DEMETRIO SÁNCHEZ: LA MIRADA DEL TALENTO Demetrio encierra en su persona la paradoja de encarnar a un ser muy semejante en sus inquietudes cotidianas a los mortales que lo rodean y, al mismo tiempo, que encara la existencia de manera diferente. Es el perfecto hedonista, que saborea cada instante de su vida. Disfruta varias horas preparando un tajín o cualquier otro plato sofisticado y abigarrado de colorido, que es lo que la etimología consiente, y de cantidad de ingredientes, que es la errónea acepción que el vulgo considera, y disfruta con los entremeses que distraen su voracidad insaciable, y disfruta la media hora que tarda en engullir el guiso, y disfruta la conversación durante las varias horas que se alarga la sobremesa compartida con sus amigos. Amigos a los que siempre sorprende, ofreciendo una sustanciosa merienda que enlaza la comida con la cena. El caso es que, en materia artística, procede de la misma manera. Concentra todas las armas y recursos de que dispone y los derrocha en composiciones, a menudo y curiosamente, presididas por una sencillez ejemplar que facilita la lectura y resalta la intencionalidad expresiva del creador. Y su bagaje es, simultáneamente, el de la artillería pesada y el del dinámico piloto de guerra. Y lo adquiere, desde 1966, a lo largo de muchos años de amorosa dedicación al dibujo. Al dibujo de historietas, que es el arte de la narración seriada mediante trazos que sintetizan la esencia de lo representado. Desde la captación de la figura humana y cualquier otro tipo de animales en movimiento hasta la sugerencia del ambiente gracias a las leyes de la perspectiva que rigen la correcta reducción de la tridimensionalidad de la arquitectura y el paisaje a las dos dimensiones que nos presta el papel. Y Demetrio no bebe en aburridos manuales. Lo analiza y estudia todo sobre la marcha, resolviendo los problemas que le surgen e improvisando los elementos que integran cada una de sus viñetas. Se sirve de una gran intuición y de la mirada sabia del ser privilegiado por el talento. Tiene también la inmensa fortuna de contar con un maestro tan excepcional como Jorge Franch Cubells, catalán que, desde 1951, vive en un chalet muy cerca del suyo, en los alrededores de Alicante. La técnica que conjuga armoniosamente los trazos de su plumilla y de su pincel es la más depurada y consistente de la profesión. Al cabo de miles páginas, está capacitado para interpretar cualquier situación con las mínimas manchas precisas o con una lluvia interminable de hachazos de su plumilla. Es un virtuoso del pasado a tinta. Pero Demetrio es un espíritu exigente e inquieto. Se ha acostumbrado a dibujar personajes de tinta china y papel y no se halla satisfecho con los resultados. Desde 1981, acomete una serie de exposiciones en las que, sucesivamente, va cambiando la apariencia de su estilo. Unas veces, recurre más a la vibrante melodía de la plumilla que a la ondulante capacidad expresiva de la pincelada. Otras, se entrega a la experimentación de ciertos hallazgos expresivos, como el de desenfocar determinados elementos integradores de sus composiciones mediante el recurso de dejarlos en blanco, vaciando la zona que ocupan sobre el fondo, sorprendiendo, así, muy gratamente, a quienes tienen la suerte de contemplar estas obras singulares. Lo que tanto nos agrada a los demás, a él le aburre porque lo encuentra falto de vida. Confiesa que sus obras le producen náusea. Entonces, comienza a tomar apuntes del natural, a sorprender a modelos que no posan. Empieza dibujando a sus propias hijas, cuando todavía son unas niñas. Pero el paso definitivo en la evolución del arte de Demetrio se produce cuando, en 1989, lo invitan a recorrer Marruecos para que prepare una exposición con temas locales. Tan cerca y tan lejos. El cruce del Estrecho conmociona la sensibilidad de Demetrio. Este primer paso, de una serie interminable, marca un antes y un después en su carrera y en su vida. Ya nunca volverá a ser el mismo. En primer lugar, le impacta la observación de la vida, abigarrada y elemental, que bulle en las medinas y en los bazares. Le impresionan las figuras integradas en aquella atmósfera irreal y, sin embargo, propia. En segundo lugar, le embriaga el colorido desbordante de los mercados y de los tipos que pululan por doquier. Esta experiencia le reporta dos consecuencias inmediatas y muy enriquecedoras. Por un lado, intensifica su análisis e interpretación de la figura en movimiento. Por otro, comienza a resolver con color algunas de sus composiciones. Sus figuras adquieren vida propia y se producen con naturalidad en los escenarios en que las integra. Y el color dota de nueva dimensión a la ilusoria representación que acoge el humilde soporte. Los avatares de una biografía bastante disparatada fuerzan a los médicos a prohibirle a Demetrio que pruebe drogas como el alcohol, el tabaco y el café, y a recomendarle comidas sencillas y de fácil digestión. Su inclinación a dejarlo todo para el último día, más que un literario pero dudoso paralelismo con las prescripciones de los facultativos, parece determinar el hecho de que, actualmente, se prodigue más en encantadoras obras de carácter abocetado que en las abigarradas composiciones que evidencian su natural “horror vacui”. Hay gente primitiva y elemental, como yo mismo, que descuidaría su arte por el disfrute de la mujer amada. Demetrio es un ser bastante más complejo y extraño. Él no renunciaría al placer que le reporta el dibujo por los favores de ninguna mujer, pero, a diario, abandona su trabajo en el tablero para sentarse a comer interminablemente con los amigos o a ver una vieja película del oeste o de piratas en su televisor. Un artista irrepetible. El inefable Demetrio. El amigo con el que comparto entusiasmos por la obra de los mejores dibujantes de la historia del arte y una cierta manera de mostrar nuestra perplejidad por los fenómenos que nos regala el mundo que nos envuelve y aturde. Juan Espallardo