Europa del norte: el modelo sueco Los países escandinavos apenas tienen una población, todos juntos, semejante a un Estado norteamericano. Carecen, asimismo, de instituciones que sean verdaderamente originales más allá del "ombudsman" -con remotos antecedentes en Suecia en el siglo XVIII, Dinamarca lo introdujo en 1953-. Pero, en cambio, están caracterizados por un fuerte sentido comunitario más que por el socialismo estatalista que les da una característica muy peculiar y que ha permitido decir que existe un "modelo sueco". Francia tiene más empresas estatales que esos países y en ellos el salario mínimo no se aplica por decisión del Gobierno central, como en Estados Unidos. No obstante, se ha podido identificar el modelo sueco con una vertiente del socialismo. Para entender en qué consiste es necesario remontarse al pasado. "Los pueblos del Norte han sido la fuente de la libertad en Europa o, lo que es lo mismo, de la libertad que hoy existe en el mundo", escribió Montesquieu a mediados del siglo XVIII. Esta afirmación se confirma desde el punto de vista social y cultural. Sólo en Dinamarca hubo feudalismo y allí la servidumbre fue abolida en 1788; en general los pueblos nórdicos se caracterizan por ser sociedades muy igualitarias en tiempos remotos. En ellas, el luteranismo ha supuesto secularización y, al mismo tiempo, una especie de caridad pública mientras que el calvinismo implicó, en las sociedades en que predominó, fundamentalismo y ausencia de esa protección social. El protestantismo, con su promoción de la lectura de la Biblia contribuyó a la educación: la obligatoria elemental fue establecida entre 1814 y 1842 en todos estos países. La afirmación de Montesquieu, que ya era cierta cuando fue emitida, se confirmó con el paso del tiempo. La supremacía del Parlamento sobre el rey quedó establecida en los países nórdicos a finales del XIX y principios del XX: en 1884, en Noruega, en 1901 en Dinamarca y en 1917, en Suecia. El sufragio universal también fue temprano y lo mismo cabe decir del femenino: todos los países lo introdujeron en los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial o durante ésta. Entre 1909 y 1921, además, todos ellos aceptaron la representación proporcional, óptima garantía para evitar el fraude electoral. Los socialdemócratas dominaron el panorama político a partir de la Primera Posguerra Mundial: desde 1924 en Dinamarca y desde 1927 en Noruega, pero ya en Suecia desde 1921 y en Finlandia desde 1919. La influencia socialdemócrata se debió a una fuerte tradición de asociacionismo agrícola e industrial. Todos estos datos pueden hacer pensar en que los países nórdicos tuvieron un pasado idílico, pero esta impresión sería falsa. Sociedades campesinas con recursos escasos, su prosperidad exigió esfuerzos excepcionales. La conflictividad dominó la vida social hasta la Primera Guerra Mundial e incluso en tiempos posteriores. Después de 1945, Noruega condenó a 46.000 personas por colaboracionismo con el invasor alemán, para un total de dos millones de personas. Fue el país más duro en la represión de ese fenómeno. Durante el siglo XIX, el modelo liberal por excelencia había sido el británico. El modelo nórdico o sueco, por identificado con la nación más importante- fue un producto de la visión de observadores extranjeros y de peculiaridades que derivaron de las instituciones pero también especialmente de la cooperación libre de la sociedad. Producto racional, pareció el producto de una acción consciente y capaz de ser trasladado a otros mundos distintos; en realidad fue la consecuencia de la Historia y no era tan fácil de imitar. Lo que lo distinguía de los países del Benelux fue la ausencia de "pilarización", es decir de reparto del poder en cuotas según los diversos grupos políticos. Por el contrario, los países nórdicos se caracterizaron por el consenso dando lugar a un modelo en que unos países y otros difirieron bastante, pero también resultaron parecidos en muchos aspectos. El "modelo sueco" se convirtió en un ejemplo a seguir para los países subdesarrollados o para las democracias que empezaban a serlo a mediados de los setenta, pero el ejemplo no sólo hubiera debido inducirlos a ser capaces de aprovechar lo mejor posible sus materias primas, sino que incluía un alto grado de voluntad cooperativa, democracia estable y una intervención estatal relativamente modesta. Todo ello era mucho más difícil de imitar. Para entender la peculiaridad de este modelo hay que partir de una consideración de política internacional. Los países nórdicos a partir de la Segunda Guerra Mundial vivieron alejados del resto de la Europa democrática debida a razones diversas. Para Suecia, la integración económica significaba una rebaja considerable de su nivel de vida; Finlandia hubiera puesto en peligro sus compromisos con los soviéticos (por eso no aceptó el Plan Marshall y dejó vacante su puesto en el Consejo de Europa). Noruega, en cambio, tenía frontera con la URSS y eso le llevó a integrarse en la OTAN; Dinamarca también había participado de experiencias parecidas durante la Segunda Guerra Mundial. En todo caso, los países nórdicos no llegaron a obtener más del 3% de los préstamos del Plan Marshall, pero se vieron beneficiados por la evolución económica positiva de Europa. La forma de participación en los organismos de defensa occidental -de los países que se integraron en ella- fue siempre muy peculiar. Dinamarca, que no había participado en una alianza militar desde la época de Napoleón, nunca quiso que Turquía ingresara en la OTAN y tanto ella como Noruega no quisieron armas nucleares tácticas. Por su parte, Suecia fue partidaria de la neutralización de Alemania, coincidiendo en esto parcialmente con los soviéticos. Este país hubiera deseado lograr una unión aduanera y una política exterior común de los países nórdicos, pero no lo logró nunca. En cambio, con el paso del tiempo, la EFTA nació en Estocolmo pero pronto se percibió inviable. Los propios países nórdicos descubrieron que tenían intereses contradictorios. Dinamarca quería ser candidata a la CEE y Suecia quiso asociarse a ella sin peligro de su neutralidad. En 1968, hubo un intento de acuerdo nórdico que concluyó en un fracaso. Cuando llegó el momento de enfrentarse a la posibilidad de un ingreso en el Mercado Común la opinión se dividió aunque la integración finalmente se impuso. Noruega y Dinamarca presenciaron referéndums muy competidos, sobre todo en el primer país. En 1972 Suecia e Islandia llegaron a un acuerdo de asociación con la CEE y en 1973 hizo lo propio Noruega. Con el paso de tiempo la oposición en Noruega disminuyó (es un país que pesca para la exportación más que el resto de Europa junta) y, en cambio, creció en Dinamarca. Un caso muy especial desde el punto de vista de la política exterior ha sido el de Finlandia. A diferencia de los países del Este de Europa nunca fue ocupada por el Ejército soviético porque ella misma expulsó a los alemanes de los que había estado aliada. Una reforma agraria muy decidida permitió reubicar a la población procedente de las cesiones territoriales a los soviéticos. Pero Finlandia padeció las consecuencias de la derrota frente a la URSS. El 16% del presupuesto fue aplicado a pagar las reparaciones y la cantidad pagada supuso proporcionalmente más que para Alemania las reparaciones del período posterior a la Primera Guerra Mundial. En 1952 había satisfecho la totalidad de sus reparaciones y pudo celebrar las Olimpiadas; en estas fechas logró también que desaparecieran las bases soviéticas. Pero su política exterior fue mediatizada por el poderoso vecino. En 1948 fue obligada a firmar un tratado con la URSS pero cuando se produjeron los acontecimientos de Checoslovaquia su presidente se negó a viajar a Moscú. No hubo, pues, sumisión ni tampoco entraron en peligro las instituciones democráticas. El comercio con la URSS permitió duplicar la renta en 1960 y convertir a Finlandia en un país industrializado. Pero en la ONU Finlandia no condenó la invasión de Hungría y a menudo un ejecutivo fuerte -el presidente Kekkonen- se mostró mucho más proclive a cesiones ante la URSS que la postura de los ciudadanos de acuerdo con los resultados electorales. Mientras tanto, había nacido ya un modelo nórdico muy definido para las relaciones sociales basado en acuerdos políticos. Se había esperado una larga depresión económica después de la Guerra Mundial pero no se produjo y en el período subsiguiente en los países nórdicos la intervención estatal fue sustituida por una cooperación que no fue tan sólo el producto de los planteamientos de los socialdemócratas sino que, con el tiempo, fue aceptada por todos los partidos. En Suecia, por ejemplo, el Pacto de Saltsjobaden fue una especie de tratado de paz precursor entre los sindicatos y la patronal que tuvo como consecuencia unos acuerdos de regulación de condiciones de trabajo que sustituyeron a la legislación laboral. Así, antes incluso del final de la guerra, se estableció un modo de concertación que fue parecido en todos los países. Lo que sucedió en el terreno político contribuyó a asentar este sistema. En general el ejecutivo estuvo en las manos de un partido minoritario -normalmente el sociademócrata- la mayor parte del tiempo a partir de 1945 (el 68% en Suecia y el 45% en Noruega). Eso facilitaba la propensión a buscar acuerdos. El igualitarismo lo facilitó. El estilo político de los países nórdicos suponía, por ejemplo, que las mujeres de los presidentes cocinaban para los visitantes de Estado y los ministros viajaban en transportes colectivos o vivían en pisos. Además, la existencia de sindicatos unitarios, muy vinculados a los partidos, era un aliciente para el acuerdo. El sistema de partidos, con partidos agrarios luego convertidos en centristas, dos bloques semejantes en fuerza pero más dividido el derechista y una izquierda de vocación eurocomunista, incluso antes de que se utilizara este término, establecía pocas diferencias de fondo en materias sociales. La posibilidad de recurrir al referéndum decisorio -del que se hizo uso muy frecuente en Dinamarca- también contribuyó a que se impusiera el consenso remitiendo al ciudadano las decisiones más conflictivas. A la hora de tratar de la evolución política de los países nórdicos, podemos tomar como ejemplo el caso del más poblado de ellos y el que da nombre al modelo. En Suecia durante el período 1945-51 fueron introducidas grandes reformas sociales; en 1946, por ejemplo, fue creado el seguro de enfermedad y en 1948 introducidas las vacaciones de tres semanas. Para financiar estas medidas, en 1947 se aprobó un fuerte incremento del impuesto de la renta. Entre 1951 y 1957 hubo una pausa en el proceso de reforma social pero en este último año hubo ya un amplio debate acerca de las pensiones. En 1958 las elecciones introdujeron un Parlamento dividido en dos bloques idénticos de 115 diputados, muy divergente respecto a estas cuestiones. La prosperidad económica de los sesenta supuso ya la posibilidad de introducir nuevas reformas y, por ejemplo, las vacaciones pasaron de tres a cuatro semanas. En los setenta hubo importantes reformas de carácter político. En 1970 la constitución fue modificada reduciendo el Parlamento a tan sólo una Cámara y cuatro años después se decidió que fuera el presidente del Parlamento y no el monarca quien decidiera acerca de la formación del Gobierno no restándole al rey otras funciones que las puramente ceremoniales. En 1973 el Parlamento se dividió en dos bloques de 175 diputados; por eso la reforma constitucional supuso también reducir el número de escaños a 349. Esa paridad indicaba una tendencia al cambio en la voluntad del electorado que se confirmó luego. En 1976 los no socialistas vencieron por 180 a 169 escaños y así concluyeron 44 años de Gobierno socialdemócrata. En 1979 tuvo una nueva victoria de los moderados y sólo en 1982 volvió el socialista Palme, momento en que se plantearon nuevas reformas sociales. Ya en los noventa la rotación de los bloques políticos ha sido más frecuente. Pero el consenso fundamental se ha mantenido. El pasado de Suecia, como de todos los países escandinavos, no se caracterizó por la prosperidad económica: de "los pobres suecos" hace mención el himno nacional y la mejor prueba de que ésa no era una expresión conmiserativa es la elevada emigración que se produjo durante el siglo XIX. Pero gracias a una revolución industrial en que la educación de la población contó más que los recursos, se consiguió el desarrollo en una economía volcada en un elevado porcentaje de la exportación. Noruega, Finlandia y Dinamarca lograron algo parecido gracias a sus recursos naturales. Con el paso del tiempo, en Suecia las industrias derivadas del hierro y la madera siguieron siendo esenciales pero también hubo otras muy especializadas y que necesitaban un elevado grado de formación del trabajador. El crecimiento de Suecia fue de un 3.3% anual en los años cincuenta y de un 4.6% en los sesenta, cifras importantes dado el punto de partida. El porcentaje de propiedad pública de las empresas no pasó del 10%. Lo más relevante fue, sin embargo, la definición de un modelo de relaciones sociales. Ya en 1932 los países nórdicos disponían de una amplia red de seguros sociales, nacida en Noruega. Su financiación ha sido facilitada por una fuerte imposición directa superior a la existente en el resto de Europa. La distancia entre sueldos más altos y más bajos en Francia es tres veces superior a la de los países nórdicos, lo que confirma su igualitarismo. También hubo una fuerte política contra el paro. Los sucesivos acuerdos de sindicatos y patronal supusieron la codeterminación en las decisiones -no tan sólo en las grandes empresas, como en Alemania-, una política salarial basada en la solidaridad y el igualitarismo e, incluso, inversiones colectivas organizadas a través de un fondo administrado por los sindicatos. Esta fórmula fue intentada en 1982 y hubiera supuesto el control de las empresas por parte de los sindicatos gracias a la reserva del 20% de los beneficios. La amplia discusión que se llevó a cabo limitó la disponibilidad sindical de esos beneficios y los dedicó a la innovación. Lo fundamental en este sistema de relaciones sociales ha sido siempre la negociación colectiva más que la legislación. La impone una fuerte sindicalización que en Suecia llegó a un 85% y que hace posible una negociación muy centralizada. De esta manera se evitó también la conflictividad. Suecia y Alemania son los países europeos con menos huelgas en fábricas de más de 1.000 trabajadores. A mediados de la década de los setenta y comienzos de los ochenta, probablemente en el momento en que su imagen tenía más prestigio, empezó a producirse el declinar del modelo sueco. En parte se explica por motivos económicos. La deuda pública de Suecia se duplicó de 1972 a 1976 pero en 1986 se había multiplicado por seis sobre la cifra de diez años antes. Además, la subida de los impuestos hizo que el ahorro se refugiara en excepciones a las reglas donde apenas podía llegar el Estado; de ahí el surgimiento de movimientos políticos contrarios a los impuestos. El escritor alemán Enzensberger comentó que los ciudadanos nórdicos habían llegado a la conclusión de que el buen pastor -el Estado benefactor- se había vuelto loco. La decadencia del modelo llegó antes en el caso de Noruega y Dinamarca, mientras en 1975 los propios socialdemócratas suecos parecían considerarse un ejemplo para el mundo. A partir de 1980 el modelo empezó a quebrar en su imagen externa porque se pensó con frecuencia que estos países habían perdido capacidad de innovación; además, la expansión de la Seguridad Social sirvió para fomentar la detención del crecimiento económico. Desde 1989 a 1993 el sector público sueco tuvo un resultado de un 5% positivo y a partir de 1993 de un -12%. Forzando la comparación por críticos de derecha suecos se dijo que en el pasado 11 grandes empresas multinacionales se crearon en Suecia a comienzos de siglo pero sólo 4 desde 1945. Suecia y Suiza fueron ambas neutrales en las Guerras Mundiales; la primera dotada de más recursos que la segunda, habrían partido de un grado de desarrollo semejante pero la moneda las separó: con el paso del tiempo la corona valía seis veces menos en el caso sueco. En realidad, el modelo siempre fue discutido pero, al mismo tiempo, siempre ha sido también prestigioso: incluso en la URSS poscomunista lo apoyaba en los años noventa un 30% de la población. La crítica al modelo tuvo como consecuencia la aparición de nuevos partidos pero los propios socialdemócratas a partir de 1982 contribuyeron a rectificarlo al margen de turnarse con la derecha en el poder. En los años noventa los resultados fueron mejores. De lo que no cabe la menor duda es de que, al margen de los problemas que pueda tener, el "modelo sueco" sigue vigente en muchos aspectos. La idea de consenso, por ejemplo, ha seguido estando presente en materias relativas a las cuestiones sociales. Pero, además, el carácter de precursor que ha tenido el modelo nórdico desde el punto de vista histórico y cultural se ha continuado apreciando con posterioridad. En cierto modo puede decirse de él que en varios aspectos ha contribuido a la aparición de una nueva civilización. El ejemplo más manifiesto se refiere a la igualdad de la mujer. Dinamarca y Suecia introdujeron la sucesión femenina en la Corona a partir de 1979 mediante reformas constitucionales. En Suecia se introdujo ya en 1965 el delito de violación dentro del matrimonio; en 1991 se aprobaron leyes contra el acoso sexual y en 1995 fueron agravadas las penas. En caso de divorcio el Estado paga los alimentos del cónyuge que debe hacerse cargo de los hijos. Esta legislación ha contribuido a cambios en los comportamientos sociales: el seguro parental relativo al nacimiento de hijos es utilizado por el 10% de lo cónyuges varones. También en la aceptación de la multiculturalidad Suecia, con un 18% de inmigrantes y un periódico para inmigrantes redactado en 9 idiomas, presagia la civilización del futuro. De esta manera puede decirse que el modelo sueco (o nórdico) sigue existiendo aunque ya no sea exactamente igual al del pasado.