1 Reunión Anual del Banco Interamericano de Desarrollo Miami, 7 de abril Discurso del Secretario General de la OEA, Jose Miguel Insulza. A pesar de las turbulencias que comienzan a producirse en los mercados, es muy probable que al comentar esta espléndida reunión anual del BID y la Corporación Interamericana de Inversiones, los cronistas la describan como una en que imperó “un moderado optimismo”. Y sería razonable pues, aunque nadie puede descartar que los problemas que afectan a la economía mundial (y en particular a la economía de Estados Unidos) no terminen por afectar a la región hacia finales de año o a comienzos del próximo, lo concreto es que este con toda seguridad será el sexto año consecutivo de crecimiento para el conjunto regional. Un crecimiento que además, y como todos sabemos, se está reflejando positivamente en las cifras de disminución de la pobreza y la indigencia. Pero sobre todo, en mi opinión, lo moderadamente bien que estamos ahora sirve para recordarnos lo muy mal que estuvimos hace poco tiempo atrás. Baste tener presente que en los últimos cinco años hemos crecido más que en los quince anteriores y que en 2006 el porcentaje de latinoamericanos que vivían en la pobreza fue por primera vez inferior al de 1980. 2 Aún más: a pesar de los avances logrados en el ámbito social no debemos olvidar que en la región sigue habiendo 194 millones de personas que viven en la pobreza y 71 millones que viven en la indigencia. 71 millones de personas equivalen casi al doble de toda la población de Argentina y a más de cuatro veces la población de mi país y son personas cuyos ingresos no les permiten siquiera satisfacer sus necesidades vitales mínimas. Eso es lo que da sentido a la expresión “década perdida” cuando se habla de los años ochenta. Y es lo que nos hace comprender todo lo que hemos seguido perdiendo durante los últimos veintisiete años. Una situación que nos obliga a reflexionar muy seriamente sobre lo que ocurrió durante esos años, para verificar no solo si esta vez estamos mejor preparados que las anteriores para enfrentar eventuales crisis, sino para asegurar que los beneficios del crecimiento que vivimos se distribuyan mejor entre un numero mucho mayor de nuestros ciudadanos. Hoy se acepta de manera mas general en nuestra región que la respuesta positiva a esos problemas no tiene que ver sola ni principalmente con el buen funcionamiento de los mercados, sobre todo con las políticas publicas, con las funciones del Estado en nuestra región. Hoy sabemos que, a pesar de que podía resolver muchos, el mercado no podía resolver todos los problemas. Y sabemos 3 también que buena parte de las graves dificultades que hoy tenemos se originaron justamente en el ímpetu desestatizador de aquellos años, en medio del cual terminaron por desmantelarse servicios básicos que no fueron sustituidos. Y se trataba de servicios imprescindibles para resolver adecuadamente las necesidades de educación, salud, protección del medio ambiente, seguridad pública y otras que contribuyen a igualar las oportunidades entre nuestros ciudadanos, Afortunadamente el extremismo de las ideas y de la acción en lo tocante al Estado y al mercado está quedando atrás y por contraste, hoy existe la convicción de que para poder hacer bien las cosas tenemos que tener Estados más sólidos y más fuertes. Estados que formulen y lleven a la práctica las políticas públicas necesarias para solucionar los graves problemas que todavía nos afectan. También creo que, sin embargo, la inmensa mayoría valora muy positivamente la existencia de políticas macroeconómicas sanas, la reducción de la inflación, los presupuestos equilibrados y la apertura de las economías buscando nuevos mercados internacionales. De lo que sí se trata es que esas políticas de responsabilidad fiscal y equilibrio económico no se lleven a la práctica a costas de renunciar a las obligaciones elementales del Estado en una democracia. Tenemos el deber de buscar la forma responsable de responder por las obligaciones que la ciudadanía legítimamente 4 nos demanda y al mismo tiempo ser eficientes en la conducción de los asuntos económicos y financieros de nuestros gobiernos. Lo que estoy planteando es la necesidad de Estados eficaces y eficientes. Equipados con las capacidades y herramientas necesarias para cumplir las funciones que la ciudadanía les reclama en una democracia y dotado de los atributos que exige una utilización eficiente de esas capacidades. Hace muy poco, en septiembre recién pasado, el "Foro América Latina Caribe - UE sobre Cohesión Social" concluyó que las políticas sociales y de protección del régimen social deberían ser apoyadas, en particular, por políticas fiscales que permitan una mejor redistribución de la riqueza y aseguren niveles adecuados de gasto social. Sin embargo y a pesar de estos consensos el tratamiento del tema sigue siendo escaso, quizá porque todavía existe el temor a que su apertura traiga consigo el riesgo de los excesos o del populismo que también debimos sufrir en épocas pasadas. Se trata efectivamente de un riesgo que debe ser previsto y contra el cual debemos precavernos, pero no al grado que nos impida avanzar decididamente en una práctica de políticas públicas que permitan al Estado cubrir las obligaciones que le corresponden en un régimen democrático. Se trata de una discusión no sólo técnica sino también política. Se debe extender la consciencia entre nuestros técnicos y entre nuestros políticos que la política fiscal no es un fin en sí 5 misma sino un medio para alcanzar el nivel de bienestar social que la ciudadanía demanda en democracia. Si somos conscientes de ello deberemos admitir que actualmente la política fiscal no está cumpliendo esa función en la mayoría o quizá en la totalidad de nuestros países. Y no sólo eso: se han tomado tantas prevenciones contra el populismo y hemos sido tan cuidadosos en la operación fiscal que ésta ha terminado por actuar en contra de sus verdaderos fines. El estudio Perspectivas Económicas de América Latina, 2008, presentado recientemente por la OCDE, muestra que en muchos de nuestros países la política fiscal es regresiva pues son los hogares más ricos los que reciben la mayor parte de sus beneficios y que en particular son los programas de seguridad social los que tienden a verse más afectados por esta situación. Eso es simplemente ineficacia e irresponsabilidad en el cumplimiento de la función que el estado tiene el deber de asumir. Una situación de ineficacia en la función estatal que lleva –como muestra el mismo estudio de la OCDE- a que mientras en Europa la distribución del ingreso medida según el coeficiente de Gini varía en promedio de 46 a 31 luego de la aplicación de impuestos y transferencias, en América Latina apenas se mueve desde 52 a 50. Esa ineficacia no puede continuar. Creo que ha llegado el momento de iniciar un debate serio en relación a la posibilidad de introducir reformas tributarias que modifiquen la distribución 6 de la carga en favor de los sectores medios y bajos de nuestras sociedades y graven más a quienes se benefician de mayores ingresos. Se trata de un área en la que existe terreno para avanzar, pues el ingreso tributario en América Latina, quizá con la sola excepción de Brasil, sigue siendo bajo. Recordemos solo que el 17 por ciento del PIB al que equivalen esos ingresos en América Latina es muy inferior al 36 por ciento promedio de los países de la OCDE. Y debo insistir: no se trata de hacer crecer innecesariamente el aparato estatal, ni de caer en populismos, pero nuestra región no puede seguir sufriendo indefinidamente las carencias e insuficiencias que aún arrastra en terrenos tan sensibles como educación, salud, vivienda, obras públicas o transportes. De lo que se trata en realidad es de impulsar una verdadera reforma del Estado que permita adecuar el aparato público a los requerimientos del siglo 21 y que se corresponda con nuestro desarrollo y con las nuevas demandas ciudadanas. Y si queremos ponernos al día con lo que nuestros ciudadanos nos demandan debemos comenzar por reconocer que muchos de nuestros Estados son institucionalmente débiles, que sus funcionarios no están suficientemente preparados y que no cuentan con las capacidades y recursos técnicos necesarios para cumplir sus funciones. 7 Necesitamos también Estados más transparentes. Otra área en la estamos muy atrasados. Tan atrasados que, como he debido repetir otras veces, aún no hemos logrado siquiera definir un término en español que exprese verdaderamente la magnitud de esa necesidad. Porque aquello que en inglés se denomina “accountability” no tiene una traducción adecuada en la expresión “rendición de cuentas”. Es verdad que necesitamos rendición de cuentas, pero necesitamos también que quienes rinden esas cuentas se hagan cargo y respondan por aquello que están rindiendo. No se trata sólo de informar. Sí se debe informar y con la mayor transparencia, pero nuestras autoridades, que no son jefes sino mandatarios, deben asumir además las responsabilidades políticas, económicas y sociales por lo que han hecho. Necesitamos, al mismo tiempo, que nuestras políticas sean estables; una condición que se consigue sobre la base de consensos internos amplios. La estabilidad política, la seguridad y la certeza de las reglas del juego son la garantía en última instancia no sólo de la estabilidad democrática sino también de la concurrencia de los capitales, nacionales y extranjeros, necesarios para alimentar el proceso de crecimiento económico. Y quiero recordar aquí que sin crecimiento económico es inútil pensar en distribución del ingreso o en políticas de igualdad social. En el marco de esta reunión anual se han estado examinando importantes temas. Se ha hablado de los jóvenes como agentes 8 del cambio, de los cambios macroeconómicos que están pendientes en nuestra región, de las innovaciones necesarias para enfrentar el cambio climático y lograr fuentes de energía sustentables. Todos estos temas miran hacia el futuro y lo hacen hablando de cambios. Nos recuerdan que el futuro lo podemos construir nosotros mismos y que debemos comenzar a partir de ahora. Iniciemos la construcción del futuro cuidando aquello que nos ha costado conquistar en nuestra región, como el manejo responsable de la gestión pública, pero hagámoslo también sin temor de enfrentar el cambio de todo aquello que es necesario cambiar y manteniendo siempre la vista fija en los problemas más apremiantes y las necesidades más urgentes de nuestra sociedad, a la cual nos debemos.