FMI o el Banco Mundial, resultan sendos ejemplos de dicha participación. Las políticas keynesianas de estímulo de la demanda efectiva (gasto de consumo, gasto de inversión y gasto público) a través de la inflación del crédito, resultaron por vez primera verdaderamente exitosas en cuanto a garantizar mecanismos aceitados de producción y realización del plusvalor. Sin embargo el “éxito” del “círculo virtuoso” que apelando a mecanismos keynesianos caracterizó a los llamados “30 años gloriosos” del capital debe considerarse en el marco de dos aspectos fundamentales. El primero es que los mecanismos keynesianos que habían arrojado resultados poco satisfactorios en los años ’30, funcionaron de manera efectiva sólo tras la destrucción de la guerra y las derrotas mencionadas. El segundo es que estos mecanismos, que fundamentalmente en los países centrales permitieron un boom de producción y consumo con fuertes ganancias y salarios en alza, hallaron su límite ni bien hacia fines de la década del ’60, una composición orgánica creciente del capital volvió a poner en escena la ley de la caída de la tasa media de ganancia que se puso de manifiesto a través de la disminución de la masa de ganancias del capital. Década del ’70, políticas keynesianas y giro neoliberal Caída de la tasa de ganancia del capital, recuperación de Alemania y Japón que empiezan a cuestionar la hegemonía americana, ascenso de masas que comienza en el año 1968, fin del orden monetario de Bretton Woods que había establecido la paridad dólar-oro, son otros tantos factores que señalan que las condiciones excepcionales del boom de posguerra llegaban a su fin. En este escenario, las políticas keynesianas vuelven a mostrar su impotencia. La continuidad del estímulo estatal de la demanda efectiva a través de los mecanismos del crédito, no consigue evitar un nuevo estancamiento económico y sólo contribuye a estimular la inflación. Durante los años ‘70 el crecimiento es muy débil (hay estancamiento económico) y la inflación se vuelve imparable. La combinación de estos aspectos está en la base de un nuevo fenómeno que se conoció con el nombre de estanflación. La estampida de la crisis se produce en el año 1973 con la disparada de los precios del petróleo. Esta suba está asociada a la entrada en escena de la OPEP que tras soportar años de bajos precios petroleros provoca una estampida en el precio del crudo. Nuevamente, y como síntoma particular de la época de decadencia capitalista, las dificultades para la producción y la realización del plusvalor entran en escena y, muy a pesar de los mecanismos keynesianos de estímulo estatal de la demanda y la inversión, se traducen en procesos violentos de especulación financiera. En este marco, el alza de los precios del petróleo generó (además de contribuir a una mayor caída de la ya debilitada tasa de ganancia) ingentes masas de capitales que sin hallar espacio para la valorización, fueron depositados bajo la forma de eurodólares a los bancos europeos. La escasa rentabilidad así como la masa de mercancías invendibles en los países centrales (sobreacumulación y sobreproducción) –otra vez el keynesianismo no podía con las contradicciones estructurales del capital– estuvo en la génesis de otro proceso especulativo que esta vez adoptó la forma de masas de capitales que fueron prestados a los países periféricos en principio a bajas tasas de interés. Uno de los objetivos de la colocación de estas deudas “externas” era dar salida al exceso de mercancías de los países centrales. Pero en el año 1979, fundamentalmente como reacción frente a la devaluación del dólar provocada por la inflación, la Reserva Federal impulsa un fuerte aumento de las tasas de interés, con lo cual las deudas contraídas devienen totalmente impagables. Estalla una profunda crisis financiera. Las políticas keynesianas, a falta de fuertes elementos estructurales como los conquistados por el capital en la segunda posguerra, mostraban toda su impotencia. El giro neoliberal con punto de partida en el ’79 se pone de manifiesto más claramente a partir de los años ’80 con el Reaganismo-Tatcherismo y las derrotas de los mineros ingleses y de los controladores aéreos norteamericanos, dando lugar a las políticas neoliberales de los últimos aproximadamente 30 años. Hoy, cuando el espectro de la crisis vuelve a aparecer con profunda virulencia, los intentos por revitalizar la “vía keynesiana” no son más que lamentos desesperados por salvar a un capitalismo mal herido, mediante el olvido intencional del tendal de fracasos y desastres que el “humanismo” keynesiano nos ha legado.