“El límite no es aquello donde algo termina, sino, como ya lo dijeran los griegos, el límite es aquello desde lo cual algo comienza su ser”Martin Heidegger La Nación es una comunidad imaginada, un logro semiótico moderno producto de las necesidades de una comunidad que se aglutina entorno a dispositivos de identidad, como relatos –prensa, novela y cine- y signos abstractos, que tienen un papel fundamental en el nacimiento del nacionalismo. Es una noción que traza fronteras para poder diferenciarse del otro, al tiempo que trata de homogeneizar su sujeto de identificación al interno de la nación, el pueblo. Sin embargo, en una época en la cual las fronteras dejan de ser límites que separan, para convertirse en puntos de unión, el concepto de Nación parece insuficiente para explicar los intercambios culturales que tienen lugar en las zonas grises, marginales. A la nación como comunidad imaginada se le escapa la ambivalencia que interesa a Homi K. Bhabha: la de una Nación que al narrarse se encuentra entre dos temporalidades, la pedagógica y la performativa, es decir, la temporalidad teleológica o mítica del tradicionalismo, cuya lógica es de acumulación y continuidad; y la temporalidad móvil, secular, de la vida en continuo acto presente, recurrente y repetitiva. La Nación siempre se había pensado en términos históricos, como una construcción con más pasado que presente, que celebraba su vejez y no su juventud; sin embargo, al pensar esta categoría desde la perspectiva de los países colonizados, pesan el desarraigo y el olvido que están en su origen, y por fuerza, hay que comenzar a pensar en la construcción cotidiana de la nación a partir de la perplejidad del vivir. Bhabha piensa la nación desde el desarraigo de los emigrantes, esos seres que inician un proceso de cambio de status social y quedan atrapados en un estado liminal, en el limbo de una cultura extranjera que los ve cargar el peso de la Nación abandonada. Desde la marginalidad del desencuentro estos seres buscan su identidad en medio de la ambivalencia de la renuncia a un pasado y la recuperación del mismo, enfrentados a la intraducibilidad de la lengua. Entonces no se puede decir que la Nación se esté desdibujando, puesto que aún nos define y nos atraviesa, pero sí es necesario repensarla y negociarla en términos actuales. Por eso Bhabha habla de Diseminación, que es pensar la Nación desde la liminalidad de la modernidad cultural, esto es, en su ambivalencia como fuerza cultural histórica (temporalidad pedagógica), y como estrategia narrativa (temporalidad performativa) que actúa un desplazamiento de términos cada vez que se narra a sí misma. La Nación como narración, debe encontrar una temporalidad capaz de dar cuenta de los cruces y las intersecciones ambivalentes que tienen lugar en el plano de las subjetividades, pues aunque el relato individual da cuenta del relato de la colectividad (Jameson) éste último no alcanza a representar la complejidad del pueblo, que es el sujeto de la narración Nacional. Se derrumba el mito de la multiplicidad como unidad, de los muchos como Uno con el que se representaba el pueblo de una Nación. Éste no es homogéneo y no es individual, sino que está compuesto por varios discursos liminales; es, entonces, un territorio en disputa. El pueblo diseminado se debate entre el ser un objeto histórico, objeto pedagógico y ser una multitud de sujetos en proceso presente que pulsan el signo nacional y se construyen en el acto de narrase. Con esta escisión las fronteras dejan de ser el límite de lo que se es, pues la nación ya no es simplemente lo que no es lo Otro, sino que ahora tiene una fractura en su interior: se ha abierto un espacio de significación liminal –minorías, pueblos enfrentados, autoridades antagónicas, diferencia cultural-. Este desplazamiento marcaría el inicio de una integración marginal de individuos, en teoría, dándole autoridad narrativa a estas nuevas voces. Relatos no simultáneos que se acogen a la narrativa suplementaria del mientras tanto, discursos minoritarios que surgen dentro de y entre diferentes tiempos y lugares y que no reclaman para sí un horizonte hegemónico. Sería el final del anonimato democrático y el inicio de la suplementariedad –no pluralidad- de voces que confrontan el discurso dominante para renegociar los términos de la articulación y así, hacer de lo pasajero, un signo de la historia. El suplemento es un adjunto, una instancia subalterna que irrumpe súbitamente en una ruptura temporal y disyunción espacial. Esa es la temporalidad del presente: la contingencia, la precariedad, lo performativo en proceso, incesante acontecer sin sucesión sincrónica. Instantaneidad, no simultaneidad. Sin embargo en la realidad esta integración de las marginalidades no es completa ni suficiente para aglutinar la comunidad entorno a la nación. La cultura está atravesada por intereses y poderes, políticos y económicos que no incluyen a las minorías, como es el caso de los medios de comunicación, monopolizados por una élite. Bhabha propone la diferencia cultural en vez de la diversidad cultural como pluralismo, es decir, una nueva disposición del conocimiento que funciona con una lógica de subversión suplementaria, en donde las diferentes prácticas, si bien antagónicas, no buscan ser superadas sino ser negociadas. Es de cierta forma una interdisciplinariedad que cambiaría la lógica de enunciación de los saberes, al ser al mismo tiempo disyuntiva y articuladora, y en oposición frontal a la generalización, conciente como es, de mantener un espacio suplementario abierto a conocimientos adyacentes. En la diferencia cultural, el sujeto es dialógico, es decir, tiene la capacidad de ponerse en el lugar del Otro, por lo que la identificación se da por substitución, desplazamiento y proyección. Pero esto no ocurre en la periferia premoderna de América Latina, de manera que no se puede pensar en esta de la diferencia como denominador nacional. La identificación cultural de lo nacional sigue estando en la voluntad de ser nación, pero sobretodo en el olvido de los pasajes oscuros que le dieron vida. Olvidar que en las colonias la Nación fue implantada por la cultura dominante tras la violenta empresa militar que borró las narrativas precoloniales. Olvidar que la asimilación de la gran novela nacional europea se hizo sobre las cenizas de la cultura indígena, en medio del sincretismo, las adaptaciones y apropiaciones. De ahí las teorías del debate latinoamericano sobre la modernidad, que se preguntan si realmente hemos sido modernos alguna vez, o si, como dice Canclini, entramos y salimos de ella, a través de las lógicas del consumo. Tal vez para nosotros la Nación sea un invento imaginado por otros, distintos a nosotros mismos, y por eso nos enseñan a olvidar el trágico pasado que la fundó, sustituyéndolo con un discurso de victorias; como dice Brunner, “la idea perdida de América Latina no estaría fragmentada en el presente […] sino hacia atrás”. Hay una invitación, más instrumental que ideológica, a construir una Nación en el presente y hacia el futuro, inspirada en un nacionalismo de colcha de retazos, retórica patriótica que suena tan hueca, como la marca registrada “Colombia es pasión”. La Nación pareciera ser una utopía en tiempos de heterotopías. Las tecnologías de comunicación y difusión de la información nos hacen creer que estamos conectados al mundo, que su repertorio está a nuestra disposición, cuando la principal conexión de América Latina con el mundo es el consumo de información -imágenes y universidades-, el narcotráfico y las maquilas. Los informativos, la publicidad, el cine y en general los medios de comunicación usan su poder para homogeneizar y excluyen los discursos de las minorías, además de ocultar el incremento de conflictos, como las grandes migraciones que van de sur a norte. El cine nacional ha construido un relato de violencia y narcotráfico, mientras la televisión vive del melodrama, y entre esos dos puntos de referencia se constituye nuestra idea de Nación, que se triangula con el optimismo hueco de la gente linda de mi país; ante este desolador escenario audiovisual, son los medios alternativos quienes tienen la posibilidad de contar los relatos de esa otra Nación marcada por la diferencia cultural, porque tiene la libertad de habilitar otras perspectivas, otros pensamientos. Allí se puede materializar un espacio de habitación para la riqueza de la diferencia cultural. Es necesario reinscribir la Diseminación en la totalidad compleja de los efectos socioeconómicos, políticos, culturales, y militares, del sistema-mundo capitalista, pero sobretodo, en el contexto latinoamericano, para entendernos mejor, pues mal que bien, la Nación es un concepto aún irremplazable, que nos pone en conflicto con nosotros mismos y con los demás, y es nuestro punto de partida hacia horizontes imposibles, pues soñamos con ellos para ganar lo posible.